domingo, 30 de octubre de 2016

Acampada mágica.

Aquella mañana resplandecían las aguas cristalinas del río. Su curso conducía hacia un lago tan manso como un corderito. En su orilla se encontraban unos cuantos ciervos bebiendo. Aquel lugar despejado estaba bañado por un sol alegre y ni muy cálido ni muy frío. Los grandes árboles que rodeaban el lugar estaban llenos de pájaros que tenían ahí su refugio y fuente de agua en la que beber cuando no había rocío o gotas de lluvia en las hojas. En el lugar opuesto a donde se encontraban los ciervos surgió una gran figura. Al momento de cambiar el viento, los ciervos lo olieron y salieron corriendo. Aun existiendo una gran distancia entre el último ciervo y la gran fiera, dicha distancia no tardo en reducirse poco a poco. Al momento una gran zarpa se clavaba contra la fuerte carne del ciervo mas débil, del mas lento, y unos dientes enormes casi le arrancaban la cabeza de un mordisco.

Paralelamente a aquellos acontecimientos, un grupo de mujeres aparecía en aquel claro con el lago en su centro.  Todas ellas eran una preciosidad, eso era imposible negarlo. Y todas ellas eran únicas. Un ángel de luz traía un libro bajo un brazo y una cesta de comida en la otra mano. Su sonrisa era luminosa, igual que los pendientes en las orejas puntiagudas de una de las dos elfas de comitiva. Seguía una dama portando otra cesta mas, que de vez en cuando movía los labios como si hablara para sí misma. También había otra dama de orejas puntiagudas, la que no llevaba pendientes en sus bellos pabellones auditivos, caminó ignorando a los demás, dando ágiles pasos hacia donde la bestia había atrapado a su presa.  Le llevó unos cuantos minutos pero cuando llegó extendió una mano para acariciar su pelaje. Al notar el contacto como por instinto, la bestia se giró y cuando vio de quien se trataba le dio una sangriento lametón en la cara. Cualquier otra persona se habría asqueado ante aquello, pero la elfa se tomó con toda naturalidad el gesto a pesar de que tenía sangre en la cara y parte del cabello. El ciervo estaba ya casi en la huesos:

  -Celebro ver que no escasea la caza por estos lares.-Dijo la dama mientras el gran lobo negro comía lo poco que quedaba de las patas traseras.-Y en estos momentos ninguno de los dos estamos presentables para no asustar a cierta señorita muy sensible con sus pensamientos y su equilibrio emocional.
  -Ciertamente.-Dijo el lobo con voz profunda. Normalmente su hablar era mucho mas suave pero cuando cedía por unos cuantos minutos a la emoción de la caza, la lucha interior era a veces algo dura.- Limpíemonos.
  -Vaya usted, caballero.-Dijo la dama mientras avanzaba entre los árboles.-Yo  vendré mas tarde para la cena.-Dijo mientras se giraba y lo miraba con un brillo especial en la mirada.-Y espero que no se coma mi parte de este vez.
  -Como guste, bella dama-Dijo la bestia. Presentaba un aspecto realmente fiero con toda la sangre en el morro y las zarpas.

Lejos de ahí, un improvisado campamento de varias tiendas de campaña estaba en pie mientras las damas y el anciano se disponían a disfrutar de un día de acampada. La dama de los libros estaba leyendo parte de un cuento al anciano, que escuchaba atentamente mientras una mujer de rostro melancólico y mirada ausente, levantaba un caballete para pintar. El panorama era demasiado alegre pero sin duda ella sabría darle el toque característico de su estado emocional, no exento de elegancia. Subrepticiamente una de las dos elfas, la que no había desaparecido, acomodaba una caja de bebidas muy propias de los marineros dentro de la que sería su tienda.
  -Mmmmmmm falta alguien.- Dijo con toda certeza una bella dama de ojos azules, piel como la leche y cabello moreno, con un aura de extraño encanto a su alrededor. se comía un dulce para recordar quien faltaba.
  -¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!.-Gritó entonces una de las ausentes, saliendo de entre los árboles y sacudiéndose violentamente. Era una excelsa criatura con cuerpo de mujer, alas de murciélago y cabello plateado. Poseía probablemente el cuerpo mas exuberante que cualquier criatura viva pudiera poseer.
Todas la miraron mientras esta bella dama de las tinieblas y adicta a los placeres de la carne trataba de quitarse algo que por lo visto se había instalado en su cabello.
  -Tranquila, niña, que te lo sacaré del precioso cabello que tienes.-Dijo el anciano, poniéndose en pie.
  -¡QUÍTAMELO!.-Rogó, casi suplicó la mujer de bellas formas, a punto del ataque de nervios y el desmayo.
  El anciano buscó en el cabello de ella. Era suave, de aroma extraño, que despertaba alguna que otra idea de voluptuoso deseo al más pintado. El anciano entonces encontró el problema, lo que provocaba tal desasosiego a la bella señorita, a esa "niña" como el anciano decía y le mostró el origen de sus errores.
  -Una rama.-Dijo el anciano con una sonrisa. paseando los dedos por el palo.-De...-El anciano se quedó meditando y olisqueando la rama concluyo.-Pino.
  -Muy hábil, caballero.-Dijo la elfa.
  -¡OH GRACIAS!.-Dijo la súcubo entre lágrimas.-Si algún hombre me pudiera dar consuelo en estos momentos me haría feliz.
  -Creo que con esos gritos ya no veré ningún animal del bosque. Los ha debido de asustar a todos.- Dijo la dama de aura encantadora mientras se llevaba un dulce para los gritos ajenos a la boca.
  -¡¿QUE INSINUAS!? tengo una voz maravillosa.-Dijo la mujer de buenas formas, con un sentimiento de ira creciendo en su interior.
-Nada nada.- Dijo la dulce locuela, tomándose otro dulce para el dolor de cabeza.

  Lejos de ahí el lobo se estaba limpiando el pelaje. Se concentró en beber mientras sus grandes ojos miraba al otro lado del lago. sus sentidos le permitían escuchar y ver todo, y agradecer no estar bajo otra forma mientras la dama alada soltaba una maravillosa diatriba sobre lo injusta que era la vida con ella. Cerró los ojos un momento concentrándose en el sabor del agua cuando de pronto su lengua lamió algo sólido y frío. Abrió los ojos y se encontró una mano frente a su hocico. Una pálida, firme, suave, elegante y fría mano que estaba unida a un brazo fino pero fuerte y a un hombro que había recorrido con sus labios unas cuantas veces antes de llegar a su cuello. Unos ojos rojizos estaban concentrados en los suyos, también rojos. La mano entonces se movió por la gran trufa y recorrió con los dedos el pelaje del morro, ascendió por la frente y el resto del cuerpo de la dama, a medida que avanzaba su mano, fue descubriendo su desnudez. El lobo, dando gracias a todo lo bueno y malo que sus facciones no pudieran mostrar emoción alguna, observaron aquel cuerpo desnudo.

  Al otro lado del lago, la mujer murciélago, más tranquila, acondicionaba su tienda de campaña con fotos de hombres de gran atractivo. Paralelamente la mujer de melancólico proceder seguía pintando aquel maravilloso paisaje mientras la bella dama de los libros, aquel ángel que caminaba entre altas estanterías cuando trabajaba, leía cuentos tanto al anciano como a la niña de los dulces, que a su vez mantenía a su lado a su amigo mas reciente, un gato de estambre. También había hecho acto de presencia una fiel amiga de todos, pero en especial de la dama de los mares. Una gran pantera, con mirada antipática y desconfiada se acercó a la que era para ella una de las pocas personas de confianza y se tumbó cual guardiana de aquel lugar, con toda elegancia y autoridad.
  -Entonces las fauces de la gran bestia se abrieron y tragó entero al aventurero, que terminó dentro de un estómago grande, con capacidad para mil vacas.- decía la dama rubia de ojos azules.-Atrapado como estaba, el caballero rojo entonces pensó que nada le serviría y que el ladrón de su espada le había condenado. Trató de hacer fuego con todos los objetos que la bestia se había tragado...
La dama de los dulces estaba totalmente metida dentro del cuento y en sus ojos se veía emoción y miedo. Llevó la mano al cesto, para tomar el dulce de los cuentos y entonces no tocó el plástico o el papel que envolvía los dulces, sino algo blando. Con toda curiosidad se giró y vio a un viejo conocido.
  -¡LINDOSITO!.- Tomó al oso de peluche que tantos buenos momentos hacía pasar a su legítima dueña
  -¡Silencio! algunas estamos pensando en chicos guapos.-Se escuchó desde la tienda de la mujer alada.-para que digan que la histérica soy yo.
  La dama de los libros dejó de leer y miró a la criatura alocada con el oso de peluche en sus brazos.
  -Creo que no he tenido el placer.-Dijo el anciano con una sonrisa amable.
  -Este es Lindosito.-Dijo la dulce niña, poniéndole el oso en el regazo anciano que estaba sentado sobre una silla plegable
 -Oh vaya.-Rió suavemente, acariciando al peluche.-encantado de conocerte ¿Y como apareció tan de repente?
  -Pues iba a tomar un dulce para cuentos y me lo encontré en la cesta. Pero no entiendo porque se escondió, podríamos llevarlo si nos lo hubiera pedido.
  -Creo que lo echarán en falta.-Dijo una voz teñida de lánguida melancolía.
  La bella dama que pintaba, había dejado su proyecto para acercarse al grupo. Se acercó al anciano con el oso y acarició la cabeza de peluche como si su mente divagara en otras cosas.
  -Bueno pero se puede quedar con nosotros hasta que lo reclamen.-Dijo la niña de los dulces.- Murasaki y él podrían hacer buenas migas.
  -Creo que tampoco he tenido el placer de conocer a Murasaki.
  -Ah ¿No? Pues este es Murasaki.-Dijo la bella y dulce dama tomando al gato de estambre y poniéndolo al lado del oso de peluche. La dama dijo algo a Murasaki.-Dice que está encantado de conocerle.
  El anciano rio de nuevo ante las ocurrencias de aquella criatura tan encantadora cuando de pronto se escuchó algo en los cielos. las damas miraron arriba y algo se dirigía hacia ellas a gran velocidad. la dama de los dulces y los libros se pusieron lo mas resguardadas posible detrás de la pantera, que hasta el momento hacia dormido hasta que escuchó el sonido. La dama de los mares, algo colorada, miró a los cielos con una pequeña sonrisa desenvainando un sable.
  -Aun no lo veo pero si no tiene buenas intenciones yo tampoco permitiré que arruine esta bella velada.

  Al otro lado del lago, entre los árboles, una dama reposaba su cuerpo y rostro contra un pelaje negro como la noche. Todo su cuerpo estaba cubierto por aquella bestia que tanto la deseaba y reverenciaba. Solo destacaba una punto blanco y otros dos puntos rojos en toda esa extensión nocturna. Una mano se deslizó por fuera y acarició una de las grandes orejas de la criatura peluda y fuerte, muy temida en muchos lugares del mundo. El sonido los sorprendió a ellos también y al momento la dama estaba vestida y corrió a lomos de la bestia hacia donde se encontraban las otras mujeres, el anciano, el oso de peluche, y el gato de estambre llamado Murasaki. Una vez reunidos solo les quedó esperar mientras la dama de los dulces se acercaba disimuladamente a la pata del lobo y la abrazaba
  -Lobito.-Dijo.-Tengo miedo.
  -Sé quien es.-Dijo la bestia con una sonrisa y un tono de lo mas cálido en su voz.

  Lo que fuera que se acercara estaba ya a unos pocos metros, creando un sonido ensordecedor. Al momento, debido a la velocidad, una nube de polvo por causa de las turbinas los dejó algo ciegos.
  -Perdón, queridas, pero cierta dama echa en falta a su oso de peluche y se ve quela idea de mandarlo involuntariamente de excursión no le hizo mucha gracia.-dirigió una sonrisa que pretendía ser encantadora mientras besaba las manos de todas aquellas excelsas mujeres.
Entonces la dama sobre el lobo miró a este, que miró a la dama de los dulces, que su vez miró al anciano, que a su vez rió y acarició de forma enfática al oso de peluche.
  -Oh perfecto.-Dijo, reuniéndose con el artículo tan preciado para quien reclamaba su devolución inmediata.-Desde luego no se que le ve con la cara de invocador de demonios que tiene.
  -¡DELGADITO BUENORROOOOOOOOOO!-Se escuchó un grito desde la tienda, que al momento se abrió. Un ser todo deseo y ansias de lujuria se trató de abalanzar sobre el recién llegado pero dos manos la retuvieron, fuertemente.
  -Gracias, encanto.-Dijo el enviado de la Musa.-Te debo una caja de botellas de ron.-Y dicho esto se fue.
  La mujer de grandes...ojos se dejó caer en el suelo pero al momento se volvió hacia la dama de los mares. Siempre la estaban saboteando.
  -Tú, vil mujer, eres tan miserable como la fría de ahí.-Dijo señalando a la pálida dama que se había bajado del gran lobo negro. Y antes de que nadie pudiera decir nada se metió en su tienda a llorar ante lo injusto de su vida.
  -¿Debería...?.-Preguntó el anciano.
  -Se le pasará.-Dijo la dama de los mares mientras la mujer de rostro melancólico pasaba a hacer un cuadro mas acorde a sus sentimientos.
  -Bueno hora de bañarse.-Dijo la dama de los dulces y se comenzó a quitar la ropa, quedando en un bonito traje de baño color morado. Fue corriendo hacia el agua pero antes de llegar escuchó un:
  -Lo podemos hacer mas divertido.-Dijo la gran bestia.
  La carrera de la bella y dulce dama de los dulces se detuvo y miró al lobo, que le devolvió una mirada muy obvia.
  -Señor lobo, no estará insinuando...-´dijo mientras pensaba que podría estar insinuando el lobo pero ella no tenía ni idea aunque se quería hacer la interesante.
  -Pues sí.-Estiró una pata, que en plano llegaba a la cintura de de la bella dama que se iba a bañar.-Sube.

  Entonces la inocente y tierna criatura comprendió de golpe y se subió a la pata del gran lobo, que la elevó dejando que el cuerpo de la pequeña señorita describiera una bella parábola en el aire, a unos cuantos metros de altura, y cayera al agua, haciendo un salto clavado perfecto. 


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