jueves, 12 de octubre de 2017

El cumpleaños del Infante.

   La fiesta transcurría tranquilamente. La Reina había convocado a todos para celebrar el cumpleaños de uno de sus hijos. Los grandes señores y parte del pueblo estaban presentes. De no ser por el aforo limitado le habría encantado invitar a todo el reino, pero el espacio y la comida estaban ligeramente limitados por la llegaba del invierno y los muros del castillo. La sala de fiestas, con todo, era enorme, decorada con blasones de los grandes señores que hacían acto de presencia, cuidando de que no hubiera acercamientos entre los símbolos que poseyeran una historia común de enfrentamientos. La princesa, una encantadora criatura de 10 años estaba con su hermanito, el cumpleaños en los brazos de su hermana y unas cuantas amigas y mujeres nobles. El niño, último producto del amor de la Reina con el Rey, era un querubín de ojos preciosos y llenos de luz para el mundo. Todos los hombres y las mujeres que pasaban por delante hacían una reverencia o bien le daban algún regala, que un asistente recogía y depositaba en la cámara de los regalos. ya eran cientos aquellos obsequios. Todo aquel lugar, la sala de fiestas, estaba iluminado a las mil maravillas, pareciera incluso que hubiera una iluminación viva que se presentaba en el momento necesario. Las grandes galas estaban adornando los cuerpos de cada invitado. había nobles ancianos, jóvenes comerciantes, viejos capitanes y artesanos, que habían puesto todo su arte al servicio de la Corona.
   La Reina estaba exultante. Mantenía la compostura pero se la veía realmente bella con un vestido que combinaba un sinfín de colores a su alrededor, con pequeñas tiras de gasa, sin escote, bien cubierto. El maquillaje era discreto pero realzaba aquellos ojos que habían hecho soñar a muchos hombres. Y que aun lo hacían. Los pasos que daba entre la multitud siempre estaban acompañados de una sonrisa, de una reverencia, de un intercambio corto o largo de palabras. Tenía tiempo para todo el mundo. Fue entonces que un sirviente le entregó un mensaje. La Reina lo leyó y salió lo mas discretamente de aquel lugar para dirigirse a sus aposentos, os cuales compartía con el rey. Subió un buen tramo de escaleras y entró elegantemente en la estancia. Esta ya se encontraba iluminada por unos cuantos candelabros que los sirvientes se encargaban de mantener siempre encendidos. Salvo un rincón. En el techo de aquella estancia aun se veían las vigas y en una de ellas había colgado un ser. Estaba boca abajo. Parecía un hombre normal de no ser por su gran palidez, por sus ojos rojos y su postura contraria a la de la reina en algunos asuntos como la educación de los niños nobles.
   -¿Tan temprano, aun con la luz del sol ocultándose, mi entrañable caballero?.-Dijo la Reina, cerrado la puerta detrás de ella y acercándose a aquella criatura colgante.
   Su rostro estaba totalmente fijo en ella y los ojos parecían brillar en la incipiente oscuridad. Era una visión realmente fascinante pero a los primerizos les solía asustar.
   -Quería presentar mis respetos al jovencito que va a cumplir años.-La ropa no parecía obedecer a la ley de la gravedad, recientemente descubierta. Era quizás la única prenda de vestir que la desafiaba en toda la tierra conocida.-También quería hacerle un regalo. Y le sugiero que lo pase por el filtro de seguridad que ha colocado en la cámara de regalos. Le aseguro que mis intenciones no son malas, se que usted lo sabe y yo se que usted sabe que yo lo se.
   El vampiro dio un pequeño salto y quedó justo de pie delante de aquella mujer que le había hecho suspirar una vez tras siglos sin usar los pulmones. la Reina le miró fijamente. Tenía unos rasgos distinguidos y claros, de rostro delgado y en sus ojos había algo que no había perdido ni siquiera tras morir: orgullo, dignidad, honor, tormento, tristeza. Fue solo una vez cuando vio a aquel ser arrepentido por la sangre que consumía sonreír. Aunque no directamente.
   Fue un día, hace muchos años, cuando la Reina era niña, apenas una pequeña criatura de cinco años. Ella estaba jugando y ese ser la mitraba desde la torre donde ahora se encontraban. Ella sabía de su presencia, pero no así el resto del reino, tan solo su padre, el Antiguo Rey, el que Mucho Vivió y mas Debió Haber Vivido y unos pocos hombres y mujeres de extrema confianza. Fue la madre de la Reina quien lo vio y en el lecho de muerte, en plena crisis de la en aquel momento Princesa, le había dicho a su hija, tomando su mano, que aquel ser lleno de tristeza y rabia había sonreído mirándola y había afirmado con rotundidad "Esa niña le dará a este reino el futuro que merece".
   En aquel momento, al caballero de oscura armadura de tela negra se le veía decidido a cumplir su cometido. Se llevó la mano al bolsillo y con un sencillo gesto le entregó un pequeño medallón a la Reina. Era de un material oscuro que desprendía pequeños destellos rojizos. En el centro había una piedra de tantos colores como los que estaban presentes en el vestido de la reina. A su alrededor la decoración presentaba la forma de una estrella de cinco puntas, quedando la que era sostenida por la cabeza hacia abajo.
   -Vuestro mago seguramente lo encuentre un reto interesante. Si es sabio de verdad a lo sumo probará un par de hechizos.
   -¿Y ese empeño en probar a mis magos?.-Preguntó la reina, sentándose a la mesa de aquel lugar, donde a veces comía con su marido. Le hizo un gesto para que se sentara.
   El buen hombre se acercó y se sentó frente a la Reina, que le miraba con una cierta curiosidad y al mismo tiempo calidez en la mirada. Su vestido era precioso, con ese abanico de colores que parecían combinar tan bien unos con otros. Su cuerpo conservaba la finura de quienes la habían creado con tanto amor. El hombre de las sombras se quedó en silencio, eludiendo con una pequeña sonrisa su pregunta.
   -¿Podremos veros en la fiesta?.-Preguntó la Reina. Aquello era una reminiscencia de la pequeña Princesa que había sido en su momento, cuando preguntaba a su muy querido protector nocturno si asistiría a tal o cual reunión con su padre o a tal o cual fiesta de nobles. había intentado todo, recibiendo siempre una educada negativa, pero nunca se sabía con estas cosas.
   -Me temo que no, Majestad. Además de que tengo unos cuantos asuntos que atender en esta bella noche, aunque alguno de ellos son un complemento indecente a lo grandioso del momento. Y si bien aquí abunda la luz, en otros rincones de la ciudad hay sombras que incluso a mi me hacen plantearme si adentrarme en ellas o no. Igualmente no se altere majestad, pues para mi es todo un deber, un honor y a veces un placer serviros. Y no, no correrá la sangre esta noche por orden vuestra.-El caballero oscuro miró a los ojos de la mujer mas bella de toda la corte.-Además de que tengo una cita.
   -¿La conozco?.- Preguntó la reina, con un brillo en la mirada que denotaba la aparición de aquella pequeña o adolescente que quería saber todo sobre las nobles de la corte.
   -Es una dama que viene del extranjero y que conocí en unos de mis recientes viajes. No esperaba que se aproximara por estos lares tan pronto pero supongo que la ocasión de los festejos por el cumpleaños del Infante lo merece.-Dijo con toda tranquilidad el hombre de las sombras.-Pero eso será algo mas tarde.
   -Seguramente la deslumbrarás.-Dijo la Reina, con una sonrisa cálida.
   -Me vais a ruborizar, Majestad.-Dijo el vampiro exponiendo una sonrisa que, dejando a un lado cualquier situación sentimental o estado civil, podía encandilar a cualquier mujer.
   -Siempre fuisteis un hombre modesto, incluso cuando servíais a ese rey tan antiguo y casi olvidado.-Dijo la Reina con el orgullo por sus antepasados en la mirada.
   -Fue un gran hombre. Quizás la definición de hombre que todos los demás deberían cumplir..-Dijo el vampiro poniéndose en pie. Por desgracia debo partir, majestad. Y sugiero, si no es mucho pedir, que esta noche todos los habitantes del castillo duerman en las habitaciones interiores.-Y sin mas desapareció entre las sombras, deshaciéndose con aquel rincón en sombras.

   Unos minutos después, un carruaje salía de la ciudad, al menos de la que era considerada la parte principal, donde se encontraban los grandes talleres artesanos, algunos barracones del ejército y todo se entremezclaba con callejuelas. Los guardias se encontraban sonrientes ante la celebración y unas cuantas botellas vacías estaban sobre una mesa, en donde se refugiaban cuando hacía frío o querían descansar después de tantas horas sentados. Las puertas estaban cerradas y fue necesario solamente enseñar un anillo de plata con el símbolo de la Corona para que los hombres le dejaran pasar. Muy pocos hombres y mujeres tenían ese anillo, ese sello que demostraba ausencia de lazos de sangre pero sí una confianza casi ciega y plena por parte de quien regía aquellas tierras.
   El carruaje se dirigió hacia las afueras, donde las casas de gran despliegue técnico y arquitectónico daba paso a algo mucho mas humilde. Fue entonces que el hombre ordenó detener el carruaje. El conductor paró en sexo con el relincho de los cuatro caballos que lo tiraban.
   -¿Que ocurre señor?-Preguntó el cochero, desconcertado por aquel repentino parón.
   -Seguiré de aquí en adelante, buen hombre, no se preocupe.-Dijo de forma bastante convincente. 
   -Que tenga buena noche, caballero.-Dijo el cochero retirándose de aquel lugar con cierta sensación de desasosiego.
   Tantos siglos que habían pasado y aquel olor estaba presente cada vez que pasaba cerca de un acto luctuoso. Era un aroma dulce, agradable, que acariciaba las fosas nasales, haciendo notar su presencia pero sin definirse del todo. Caminó unos cuantos pasos en una dirección indeterminada, siguiendo un pequeño camino entre varias casas hasta que dio con lo que buscaba. Llegaba justo en el momento en que el moribundo llegaba a su tumba. 
   Era un chico realmente joven que había muerto por un accidente. Su rostro y su cuerpo entero estaba cubierto, quizás por discreción para que no vieran el resultado de lo que había sucedido de forma tan desgraciada. Su madre lloraba, su padre apretaba el puño que tenía libre, mirando al suelo y cargados aquellos ojos de impotencia. El hombre que tanto tiempo atrás se había encontrado con la muerte bajó la mirada en señal del mas profundo respeto. Sentía fascinación, envidia, atracción por la muerte. Enviaba a ese chico, a esa vida tan corta sesgada de golpe, estando el condenando a tener una apariencia que era eso, apariencia. Se acercó un poco mas mientras el cura se preparaba para dar su letanía y despedir o enviar así el alma de aquel joven al mas allá. Los seres de su condición tenía unos ojos que permitían ver a aquellos que habían partido.  
   Vio que del ataúd se desprendía una especie de voluta plateada. El ser de las sombras siguió aquella voluta con la mirada. Esta se paseó entre los presentes, como si tratara de discernir a través de pequeños contactos, realmente sutiles, la condición o la identidad de aquellas personas. Cuando la voluta se acercó al hombre que tenía el puño apretado se escuchó una voz tranquila. 
   -No hagas locuras papá, se que mi jefe no te caía bien pero él no fue mi asesino.-Apenas era un hilo de voz pero aquello pareció ser mas que suficiente para que la voluta humo tomara la forma corpórea de un joven pleno de fuerzas, con un aspecto realmente glorioso y ascendiese rápidamente a los cielos. 
   Tras estas palabras se respiró al momento en el ambiente una sensación de liberación. El puño del padre se había relajado y tenía un rostro sereno. Incluso estaba sonriendo levemente. 
   -Murió aprendiendo aquello que quería que fuera su sueño.-Dijo el hombre antes de echarse a llorar. 
   El caballero de la oscuridad decidió dejar a todo el mundo mientras las palabras de los textos sagrados se extendían por toda la planicie. A las personas de su particular condición le resultaba desagradables las palabras de textos sagrados. Y peor aun, él, antes de su nueva forma de vida, era un devoto de las escrituras sagradas. Y ahora huía de ellas. La vida estaba cargada de ironía.
   Continuó caminando durante un buen rato hasta encontrarse con un bosque a las afueras de aquel territorio domado por el hombre y sus aparejos de cultivo. Los árboles se comenzaron a suceder cada vez de forma mas numerosa, dejando claro que aquel lugar era aun territorio de Gaia y sus misterios. la frondosa espesura dio pie a un claro, a donde su olfato le había llevado. Tras pasar a tener una nueva vida era capaz de oler cosas que antes no se le habrían pasado por la cabeza, y lo mismo con los ojos y el oído. Y la encontró, en medio de un claro. 
   La única mujer cuya belleza era capaz de recordar que respirar no le habría servido de nada. Iba con un vestido rojo del color de la sangre. Sin embargo, con la luna creando una halo a su alrededor, sus ojos centelleaban azulados como zafiros a través de la luz del sol. Se movió lentamente, casi flotando, sobre la hierba y se quedó a apenas unos pocos centímetros de él. Cualquier hombre habría enloquecido con solo mirarla. Él, alimentado por la experiencia y el dolor del pasado, tuvo el privilegio de poder resistirse un poco mas.El hombre hizo na reverencia cuando la dama se estaba acercando. 
   -Que bello día para que me enseñe la ciudad, caballero.-Dijo la mujer, mirándolo fijamente a los ojos, con toda formalidad. Le recordaba en cierto aspecto a la Reina.-Parece ser que he elegido la mejor fecha para que alguien de su porte y clase me muestre cada rincón de luz y cada parte de oscuridad. 
   -Espero ser un guía mas que decente.-Dijo tan solo el caballero, tenía que medir mucho las palabras cada vez que ella estaba presente, no por temor a ofenderla, sino por temor a revelar demasiado de sus intenciones. Aunque por tiempo no sería, les podía aguardar la eternidad. 
   Él ofreció su brazo, ella se enganchó con suma delicadeza a él y ambos caminaron entre las sombras, sin perder un solo detalle, compartiendo visiones del mundo, gustos, deseos, opiniones. Llegaron incluso a tocar un tema taboo: la vida pasada. El pasado para aquellas gentes destinadas a vagar entre las sombras, era un recordatorio de todo lo que habían tenido y habían perdido de una u otra forma. Pero sin duda fue una experiencia enriquecedora. 

   Lejos de ahí, en el castillo, el Infante que cumplía años, se encontraba entre los brazos de su madre, ambos dormidos apaciblemente en las habitaciones interiores. Las caras de extrañeza no fueron pocas cuando, en pleno verano, donde la brisa acompaña a dormir mucho mejor en la torre mas alta del astillo, la Reina pidió que se habilitara aquel cuarto para el Infante, la Reina y la Princesa, un poco mas allá. Veinte caballeros de élite estaban dispuestos en ese pasillo y otros cincuenta a lo largo de todo el castillo y controlando las salidas. La noche era apacible pero había sombras. Mientras dos posibles amigos, o confidentes, o amantes paseaban tranquilamente por las calles de la ciudad, un gato negro muy elitista, de esos que no se dejan acariciar por cualquiera y con una curiosa preferencia por la compañía femenina, los miraba desde lo alto de un palacete de nobles artesanos. 

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