martes, 3 de junio de 2014

Tres besos.

La noche llegaba a su fin. Desparramadas entre la hierba, colgando con lánguida y rechoncha elegancia, las gotas de rocío daban paso a la mañana soleada que se ocultaba tras esa noche estrellada. La brisa cambiaba su registro para hacer al gallo cantar y a los pájaros despertarse, uniéndose al coro de sonidos matutinos. la gran extensión de bosque contaba con un claro en el cual yacían dos figuras que se encontraban dormitando, a punto de recobrarse de un sueño profundo. Las flores de miles de colores los contemplaban desperezarse. Como salidos de una película, un gran número de animales se acercaron a ellos y los observaron con la curiosidad innata del ser irracional que encuentra algo poco propio de su mundo. La bella dama, con el cabello revuelto se quedó observando maravillada a esas criaturas tan peculiares, pues a pesar de su aspecto tan común los colores eran otro tema aparte. Las ardillas eran rojizas con pequeñas líneas verdes pardo o grises. Los ciervos eran rojos, alguna urraca era de color magenta y los petirrojos eran completamente azul claro con una gran mancha blanca en el pecho. 

Los ojos de esa bella mujer se posaron entonces sobre los de aquel ser que la había acompañado toda la noche. Se metió entre dos grandes alas que resplandecían con todos los colores del arco iris según la luz del sol naciente incidiera de un modo u otro. Su protector le acunó entre sus brazos por unos instantes antes de dar un suave beso en su frente y luego otro tras posarse sobre ella, pero esta vez en el corazón. Una serpiente rojiza o rosada, según se aprecie, se deslizó lentamente a lo largo de la tersa y suave piel que unía dos colinas: sus senos fueron rodeados con besos y delicados mordiscos que formaron el símbolo de un infinito como el infinito cariño y profundo sentimiento de amor que podría profesarle sin palabras el poeta a la Musa. Y así lo hizo. De pronto el rostro de ese caballero se perdió entre las plumas y unas manos acariciaron con cuidado una zona muy concreta de aquel poema hecho carne y placer. 

Dicha serpiente rojiza se fue paseando con total impunidad entre los bellos pilares de sílfide de la dama, saboreando la exótica diferencia de matices entre regiones tan cercanas como el vientre y las zonas mas íntimas de su ser. Las manos rodearon lentamente las dos piernas y las separaron otro poco mientras otras dos manos agarraban con suavidad el cabello del amante, como renegando y al mismo tiempo exigiendo mas cercanía, mas de ese calor que le hacía cerrar los ojos, dejarse llevar ante las oleadas de anticipado placer, de musical armonía con la naturaleza, que aquel ser le propiciaría cada vez que tuviera la oportunidad. Un suspiro hizo callara todo el bosque y un sinuoso movimiento de caderas fue un grito silencioso, demandante de mas. Dos labios se abrieron un poco mas para recibir el profundo beso de una serpiente roja que había emergido dedos pálidos labios para invadir ese idílico espacio. 

En el revuelto de plumas y cuerpos poco se podía adivinar y poco se dejaba a la imaginación ante los deliciosos sonidos que la bella mujer, amante, Musa, aquella Flor pura y, aun mismo tiempo, hecha para pecar. De sus labios brotaba poco a poco la esencia del placer, el néctar de Astarté que se deslizaba entre dos labios delicados que con voraz ternura buscaban tan anhelado tesoro líquido natural de los manantiales de la lubricidad. los dedos presionaban la piel dulcemente, con una delicadeza impropia y contraria a lo que la boca estaba haciendo en aquellos instantes. Los suaves roces de labios a veces ocultaban a dicha serpiente ecarlata, la cual volvía a lanzarse al ataque una vez se sentía realmente preparada para sorprender a la excelsa víctima. 

El gusto de aquel delicioso y esencial fluido era adictivo, no solo por su fuerte sabor sino también por el acompañamiento de deliciosos sonidos que la bella dama le regalaba en cada paseo de su lengua. La voz de ella era deliciosa a la hora de expresar las sensaciones en forma de discordantes y aun mismo tiempo armoniosas. Las manos de ella no dejaban de pasear por su cabello a la par que movía con delicadeza las caderas en una sutil demanda de mas. La respiración se agitaba y relajaba a tiempos desiguales. Las sorpresas en ese lugar tan apartado y a la vez cercano eran constantes; las pausas se intercalaban con rítmicas caricias y luego cesaban para poder introducirse de nuevo pocos segundos después en aquel interior tan acogedor. 

Poco a poco la tensión se hizo mas y mas ante los ataques al punto mas delicado de esa constitución tan elegante, ahora exaltada ante las emociones y las sensaciones de constante placer. Los dulces besos se convirtieron en un inesperado mordisco en un lateral que hizo saltar esas excitantes caderas de la sorpresa y soltar una estridente y perfecta carcajada. Sencillamente perfecta. Las mentes, desestabilizadas por los las emociones, las caricias, los besos, lamidas, aromas, sensaciones, deseos, se unían y separaban constantemente, en un baile que desmontaba la vida ante los ojos mismos y la volvía a formar rodeada de cientos o miles de brillantes matices. 

El grito final fue estremecedor. Excelsamente estremecedor. Ambos temblaron de placer cuando este se hizo presente en el cuerpo de quien inspiraba los mas dulces versos susurrados en el oído de la dama mas bella del mundo. De su mundo. Aquella esencia fue devorada, bebida con fruición entre respiraciones agitadas y movimientos de cadera cargados de deseo y sensualidad. Las manos ascendieron entonces por la extensión de todo su cuerpo y rodearon la figura algo sudorosa de quien en las noches encendía la llama de la pasión en su interior con apenas una mirada o unas pocas palabras. Se miraron fijamente mientras recobraban la compostura y en el tercer beso del día rieron y disfrutaron de una gloriosa mañana. 


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