martes, 14 de noviembre de 2017

Damas y Caballeros.

   Que lozanos los niños, alegres cantaban en aquellos carromatos que venían de todas las partes posibles. En las escuelas de la capital y alrededores, donde se situaba el Fuerte de Cristal. ese día no habría clases. Se dejarían a un lado las lecciones de Historia y de matemáticas para poder deleitarse con un espectáculo anual hecho para adultos y niños pero sobretodo especialmente preparado para la siguiente generación de Damas y Caballeros. Las calles habían extremado seguridad y todos aquellos que habían acudido deberían de ser registrados antes y después. Incluso en los tejados estaba situado algún que otro guardia, de aquellos hombres entrenados por un misterioso Caballero que se movía en las sombras y ese día no tendría un papel tan protagónico en el festival, aunque alguna sorpresa se cociera
   Llegaban los niños de muchas escuelas, esperando ansioso a ver a sus representantes favoritos del valor o el honor. Los grandes hombres de negocios se frotaban las manos mientras que las manos de los niños aplaudían de antemano antes de ver o escuchar absolutamente nada.
   Una comitiva de pequeños, provenientes de un orfanato a los que pocas cosas les habían faltado, de la Capital, se encontró deseando cruzar una calle, mas el tráfico de caballos y carros eran tan denso que pensaban que llegarían tarde. Entonces todo el mundo se paró y los niños finalmente pudieron cruzar. Una pequeña comitiva de jinetes se habían parado impidiendo que el resto del mundo que estaba queriendo llegar avanzara. La mujer que cuidaba aquellos niños tan tiernos e inocentes levantó la mirada para encontrarse con dos de los ojos azules mas bellos del mundo. Y el rostro de igual factura, porcelana cincelada al detalle por algún dios. Era la viva representación de la dignidad. Los niños, al alzar la vista, se quedaron casi petrificados, hasta que otra de las cuidadoras, que guardaba la retaguardia, dio un empujón a los niños de atrás para que volvieran los ánimos de moverse.
   -Que pasen un excelente día.-Dijo aquella mujer, y su voz era un canto de cristal que hacía estremecer el agua y los corazones de los hombres. Quien diría que portara una armadura con la elegancia con la que se lleva un vestido. Dirigió una sonrisa que pareció iluminar la calle entera.
   Una vez pasados los niños, la dama siguió su camino seguida de sus compañero de aventuras, no sin antes dirigirse a uno de sus compañeros de una forma muy precisa.
   -Mi siempre amable y caballeroso Halcón, creo que deberíamos hacer una ruta de paso para gente a pie, para que los carros vayan por un lado y las personas por otro, o de lo contrario se obstaculizarán.
   El hombre interpelado, con dos ojos del color y casi la forma de los de un halcón y una clara expresión de cierto hastío aunque coincidiendo con la dama, portaba a la espalda una funda con algo de forma extraña y alargada. Dio media vuelta, se presentó ante unos cuantos guardias que eran comandados por un teniente y presentó un sello de plata. Los que antes parecían recelosos de escuchar al momento se cuadraron y empezaron hacer caso.
   Todos los demás siguieron su camino, mientras los seguían con la mirada. los pocos que habían visto de refilón aquel rostro puro y de absoluta belleza murmuraban un nombre: Dama Luna.
   En los tejados, hombres vestidos de colores pardos o de negro vigilaban a la muchedumbre que se iba congregando para pasar al patio de armas. No era un patio de armas normal, aquel lugar había sido ampliado en varias ocasiones para poder acoger al público que venía y a un ejército entero que defendería el castillo en caso de necesidad. Aquellos niños fueron llegando junto a otros cientos mas, que luego fueron miles, situados en las gradas mas cercanas a la improvisada arena. Por todos lados colgaban pendones representando a cada uno de los que participarían, a familias nobles invitadas desde muy lejos, de otros reinos, de algunas islas del mar del sur. Asistían comerciantes o artesanos para tomar ideas en los combates sobre nuevos negocios. había gatos, perros, pájaros. Incluso, camuflados entre la multitud, un par de elfos.
   -Profesora.-Dijo uno de los niños, de vista privilegiada y buen cuerpo para el porte de caballero, aunque inocente y algo despistado.-¿quienes son esos señores?.-Dijo señalando a os tejados.
   -Parte de la guardia de la reina, están en todos lados , entre la gente del público incluso, guardándonos a todos nosotros de que no nos pase nada. Si alguien malo se presentara aquí ellos o cualquier hombre de la Reina seguramente termine con él.
   -¿Lo matarían?.-Dijo el niño todo sorprendido, asustado y con un cierto sentimiento de fascinación ante la dama muerte.
   -Claro que no, este es uno de esos días donde se prohíbe el derramamiento de sangre. Teóriamente está prohibido todos los días del año pero hay ocasione mas especiales que otras. Y este es un día para que vosotros disfrutéis.-Dijo con una sonrisa, aquella mujer de cabello color cobre.
   -Papi.-Dijo una niña de vestido blanco.-¿Por que no estás con la Reina protegiéndola?.-Dijo la pequeña criatura, moviendo los pies que le colgaban en el banco de las gradas.
   -Porque hoy no estoy de servicio, cariño.-Dijo un hombre de mirada cansada y anhelante, ofreciéndole un poco de naranja a su pequeña princesa.-Así que los dos podremos disfrutar de este maravilloso día juntos.

   En los barracones, abandonados ese día para dejar paso a la preparación de los Caballeros y Damas, había mucho movimiento, aunque era un movimiento ordenado.  las mujeres habían tenido su intimidad igual que un par de hombres. No era tanto que el deseo de intimidad como que el Muflón Escarlata se pasaba el día dando latigazos de toalla a sus compañero de compañía. Justo en ese momento, en el barracón de la Damas, todas las mujeres se estaban preparando para dar lo mejor de sí, tenían que representar la viva estampa de la gloria y la habilidad en combate. También contaba con la presencia de una figura esencial en la diplomacia del Reino. Aquella gata blanca, de toque elitista en el proceder, observaba la escena con desinterés absoluto. Ni se inmutó cuando la Dama Luna o su compañera de aventuras burocráticas pasaron desnudas delante de ella.
   Volviendo al barracón de los Caballeros, el Muflón Escarlata se ponía su gran armadura cuando el Caballero Lobo vio un tatuaje que este tenía en una zona poco decorosa.
   -Bonito tatuaje.-Dijo con su voz siniestra, cavernosa, mientras le soltaba un toallazo en toda la nalga.
   -¡AAAAH! Es un recuerdo de juventud, maldito.-Dijo el Muflón tratando de agarrar a ese hombre de mirada feroz. El Muflón era quizás el Caballero mas grande de todo el Reino, en lo que a físico se refería. Él solo podía cargar con varias vigas de madera que necesitarían la ayuda de varios hombres. Su número era algo que carecía de toda elegancia pero sin duda resultaba de lo mas visual. Y casi tan famoso como su prodigiosa fuerza era su poblado bigote que a veces el Gato comparaba con un cepillo de limpiar juntas.
   El estilizado cuerpo del Caballero Gato se paseaba entre las armaduras, mientras se vestía. Tenía la necesidad de moverse constantemente, entrenando la memoria muscular, los movimientos. A veces hacía pequeños giros. Tenía unos ojos verdes algo mortecinos pero de viva luz soñadora cuando tocaba el violín o cualquier otro instrumento. Había dado varios conciertos privados para la Reina y unas pocas nobles afortunadas de escuchar y deleitarse en la belleza de aquel hombre de rasgos tan finos. Cada movimiento era elegante, marcado y calculado. Decían que cinco espadachines le habían salido al paso estando el desarmado y los estuvo haciendo bailar a lo largo de la calle principal durante una hora hasta que cayeron exhaustos.
   El Joven y el Mayor estaban ya preparados, arrodillados frente a un improvisado altar y rezando. Ellos eran la herencia de la misma cultura de la caballería. Rezaban a todo aquello que les era bueno, que les daba fuerza para seguir, ya fuera la memoria del ser amado o el deseo de superarse cada día en el entreno con la espada o cualquier arma. Tenía las espadas envainadas y el resto de armas a un lado. habían sido bendecidas.
   -¿Cual ha sido el centro de tus rezos?.-Preguntó el caballero mas joven de aquel barracón y de todas las órdenes de Caballería. Su voz transmitía dignidad y profundo interés.
   -He rezado por todas esas buenas gentes, por la Reina y por tí. ¿Que has pensado tú?
   El Joven sonrió y tomó su espada.
   -Exactamente lo mismo que tú y añado que darte un buen combate. Espero ser un alumno digno.-Dijo el Joven mientras sonreía levemente, recogiendo sus armas y enfundando, con su armadura grisácea puesta. El Mayor llevaba una similar pero de colores cobrizos, de aspecto quizás algo anticuado pero en todas las pruebas de resistencia había cumplido. Decían que amb conjuntos estaban bendecidos. Los ojos negros del Joven rebosaban determinación pero también profunda devoción hacia ese hombre, y un respeto absolutos. El Mayor veía al chico enérgico que había sido hace años, carente de experiencia y madurez, pero con intenciones nobles.

   Los niños estaban ya expectantes. Algunas jovenzuelas hablaban sobre la moda y los vestidos que habían visto llevar a la Dama Luna, otros de la magnífica técnica de lucha. Una gata blanca de mucho talante de altos barrios se había acercado a un grupo de huérfanos, que la acariciaban y admiraba lo suave y blanco de su pelaje. En los tejados, tras sus pequeñas peripecias con el tráfico, un hombre con sombrero de media ala llegaba a donde se encontraba uno de sus ayudantes. Estos eran los que patrullaban tejados y todas las zonas altas. Eran considerados los mejores tiradores y los lideraba aquel hombre de ojos de halcón, que en ese momento desenfundó su maravillosa arma, bendecida por la Reina y las manos de su amada. Siendo quizás el arma mas moderna y precisa del mundo, en buenas manos (como las del Caballero Halcón) era capaz de alcanzar objetivos muy pequeños a distancias muy grandes, como el cerebro de algún muerto viviente o desiluminado.
   Cerca de ese lugar dos niñas estaban en plena discusión sobre la propiedad de una de las muñecas favoritas de la una y la otra. Aunque les quedaba un rato para poder entrar a aquel improvisado estadio de exhibición cuando de pronto un hombre se plantó delante de ellas y las miró. Ellas se quedaron asombradas al ver semejante rostro, tan bello, de rasgos suaves, una sonrisa pícara, similar a la del Gato pero con unos ojos mucho mas bondadosos. Hizo una reverencia. Toda la multitud lo reconoció al momento. El joven Caballero Diamante, poseedor de una de las mejores espadas del mundo, hecha a partir de una estrella que cayó del firmamento hace muchos años. Esta se encontraba envainada ahora mismo en lo que aquel atractivo hombre se acercaba un poco mas a las niñas.
   -¿Cual es el problema, encantadoras señoritas?-Preguntó el hombre, con toda la calidez y el encanto del mundo. Su cabello levemente rizado le daba un toque angelical que hacía suspirar a muchas nobles y no tan nobles.
   -Por favor, perdónelas, gran Caballero.-Dijo un hombre de rostro algo tosco pero intenciones sinceras.-Cosas de niños, ya sabe.-Dijo el agreste hombre. había hecho un largo viaje con esos dos pequeños demonios de mirada vivaz y energías aparentemente inagotables.
   -No se preocupe buen hombre.-Dijo el Caballero, siendo ahora el centro de atención de todo el que estuviera cerca, y puso una rodilla en tierra para estar a la altura de aquellos rostro infantiles.-Mis queridas señoritas.-Dijo con una sonrisa que hacia resaltar los hoyuelos de su rostro. En la distancia hubo un desmayo.-he de suponer por el parecido que sois hermanas.
   Ambas niñas ansintieron.
   -Y he de suponer que en algún momento habéis escuchado que compartir es una gran virtud.-Dijo el joven armado con una de las armas mas temidas en el campo de batalla.
   Ambas asintieron de nuevo.
   -Y que la combinación del color del vestido de vuestra muñeca y sus zapatitos no combinan nada bien.-Dijo acentuando aun mas su sonrisa.
   Aquellas criaturas inocentes se miraron y luego miraron a la muñeca. Seguidamente el Caballero de Diamante se giró hacia uno de sus escuderos y le pidió una de las monedas de plata que llevaba en un saco de cuero.
   -Señor, en verdad no es necesaria una limosna.-Dijo el padre de las niñas entre algo ofendido ante la condescendencia y el acto de humildad.
   -No es limosna alguna, buen hombre, no tienen curso legal, no al menos en todos los lugares del Reino, solamente aquí.-Le entregó la moneda a una de las niñas.-Cuando termine el espectáculo iréis a una de esas tiendas de ahí.-Señaló el jovencito mas atractivo de aquella calle.- Ahí vive el hombre mas versado en este tipo de asuntos de juguetes y moda. Una extraña combinación ¿no creen? denle la moneda y la muñeca, el sabrá que hacer.- comentó mientras se ponía en pie.- Que disfruten del espectáculo.-Dijo, y sin mas se fue ante grititos agudos de la admiración de muchas seguidoras de sus gestas.

   La nobleza embargaba a los corazones de todos y cada uno de aquellos que habían jurado servir a la Reina. Esta se encontraba ya en el palco de honor, con un vestido ligero para demostrar humildad y servicio ante sus súbditos. Siempre elegía ese tipo de prendas, carentes de adorno, para mostrar una imagen humilde. Trataba de predicar con el ejemplo. Sonaron trompetas, timbales y tambores. El público aclamó a su majestad, que era ejemplo de dicha y fortuna para el Reino. Ella se levantó y así lo hizo el pueblo entero ahí presente.
   -Señores, señoras y sobretodo mis queridos niños..-Dijo la Reina abarcando con un gesto de la mano a las primeras filas de aquellas gradas.-Hoy es un día maravilloso para ver a nuestras Damas y Caballeros en todo su esplendor de poder, de habilidad, de sabiduría. Y este año, en vista a los prodigiosos tratos que hemos llevado a cabo con reinos lejanos, donde se ha brindado una mutua amistad, tendremos invitados muy especiales, cuyas identidades no revelaremos por el momento. Deseamos que sea una sorpresa de su agrado. Y ahora pasemos a las primeras demostraciones de este maravilloso día.
   Salieron por un lateral el Caballero Joven y el Caballero mayor, a caballo, con sus armaduras. Eran probablemente dos de los mejores justadores del Reino, si no los mejores. El público se quedó en silencio cuando ambos caballeros se pudieron en los extremos de la arena. Se respiró de pronto una gran tensión. Desde la distancia ambos se miraron a los ojos. El código de caballero les pedía ese momento de concentración de preparación hasta que se diera la señal. Dada por la mismísima Reina, Esta dejó caer un pañuelo de seda blanca. Con una coordinación perfecta ambos caballeros avanzaron hacia su respectivo contrincante. El enfrentamiento sería a una sola lanza. La punta de la lanza del caballero Mayor era en forma de cabeza de león, la del Joven en forma de halcón. Los escudos recibieron sendos golpes, haciendo que con la fuerza del impacto absolutamente todo el estadio temblara. Un hombre normal habría quedado prácticamente desintegrado ante todas las astillas y la fuerte onda de energía que se liberó en el centro. Vestido de damas, plumas de sombreros o estandartes se agitaron de golpe. Probablemente el mejor lance de la historia de ese siglo. No por nada se rumoreaba que solamente esos dos hombres de una sola carga habían volado por los aires a varias decenas de hombres. El público se quedó tan impresionado que tardo un tiempo en reaccionar pero al momento explotó en aplausos de los niños y la admiración de los buenos hombres. Ambos cabaleros pasaron uno por el lado del otro levantando las lanzas rotas mientras se levantaban las viseras de los yelmos y se dedicaban el respetuoso y formal saludo.
   Mientras varios voluntarios limpiaban la arena, el Muflón Escarlata salía de los barracones y se preparaba. Lucía una imponente armadura roja, realmente gruesa y pesada, sin adornos, no los necesitaba para destacar. era probablemente el caballero mas fuerte y alto de todo el mundo conocido. Apenas existían balanzas que pudieran calcular con precisión su peso. Todas se rompían. Este hombre de portentoso físico avanzó ante las aclamaciones del público. Habían puesto sobre la arena una plancha de madera de roble sostenida sobre dos troncos y un poco mas adelante habían encendido unas brasas que se extendían sobre el suelo, a las cuales le daban aire constantemente para poderlas mantener encendidas y al rojo vivo. Mas allá había una gran mole de roca. Al lado una carromato tirado por seis mulas. .
   -Vamos a ver de lo que puede ser capaz este humilde servidor de ustedes.-Dijo el Muflón Escarlata, con su poblado bigote..-¿Quien se quiere subir a la plancha?
   Al momento había cientos o miles de manos alzándose. Todos querían estar encima de esa plancha de roble y ser cargados por el hombre mas fuerte del mundo. El hombre eligió a varios niños y niñas y a algunas mujeres adultas, entre ellas la rolliza propietaria de un hostal que servía una de las mejores carnes del Reino.
   Debajo de la plancha había unas sujeciones de cuero y metal que permitían mantener la plancha en posición horizontal. Se subieron entonces aquellos niños ilusionados por vivir una experiencia única en la vida, con risas y grititos nerviosos de las nobles y la que mejor mantenía la compostura era la dueña de aquel hostal.
   Nadie podría calcular cuando peso estaba levantando pero sin duda era mas de lo que muchos hombres presentes pudieran imaginar. El peso de la armadura, añadido al de su archiconocido mandoble, la plancha y toda esa gente encima no le impidió avanzar hasta donde se encontraban las brasas. Tras un momento de concentración el Muflón Escarlata comenzó a avanzar ante el aliento contenido del público. Los niños y las nobles que estaban encima de la tabla notaban levemente el calor, los pies de aquel hombre tan fuerte lo notaban con toda plenitud y fuerza. A su paso saltaban ascuas y pequeñas llamas que daban hasta el suelo. La gente comenzó a animar a ese hombre que a medida que avanzaba dejaba claro que aquello no lo podría tumbar.  Su corazón era fuerte, su determinación a llevar a esas personas al otro lado era su único rumbo en esos momentos. No dejaría caer a nadie, no dejaría a nadie atrás. Fue un recorrido, apenas unos metros, pero el público sufrió con él, con ese hombre que había pasado tantas penurias hasta que entró a esa Compañía. Recordaba perfectamente las tabernas, las peleas, las apuestas. recordaba el sudor y la sangre. Avanzó con rauda confianza y dejando el tablón sobre el suelo con todos los ocupantes ilesos dio su clásico grito de batalla, avanzó sin inmutarse hacia la enorme roca, sacó su mandoble y de un solo golpe hizo que la parte superior callera sobre el carromato.
   Todo el público, en especial los infantes, esos niños maravillosos y esas niñas brillantes aplaudieron casi al punto de romperse las manos. ¿Quien podía vencer a ese hombre tan fiero y fuerte?
   El Muflón Escarlata entró de nuevo en los vestuarios siendo recibido por sus compañeros. En el escenario de exhibición estaban preparando la siguiente prueba. El Caballero Gato salió a la arena, siendo recibido por todas sus admiradoras. por aquellas que se sentían fascinadas ante sus bailes con las dagas y su peligrosidad.
   -Adoro a ese hombre, cada vez que viene a mi taberna no me caben las monedas de oro en las manos.-Dijo un posadero a un amigo con el que asistía.-Y ten por seguro que por mucho que beba no falla nunca.
   Los ayudantes habían colocado a varios muñecos de paja simulando una fila de contrincantes. Salió ataviado con sus ropas negras. Tenía un cabello también negro y sedoso que se movía libremente. Apenas le caía por los hombros pero parecía que cada pelo se movía solo a la mínima brisa. Sin dejar de moverse se acercó al palco donde estaba la Reina e hizo una reverencia. Ella correspondió y, tras dejar caer un pañuelo blanco al suelo, este no llegó a tocar el suelo. pues con solo dos dedos, El Caballero Gato lo recogió en un fluido movimiento y se lo quedó.
   -Tan caprichoso como siempre.-Dijo la Reina a su mas elegante siervo.
   -Tan excelsa como de costumbre.-Dijo el caballero, moviéndose fluidamente hacia los hombres de paja y tomando posición.
   Fue la demostración mas rápida de todas. El Gato pidió silencio, todo el mundo se quedó callado. Sus manos se posaron en las dagas y con la que sostenía el pañuelo , dejó caer este al suelo.
   En menos de un segundo los muñecos de paja estaban todos descabezados y lo único que se escuchó en todo el estadio fue el desenvainar de dos hojas de acero con el peso, medidas y dimensiones exactas para el asesino mas bello de todo el Reino. Al medio segundo el pañuelo era atrapado de nuevo antes de que tocara la impúdica arena. esa pieza de majestuosa seda no merecía el tormento de la arena pisada por los vulgares hombres. El Caballero Gato miró entonces hacia los montones de paja. Había uno entero, pero el público había estallado en aplausos. El Gato hizo una reverencia a todo el mundo, en las cuatro direcciones. En una de ellas, un cuchillo se apareció en su mano y voló.
   Desde una larga distancia, un hombre miraba a través de unas lentes muy especiales. Sonrió ante esa demostración de rapidez.
   -Vamos a bailar.-Dijo el Caballero Halcón, y cuando vio ese cuchillo volar no dudó en disparar con su magnífico fusil, ese invento tan maravilloso y preciso. El proyectil voló y el público solo pudo ver como aquel cuchillo que iba a terminar con la vida del muñeco de paja salía por los aires. A ello le siguió el sonido atronador de aquel disparo mágico que demostraba la preparación de los tiradores del Reino.
   Entre el público se escucharon exclamaciones de sorpresa. Un gran "oohhhhhhhh" invadió casi toda la ciudad cuando el público se enteró de lo que había pasado.
   -Saluden al Caballero halcón.-anunció el Gato desde su posición, señalando al tejado.
   Todos los rostros infantiles se giraron para poder ver a aquel hombre en las alturas, escoltado por dos de sus subalternos, armados y preparados para defender el Reino. El Caballero halcón levantó el fusil en señal de saludo. El Gato le dirigió una de sus sonrisas pícaras o burlonas y correspondió alzando una de sus dagas.Los aplausos de toda aquella multitud se hicieron ensordecedores. Después de que el público se hubo calmado un poco y todos aquellos halcones, rifle en mano, volvieron a sus posiciones, el Gato se dedicó a hacer reverencias a todos los presentes antes de retirarse.
   Salieron de nuevo los ayudantes a quitar todo para poner cinco dianas. Mucha gente ya sabía lo que eso significaba y la mayoría de los hombres empezaron a estar expectantes.
   En los barracones, una de las dos mujeres mas bellas del Reino estaba reunida con sus alumnas. Cinco pequeñas damas de todo tipo de orígenes, desde una noble hasta una huérfana. La Dama Luna no distinguía por los orígenes, sino por otro factor que a día de hoy era inexplicable. Sus pupilas se colocaron alrededor de su maestra con sus uniformes respectivos. Era una mezcla de metal, tela y cuero realmente bien combinado, donde nada sobresalía pero tampoco ningún detalle se quedaba atrás. A diferencia de los uniformes o las armaduras de los soldados, la Dama Luna les daba la oportunidad siempre de dar algún toque personal. Mismamente, una de esas cinco jovencitas tenía un sombrero casi idéntico al del Caballero Halcón, de media ala con una pluma roja decorándolo. Una joven noble, de una de las familias mas ricas de todo el territorio conocido había bordado el escudo de su casa justo sobre el corazón, ya que para ella la familia era lo mas importante y sus orígenes el principal motivo de orgullo.
   En su formación, la Dama Luna era muy exigente, mostraba mucha flexibilidad pero al mismo tiempo no dejaba a sus niñas desviarse del camino y de los entrenamientos. las adoptaba casi como si fueran hijas, pero en momento alguno se inmiscuía en sus vidas, mas allá de escuchar sus problemas y aconsejarlas. Todas encontraban en ella a una madre, una maestra, una amiga, una confesora.
   -Muy bien chicas. Hoy es ese día para el que llevamos entrenando mucho tiempo.-Dijo la Dama Luna, arco en mano. Era un armaformidable, único en el mundo, parecía hecho de cristal y la cuerda destallaba como si se tratara de plata.- Sois uno de mis grupos mas prometedores, tengo confianza en vosotras así como vosotras espero que la tengáis en mi.-Su voz era una caricia constante a los sentidos. Su mirada resplandecía con afabilidad y sincera alegría y emoción.
   -Hasta que nuestros brazos se caigan de tanto disparar nunca perderemos el amor por el Reino y por nuestra maestra.-Dijo una de las mas mayores, la niña noble que sentía tanto orgullo por su familia.
   La Dama luna la miró con ternura.
   -Elegante como la rosa.-Dijo la maestra arquera.
   -Firme como la roca.-Dijeron las jóvenes damas al mismo tiempo.
   El público recibió a ese grupo de jóvenes prometedoras como si fueras recién llegadas de la guerra. La Dama Luna iba delante de ellas y estas se iban colocando delante de las dianas que habían situado a cierta distancia unas de las otras. Una vez que se quedó a solas, la Dama Luna, con el arco a la espalda caminó hacia donde estaba el palco de la Reina, que la observó entre alegre de tener presente a su amiga y curiosa ante lo que tenían preparado.
   -Majestad.-Dijo la mujer mas bella de todo el reino, con la humildad en las maneras y en la voz.
   En el palco había comerciantes, nobles, algún huérfano. Y todos ellos apenas podían respirar ante esa arrebatadora belleza física y ese aura de serena y poderosa elegancia.-Este año hemos estado entrenando muy duro para dar el mejor espectáculo de todos.- Si me permite empezar. Será breve pero creo que nadie lo olvidará.
   -Hoy parece que es día de exhibiciones cortas pero intensas.-Dijo la Reina, y con un gesto de la mano dio una señal de que por favor procedieras. Se sentó y todos los presentes se sentaon a la espera de que comenzara el espectáculo.
   Las dianas estaban frente al palco principal, donde la Reina se situaba y ahora la Dama Luna. Esta miró a sus pupilas, que a su vez la miraban a ella. Se sentía orgullosa de todas ellas, habían realmente sudado sangre y llorado mares por estar ahí, habían perdido seres queridos, habían ganado fortunas, se habían arruinado, habían conocido el amor y el desamor, y ahora eran casi mujeres, fuertes, feroces, que no se amilanaban ante peligro o palabra alguna. Tomó aire y sacó su arco de cristal y plata. Sin embargo no puso una flecha sobre la cuerda. Puso cinco.
   Desde un rincón, ya preparado para su entrada en el número, el Caballero Lobo observaba a su amada. Estaba tan bella, no podía quitarle los ojos de encima. Después de tantos años juntos aun no creía tener la fortuna de que un alma tan pura y bella se hubiera fijado en una bestia inmundo como él. En su garganta reverberaba las ansias de carne y sangre, de salir a dar un magnífico espectáculo. Sus ojos amarillos mostraban energía, ferocidad, respeto, reverencia. Amor.
   La Dama Luna disparó las cinco flechas al mismo tiempo y estas, con cinco silbidos distintos se clavaron en un punto muy pequeño de las dianas situadas a una buena distancia. Justo en el centro. El público empezó a aplaudir como loco, ante semejante demostración de precisión. La Dama Luna no solamente era una mujer de gran belleza sino que además era considerada la mejor arquera del mundo entero. Excelente bailarina y se rumorea que hechicera en ciertas ocasiones, dicen que nació con el arco que porta siempre y que hasta la fecha no ha fallado un solo blanco.
   Fue entonces el turno de la primera alumna de la Dama. Había llegado a la tutela de su maestra como un huracán de emociones, sentimientos y caprichos, aprovechando su belleza para conseguir las cosas por el camino fácil. Era de formas finas y en su mirada estaba presente el orgullo que solo unos pocos afortunados puede poseer. Con el tiempo su templanza se fue haciendo notoria. Su arco era extraño en diseño para esas tierras, muy largo, y hasta sus flechas eran mas largas de lo normal. Fue un regalo de su tío, un gran y ambicioso comerciante que tenía en su sobrina mucho aprecio. Provenía del taller de un artesano de tierras orientales, especialista en ese tipo de arcos. Las flechas que disparaban se situaban en el tercio inferior en vez de en la clásica mitad del arma. Durante un minuto entero permaneció con el arco tenso. Una persona normal ya estaría sintiendo calambres pero ella no, no iba a mostrar debilidad en un momento donde era obligada tanta fortaleza de cuerpo y mente. Y sin mas disparó. La vara con punta metálica atravesó el espacio en apenas un segundo y se clavó justo en el centro. El público estalló en aplausos.
   Fue el turno de la segunda niña. Fue encontraba en un callejón, inconsciente y con signos de haber sido atacada. Fue depositada en uno de los orfanatos hasta que un día, una comitiva recién llegada de una campaña militar pasó por delante de aquel orfanato. Todos los niños se habían situado al borde de la valla que delimitaba las dependencia de aquel lugar cálido y acogedor para quedarse mirando a esos hombres y mujeres aguerridos que habían dado a veces la vida o parte de su cuerpo por la gloria y el honor. Entre ellos se encontraba la Dama Luna, siempre acompañada por su amado. Fue aquel día que saludando con su resplandeciente sonrisa a los niños y cuidadores, vio en la distancia a una niña de rodillas raspadas que poseía un arco de juguete. Y fue casi como un segundo amor a primera vista. A los pocos días la niña era una de las pupilas de la Dama. Y a día de hoy aquella niña huérfana aun visitaba a sus amigos y les traía regalos. No había perdido sus raíces.
   Aquella huérfana, de ojos enormes y cabello oscuro, apuntó a la diana con un arco corto de doble curva, sencillo, humilde, digno de los desheredados. Pero no disparó, se lo pensó, bajó el arco y sacó un trozo de tela de unos de los bolsillos de su atuendo que mezclaba lo tradicional, lo elegante y lo militar a partes iguales. Se vendó los ojos y todo el público al momento estaba expectante. Entre las gradas un hombre le propuso a su primo que apostaran un par de monedas. Este hombre apostó a favor, el primo, escéptico, apostó en contra.
   Fue entonces que la niña se quedó quieta, con el arco bajo. Parecía tratar de captar algún sonido. Y de pronto, como activada por una especie de resorte automático, con la rapidez casi del Gato, puso la flecha en la cuerda, apunto y disparó limpiamente acertando justo en el centro.
   Los ojos del Gato estaban abiertos de par en par, observando el espectáculo desde un rincón.
   -¿Que pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato?.-Dijo el Muflón Escarlata con su potente voz y dándole una palmada en al espalda que casi lo tira a la arena de no ser porque el caballero mas ágil del reino se lo esperaba y pudo esquivarlo.
   -El día que supo el número exacto de monedas que tenía quien nos proporciona las flechas dentro de su saca de contabilidad supe que tenía un don, Y fue capaz de saber cuantos ratones tenían que cazar nuestros gatos en los dormitorios. Contó veintitrés solo por el sonido de sus patas.-Le dijo la Dama Luna a su mejor amiga, la Reina.
   -¿Como supo que era esa la diana. que tenía que apuntar y disparar ahí?.-Preguntó la Princesa, hasta el momento callada, impresionada por ese disparo.
   -Sus flechas tienen un par de agujeros a lo largo del asta que hace que el aire pase por ellos y suene, Excelencia. Ella sencillamente escuchó y disparó.-Explicó la Dama Luna, con su habitual y amable sonrisa.
   El público fue dejando de aplaudir poco a poco. La tercera alumna de la Dama estaba lista. Tenía un arco estándar, con unas curiosas marcas rojas a todo lo largo de la madera. Su aljaba estaba repleta de flechas a diferencia de las seis o siete de sus otras compañeras. En la madera, quien tuviera ojo suficiente, podría leer el lema que las había traído hasta ahí. Era una de las tradiciones de las alumnas de la Dama Luna, tener el emblema de aquellas excelentes mujeres grabado en algún sitio: había quien lo grababa a la espalda, en una manga, un par de veces en la historia fue grabado en la piel y en otras ocasiones como aquella, a lo largo de la madera del arco. Los espectadores esperaban impacientes la siguiente maravilla. Aquella niña era, en un principio, hija de unos molineros que habían pasado una fase crítica en la vida seguida de una época de estabilidad. Cuando no entrenaba bailaba, y sus ojos color avellana brillaban de felicidad. Pero en aquel momento su mirada estaban plenamente enfocados en la diana. Su rostro era serio pero de rasgos suaves.
   Apunto a la diana y de pronto levantó el arco hasta casi ponerlo en vertical. Finalmente disparó al cielo. la gente miró a las nubes mientras la joven pupila, una de las mas jóvenes en verdad, comenzaba a bailar lentamente, como si solo ella escuchara la música. Mientras lo hacía sus manos se movía con una excelente armonía, tomando una flecha, colocándola y dejándola debajo de la flecha de la Dama Luna, y otra por encima, y otra mas por debajo.
   -Parece que no todas las alumnas aciertan sus disparos.-Dijo u no de los comerciantes mas ricos de la ciudad.-ya sabía yo que no podían ser tan perfectas.
   -Y sin embargo. mantiene la verticalidad en su dibujo, miren que bien alineadas están las flechas, señores.-Dijo la Dama Luna. Con todo, aquella excelente arquera le aclaró a Su Majestad que ella desconocía los programas de sus alumnas, les había dado pie a usar todos los elementos y el número de flechas que quisieran.
   Aquella pequeña molinera terminó de lanzar todas las flechas mientras bailaba. La gente no sabía si mirar la diana, a la niña, a la Dama Luna o al mirlo que se había posado en una de las vallas de seguridad. Fue entonces que de pronto, llegada del cielo, aquella flecha lanzada al aire cayó desde las alturas con toda su cinética y atravesó las flechas colocadas en fila y quedando sostenida por estas. El público arrancó a aplaudir como loco. Quizás el mejor número de todos aunque ninguna de ellas debía ser despreciada en lo mas absoluto. Hasta sus compañeras le aplaudieron por ese maravilloso acto de precisión y armonía con los elementos. La niña, volviendo a su matiz mas formal, hizo un reverencia a su Majestad, que le devolvió el gesto con una respetuosa inclinación de cabeza mientras le aplaudía, como había hecho con todas las demás.
   La cuarta alumna era la mas tímida de todas. Venía de una familia de artesanos que querían que su niñita se dedicara por exclusiva a la religión, a la fe, hasta que la Dama Luna intervino en su favor. Era muy detallista, encantadora cuando se abría un poco al mundo. Cabe citar que las alumnas de aquella gran mujer recibían una educación muy estricta y se sometían a muchos exámenes de disciplinas diversas. Y aquella niña tan tímida iba a hacer una demostración. Su uniforme había sido cosido por ella misma para poner una capucha. No le gustaba mostrar su rostro de tan tímida que era. Sus compañeras le tenían un gran aprecio por aquel maravilloso don de la oportunidad. Cuando era mucho mas pequeña, su compañera de familia noble y la huérfana discutieron y todo terminó en una muñeca rota y una guerra indiscriminada de manotazos. Aquella niña de rostro cubierto logró reconstruir la muñeca rota pieza a pieza, y las tres se hicieron grandes amigas. pero ese día demostraría otras habilidades mucho mas directas. Aquella mujercita de cuerpo menudo se echó la capucha hacia atrás revelando una larga cabellera oscura. Sus rasgos eran finos, casi dotados de nobleza pero había dos elementos aun mas destacables: la cicatriz en su rostro y las dos orejas puntiagudas.
   -Una elfa.-Dijo un ilustrado erudito de la geografía y las sociedades extranjeras. estaba asombrado y hasta se llegó a limpiar las gafas un par de veces.
   -Fue interesante decirle al arquitecto real que queríamos un jardín interior con árboles frutales para que se sintiera como en casa, porque sabemos que la raza élfica necesita estar en continuado contacto con la naturaleza.-Contó la Dama Luna a la Princesa.
   -¿Por que tiene esa cicatriz?.-preguntó la Princesa, curiosa.
   -Eso, Excelencia, es una secreto que guarda desde que entró en la academia. Mucha gente intentó que se lo contara por medios diversos, y admito que me carcome la curiosidad pero hay que respetar el mundo interior de cada uno.-Aclaro la Dama Luna a la Princesa.
   La pequeña elfa se quedó mirando la diana. A diferencia de su predecesora, en su aljaba solamente había dos flechas. Una de de las flechas tenía las plumas amarillas y la otra tenía las plumas rojas.
   -No solamente es única en su especie y una excelente cuidadora de los animales de las cuadras.-Comenzaba a decirle la Dama Luna a la Princesa y a todo aquel que la escuchara.-Es una excelente oradora cuando se atreve hablar y tiene grandes dotes de inventiva a nivel narrativo y a nivel práctico. Aparte de una gran alquimista.
   La elfa apuntó con un arco hecho de una maderas extremadamente pálida por un lado y en el otro lado negro y disparó justo al centro de la diana,a travesando la flecha de su maestra. La gente aplaudió, aunque esperaban algo mas espectacular dado el despliegue de habilidad de sus predecesoras. Seguidamente tomó la otra flecha y disparó. Tras alcanzar el centro, de pronto la diana estalló en llamas. Con un sonoro "Ohhhhhh" el público se quedó sorprendido y algunas personas se echaron tan hacia atrás que chocaron con las paredes o con otras personas. Hasta la Reina dejó entrever por un momento el gesto de sorpresa que ponía cuando era niña.
   -Se que somos tiradores especialmente seleccionados para misiones concretas señor pero imagine cuatrocientas de esas flechas seguidas de otras cuatrocientas.-Dijo un chico joven vestido con colores pardos y portando su rifle al Caballero Halcón.
   -En verdad puede que el arco aun tenga un par de siglos mas entre nosotros en connivencia con nuestras chicas de hierro y madera.-Dijo el jefe de aquellos hombres capaces de acertar a blancos lejanos y cercanos sin ser vistos nunca. Y eran declaraciones de peso dadas las constantes discusiones entre él y la Dama Luna sobre que arma era mejor.
   Una vez que se hubieron extinguido las llamas de la diana con unos cuantos cubos de agua, fue el turno de la cuarta pupila. Era sin duda grande, muy grande. De rasgos toscos. Todo era proporcional a su tamaño.
   -Que rasgos tan particulares y que físico tan portentoso-Dijo una mujer observando desde lo alto de una torre.-parece esculpida de la misma roca, del granito, quizás.-Sus ojos destellaban el color del vino.
   Al momento sintió dos brazos pálidos y firmes rodearla por detrás. Aquel hombre que había dedicado décadas e incluso siglos a mirar por el bien del Reino, acarició suavemente la curva del cuello de su compañera con toda delicadeza, deleitándose en el aroma y el sabor de su piel.
   -No seas maliciosa, querida.-Susurró una voz aterciopelada, teñida con rasgos de fascinante deseo.-Ella es parte de un grupo de mortales que podrían ponerse a nuestra altura con la suficiente preparación.
   La joven se movió entonces hacia el lateral de las dianas. El público loa siguió desconcertado pensando que se marcharía pero no. Sencillamente se reposicionó. Su uniforme estaba adornado con un sombrero como el de los tiradores situados en los tejados, pendientes de la seguridad y de sus movimientos y lo que parecía una pluma de gaviota. Aquel sombrero le había costado bastante conseguirlo y la pluma fue un acontecimiento fortuito, pero era innegable que era una gran admiradora de los halcones que comandaba su Caballero favorito después de la que consideraba como a una madre. Levantó el arco. Este era una pieza sólida de madera que denotaba como necesaria una gran fuerza siquiera para tensarlo y soltar. Las flechas eran grandes también, de buena longitud. Frente a ella tenía los laterales de todas las dianas, menos la de la niña noble que había sido girada en dirección hacia la última alumna. Todo el mundo parecía asombrado y escéptico de lo que pudiera suceder. Lo joven de orígenes tan humildes y prodigiosa fuerza tensó el arco.
   -A día de hoy no hubo nadie que pudiera colocarle la cuerda a ese arco sin destrozarse los tendones y los músculos.-Puntualizó una de las asistentes de la Dama Luna, entre el público, a una amiga suya.
   La niña sencillamente puso una flecha sobre la cuerda. Era una flecha visiblemente mas grande que las flechas hasta el momento lanzadas. Superaba en dos tercios las flechas de la niña noble y el grosor de muchas lanzas ahí presentes por parte de guardias y portaestandartes. Aun con todo demostró una gran estabilidad cuando soltó la cuerda y se notó en el ambiente toda la fuerza de aquella madera liberando la energía, que se transmitió de forma rápida a esa flecha, que comenzó a volar.
   Tras impactar contra la primera diana, la suya, esta fue atravesada limpiamente, luego fue a la diana quemada de la alumna élfica, seguida de todas las demás, rompiendo por el camino el bello cúmulo de flechas de la niña bailarina y llegando hasta la diana de la noble, que recibió todo el impacto y quebró de un solo golpe el soporte del blanco, hecho de madera y refuerzos de metal.
   -¿Que pasa? parece que el gato te haya comido la lengua.-Dijo un hombre de inusitada agilidad, al Caballero mas fuerte de todo el Reino, que contempló aquello francamente impresionado.-Sin pretender caer en el tópico pero podría ser pariente tuyo.
   El público, en especial los niños, consideraron que se fue un final maravilloso para el número y empezaron a aplaudir como locos. Todos querían ser como esa niña grande, o la elfa, o la noble. las futuras generaciones contarían con toda ilusión infantil, por mucho que pasan los años, como habían sido testigos de todos aquellos prodigios. Y los que aun quedaban. Las cinco alumnas caminaron hacia el frente del balcón e hicieron una reverencia a la Reina, que les correspondió de la misma forma y otra hacia cada lado de aquel estadio. Que alegres se mostraban los niños, ellos deberían de ser siempre así de felices, aprender todos los valores necesarios para ser buenos hombres y grandes mujeres, como aquellas cinco damas de talento sin igual.
   De nuevo limpiaron la arena y sacaron todos los restos de las dianas destrozadas.  lejos, en una torre del palacio, dos cuerpo, muertos en vida hace mucho tiempo, hacían el amor con la parsimonia de las aguas del río.
   -Oh, mi amor.-Suspiraron unos labios carnosos mientras dos manos acariciaban una espalda tensa por los constantes movimientos de placer.-Te deseo tanto.
   Una vez que la arena estuvo limpia y el campo despejado entraron dos grandes carros con dos grandes piedras. Eran cilindros cortados de lo que parecía granito, pero cada uno debería de pesar varios cientos de kilos. Incluso a los ocho bueyes les costaba arrastrar semejante paso. Los dejaron en medio, un cilindro al lado del otro, con una separación de apenas medio metro.
   La Reina se puso en pie y con ella todos sus diplomáticos, comerciantes, los padres y madres, huérfanos, nobles, artistas. Por instinto, aunque no se les viera, todos los Caballeros y Damas se cuadraron.
   -Como bien he dicho antes, este año tenemos, gracias a nuestras relaciones de amistad con reinos lejanos, una visita muy especial. Desde las lejanas tierras orientales, el maestro Bambú dos de sus alumnas han venido desde muy muy lejos para poder deleitarnos con sus artes. Les aseguro que no olvidaremos este buen gesto. Por favor, que demuestren que nuestro pueblo es el mas agradecido con un gran aplauso.
   Se abrieron las puertas al palco y entraron tres personas. Los tres rostro que ingresaron al lugar eran tan distintos como similares. Sus ojos eran oscuros, rasgados y denotaban tres aspectos de la humanidad muy distintos: alegría, sabiduría, determinación. Justo en ese orden. Las dos pequeñas iban a ambos lados de su anciano maestro. Este era un hombre espigado, de larga barba blanca y que vestía con colores y ropas humildes. Cuando llegaron frente a la Reina hicieron un saludo típico de su tierra, inclinándose en señal de máximo respeto. Ella correspondió de buena gana, feliz de tener a tan distinguidos invitados.
   -Majestad, venimos de lejanas tierras para poder demostrarle al mundo la fuerza de nuestras escuelas.-Dijo Bambú.
   -Y nosotros nos sentimos honrados de su presencia y estamos deseando ver todo el talento que estas dos magníficas alumnas suyas nos pueden demostrar.-Dijo su majestad.
   La Princesa estaba al lado de su madre y estrechó la mano de las dos alumnas e hizo una reverencia al maestro Bambú.
   -Espero que lo hayan encontrado todo de su agrado y a su plena disposición.
   -Este lugar obedece plenamente a lo que sus diplomáticos describieron a su Majestad Imperial.-Dijo Bambú, con una sonrisa que demostraba afabilidad y humildad.- Estas son mis alumnas mas destacadas. Loto y Crisantemo.
   Según fueron mencionadas, Loto y Crisantemo se inclinaron como gesto de saludo. Loto tenía una mirada brillante, irradiaba energía y mucha vida, obedeciendo a lo esperado en una niña que contemplaba la existencia con mucha ilusión. El observador casual no se daría cuenta pero a pesar de su aparente quietud parecía irradiar movimiento sin moverse. Crisantemo por otro lado parecía la hermana mas conservadora, miraba todo con aparente indiferencia, o una tranquilidad muy adulta para una niña. Aunque el tiempo se acelerara ella parecería congelada en el mismo.
   -¿Le parece que comencemos, Majestad?.-Dijo el maestro Bambú.
   -Por supuesto.-Dijo su Majestad a los invitados.-Nuestros diplomáticos las pusieron en un altar.
   Fue entonces que de pronto apareció un invitado inesperado y la pierna del maestro Bambú fue rozada por algo suave y peludo. Aquella famosa gata de habilidades diplomáticas intachables, requería de la atención de uno de los grandes maestros de oriente.
   -El gato porta la elegancia del aire, la fluidez del agua y la sabiduría del tiempo.-Dijo el Maestro.-Dijo con toda calma mientras observaba al felino, que lo miró y maulló dándole toda la razón.-Bien, ahora sí, comencemos.-Desde aquel lugar señaló a las dos columnas de piedra, de mas de dos metros cada una y dijo unas pocas palabras en su idioma nativo.
   Como una sola unidad, las dos gemelas saltaron hacia delante y con un mortal cayeron limpiamente sobre el suelo. La Dama Luna cedió amablemente su asiento al maestro de aquellas dos niñas, que corrieron hacia las dos columnas y se quedaron a pocos centímetros de estas.
   -¿Obedece a alguna historia en particular sus nombres, maestro Bambú?.
   -Sí, majestad. Cuando eran bebés fueron depositadas en uno de nuestros orfanatos imperiales. Dos cunas, una blanca y otra negra. Bueno decir cunas sería ser muy amable. Eran vulgares cestos de mimbre. Y sobre el pecho de cada una había un loto y un crisantemo. Así pues las sacerdotisas lo tomaron como una señal y así las bautizaron.
   -¿Nunca se supo quienes fueron sus padres?
   -No sabemos nada de sus padres u orígenes de ningún tipo, majestad. Un día las encontré peleando por la autoría de un jarrón de barro y la forma que tienen de moverse no tiene precedente alguno en nuestra historia. Junto a otros dones.
   Comenzó Crisantemo, que de un salto subió a lo alto de esa columna tan alta en comparación a su pequeño cuerpo. Cuando llegó a la cima se quedó quieta y con un gesto de invitación le dijo unas palabras a su hermana, que dando un pequeño salto de alegría dio un salto similar y se quedó frente a su hermana. Los niños ya estaban eufóricos aunque eso era lo mas leve que las dos hermanas podían hacer. Las dos subieron una piernas hasta formar un ángulo de ciento ochenta gratos y la fueron bajando hasta que la planta del pie de una coincidió con la de otra. Se tomaron de las manos e hicieron lo que parecía...
   -Estiramientos. Están haciendo sencillos estiramientos.-Dijo el Caballero Lobo.-pero parecen de goma.
   -Y me encanta como se visten, puede que les copie el estilo para adaptarlo a chicos interesados en la cultura oriental.-Dijo a su lado el Caballero Diamante.
   Tras los estiramientos comenzaron a intercambiar golpes al aire y a llevarse los aplausos de los niños y el asombro de los adultos. Parecían conocerse a la perfección y paraban cada golpe en el momento exacto.  Ahí, a carios metros de altura se movían con una seguridad pasmosa. Crisantemo tenía seguridad y firmeza, Loto fluidez y elegancia junto con algo mas de imaginación.
   -Crisantemo es muy conservadora, tiene un estilo maravilloso y una gran resistencia, considera que la eficiencia está por encima de muchas cosas junto a la practicidad. Loto es mas alocada, energía pura hecha materia. Y adora la vida hasta puntos mágicos.-Dijo en un susurro el maestro bambú a Su Majestad.
   Tras una cadena muy prolongada de golpes y patadas el puesto de ambas fue intercambiado en dos saltos, Crisantemo pasó al lugar de Loto y viceversa. El público estaba maravillado. Cuando aquella parte de la exhibición terminó ambas saltaron a la arena y cayeron como felinos de una sola vez e hicieron una reverencia. El público aplaudió aunque eso no era todo.
   -Ha sido un ejercicio magnífico.-Dijo la Dama Luna, hablando por primera vez en un buen rato.
   -Sí, pero aun no ha terminado, señorita.-Dijo el maestro de aquellas dos prodigiosas niñas.
   Ambas estaban frente a sus respectivas columnas. Crisantemo avanzó un par de paso y colocó la punta de los dedos a unos centímetros de aquella mole de piedra De pronto el ambiente se comenzó a cargar de algo que no se sabría decir. Era ligeramente opresivo pero al mismo tiempo daba mucha energía al ambiente.
   -¿Espera que pensemos que va a romper la columna? Incluso a mi me costaría.-Dijo el Muflón Escarlata, que aun estaba sorprendido por la demostración anterior.
   -Las he visto en acción.- dijo su compañera de armadura plateada y estilo estático pero seguro.-Cuando hice uno de mis últimos viajes en la misión de turno fui invitada. Su golpe no rompe. Su golpe deshace.
   Y dicho y hecho. Toda la energía cargada en el ambiente pareció confluir en la palma de la mano de aquella niña tan pequeña y tras tocar la columna de piedra esta al momento se partió en varios trozos grandes y al segundo siguiente se deshicieron creando un fino polvo. El público de nuevo soltó un clamoroso "ohhhhhhhh" antes de explotar en alabanzas y vítores. Crisantemo se quedó quieta, hizo un saludo al público, otro al palco, miró a su maestro, que aprobó su exhibición y se mostró algo mas relajada. Su hermana Loto daba saltos de alegría, feliz por lo bien que lo había hecho su hermana. Loto daría la vida por su hermana y su hermana por ella aunque esta se hiciera la digna.
   Loto se colocó en posición. Miró la columna durante unos segundos y parecía estar calculando la altura aproximada. Luego pareció cambiar de idea y miró a su alrededor a la arena y dirigió una mirada al público. Mientras miraba se movía sin parar, parecía el Caballero Gato pero mucho mas enérgica. Miró de nuevo a la columna e hizo un gesto de cierta conformidad. Y sin mas golpeó el suelo con el puño.
   Lo que mejor podría definir aquello es algo tan inaudito como descriptivo. La vida explotó. El lugar donde el puño había golpeado el suelo, hizo resurgir la vida vegetal. Un manto de hierba comenzó a extenderse en dirección a la columna. Una vez llegado a esta, el manto comenzó a ascender para formar enredaderas que exhibían vivas flores. Alrededor se empezó a extender la vida y los límites de la arena fueron invadidos por plantas y pequeños rosales y demás flores. Todo el mundo se quedó maravillado, hasta la Reina tuvo dificultades para mantener la compostura. El maestro Bambú miraba el prodigio de su alumna orgulloso de tenerla bajo su tutela. La hierba dio paso a arbustos y en lo alto de la columna, solitario, se formó, abriendo sus pétalos con toda la armonía del entorno, un magnífico loto. Contenta con su obra, Loto dio saltos de alegría gritando algo en ese idioma tan curioso de su tierra.
   -Parece muy feliz con su obra.-Dijo la Dama Luna.
   -Lo es. Ella es la alegría de nuestro Imperio. La madre naturaleza la ama hasta el punto de que los días que enferma, que son pocos por fortuna, el cielo se vuelve gris.
   -Que poético.-Dijo la Princesa.
   De un salto Loto alcanzó la flor en lo alto de la columna, volvió a saltar abajo y fue corriendo hasta el palco real y entregó, tras otro portentoso salto, al flor a su majestd, todo ante la mirada de varios miles de personas, las mejores arqueras y los mejores tiradores del Reino, el cuerpo diplomático, los principales y no tan principales comerciantes, artesanos y labradores, las dos mujeres mas bella de todas aquellas tierras, un violinista y un sinfín de espectadores mas.
   La Reina agradeció poderosamente el gesto.
   -Nosotros también tenemos un regalo para ustedes.-Dijo la Reina, que hizo llamar a uno de los soldados que la custodiaban las veinticuatro horas del día.-Esto es para sus dos alumnas. Y están invitados a la cena de esta noche.
   Le entregó personalmente a ambas niñas una caja que contenía un reproducción exacta de un crisantemo y de un loto hecho en cristal con incrustaciones de esmeraldas uno y de rubíes otro. Crisantemo, haciendo gala de su conservadurismo facial se limitó a una reverencia y abrir un poco mas los ojos cuando vio esa pieza tan fina. Por otro lado Loto no cabía en sí de felicidad y no paraba de mirar con ojos brillantes aquel maravilloso regalo. Aquellas piezas provenían de uno de los mejores cristaleros del Reino, que era capaz de auténticas maravillas en sus hornos y funciones de cristal. Había sido uno de sus mejores trabajos. las esmeraldas y los rubíes a su vez provenían de una joyería muy humilde pero con buen gusto para la selección del material a usar. Y ahí estaba el resultado, cumpliendo su propósito.
   El maestro bambú y sus dos alumnas fueron despedidas con la mayor tormenta de aplausos hasta el momento.
   Lejos de ahí, mientras las alumnas de la Dama Luna dejaban las armas en sus respectivos cajones de equipamiento, la puerta sonó. Aquella niña de rasgos vulgares pero de prodigiosa fuerza fue a abrir, con su sombrero a imitación de los tiradores del Caballero Halcón aun puesto. No se lo quitaba ni aunque le pagaran una fortuna por ello. Si bien una de sus compañeras, la que tenía sangre casi azul, había comentado mas de una vez sobre lo poco que combina su uniforme con aquel sombrero "digno de truhanes de cuento", aquella señorita corpulenta y de incipientes curvas le hacía caso omiso. Y bien que hizo, pues al abrir la puerta, frente a ella se encontraba el Caballero Halcón.
   La joven primero se quedó mirando a ese hombre que tenía el mismo sombrero que ella, miró aquellos ojos, calco de los del ave rapaz en honor a la cual lucía su actual nombre. Iba con sus clásicas ropas pardas.
   -¿Puedo pasar?.-Dijo aquel hombre con una educada inclinación de cabeza.
   La niña se había quedado muda y sus compañeras la miraban sonriendo, sabedoras de que aquel era un momento muy especial para ella.
   Le seguían a este hombre dos de sus pupilos, que iban como escolta de honor.  Uno rubio de ojos verdes y el otro de gesto duro y grave. ojos color café y mirada en constante movimiento. Los tres pasaron mientras las chicas se reunían con ellos y el Caballero Halcón tomó su sombrero.
   -Señorita, debo admitir que hemos quedado francamente impresionados por esa maravillosa demostración con el arco, así que nos gustaría nombrarla fusilera honoraria y entregarle un obsequio a título personal. -Dijo aquel hombre de mirada fina y pulso firme. Y sin mas se quitó la pluma del sombrero que tenía desde hacía tanto tiempo y se la entregó a aquella niña que había demostrado un valor y un talento sin igual.
   -Gra...gra....cias-Su rostro estaba completamente sonrojado y sin mas se acercó al hombre y le abrazó, soltando el consecuente chillido producto de la emoción de ver a esa persona que ha sido motivo de sueños durante tanto tiempo.
   Sus compañeras sonrientes se acercaron para darle la enhorabuena por su reciente nombramiento de fusilera honoraria. Sustituyó la pluma de gaviota por la de halcón y aquel sombrero y pluma se convirtieron en su pertenencia mas preciada, por encima de muchas cosas con claramente mas valor económico.
   Salían en aquel momento los jardineros reales, que fueron a ayudar a los voluntarios que limpiaban la arena. Todo estaba cubierto de hierbas y maravillosas flores.
   -Una pena que las tengan que segar.-Dijo la Princesa y miró de reojo quien era el siguiente.-oh el Caballero Lobo.
   Salió al centro, sin que aun terminaran de cortar todo aquello y se quedó mirando al público, que lo animaba. Era un hombre de espaldas anchas y buena musculatura. Archiconocido por su mirada similar a la de los lobos, con ojos color amarillento y rostro de bestia salvaje pero con su atractivo. era el único de aquellos hombres y mujeres que luchaba con dos espadas y además poseía el estilo mas salvaje de todos, convirtiéndose en una tormenta de acero. Así pues, tomó sus espadas y comenzó la danza de aquel hombre que iba por ahí cortando las hierbas. Al momento los ayudantes se habían echo a un lado para dejarle toda la arena mientras salían otros a colocar muñecos de paja. Era todo realmente dinámico porque según iban saliendo y siendo situados, los muñecos de paja perdían un brazo o la cabeza. Todo eso se intercalaba con lo que parecían gruñidos. 
   -Disculpe majestad, tengo que intervenir en la actuación de nuestro amado Caballero Lobo.-Dijo la Dama Luna y bajó hacia el lugar donde se llevaba a cabo la exhibición.
   Aquella persona que tanto amaba estaba desplegando toda su furia y seguramente no faltaría mucho para el momento final donde todos los adultos y niños se sobrecogían. Aquel hombre, o bestia, entraba por momentos en una suerte de frenesí que descontrolaba todo aquello que lo anclaba a la cordura y entonces se desencadenaba la transformación. De la nada parecía surgir a forma del gran lobo que todos habían visto alguna vez. Era una bestia enorme, que ocupaba casi toda la extensión de aquella arena. Se decía que en su hocico solo se podían sentar dos o tres hombres. Por ser un día especial, aquella gran vestida no tendría la armadura de batalla pero aun así resultaba imponente. Una vez lograda aquella metamorfosis, el lobo les dedicó a todos su mas enérgico aullido. El mundo se quedó asombrado de la fuerza de su voz, de aquel sonido tan puro y milenario, casi tan puro como el amor que aquella bestia descomunal sentía por la dama que se acercaba a él. Eran los amantes mas famosos de todo el Reino. Pareciera que se habían conocido desde siempre y cada día parecían amarse un poco mas. El Caballero se acercó a aquella mujer y se tumbó en el suelo, dejando caer parte de peso con todo su cuerpo y haciendo temblar un poco a todo el mundo. la mujer se acercó a él y posó ambas manos sobre el gran hocico de su amado. 
   -No se como te amo mas, no se bajo que apariencia podría sentir este amor tan grande, mas grande que tú bajo esta forma mi amor.-Dijo la mujer, apoyando la cabeza sobre aquel pelaje tan oscuro y suave.
   -Que ñoños.-Dijo Crisantemo, desde un rincón, con su rostro impasible habitual. 
   -Que bello.-Dijo Loto, saltando de alegría al ver esa muestra de amor, de vida al corazón que siente.
   Y tomando aire la Dama Luna subió al lomo de su amado y cargó su arco, comenzando a disparar a los muñecos de paja que quedaban mientras el lobo de grandes dimensiones atacaba a todo lo que tuviera inamovibles ganas de perecer. Un par de muñecos fueron tragados enteros. 
   -Amor mio.-Dijo la Dama Luna- recuerda que la última vez que hiciste eso te dolió la barriga.
   Por toda respuesta y como final a aquella breve actuación el lobo finalizó su número soltando un poderoso rugido en dirección al palco e inclinando la cabeza en señal de saludo a Su Majestad. Por su parte la Dama Luna hizo lo propio y ambos se retiraron, teniendo que agacharse el caballero lobo para salir por el gran portón, hacia una de las calles principales. Necesitaba salir de esa ciudad y aquella era una calle muy ancha donde podría correr hasta las afueras, al bosque mas cercano y comer todas las energías que le sobraban. La Dama Luna le acompañaba sobre su lomo.
   Una vez que se hubo tranquilizado el ambiente llegó el momento del combate final donde el Caballero de Diamante y la Dama Plateada se enfrentarían. Ella fue recibida con aplausos. Era la principal artífice de tratos e intercambios culturales entre La Corona y los demás reinos e imperios. Su amiga, su ayudante o mas bien su jefa estaba ahora mismo deleitando con su presencia a unas cuantas mujeres de los arrabales de la ciudad, de moral algo dudosa pero con un buen fondo. Aquella gata blanca era el deleite de muchos hombres y mujeres y sobretodo de niños. Tenía mucho carisma y era tratada como un elemento mas del amplio cuerpo diplomático del reino. Normalmente no se dejaba acariciar por cualquiera, pero tras unos cuantos tratos con su amiga, cedió finalmente a cambio de una compensación alimentaria de mayor calidad.
   Mientras tanto, la Dama Plateada se preparaba para el combate. Era una mujer de fe inquebrantable en el poder de la palabra, que había visto mil prodigios ante sus propio ojos grises. De cabello muy corto, al contrario que la moda que imperaba entre las mujeres del reino, de maneras a veces demasiado directas con quienes le molestaban, gentil en el trato con los demás hombres y mujeres de la diplomacia, buena cocinera y una magnífica alquimista. Quizás bailar no era lo suyo pero sí que tenía uno de los mejores estilos de lucha con la espada. Dicha espada era una hoja fina de lo que parecía plata pura. Fue recibida con aplausos del público, aunque no tantos como con el Caballero Diamante, en especial por parte de las féminas. 
   Era probablemente el hombre mas guapo del reino, con su sonrisa blanca perfecta, sus hoyuelos, su cara de niño bueno. Rubio con rizos de querubín. Las damas presentes gritaban con todo su fervor al ver a ese hombre que parecía sacado del mismo cielo, como si fuera uno de los ángeles mas bellos de aquel lugar. Era justo y valiente, carismático y muy querido. Tenía en su poder una de las mayores colecciones de libros del Reino y era de familia humilde, nacido del vientre de una verdulera y un zapatero. Nunca había renegado de sus orígenes y a día de hoy visitaba a su madre y a su padre para ayudarles en sus tareas. Durante esos días las ventas se multiplicaban por cuatro. 
   -Un buen día para luchar.-Dijo el Caballero Diamante a su formal y siempre educada amiga. 
   -Ciertamente.-Dijo con esa arrebatadora sonrisa. 
   -¿Como estás en el día de hoy?-Preguntó ella, siempre preocupada por el estado de sus compañeros de aventuras. 
   -Oh muy bien. La verdad es que mejor después de verle. Era mucho tiempo sin reunirnos en algún sitio para hablar. 
   -Lo quieres ¿verdad?.-Dijo con una pequeña sonrisa aquella mujer de rostro habitualmente pétreo. 
   -Creo que lo amo.-Dijo ese hombre que, a pesar de tenerlo todo, no había pedido la timide y la humildad.- Bueno, vamos a darles el mejor duelo no sangriento de la historia.-Dijo aquel hombre de corazón sensible y brazo fuerte como el acero. 
   Salieron ambos a la par, con sus armaduras, plateada la de ella, impolutamente blanca la de él. las mujeres presentes no disimularon su fanatismo y gritaban como locas. era maravilloso ver tanta alegría. Los niños se quedaron impresionados ante ese espectáculo que era ver a las mejores espadas del Reino a punto de enfrentarse. Ambos fueron al centro de la arena, ya mas despejada de tanta vegetación y saludaros al público. La gata blanca se había deslizado, con toda su incomparable elegancia entre vatios hombres y volvió con aquellos niños, que eran la mayoría del público, dejándose hacer, aunque solo fuera por ese día.  Ella gustaba de sentirse adorada. 
   La Dama Plateada desenvainó y el Caballero Diamante hizo lo propio.  Todo el mundo se quedó e n silencio al llenar el estadio aquel sonido cristalino de la espada del caballero. Muchos decían que era del mismo material que el arco de la Dama Luna pero su brillo era mas intenso. Todos los grandes armeros habían hecho una y mil pruebas: golpes, ácidos, hojas de corte, sierras, mas golpes, estampados, mas golpes aun y nada, la hoja nunca había perdido filo ni brillo. Una de las pocas espadas capaces de hacerle frente estaba frente a aquel Caballero. 
   -Mmmmmmmm.-Dijo aquel hombre con ojos de Halcón, ahora sin su pluma.-Decirle a Gato y Muflón que vayan al palco de la reina, no sabemos que puede pasar aquí pero no quiero heridos.-Dijo el Caballero Halcón. Uno de sus hombres bajó de tejado en tejado y fue directo a dar el mensaje. 
   El primer choque de espadas fue sutil. primero unos pasos hacia delante, luego unos cuantos hacia los lados, como si se midieran. El Caballero Diamante fue el primero en cargar frontalmente y la dama lo paró en seco con un movimiento que parecía practicado desde siempre.
   -No seas tan obvio, por favor.-Dijo la mujer con un leve alzamiento de ceja. A continuación cargó de arriba hacia abajo, con un quiebro de cadera y atacó por un lado. Fue detenida en seco por su sonriente contrincante. 
   Y de pronto todo se aceleró. El sonido de las espadas fue de menos a mas, con un repiqueteo constante que no cesaba. Los niños estaban boquiabiertos, deseando entrenar esos movimientos con una rama o una espada de madera. Los comerciantes hacían números sobre el valor de esas espadas, la damas jóvenes y adultas tenían el corazón en un puño. Desde un lugar entre las multitudes, un hombre de cabello corto y mandíbula cuadrada miraba al amor de su vida. Aun a pesar de sus grandes manos manejaba la aguja con gentil delicadeza para coser vestidos de muñecas o de damas de la corte. No podía estar mas feliz de ser correspondido por aquel Caballero de destreza sobresaliente.  
   Entre choque y choque se comenzó a sentir otra sensación. El aire se fue cargando, como si Crisantemo fuera a cargar uno de sus golpes, pero entre medias se escuchaban lo que parecían bufidos, rugidos, gruñidos. Entre los choques se saltaban chispas verdes, azules, rojas, amarillas, blancas e incluso moradas o negras. 
   El clímax se produjo cuando ambos combatientes dieron un gran salto hacia atrás y al mismo tiempo clavaron las espadas en el suelo, provocando la reverberación de la tierra. De pronto, de la parte de la hoja mas visible salieron dos entidades incorpóreas, que con los segundos fueron tomando un aspecto mas "físico" que representaban lo que parecía un león y un tigre. Salieron en dirección al contrario que tenían en frente y chocaron en una tormenta de blanca luz y rugidos fieros. 
   -Mi león.-Susurró sin poderlo evitar aquel hombre de manos fuertes y habilidosas.
   Las invocaciones se unieron a la batalla y ambos espadachines se centraron en combatirse el uno a la otra. cada vez que un movimiento era ventajoso la invocación pertinente tomaba ventaja. Las dos criaturas mágicas chocaron de nuevo después de una tormenta de mordiscos y garras. Un par de veces aquellas criaturas casi se estrellan contra el inocente público pero pudieron remediarlo a tiempo. Un par de arbustos aun presentes ante la actuación de Loto fueron aplastados completamente. Los golpes de espada venían por todos lados y parecían retumbar en toda la arena y parte de la ciudad capital.
   Con una floritura final, ambos espadachines señalaron a sus bestias y estas volvieron al interior de su armas y con la estocada final, que no dio en el blanco en ninguno de los casos al tratarse de una exhibición, ambos contendientes se saludaron y el público, enardecido, aplaudió probablemente el mejor duelo de espada de la historia de aquel lugar.  
   Así es como se reforjó la leyenda de las Damas y los Caballeros del Reino.

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