sábado, 23 de julio de 2016

En lo alto de la barricada.

La podredumbre cubría las calles, una crítica sutil de la propia naturaleza del hombre causada por el propio hombre. La ciudad se había visto castigada un día tras otro, una semana tras otra, un mes tras otro, por el sonido y el impacto de balas, el grito de los afligidos y los moribundos que invocaban a sus madres y a Dios para encontrar algo de consuelo. El tiempo, representado por nubes grises, parecía hacer justo homenaje a aquel enfrentamiento entre dos fuerzas tan iguales como diferentes en sus propósitos. En cada recoveco de la ciudad se sembraba la semilla de la conspiración, de la revolución o de la traición. En los grandes palacios, entre copas de plata y abrigos de vison, lo mismo pero dicho todo de forma mas pomposa y aderezado por antiguos rencores y envidias. Entre copas de caros alcoholes las sonrisas afiladas y las dagas se afilaban para echarle posteriormente la culpa a los de abajo, a la pobreza social e intelectual de los bajos fondos de la ciudad, de esa ciudad que hasta hace poco había vivido en paz y armonía.

Todo aquello no le pasaba desapercibido al encargado de placar a las masas, de darles el mas justo castigo a aquellos que contradecían la palabra del emperador. Era un hombre de rasgos duros, de corazón frío pero de cabeza clara y juicio justo. Ningún hombre lo contradecía, ninguna mujer se entrometía en su camino con guiños de ojo o trucos variados de seducción. Su claro objetivo era encontrar de nuevo la paz para el reino, para el hombre que estaba inmediatamente por encima de él e inmediatamente por debajo de Dios. El general encargado de aquella revolución armada por parte de las clases bajas, instigada por algunos interesados de las clases altas lo daría todo por la paz del reino, incluso la propia vida si era necesario.

Todo comenzó como comienzan las revoluciones, con hambre, con oídos sordos por parte de la nobleza y con los jactanciosos comentarios de un merecido destino para los pobres por parte de estos últimos. Entonces sucede lo inevitable, y un ciudadano anónimo de alta cuna que luego se descubre que es hijo de algún conde, marqués o duque, es apuñalado por la desesperación y el hambre de unos pocos "delincuentes" que lo encontraron en el momento y lugar equivocados para su vida. A los pocos días todo era un hervidero de riñas, trifulcas y los primeros disturbios comenzaron. Aquello al general no le gustó desde el primer día. Se encontraba conversando con una duquesa famosa por su ingenio e inteligencia así como por una curiosa tendencia a teñirse algunos mechones de algún color impropio de los tonos naturales, cuando un oficial entró para interrumpirlos. Una mirada fría taladró al pobre enviado, de apenas unos 20 años aunque con trazas de llegar a general con menos de treinta

-Señor.-Dijo el oficial mientras saludaba con una inclinación a la dama presente.-Se le requiere en la misa de esta tarde por la muerte del hijo de Marqués.
-Dile a los interesados que ahí estaré.-Dijo sin mas y siguió su conversación.
Una vez el subalterno se había marchado, la duquesa que hablaba antes con el general lo miró fijamente.
-No te gusta lo que estás haciendo.-No era una pregunta, era una afirmación.
-Es obvio que no, maldita sea- Le dijo a la que era una de sus mejores amigas.-Cada mañana, después de los enfrentamientos nocturnos, si con suerte hemos logrado echarlos de su posición, paseo entre los cadáveres. Los cuento uno a uno y me paro a ver sus rostros. ¿Sabes cuantos hombres hay entre esos cadáveres?
-No,- Dijo la Duquesa, acercándose un poco, prestándole algo mas de apoyo presencial.
-Tantos como mujeres, y del total una décima parte apenas pasa de los veinte años. Soy un asesino de niños.
-No eres ningún asesino de niños, No los aguantas, pero no llegarías al punto de matarlos-Le dijo la dama.- Por Dios dime que después de dos descargas con esos fusiles, por muy de chispa que sean, acertáis distinguir un hombre de un caballo a mas de quince metros entre todo el humo y te llamaré mentiroso con todas las de la ley.

El general no respondió nada, la duquesa en parte tenía razón. Muchas veces, después de los disparos se escuchaba los gritos de los rebeldes: "ese era mi hermano, malditos cabrones, me vengaré" o "Mi hijo no os hizo nada, solo era un niño".
-¿Como está la moral de tus hombres?
-Cada día un poco peor, no todos son hijos de gente rica, algunos son gente humilde que han llegado a la academia y han completado decentemente el entrenamiento. El otro día uno de mis consejeros tuvo el valor de enterrar a un familiar suyo que había muerto al otro lado de la barricada. me sorprendió que no lo capturaran.
-Eso quiere decir una cosa.-Dijo la mujer mientras tomaba un sorbo de una copa de bourbon.
-¿Que quiere decir?.-Preguntó con todo el interés del mundo.
-Que su líder tiene tanto respeto hacia el enemigo y los muertos como tú. No es una mala persona. Seguramente sea alguien carismático, con mucha cultura y don de gentes. Aunar a toda una ciudad es algo difícil pero aunar a los gremios bajos así como a los indigentes es algo casi de epopeya o leyenda.
-¿Como deduces todo eso?.-pregunto el general, entrecerrando levemente los ojos. No es que desconfiara de su amiga, pero tanta agudeza intelectual hacia que los hombres se le pusieran a la defensiva, algo que hasta hace poco le hacía cierta gracia.
-Intuición femenina y quizás algunos contactos.-dijo ella con una sonrisa a medias.
El general la miró durante largo rato. No le gustaba implicar a sus amistades no castrenses en la vida castrense y mas en los asuntos de Estado, y aquello no sería una excepción.
-Entiendo,-Dijo el general.-Es una pena que tenga que retirarme en estos momentos, tengo que sistir a una misa.
-Pero si es por la tarde, general.-Dijo la mujer.
-Necesito mucho tiempo para mentalizarme para estas cosas. la guerra es fácil, los rituales religiosos, una pesadilla. Creo en Dios pero se demasiadas cosas de la Iglesia para cumplir tales actos de hipocresía con entereza.

El acto fue como siempre, entre pan de oro, hilos de oro, altares dorados, todo lleno de humildad, se celebró el acto por la muerte de ese joven que había sido el inicio de todo aquello a lo que el general se tuvo que enfrentar. El general no fue precisamente al acto totalmente desinformado. Sabía que el pobre chaval era hijo de alguien realmente rico,acostumbrado a la riqueza, culto y trataba bien a los sirvientes del palacete que tenían cerca de la capital. Su apuesta estampa le había facilitado muchos encuentros de una o dos noches con mujeres de alta y baja cuna. Lo peor fue enterarse de cierta anécdota. Su espía, cuando se lo contaba se tomó un rato para decirlo.

-El chico quería pertenecer al ejército, general.- dijo la informante, una de las doncellas pertenecientes a familia afectada por la pérdida.- Aseguraba que tenía en alta estima a su persona, que deseaba entrar a sus órdenes e imitar todos sus actos y gestos de carácter histórico, aquello que le había dado la fama. Y también dijo que, en caso de morir...-la buena mujer tenía lágrimas en los ojos.-lo haría por el Emperador y usted estaría orgulloso.-Y acto seguido se echó a llorar.

El general en esos momentos no pudo sentir mas tristeza, mas pena por una vida que se desechaba por el acto cobarde de unos miserables. Siempre tuvo algunas discrepancias con la clase noble a pesar de ser un general, el mejor de su tiempo. Nunca entendió sus juegos de estrategias con palabras y control de otras personas a través de cartas, rumores o sencillamente veneno, no era honorable mas allá de un par de excepciones que manejaran la dialéctica y la oratoria de forma sublime en los debates sobre el Imperio. había visto cosas terribles en el campo de batalla, pero el campo de batalla siempre era sincero, demostraba quien estaba cualificado para seguir adelante en la escala de mando y quien no.
-Mi jefe dice que lamenta mucho el acto cobarde que sufrió el chico.-Dijo un hombre vestido con elegantes galas a su lado.
El general lo miró atentamente, justo cuando se disponían todos a rezar durante un minuto en completo silencio, justo antes de decretarse ese minuto. Miró su rostro, duro, con ojeras, como el hombre que debe esforzarse al máximo por alimentar a una familia. El resto de hombres en la sala eran gente que dormía sabiendo que la servidumbre le haría todo el trabajo. Y sus manos no tenían callos de espada, tenían callos de trabajar, de trabajar a la luz del sol mas inmisericorde y con el frío mas cruel delos inviernos en la región de la que fuera que viniera. Y su piel era morena por ese mismo sol. El hombre a su lado sonrió un poco. Le faltaban un par de dientes, algo inconcebible en aquella clase acomodada.

Mas tarde, en un lugar a solas, el supuesto noble le habló con todo respeto y confianza, tratándolo como si fuera una figura de máximo respeto y no un enemigo odioso.
-Quien me envía le asegura que los responsables han recibido su justo castigo, pero que lamenta que todo se haya desproporcionado tanto en sus consecuencias.
-Celebro la noticia pero no puedo evitar preguntarme como es posible que... -No sabía como seguir hablando.
-¿Como es posible que alguien de la baja ralea de mi persona vista así y se presente ante usted pasando toda la seguridad del perímetro? ¿De donde vienen todas las doncellas y algunas damas de compañía de los nobles que ahora nos rodean? Exacto, de las bajas calles mas allá del río, cuyos puentes son el paso entre el mundo de los vivos.-Dijo, señalándose así mismo.- y el de los muertos.-Afirmó haciendo un gesto a todos los presentes, pero sin incluir al general.-Usted es distinto.-Y sin mas dio media vuelta y se fue, despareciendo antes de que pudiera decir nada aquel hombre que servía al emperador y siempre tenía la última palabra, salvo en aquella ocasión.

Los meses pasaron con pequeñas escaramuzas por parte de ciudadanos y mercenarios o soldados del Imperio. El general se movía de una humilde cama a la sala de mando y de ahí de nuevo a la cama hasta que entraba algún despechado o mensaje urgente y tenía que volver a la acción. Todo era una lluvia de violencia que luego se veía reflejado en informes con números fríos que hablaban de caídos y desparecidos. hasta que llegó el día que el general conocería a su enemigo.

Fue durante unos disturbios en los que todo apuntaba a una alta concentración de tropas por parte de ambos bandos. El campo de batalla como siempre fueron las calles aledañas a los puentes de acceso entre ambos sectores de la ciudad. El Emperador en persona había pedido al general que acabara con ello de una vez por todas. O al menos eso es lo que la versión oficial aseguraba. 

Las calles habían sido vaciada s y cada uno de los residentes de la ciudad capital se habían metido en sus casas. Las filas del ejército avanzaban poco a poco en lo que se supone que era la calle principal donde los rebeldes se habían atrincherado con varias barricadas. Ya se habían producido escaramuzas y los primeros cadáveres de soldados y civiles se empezaban a amontonar a los lados de las calles.  De pronto un disparo, luego otro y seguidamente una ciento de ellos mas. Por todas partes estaban saliendo cañones de fusil, desde las ventanas o desde sótanos escondidos por toda al ciudad. Aquella encerrona no amilanó al general, que sacando su pistola y espada, se dispuso a luchar. Por todos lados salían enemigos, personas que podrían ser trabajadores de una panadería o encargados de la limpieza de algún castillo. ricos comerciantes (dudosamente) o sencillos granjeros (probablemente). Finalmente lograron repeler a la primera oleada, que se refugió detrás de una de las barricadas.

El general mandó hacer recuento de tropas aunque estaba haciendo ya su propia cuenta de toda la gente que había muerto. Aproximadamente mas de 40 personas en menos de cinco minutos. Y no discriminaban, pues uno delos fallecidos era un anciano de quizás sesenta años y mas alla un niño de catorce. la guerra era cruel, pero el general no se ablandaría, mas tampoco perdería lacabeza por vengar a sus hombres. Entonces lo vió. 

Su amiga tenía razón, a medias. Desde aquella distancia podría haber visto perfectamente de quien se trataba, haber distinguido sus rasgos para tener un rostro que perseguir y eliminar en nombre del Emperador, pero el humo y ese día una espesa niebla lo rodeaban todo. Aquella figura había sido quizás la responsable de todo aquello junto con él mismo, el líder que había guiado a toda aquella gente hasta la muerte por un sueño quizás imposible, pero con el suficiente carisma para empujarlos hasta la muerte sin dudar. Y el valor que demostraba subiéndose a lo alto de aquella barricada, alzando su rudimentaria arma en alto, la agitaba un poco por encima de la cabeza, como en señal de saludo. Aquel era quizás el mayor rival que jamás había tenido, y eso un caballero como él debía respetarlo, por lo que alzó la mano a la antigua usanza de los caballeros de hace siglos y ambos contendientes se retiraron a sus refugios hasta la próxima batalla.