jueves, 20 de abril de 2023

Sombras resbaladizas.

   Solo ella estaba en la oficina a aquellas altas horas de la noche. Miró la foto de aquella niña desaparecida que había copado los titulares de la prensa nacional y empezaba a tener repercusión mas allá de las fronteras de su país. Era de pelo castaño, sonriente y le faltaba un diente de leche. Cerca de la foto otras muchas fotos mas, de sus familiares, sospechosos y confidentes. La mujer se aseguró de que todo estaba en orden antes de abandonar la oficina, que no faltara ningún documento, ninguna carpeta ni nada. El termómetro de la pared, uno de los pocos que quedaban de mercurio, marcaba una temperatura de veintitrés grados muy agradables. Se colocó bien la camisa blanca, se aseguró de que tenía bien recta la abertura lateral de la falda y se dispuso a salir de aquel lugar en el que había pasado las últimas veinticuatro horas. La inspectora Hassey estaba cansada. Realmente cansada. 

   La ciudad estaba silenciosa. Casi todas sus gentes se habían ido a dormir y las calles permanecían casi desiertas a excepción de algún trabajador nocturno y alguna mujer de "mala vida". Los ojos de la niña seguían clavados en su recuerdo. Cada paso que daba era un titular de los periódicos que le asaltaba a la mente, un comentario mordaz o alguna punta lanzada por sus compañeros. No era lo suficientemente buena, no tenía "instinto detectivesco". No, lo que no tenían eran pruebas de como aquella niña había salido de su casa al colegio y no había vuelto, y como se había esfumado de repente, dejando a unos padres desconsolados y desesperados que habían tenido el prime time de todas las televisiones nacionales en la última semana, seguida del vapuleo de algunas bocas demasiado afanadas en ladrar contra su persona. 

   Un susurro, o un suspiro, algo entre ambas cosas era lo único que escuchó proveniente de un callejón oscuro. De no ser por se casual momento en el que todo de pronto se vuelve aterradoramente silencioso, no lo habría escuchado, habría pasado de largo. La inspectora miró en la profundidad de aquel lugar, entre las sombras que se desparramaban como una cascada de tinieblas, algo poco habitual incluso en la mas tenebrosa noche. Sí, la oscuridad de aquel callejón no era normal. Quien no prestara atención no se daría cuenta de las hebras de oscuridad que parecían emerger de las paredes de ladrillo desnudo entre esos dos edificios comunes y corrientes. Se aseguró de que la pistola estuviera preparada para cualquier eventualidad. Avanzó un paso. Luego, tratando de calmar sus nervios, otro mas. 

   Supo lo que era el miedo muchos años antes, durante las visitas ocasionales de su padrastro, durante los tormentosos conciertos que él y su madre daban en el piso de abajo de la casa, con la percusión de platos rompiéndose y los llantos aullantes de su progenitora abrazándola para que a ella, Stella Hassey, no le sucediera nada. El miedo lógico de no saber lo que pasaría al día siguiente. Si es que había un día siguiente. 

   De pronto dos ojos. Dos ojos destellantes, depredadores, se habían encendido en aquella oscuridad casi sólida. La inspectora levantó el arma como acto reflejo. De pronto un olor le vino a la nariz. Un olor poco habitual en un callejón de mala muerte: lavanda. 

   —Identifíquese.—Dijo la inspectora. Su tono ocultó perfectamente los nervios y el principio de pánico que empezaba a sentir. 
   —Por favor, no dispare, señorita Hassey. Solo soy un amigo de la pequeña y maravillosa Lisbeth. 
   La forma en que lo dijo parecía encerrar algo mas que el sentimiento de amistad hacia la niña desaparecida. 
   —Muéstrese y decidiré que hacer.—Dijo ella.
   —Me parece un trato justo.