domingo, 30 de octubre de 2016

Acampada mágica.

Aquella mañana resplandecían las aguas cristalinas del río. Su curso conducía hacia un lago tan manso como un corderito. En su orilla se encontraban unos cuantos ciervos bebiendo. Aquel lugar despejado estaba bañado por un sol alegre y ni muy cálido ni muy frío. Los grandes árboles que rodeaban el lugar estaban llenos de pájaros que tenían ahí su refugio y fuente de agua en la que beber cuando no había rocío o gotas de lluvia en las hojas. En el lugar opuesto a donde se encontraban los ciervos surgió una gran figura. Al momento de cambiar el viento, los ciervos lo olieron y salieron corriendo. Aun existiendo una gran distancia entre el último ciervo y la gran fiera, dicha distancia no tardo en reducirse poco a poco. Al momento una gran zarpa se clavaba contra la fuerte carne del ciervo mas débil, del mas lento, y unos dientes enormes casi le arrancaban la cabeza de un mordisco.

Paralelamente a aquellos acontecimientos, un grupo de mujeres aparecía en aquel claro con el lago en su centro.  Todas ellas eran una preciosidad, eso era imposible negarlo. Y todas ellas eran únicas. Un ángel de luz traía un libro bajo un brazo y una cesta de comida en la otra mano. Su sonrisa era luminosa, igual que los pendientes en las orejas puntiagudas de una de las dos elfas de comitiva. Seguía una dama portando otra cesta mas, que de vez en cuando movía los labios como si hablara para sí misma. También había otra dama de orejas puntiagudas, la que no llevaba pendientes en sus bellos pabellones auditivos, caminó ignorando a los demás, dando ágiles pasos hacia donde la bestia había atrapado a su presa.  Le llevó unos cuantos minutos pero cuando llegó extendió una mano para acariciar su pelaje. Al notar el contacto como por instinto, la bestia se giró y cuando vio de quien se trataba le dio una sangriento lametón en la cara. Cualquier otra persona se habría asqueado ante aquello, pero la elfa se tomó con toda naturalidad el gesto a pesar de que tenía sangre en la cara y parte del cabello. El ciervo estaba ya casi en la huesos:

  -Celebro ver que no escasea la caza por estos lares.-Dijo la dama mientras el gran lobo negro comía lo poco que quedaba de las patas traseras.-Y en estos momentos ninguno de los dos estamos presentables para no asustar a cierta señorita muy sensible con sus pensamientos y su equilibrio emocional.
  -Ciertamente.-Dijo el lobo con voz profunda. Normalmente su hablar era mucho mas suave pero cuando cedía por unos cuantos minutos a la emoción de la caza, la lucha interior era a veces algo dura.- Limpíemonos.
  -Vaya usted, caballero.-Dijo la dama mientras avanzaba entre los árboles.-Yo  vendré mas tarde para la cena.-Dijo mientras se giraba y lo miraba con un brillo especial en la mirada.-Y espero que no se coma mi parte de este vez.
  -Como guste, bella dama-Dijo la bestia. Presentaba un aspecto realmente fiero con toda la sangre en el morro y las zarpas.

Lejos de ahí, un improvisado campamento de varias tiendas de campaña estaba en pie mientras las damas y el anciano se disponían a disfrutar de un día de acampada. La dama de los libros estaba leyendo parte de un cuento al anciano, que escuchaba atentamente mientras una mujer de rostro melancólico y mirada ausente, levantaba un caballete para pintar. El panorama era demasiado alegre pero sin duda ella sabría darle el toque característico de su estado emocional, no exento de elegancia. Subrepticiamente una de las dos elfas, la que no había desaparecido, acomodaba una caja de bebidas muy propias de los marineros dentro de la que sería su tienda.
  -Mmmmmmm falta alguien.- Dijo con toda certeza una bella dama de ojos azules, piel como la leche y cabello moreno, con un aura de extraño encanto a su alrededor. se comía un dulce para recordar quien faltaba.
  -¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!.-Gritó entonces una de las ausentes, saliendo de entre los árboles y sacudiéndose violentamente. Era una excelsa criatura con cuerpo de mujer, alas de murciélago y cabello plateado. Poseía probablemente el cuerpo mas exuberante que cualquier criatura viva pudiera poseer.
Todas la miraron mientras esta bella dama de las tinieblas y adicta a los placeres de la carne trataba de quitarse algo que por lo visto se había instalado en su cabello.
  -Tranquila, niña, que te lo sacaré del precioso cabello que tienes.-Dijo el anciano, poniéndose en pie.
  -¡QUÍTAMELO!.-Rogó, casi suplicó la mujer de bellas formas, a punto del ataque de nervios y el desmayo.
  El anciano buscó en el cabello de ella. Era suave, de aroma extraño, que despertaba alguna que otra idea de voluptuoso deseo al más pintado. El anciano entonces encontró el problema, lo que provocaba tal desasosiego a la bella señorita, a esa "niña" como el anciano decía y le mostró el origen de sus errores.
  -Una rama.-Dijo el anciano con una sonrisa. paseando los dedos por el palo.-De...-El anciano se quedó meditando y olisqueando la rama concluyo.-Pino.
  -Muy hábil, caballero.-Dijo la elfa.
  -¡OH GRACIAS!.-Dijo la súcubo entre lágrimas.-Si algún hombre me pudiera dar consuelo en estos momentos me haría feliz.
  -Creo que con esos gritos ya no veré ningún animal del bosque. Los ha debido de asustar a todos.- Dijo la dama de aura encantadora mientras se llevaba un dulce para los gritos ajenos a la boca.
  -¡¿QUE INSINUAS!? tengo una voz maravillosa.-Dijo la mujer de buenas formas, con un sentimiento de ira creciendo en su interior.
-Nada nada.- Dijo la dulce locuela, tomándose otro dulce para el dolor de cabeza.

  Lejos de ahí el lobo se estaba limpiando el pelaje. Se concentró en beber mientras sus grandes ojos miraba al otro lado del lago. sus sentidos le permitían escuchar y ver todo, y agradecer no estar bajo otra forma mientras la dama alada soltaba una maravillosa diatriba sobre lo injusta que era la vida con ella. Cerró los ojos un momento concentrándose en el sabor del agua cuando de pronto su lengua lamió algo sólido y frío. Abrió los ojos y se encontró una mano frente a su hocico. Una pálida, firme, suave, elegante y fría mano que estaba unida a un brazo fino pero fuerte y a un hombro que había recorrido con sus labios unas cuantas veces antes de llegar a su cuello. Unos ojos rojizos estaban concentrados en los suyos, también rojos. La mano entonces se movió por la gran trufa y recorrió con los dedos el pelaje del morro, ascendió por la frente y el resto del cuerpo de la dama, a medida que avanzaba su mano, fue descubriendo su desnudez. El lobo, dando gracias a todo lo bueno y malo que sus facciones no pudieran mostrar emoción alguna, observaron aquel cuerpo desnudo.

  Al otro lado del lago, la mujer murciélago, más tranquila, acondicionaba su tienda de campaña con fotos de hombres de gran atractivo. Paralelamente la mujer de melancólico proceder seguía pintando aquel maravilloso paisaje mientras la bella dama de los libros, aquel ángel que caminaba entre altas estanterías cuando trabajaba, leía cuentos tanto al anciano como a la niña de los dulces, que a su vez mantenía a su lado a su amigo mas reciente, un gato de estambre. También había hecho acto de presencia una fiel amiga de todos, pero en especial de la dama de los mares. Una gran pantera, con mirada antipática y desconfiada se acercó a la que era para ella una de las pocas personas de confianza y se tumbó cual guardiana de aquel lugar, con toda elegancia y autoridad.
  -Entonces las fauces de la gran bestia se abrieron y tragó entero al aventurero, que terminó dentro de un estómago grande, con capacidad para mil vacas.- decía la dama rubia de ojos azules.-Atrapado como estaba, el caballero rojo entonces pensó que nada le serviría y que el ladrón de su espada le había condenado. Trató de hacer fuego con todos los objetos que la bestia se había tragado...
La dama de los dulces estaba totalmente metida dentro del cuento y en sus ojos se veía emoción y miedo. Llevó la mano al cesto, para tomar el dulce de los cuentos y entonces no tocó el plástico o el papel que envolvía los dulces, sino algo blando. Con toda curiosidad se giró y vio a un viejo conocido.
  -¡LINDOSITO!.- Tomó al oso de peluche que tantos buenos momentos hacía pasar a su legítima dueña
  -¡Silencio! algunas estamos pensando en chicos guapos.-Se escuchó desde la tienda de la mujer alada.-para que digan que la histérica soy yo.
  La dama de los libros dejó de leer y miró a la criatura alocada con el oso de peluche en sus brazos.
  -Creo que no he tenido el placer.-Dijo el anciano con una sonrisa amable.
  -Este es Lindosito.-Dijo la dulce niña, poniéndole el oso en el regazo anciano que estaba sentado sobre una silla plegable
 -Oh vaya.-Rió suavemente, acariciando al peluche.-encantado de conocerte ¿Y como apareció tan de repente?
  -Pues iba a tomar un dulce para cuentos y me lo encontré en la cesta. Pero no entiendo porque se escondió, podríamos llevarlo si nos lo hubiera pedido.
  -Creo que lo echarán en falta.-Dijo una voz teñida de lánguida melancolía.
  La bella dama que pintaba, había dejado su proyecto para acercarse al grupo. Se acercó al anciano con el oso y acarició la cabeza de peluche como si su mente divagara en otras cosas.
  -Bueno pero se puede quedar con nosotros hasta que lo reclamen.-Dijo la niña de los dulces.- Murasaki y él podrían hacer buenas migas.
  -Creo que tampoco he tenido el placer de conocer a Murasaki.
  -Ah ¿No? Pues este es Murasaki.-Dijo la bella y dulce dama tomando al gato de estambre y poniéndolo al lado del oso de peluche. La dama dijo algo a Murasaki.-Dice que está encantado de conocerle.
  El anciano rio de nuevo ante las ocurrencias de aquella criatura tan encantadora cuando de pronto se escuchó algo en los cielos. las damas miraron arriba y algo se dirigía hacia ellas a gran velocidad. la dama de los dulces y los libros se pusieron lo mas resguardadas posible detrás de la pantera, que hasta el momento hacia dormido hasta que escuchó el sonido. La dama de los mares, algo colorada, miró a los cielos con una pequeña sonrisa desenvainando un sable.
  -Aun no lo veo pero si no tiene buenas intenciones yo tampoco permitiré que arruine esta bella velada.

  Al otro lado del lago, entre los árboles, una dama reposaba su cuerpo y rostro contra un pelaje negro como la noche. Todo su cuerpo estaba cubierto por aquella bestia que tanto la deseaba y reverenciaba. Solo destacaba una punto blanco y otros dos puntos rojos en toda esa extensión nocturna. Una mano se deslizó por fuera y acarició una de las grandes orejas de la criatura peluda y fuerte, muy temida en muchos lugares del mundo. El sonido los sorprendió a ellos también y al momento la dama estaba vestida y corrió a lomos de la bestia hacia donde se encontraban las otras mujeres, el anciano, el oso de peluche, y el gato de estambre llamado Murasaki. Una vez reunidos solo les quedó esperar mientras la dama de los dulces se acercaba disimuladamente a la pata del lobo y la abrazaba
  -Lobito.-Dijo.-Tengo miedo.
  -Sé quien es.-Dijo la bestia con una sonrisa y un tono de lo mas cálido en su voz.

  Lo que fuera que se acercara estaba ya a unos pocos metros, creando un sonido ensordecedor. Al momento, debido a la velocidad, una nube de polvo por causa de las turbinas los dejó algo ciegos.
  -Perdón, queridas, pero cierta dama echa en falta a su oso de peluche y se ve quela idea de mandarlo involuntariamente de excursión no le hizo mucha gracia.-dirigió una sonrisa que pretendía ser encantadora mientras besaba las manos de todas aquellas excelsas mujeres.
Entonces la dama sobre el lobo miró a este, que miró a la dama de los dulces, que su vez miró al anciano, que a su vez rió y acarició de forma enfática al oso de peluche.
  -Oh perfecto.-Dijo, reuniéndose con el artículo tan preciado para quien reclamaba su devolución inmediata.-Desde luego no se que le ve con la cara de invocador de demonios que tiene.
  -¡DELGADITO BUENORROOOOOOOOOO!-Se escuchó un grito desde la tienda, que al momento se abrió. Un ser todo deseo y ansias de lujuria se trató de abalanzar sobre el recién llegado pero dos manos la retuvieron, fuertemente.
  -Gracias, encanto.-Dijo el enviado de la Musa.-Te debo una caja de botellas de ron.-Y dicho esto se fue.
  La mujer de grandes...ojos se dejó caer en el suelo pero al momento se volvió hacia la dama de los mares. Siempre la estaban saboteando.
  -Tú, vil mujer, eres tan miserable como la fría de ahí.-Dijo señalando a la pálida dama que se había bajado del gran lobo negro. Y antes de que nadie pudiera decir nada se metió en su tienda a llorar ante lo injusto de su vida.
  -¿Debería...?.-Preguntó el anciano.
  -Se le pasará.-Dijo la dama de los mares mientras la mujer de rostro melancólico pasaba a hacer un cuadro mas acorde a sus sentimientos.
  -Bueno hora de bañarse.-Dijo la dama de los dulces y se comenzó a quitar la ropa, quedando en un bonito traje de baño color morado. Fue corriendo hacia el agua pero antes de llegar escuchó un:
  -Lo podemos hacer mas divertido.-Dijo la gran bestia.
  La carrera de la bella y dulce dama de los dulces se detuvo y miró al lobo, que le devolvió una mirada muy obvia.
  -Señor lobo, no estará insinuando...-´dijo mientras pensaba que podría estar insinuando el lobo pero ella no tenía ni idea aunque se quería hacer la interesante.
  -Pues sí.-Estiró una pata, que en plano llegaba a la cintura de de la bella dama que se iba a bañar.-Sube.

  Entonces la inocente y tierna criatura comprendió de golpe y se subió a la pata del gran lobo, que la elevó dejando que el cuerpo de la pequeña señorita describiera una bella parábola en el aire, a unos cuantos metros de altura, y cayera al agua, haciendo un salto clavado perfecto. 


miércoles, 26 de octubre de 2016

La compañía de la niña.

Los fieles caballeros juraron rendir cuentas ante aquel que hiciera padecer algún sufrimiento a los inocentes. Todos ellos, con sus armaduras relucientes, dejaron tras de sí un rastro de fervorosa virtud ante lo que pudiera llamarse su Reina. Ella los despidió con languidez, en vista a una enfermedad recientemente contraída, que tenía preocupados a todos sus consejeros y al reino por igual. La princesa, una damita de apenas 10 años, miraba por su madre y por el bien de cada habitante tanto como cualquier consejero, ministro,  reina, soldado o caballero adulto. Ella era una belleza en ciernes, dotada del color del Otoño en sus cabellos y unos bonitos ojos verdes que recordaban a las praderas en primavera. Así pues, ella también despidió a los caballero que fueron a viajar a por el remedio de su Majestad que la pudiera curar.

Durante el viaje, pasaron por cientos de pueblos y decenas de grandes ciudades, de su propio reino y de otros reinos, en los que tuvieron que permanecer ocultos dada la enemistad y las envidias que por ahí bullían. Pero fue una casa en medio de una colina la protagonista de esta extraña historia.

Los caballeros pararon ante lo que parecía una especie de granja, más bien una casa con unos campos en la que sus dueños trabajaban la tierra lo justo y necesario para alimentarse lo mejor posible, sacar algo de dinero en el mercado y nada más. Uno de los caballeros, guapo, alto, aguerrido, dotado del don del liderazgo y las buenas maneras, todo un suspiro constante para las damas de todos los reinos por los que pasaba, de cabellos negros, mirada dulce y gentil y elegante caminar, se acercó a la puerta y llamó tres veces.

Les recibió un hombre bastante mayor que, al reconocer al caballero abrió del todo la puerta
-Oh caballero, por favor pase, somos unos humildes anfitriones para su graciosa presencia.-Dijo el anciano mientras limpiaba un poco la casa.-¡Mujer, hija, bajad que tenemos visita!
Ante el caballero y el resto de la compañía se caballeros se presentaron una anciana de bonitos ojos castaños que había contemplado mejores tiempos y una dama en la flor de la vida que tenía a su lado a una niña de unos ocho años. También, aunque no había sido mencionado, estaba presente un hombre que perfectamente podría ser el padre o tío de la niña. Todas las damas junto al anciano vestía con colores pardos, indicativos de una estación que se acercaba inexorablemente. El otro hombre vestía mucho más elegante, como si fuera explorador del mundo o un dandi.

-No deseamos importunar en sus quehaceres diarios.- dijo el caballero elegante mientras hacía una reverencia a las damas.-Solamente venimos a descansar ya que seguramente se acerca la tormenta y no deseamos mojarnos mucho. Espero no les moleste que abusemos un poco de su hospitalidad.
-En lo más absoluto, nada nos honraría tanto como la presencia de tan aguerridos héroes que forman parte, aun en vida, de muchas canciones épicas. Por favor, pasad.-Dijo el anciano con toda humildad.
-Ojalá nuestros caballos corrieran tan rápido como nuestra fama.-Dijo el caballero, líder de aquella compañía.

Eran un grupo pequeño para lo que otras compañías de caballeros comprendían normalmente, que poco a poco se instalaron en la casa, no muy grande, aunque la presencia de otros pisos ayudaban un poco. Un par de ellos se quedaron fuera. Aun el sol estaba en lo alto y la niña, nieta del anfitrión principal, miró a los dos caballeros que estaban fuera, mirando el cielo y dando una especie de casual paseo alrededor de la casa. Uno de ellos iba todo de negro, apenas con unas pocas piezas de armadura. El otro no era otro, sino otra y se cubría con una capa blanca con capucha del mismo color. Cuando el caballero de negro sintió la mirada de la niña se giró rápidamente y sonrió de forma siniestra. La niña se escondió.
Otro caballero vio el gesto de la niña y se echó a reír y su risa era como un trueno aunque cálida y afable.
-¡JA! no te asustes, niña, es todo un personajillo pero no tienes que temer de él.-Quien hablaba necesitó agacharse un poco para pasar por el dintel de la puerta cuando entraba en la casa. Era enorme, y un gran mandoble le cruzaba por la espalda. Su armadura era roja y parecía toda teñida de sangre. Un bigote muy poblado le decoraba la cara de gesto duros y mandíbula cuadrada.
-Me recuerda a los lobos que un día se comieron a Cindy.-Dijo la niña, que al recordar el fatídico destino de su oveja preferida estuvo a punto de echarse a llorar.
Pero antes de que una sola lágrima pudiera correr por su rostro, otra dama, esta de ojos grises y una armadura completa de tonos plateados, clavó su mirada en ella, como estudiándola. De pronto, de detrás de la cabeza de aquella mujer de rostro casi imperturbable, asomaron dos orejas. La niña observó aquel acto de aparente transformación hasta que luego terminó de asomar, una cola por un lateral, y unos ojos verdes cargados de arrogancia y curiosidad. Con un maullido, el gato saltó a los brazos de la niña esperando ser atendido debidamente acorde a su posición
-¡Oh! qué maravilla de gato, ¿Es suyo, mi lady?.-Dijo el padre de la niña, acercándose a su hija.
-Más bien yo soy suya. Un gato nunca es propiedad de un humano. Pero nos ha sido de ayuda en misiones diplomáticas varias.-Dijo la mujer de mirada gris, mientras sonreía escasamente al ver a la niña jugar con quien resultaba ser toda una experta en la diplomacia, que no esperaba unas referencias menores con respecto a su hoja de servicios.
-Disculpen la tardanza.-Dijo el hombre anciano cuando llegó con unos cuantos cuencos de caldo.-Y también disculpen la falta de medios. Es todo lo que hemos podido cocinar mi esposa y yo.
-No pasa nada buen hombre, ya es mucho más de lo que merecemos en vista al progreso de nuestra misión.
-¿Se puede saber a qué misión os referís, mi señor?.-Preguntó la mujer anciana, la esposa de aquel humilde labriego que les había brindado su casa y su comida a los caballeros y damas ahí presentes.
-Buscamos algo que cure las dolencias de Su Majestad.-Dijo el caballero del mandoble con voz grave, con un poco de temblor en dicha voz que retumbaría como el trueno si se diera un grito con ella.-Admitimos que nuestra desesperanza empieza a hacerse notar.
-En su momento dije que éramos caballeros y damas guerreras, no médicos, pero sin duda haremos todo lo posible por defender la paz del reino.-Dijo la dama que había prestado a su mejor diplomática a la niña, que ahora abrazaba al gato mientras este, toda una dama, se dejaba hacer a pesar de la baja ralea de quien ahora le demostraba todo su cariño.
Entonces fue la propia niña la que dio un salto y se puso en pie.
-¿La reina está enferma?.-El caballero guapo de cabello negro asintió.-Entonces esperen que se como curarla.-Y sin más abrió la puerta y salió corriendo, dejando a la gata debidamente en los brazos de su compañera original aunque un tanto indignada ante el repentino abandono.
-!Espera!.-Digo el abuelo a lo que ya era un espacio vacío pues la niña ya había atravesado la puerta y corría campo a través.
El líder del grupo sonrió sin poder evitarlo
-Tiene más empuje que un ariete.
-O que mi puño.-Dijo el hombre de la armadura roja.
-O que tu puño.-Entonces el caballero se asomó a la ventana y se encontró que las miradas de la dama de blanco y el caballero de negro de siniestra sonrisa.-Seguidla y cuando encuentre lo que busca escoltadla aquí.-Ordenó.
El caballero de negro sonrió y se puso a correr detrás de la niña con paso de gato y determinación de lobo.
La dama de blanco sencillamente se puso andar, sabedora de que nadie iba hacer daño a esa niña si su amado la protegía y ella, obviamente, también.
-Lamento la sobresaliente energía de mi nieta. Siempre ha sido así de ocurrente e imaginativa. No sé qué planta del bosque pueda curar a su majestad pero si mi nieta piensa que puede ser de utilidad, por algo será. Siempre le ha gustado leer y desde que cayó en sus manos una guía de plantas curativas, no para de salir al bosque a encontrarlas. Aunque recuerdo cuando quiso curar a una vaca dándole chocolate que habíamos comprado a un mercader.
Otro caballero, sentado a la lumbre, hasta el momento callado, sonrió levemente.
-No ocurre nada, mi buen hombre, ella estará bien protegida en su búsqueda.
-Son algo extraños, pero el hombre y la mujer que acompañan a su nieta no podrían ser mejor compañía para este tipo de misiones, y más en un bosque.
-¿Son buenos corredores de campo a través? la dama de blanco no parecía muy vestida para ello.
-Es todo lo que necesita para desempeñar su labor y otras tantas.-Dijo el caballero de cabellos negros y ojos más negros aun.

Entretanto la niña se había adentrado bastante en el bosque y parecía sumida en su búsqueda, ignorando la presencia del hombre de sonrisa animal y la dama de de vestiduras de color puro, con una capucha bien calada y que ocultaba su rostro, mas lo poco que se veía era una piel blanca como la porcelana mejor creada y unos labios que invitaban a ser besados. El hombre de negro miró a la dama y esta, notando su mirada, pero sin apartar los ojos de la niña, sonrió con la dulzura de la miel que alimenta al oso goloso y sus blancos dientes parecieron iluminarlo todo un poco más.
-¡La encontré!-Dijo la niña y se giró hacia los dos escoltas que tenía detrás de ella en todo momento.-Esto curará a la reina. Tienen que esperar a la luna llena y mezclarlo con agua tibia y un poco de avellana. No me gusta la avellana pero es para que la reina se cure, así que lo siento por ella pero es obligatorio que se lo tome con avellana.-Dijo con toda resolución.
No podía irradiar tanto encanto. Pareciera irreal.
Entonces la mujer, en silencio, se acercó y de entre los pliegues de sus vestiduras sacó un frasco y, una vez hubo llenado el frasco con la planta, echó la capucha hacia atrás, revelando su rostro. La niña no cabía en sí de asombro. Era la dama mas bella que había visto jamás. Parecía que su piel relucía, que despedía luz propia, como la luna en la medianoche. Sus ojos eran como el cielo vivo en un día de primavera. Sus facciones sencillamente eran perfectas, sin un solo defecto, exceso o impureza; la envidia de cientos de mujeres de la alta corte de cualquier reino. Sonrió y el bosque pareció inundarse de luz, haciendo que los animales se acercaran a comprobar que era aquello tan puro y mágico.
-Muchas gracias.-Dijo con un voz que acariciaba el alma.-Esperamos de corazón que nuestra Reina se cure con esta valiosa aportación.-Y dio una suave caricia al rostro de esa niña.- Sin duda serás tan bella como un bosque de otoño y alegre como la vida brotando en la primavera.-Y echándose al capucha, la dama tendió una mano a la niña.-¿Regresamos?
Todo esto era contemplado por el hombre de negro, que reflejaba en su mirada visos de locura, de contenida y fiera bravura, tensión animal y un amor infinito hacia esa mujer.
La niña tomó la mano de la dama. Sentía que sus manos estaban sucias y que era como un pecado tocar con las manos sucias esa piel tan perfecta, que haría llorar a mas de una recatada niña noble. La niña se dio cuenta de otra cosa; la dama no parecía caminar. Su elegancia era tal que parecía flotar por encima de los obstáculos naturales y típicos de un bosque. Cuando saltó un tronco lo hizo con la gracia de una gacela. Entonces la niña reparó que al otro lado de la dama estaba el caballero de negro moviéndose con la misma gracia pero en permanente alerta.
-Tengo hambre, mi amor.-Dijo entonces el hombre. Su voz era decidida, fría, con cierto tono de demanda pero también podría ser una buena voz para el canto. Y mucho mas bajo, sin que la niña lo escuchara susurró.-Hambre de ti.
La dama sonrió de forma que solo él pudiera ver. La niña seguía maravillada ante la belleza de esa mujer y la pureza y bondadosa inocencia de su rostro.
Cuando llegaron a casa, la niña contó al abuelo sobre la mujer y el hombre que la habían acompañado. Estos de nuevo se habían quedado fuera.
-Has sido afortunada, niña.-Dijo el caballero junto a la chimenea. Parecía el mas mayor del grupo, con la experiencia reflejada en unos ojos cansados pero aun determinados a todo por el Reino- Es muy tímida y solo muestra su rostro a la gente de corazón puro.
-¿Por que no entran en casa?.-dijo, mirándolos de nuevo pasear, al hombre de negro y la dama de blanco, por el campo. Ella estaba quieta, observando de vez en cuando al caballero de negro, que se movía a su vez mas inquieto, como si esperara algo.
Se escuchó entonces el preámbulo de la tormenta. La niña estaba mirando a los dos extraños personajes cuando escuchó eso tan aterrador y que le daba tanto miedo y echándose hacia atrás se escuchó como chocaba contra algo duro que no debía de estar ahí. Era el caballero de la chimenea, que puso un mano muy cálida y fuerte sobre el hombro de la niña.
-Tranquila niña, no pasará nada.
-Me dan miedo los rayos y los truenos.-Dijo la niña.
-Solo es electricidad.-Dijo la mujer de ojos grises.
La niña miró a la mujer, escuchando esa palabra tan extraña que también pareció desconcertar a los habitantes de la casa, menos al padre, un hombre amable de mundo y ciencia.
-Eletcri...eclec...elec...-La niña trató de repetirlo.-Me da miedo.-Resolvió de forma muy correcta la pequeña criatura.
-¿Es usted una dama de ciencia?.-Preguntó entonces el padre de la niña. Hasta el momento había estado poniéndose al corriente de las novedades en los territorios circundantes junto al líder de la compañía y preguntando al caballero mas mayor por sus aventuras del pasado. Resultó que, aunque en años diferentes, habían servido en el mismo regimiento cuando a los hombres y mujeres más jóvenes se les obligaba alistarse en el ejército por un año entero.
-Algo parecido.-Dijo la mujer de ojos grises con una pequeña y discreta sonrisa
La gata blanca saltó al regazo de la niña cuando se sentó en la chimenea.
-Ahora ya no me da tanto miedo.-Dijo la niña, maravillándose con la suavidad del pelaje de la dama mas peluda de la casa. Esta ronroneaba muy coquetamente mientras se dejaba mimar.
El caballero de negro miraba las nubes y atinó a ver el sol ocultándose antes de ser de nuevo tapado por grandes nubarrones grises.
-Compañía, a dormir.-Dijo con voz tajante el caballero líder.
Todos buscaron un rincón donde reposar entre los diversos pisos dela casa. El anciano, junto a su mujer y su hija, se deshizo en disculpas por no poder ofrecer mantas a todos o una buena cama.
-No pasa nada, buen hombre, traemos pertrechos varios.-Dijo el caballero del mandoble cubriéndose con su propia capa, haciendo lo mismo la dama de ojos grises y el caballero mas mayor, que estaba junto a la chimenea.
La niña se abrazó a su oso de peluche mientras aquel al que en su interior bautizó como el "Caballero Lobo" y la "Dama Luna" habían desaparecido, sin mas, en medio de la tormenta. Lo poco que pudo observar cuando caía la lluvia sobre ellos, es que el parecía mucho mas animal y ella mucho mas vaporosa, como si la forma física, su corporeidad, no existiera, pues juró haber visto que la lluvia la atravesaba limpiamente sin mojarla.

Llegó el día de la marcha.

Los buenos caballeros y damas se despidieron de la familia que les había acogido con tan buen corazón, generosidad y entrega. Antes de marchar la "dama Luna" se acercó a la niña y desde debajo de su capucha le pidió algo curioso: un cabello. La niña estaba dispuesta a darle un mechón entero pero la dama la contuvo con una cristalina risa que hizo florecer todo el campo en un área de varios metros a pesar del Otoño recién llegado. Por otro lado el "Caballero Lobo" le entregó lo que parecía una sencilla piedra, muy negra, como el carbón, pero muy suave al tacto.
-Cuando necesites algo, cuando tengas un problema muy grande, tienes que tirar la piedra al suelo con todas tus fuerzas.-Dijo con una voz profunda y teñida de cierta ansiedad. En ese momento la niña se dio cuenta de que los ojos de aquel hombre eran como los de un lobo de verdad. La niña se guardó la piedra-Un placer, señorita.

Se despidieron y poco a poco se fueron perdiendo por el camino que llevaba a las montañas.

Pasaron así las semanas y los meses. Se recogió una pequeña cosecha bastante precaria, no habría mercado ese año y lo más probable es que pasaran hambre. Pero podría sobrevivir con lo que el bosque les diera en primavera. La niña creció durante dos  años, uno malo y otro bueno, en el que la cosecha fue mucho mas abundante. Entre su madre, su padre y ella se encargaban de todo. A veces algún que otro vecino o un caballero andante les ayudaba a cambio de nada o un poco de sopa caliente y muchas veces incluso de menos. Era maravillosa la generosidad de aquellas gentes que pasaban por el camino. Hasta que un día pasó algo, cuanto menos, interesante de mencionar.

Unos bandidos se habían hecho una buena fama a base de robar y extorsionar en los caminos a todos los que pasaran entre aldeas o se dirigieran a la gran ciudad. Hasta tal punto llegó su fama que un par de compañías de caballeros había tratado de combatirlos sin mucho resultado. Hubo muertos por ambas partes pero sin un resultado claro.

Un día la niña cantaba mientras tejía una corona de flores cuando escuchó algo en la distancia y vio a una figura solitaria saliendo de entre los árboles. Era un hombre calvo, lleno de cicatrices, que estaba rodeado de otros tantos hombres de aspectos variados y diversas complexiones, mirándola con impuras intenciones. La niña no dudó y corrió, pues sabía que se trataba de los bandidos, mas cuando estaba a punto de llegar a la casa la atraparon. El grito de la niña alertó a su abuelo, la abuela y la madre de la niña, junto a su padre, que por fortuna o desgracia no había recibido ninguna petición para aplicar sus conocimientos en algún lugar lejano.
-No le hagan nada a mi hija, señores,  por favor. Es todo lo que nos queda en el mundo.-dijo la madre, que apenas podía contener las lágrimas ante la idea de que le hicieran todo tipo de  crueldades.
Los hombres malvados rodearon la casa mientras soltaban a la niña, que corrió para abrazarse a su padre. Este la protegió en un paternal abrazo.
-¡Registradlo todo! a ver que podemos sacar de estos pobretones.-Dijo esta última palabra con claro desprecio,- Espero salir contento porque de lo contrario tendremos que venderos como esclavos.
El abuelo de la niña trato de impedir que entraran, pero fue apartado sin muchas dificultades, ante la mirada impotente y cada vez más escasa de vista de la abuela, que corrió a socorrer a su marido.

Entonces la niña recordó algo y de pronto subió a la habitación que tenía en la parte más alta de la casa. Su caja de tesoros debía de estar escondida siempre, pero necesitaba algo de ahí. Tomó una piedra, negra como el carbón y salió de nuevo afuera.
-Contemplad la ira de los caballeros de la Reina.-Y la niña tiró la piedra con todas sus fuerzas al suelo.
No pasó nada.
-!JA! se piensa que es bruja o algo así. Que puede invocar caballeros de la Reina como si fuera ella la duquesa de la tierra maravillosa.-Comenzó a reír pero la risa se le congeló en la cara cuando de pronto escucharon un estruendo en la lejanía- ¿Que diablos...?
De pronto se escucharon gritos al otro lado de la casa, donde se encontraba parte de la banda de criminales, que ya habían rodeado la granja y se disponían a entrar en el granero o almacén de atrás a robar parte de la cosecha de ese año.
En aquel lado, desde los bosques, una figura solitaria provista de lo que parecía armadura roja y un gran mandoble en una mano, de unas dimensiones monstruosas, corría gritando atronadoramente hacia la casa y, por ende, hacia los criminales. Llevaba una carrera tan contundente, que el suelo temblaba y de un salto se puso frente a varios de los bandidos que cayeron al suelo con el movimiento de tierra que produjo la caída. En su rostro se veía fiera determinación así como un poblado bigote, el cual le daba aire señorial a su cara. Cargó el caballero, cortando todo lo que se encontraba mientras por el este, dos hombres más, con armadura negra y otro con armadura algo avejentada pero sin duda resistente, bajaban las lanzas para llevarse por delante a una docena o mas de bandidos. Tal era el ímpetu de sus cabalgaduras y la estampa que presentaban que pareciera una carga de cien caballeros en vez de dos.
Durante el temblor, una dama de ojos grises cuidó de que ninguno de la familia se cayera. La niña reconoció enseguida a la mujer y a la dama de pelaje blanco, que se encontraba en su hombro y se lamía una pata despreocupadamente. Tras terminar con sus labores higiénicas, saltó al regazo de la niña y siguió a lo suyo, con la otra pata, indiferente del mundo, a gusto, como una reina blanca y bella, en su palanquín humano.
-Vayan dentro, nosotros nos encargamos.-Dijo la mujer de ojos grises mientras desenvainaba una espada de plata pura, de hoja muy fina y guardamanos con muchas florituras, y salía al encuentro de los bandidos. Cuando dio con ellos sus movimientos eran de excelsa precisión, parando estocadas mientras susurraba.
-Es poco decoroso enfrentarse a una niña pequeña y un humilde granjero de forma tan cobarde, caballeros.-Su frialdad helaba la sangre con la misma rapidez con que se movía entre los enemigos y los iba desarmando o hiriendo.
El líder de los bandidos se encontraba confuso, tratando de aguantar todos los ataques que le venían de frente, de detrás, de los lados. La batalla se había reducido a un frente único en el que cuatro caballeros de la Reina se enfrentaban a más de cincuenta bandidos ellos solos. Con todo, los asaltantes parecían poder mantener a duras penas el frente.
Se escuchó entonces un aullido. La niña vio por la ventaba como entre los árboles asomaba la figura de una bestia enorme, toda cubierta de metal, como una especie de siniestra armadura. Sobre ella ,montada como una emperatriz sobre su divina cabalgadura regalo de algún dios guerrero, hecha para ella y nadie mas, una dama toda de blanco, armaba con lo que parecía un arco de cristal, se inclinó sobre la oreja de su bestia y le susurró:
-¿Bailamos, mi amor?.-dijo mientras  sacaba una flecha fabricada en una extraña madera blanca y una punta también similar al cristal.
Claramente la bestia dijo:
-Bailemos, luna de mis noches.
Y con un aullido seguido de un potente rugido, el enorme lobo se lanzó directamente contra la escolta del líder de bandidos mientras la mujer, con agilidad y elegancia sin par, aterrizaba en medio de los malhechores, descargando flechazo tras flechazo.
Así pues entre tajos plateados, flechas de cristal, dentelladas, golpes de mandoble, lanzas, cargas de caballero y limpieza de blanco pelaje en los brazos de una niña encantadora, los bandidos, con todas sus fuerzas mermadas, se retiraron a los bosques, donde fueron detenidos por una patrulla de caballeros a sueldo, los cuales no dudaron en llevarlos ante un juez justo.
-No... no se como agradecerles esto.-Dijo el anciano, junto a su yerno.
-Hemos sido llamados para ayudar y nuestro deber el proteger a la gente que tenga problemas, y con razón si son buenas gentes como ustedes.-Dijo el líder de aquella compañía de caballeros, el hombre guapo de cabello negro y ojos mas negros aun.- Ahora, si no les importa haremos recuento de daños.
-Perdón por dejar todo esto destrozado.-Dijo el caballero de armadura roja. Su casco tenía astas de muflón- Les pagaremos los desperfectos.
-No no, por favor.-Dijo el padre de la niña. Esta se encontraba mimando a la gata blanca mientras se acercaba al lobo, probablemente el único herido de aquella compañía de valientes.
Estaba tendido en el suelo. Un par de hombres del líder bandido le habían logrado meter una saeta entre dos de las placas metálicas.
-Mi amor...-Susurró la dama. Su voz estaba teñido de un infinito amor.-Ya sabes lo que va a suceder ahora.-Poco a poco fue llevando la mano hacia la saeta clavada en el costado de la bestia, mientras recitaba una especie de cancioncilla en un extraño idioma.
El lobo gruñó mientras miraba a la niña con un brillo especial en la mirada. La gata blanca saltó de los brazos de la niña al hocico del gran lobo, donde podrían sentarse fácilmente dos o tres hombres. En el momento en que la mujer, con todo el hondo dolor de su corazón, arrancó la flecha, la bestia se tensó clavando las grandes zarpas en la tierra, emitió un gruñido de dolor que luego fue sustituido por un remedo de suspiro de alivio.
La gata blanca ni se inmutó y se quedó dormida sobre el hocico del lobo.
La dama Luna se acercó entonces a la niña tras atender y prometerle muchos besos y abrazos a su amado. Portaba una gran noticia.
-Gracias a esas hierbas que nos diste hace tanto tiempo, Nuestra Reina se curó. No podríamos agradecerte en mil vidas la bella acción que realizaste. Todo un reino está en deuda contigo. Gracias a mis artes ahora, junto a la estatua de su Majestad en la plaza central de la capital, se ha construido una estatua a imagen y semejanza de tu bondadosa y bella persona. Aunque nos falta ponerle un nombre.
-No quiero que mi nombre esté en ninguna estatua, señora.-Dijo la niña.-Pero sí que quiero que dicha estatua inspire a todos los demás hombres y mujeres para que sean bondadosos y pongan todo lo que está de su parte para que sus seres queridos sean felices.
La mujer que parecía tocada por la bendición de la Luna miró a la niña y no pudo evitar sonreír de nuevo.
-Parece que ya sabemos que poner en la placa.-Dijo el caballero de ojos negros.

martes, 4 de octubre de 2016

Baikal

El caballero llegó a su destino. Tras el largo camino, los árboles del bosque se fueron apartando, dejando atrás la vida y el verdor para dar paso a la muerte y la historia. A los pies de aquel hombre se extendía un lago rojo, adornado con los recuerdos de los caídos en desgracia, en guerras y en diversas matanzas. Cualquier otra persona, cualquier ser con un poco de razón habría escapado, habría sentido asco, se abría apartado de aquel lugar en cuanto oliera el férreo gusto de la sangre. Pero él no, él no se apartó y dejó detrás de si a su montura, la cual salió despavorida por el miedo y el aroma del peligro. Una sonrisa colmó sus labios y miró a su alrededor, buscando el lugar idóneo en el que zambullirse.

Bordeando el lado, rodeado de abedules muertos o moribundos el terreno se elevaba poco a poco, entre coágulos desangre y flores tan bellas como el trifolio, la campánula o flores de manzanilla, extrañamente vivas a pesar de las condiciones del terreno. Con toda parsimonia, como si el tiempo no importara, el hombre fue elevando sus pasos hasta donde se encontraba esa zona mas alta del terreno, donde la orografia ofrecía una mejor vista del pavoroso espectáculo que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Todo lo que se veía era rojo y mas rojo, como si el agua ofreciera un eterno atardecer por un sol ficticio. Con todo, el viento soplaba pero la superficie no se inmutaba lo mas mínimo, como una siniestra pesadez atemporal que se hiciera cargo de la quietud del lago. Y una vez en lo alto, el caballero de negra sombra se tiró a sus profundidades escarlatas.

Al principio no pasó nada, todo era rojo y según se sumergía venía la oscuridad. Luego una luz y un paisaje nevado. Hombres ataviados con pieles de gesto adusto, con hachas y palos afilados avanzaban por el bosque hasta donde se encontraba una aldea, la cual no tardaron en aniquilar. Otro fogonazo y vislumbró cascos de caballos que corrían por verdes praderas. Una escena le sucedió a esta, de dos figuras ataviadas con túnicas y unas Escrituras en sus manos, con una multitud arrodillada y rezando. Cuando la multitud se levanta, en sus ojos brilla una luz: la luz del fanatismo. En su visión, las escrituras con las que predicaban la religión pasaban mas tarde a convertirse en símbolos propios de aquella tierra, mucho mas complejos.

Los hombres que predicaban dieron paso a otros hombres de piel algo mas morena, ojos oscuros y algún que otro turbante. Su lengua era rápida así como sus dedos a la hora de disparar una interminable ristra de saetas contra el pueblo autóctono, liderado por un hombre poderoso que los expulsaría de ahí y llegaría a ciudades bordeadas por el mar para luego fundar lo que todos nombrarían como a uno de sus cuatro fundadores legendarios, Kiy.

A esta ciudad le llegó un ocaso, y entonces, desde el norte, un pueblo adusto, de costumbres marítimas intachables y comerciantes avezados, llegó hasta los dominios del sur y proclamó como suyo todo aquel territorio. la fuerza de aquel pueblo, el poder, toda su cultura, se extendió mas allá de lo pensado. Por doquier sucedían batallas que estaba dejando el reguero de sangre consabido, formando un riachuelo del que bebían los cuervos y aquellos que deseaban fortalecerse con la sangre de sus rivales. Su lengua era única, junto a una identidad que trascendería mas allá de los siglos hasta los días de aquel caballero que observaba, entre regueros de tinta roja, como se escribía la historia frente a sus ojos. Entonces llegaron las traiciones, las familias rotas y un príncipe, Vladimir, fue testigo de la última de sus generaciones gobernantes.

Una oleada de caballeros de piel amarillenta llegó desde tierras verdes para conquistar todo aquel basto territorio, saliendo incluso de la vista de aquel hombre hasta territorios magiares. Dos veces, los que habitaban aquellas tierras fueron masacrados, arrasados sus hogares y mas tarde volvieron a por mas aquellos jinetes amarillos vestidos con pieles y vistosos colores. Entre ellos se alzaba la figura de un rey, de un emperador montado a caballo que miraba aquellas como si fueran suyas, y es que así eran. las riquezas llovían mientras desde el oeste, pueblos rudos y de hablar tosco y otros pueblos de grandes mentes futuras trataban de recuperar lo que la horda dorada les había arrebatado con flechas y caballos furibundos.

Llegó entonces al que conocieron como "El Grande", de talante tímido pero astuto entre las sombras de la diplomacia, y aun así la sangre corrió contra los enemigos del norte, que mas tarde serían sus hermanos de sangre a raíz de cruentas batallas que volvieron a teñir la nieve de aquel paraíso blanco del rojo de los muertos y moribundos. Los invasores del este, tras una larga contienda interna, cedieron antes este Grande, que dejó tras de sí un reinado próspero, dándole mas tierras, Su hijo enfrentó aquello que su padre había criado, llegando además mas problemas desde el Sur pero una carta, un sencillo papel escrito, dejó claro el destino de aquel reino para siempre.

Así sería unos años después, tras una tormenta en la que las espadas y los fusiles se enarbolaron en nombre de familias ricas que ansiaban el poder, pasando todo ello por las manos de un hombre terrible que se grabó el estigma del asesinato para siempre, quedando así en la historia con el apodo de"El terrible". La sangre corrió de nuevo por la nieve. Los hombres poderosos comenzaron a traficar con la mercancía mas valiosa de ese momento. El caballero vio grandes filas de hombres, mujeres y niños desfilando por un paraje helado, como el de aquel lago de sangre, siendo vendidos como esclavos. Que tan extraño era el ser humano, que vendía a sus propios congéneres por unas pocas monedas, nunca por nada tan valioso como el alma humana.

Llegó otro Grande, un hombre determinado a darle a su pueblo lo que consideraba suyo desde hace siglos, pero con terribles consecuencias para los que estaban en lo mas bajo del poder. Los hombres marcharon hacia el sur y los enemigos hacia el norte, siendo imposible evitar la confrontación. Los heraldos de la muerte fueron los sonidos delos mosquetes, que gritaban brevemente para dar su mensaje de bienvenida al enemigo, ataviado con ropas vistosas, mostrando una fiereza hasta el momento nunca vista. Los dos imperios se enfrentaron el uno con el otro como lobos por un hueso en medio del invierno. Prevalecieron la Patria y Dios.

Entonces el caballero vio llegar a una mujer, en un carruaje, desde el Oeste. Era una mujer de maneras suaves pero en sus ojos brillaba una ambición desmedida. Al poco de posar los pies sobre esa tierra, las conspiraciones llegaron a buen puerto mientras un pueblo tan recio como aquel le gritaba al mundo "¡Miradnos, somos grandes, poderosos y venimos a por mas!".Mas desde los campos, el verdadero pueblo clamaba por una libertad que nunca habían sentido como suya. Todos ellos se fueron a filas, a combatir contra el enemigo del Oeste, un poderoso hombre de baja estatura que comandaba un millón de hombres y montaba sobre la ambición y el genio militar. Sus manos llegaron hasta la capital de aquel imperio pero no avanzaron mas allá pues el general Invierno se hizo con los hombres que, desesperados, buscaban el calor hasta en las heladas piedras del camino.

Mas aunque la victoria contra el enemigo extranjero causó una cierta unión, los extractos mas bajos se vieron con el tiempo a vivir en chozas, hacinados los unos con los otros, matándose a veces entre ellos mientras reyes y generales comían y bebían en platos y copas de oro. Parecía norma de aquella tierra, y de otras tantas, que cuando un reino se libraba,cuando un imperio lograba eludir la caída de sus señores y mandatarios, el pueblo de nuevo sangraba. Y el pueblo no lo permitió, y abandonó las tierras, dejando de lado los grandes campos para fundirse entre las grisáceas urbes, de las que nacieron gigantes que escupían humo y veneno al cielo. La desgracia quiso que los engaños, las bombas y todos los actos inhumanos terminasen en un pueblo harto de la ignorante clase superior y uno pocos plantaran cara violentamente al imperio.

Un hombre sobre un estrado, hablando de nuevas ideas, el pueblo le escucha y entonces se levantan todos los hombres, mujeres y niños en nombre de aquello que llamaron "Socialismo y comunismo". Los emperadores tiemblan, arden las iglesias, se queman a los santos, se matan a los ricos hombres que los oprimían con impuestos sangrantes. Las clases se alzan, se clama por un poder auténtico para el pueblo. El mundo está a punto de cambiar para siempre y será desde las multitudes, desde los ideales que hombres sabios y poderosos a través del don de la dialéctica lograron inculcar en miles de obreros, granjeros, mineros, seres humanos. Un poder enorme, fruto del potencial liberado de cada hombres, mujer y niño se prepara entonces para convertir aquella nación, antes tierra de nadie, y ahora dominio de los pueblos unidos, de las etnias mas variopintas por el objetivo común del crecimiento y el progreso. 

Entonces el caballero vio un páramo devastado por las bombas. Hombres, con fusil en ristre, avanzaban a través delos compañeros caídos mientras otros cargaban sus bayonetas, dispuestos a cargar contra el enemigo que en otro momento les volvería a visitar en invierno. Ante el se alzaba la figura de un hombre ataviado con un uniforme marrón totalmente desgastado por el tiempo, la enfermedad y el miedo a morir, pero en sus ojos había determinación. 

Ese mismo soldado hablaba a todos los camaradas mientras bombas grises y negras caían sobre casas, dejando claro que la Madre Patria sería defendida hasta el último paso. "No retroceder ni para tomar impulso", escuchó el caballero que decía, mientras a su alrededor escuchaba el sonido de los disparos, de la nieve cayéndose, amontonándose sobre los cadáveres de soldados, jóvenes y mayores. Grandes carros blindados pasaban por encima de todo lo que se pudiera entre sus camino y la magnífica ciudad representativa de aquel soldado solitario que entonces fue líder, hermano camarada de todos los rusos en la Unión Soviética. 

Todo se convirtió en un torbellino. 

Secretos, traiciones, genocidios, campos de concentración, espionaje, progreso.maquinaria. columnas de tanques, risas, fiesta, vodka, gloria, separatismo, guerra, energías desconocidas, hongos de fuego que se alzaban al cielo, desconfianzas, un caballero en un tablero de ajedrez que se movía, unas manos estrechándose, un gran cuadrado donde bellas mujeres asombraban al mundo con la escuela de una mujer lejana en el espacio y el tiempo que dejó su marca en la historia.Elcaballero vio saltos, aviones, cintas, pelotas, mazas, cuerdas, aros. Sonrió ante todo esto y ante un vertiginoso revuelo de imágenes entonces el lago decidió que no era suficientemente digno de ver el final deaquella historia 

El caballero salió volando y fue a aterrizar al lado de una dama que ahí lo contemplab, con rostro blanco, ojos azules, piel de porcelana y elegancia felina a la par que fuerte y sólida. Se quedaron mirando el uno al otro y sonriendo el caballero, dijo: 

-Pero que bella eres, querida Rusia.