martes, 21 de abril de 2015

La dulce eternidad

La miraba con rostro impasible, una máscara de piedra dura de quebrar pero meramente ornamental. Los ojos de él miraban de vez en cuando a la ventana de grandes y limpios cristales por los cuales se podía ver la luna. Era una noche clara y suave, apacible en toda su extensión de la palabra. La mano de él acariciaba con delicadeza el cabello negro de la dama conquistadora de su corazón. La vida era larga y las circunstancias siempre inesperadas pero aunque conociera a otra mujer ella sería importante, realmente importante para él. Era única en todos los aspectos mas variados. El sueño pesado de ella le permitía a ese hombre o lo que fuera poder consolarse acariciando el tejido de las ilusiones que se desparramaba libremente por sus hombros y espalda desnuda. Nunca se había sentido tan dichoso de poder realizar tales actos...

En medio de sus divagaciones ella se acomodó un poco mas y sintió cerca el aliento de la fina y dulce boca contra su torso. El fantasmal aliento hizo que se le erizaran los pelos de la nuca y un leve sonrojo acudiera a su rostro, convirtiendo la piedra blanca en rosada. Otro momento y el cuerpo de ella se deslizó enteramente para pegarse mas al amante que la había complacido de formas tan dulces, tiernas, pasionales. Él sintió sus senos, sus caderas.Y entonces ella susurró su nombre. 

La sola mención de su nombre en los labios de ella fue algo tan dulce como sus besos, Tan ardiente como el mismo infierno pero infinitamente mas divino que el propio cielo. El la observó y en su rostro continuaba la piedra, mas en sus ojos brillaba una luz tan intensa como la que portaban esas dos esferas, ahora ocultas tras unos párpados caídos por el sueño. Acarició su mejilla suavemente.Su piel era delicada, suave, tersa. Le encantaba adorarla en silencio mientras ella descansaba, visitando mundos de ensueño que le hacían removerse un poco. 

La luna fue pasando poco a poco por la bóveda celeste, dejando tras de sí una noche que quedaba atrás para dar paso al día prometedor y feliz que siempre le brindaba la compañía de la dama mas bella de su mundo. Los pájaros comenzaron a cantar y las ventanas se abrieron para dejar paso a la brisa matutina. Las mantas cubría el cuerpo de esa mujer tan especial en la que había escrita cientos de historias con sus besos y dibujado picantes escenas con su lengua y manos. Sobre esa cama ellos había dejado una parte de ellos cuando llegaba el alba y todas las mañas ella habría los ojos. Y abrió los ojos. 

El mundo cobró luz al ver esos ojos negros que podía esclavizar cualquier voluntad. Ella posó una mano en su torso para apoyarse y con delicadeza susurró un "holo" que a el lo llevó a mundos felices y recuerdos y planes mágicos. Le acarició la mejilla y acercó sus labios a los de ella, saboreando aquel aliento tan dulce, cálido. La estrechó entre sus brazos, creando un contraste entre pieles, ente culturas, vidas que solo podía dar como resultado una incipiente chispa que condujo a la creación de una llama. Ella de nuevo abrió los ojos tras ese beso y se escondió en su cuello mientras su mano le acariciaba suavemente el brazo. 

-Soñé contigo.-Dijo con la dulzura de la miel, dejando sentir su aliento contra la yugular de este, erizándole la piel al momento. 

-Y tu eres un sueño hecho realidad.-Susurró el, acariciando su cabello con delicadeza, como si se fuera a romper toda ella de un momento a otro. La adoraba por encima de todas las cosas... ella era el amor en vida, la búsqueda del poeta que por fin había llegado a su fin y sentía entre sus brazos, contra su cuerpo, el fruto de sus esfuerzos. 

Ella lo volvió a observar con esa sonrisa cargada de ternura que podría derretir el huelo, apoyada a todo lo largo de su cuerpo, ejando el tiempo pasar y haciendo de cada segundo y perfecta eternidad.