miércoles, 17 de agosto de 2016

Un favor por un favor.

En medio de la ajetreada ciudad, se levantaba un lugar hecho para las grandes familias de inmigrantes que llegaban desde la bota europea. Dicho lugar se encontraba a los pies de una iglesia. Después de la misa, muchos creyentes temerosos de Dios iban aquel lugar para poder comer algo, tomar un refrigerio, descansar de la misa que daba el cura de la iglesia, un hombre bondadoso pero demasiado técnico y algo pesado en su insistencia por el amor a Dios. Eso al menos pensaba la niña que había llegado acompañada de dos adultos, presumiblemente sus padres. Estaba dotada de dos dones: el de la futura y arrebatadora belleza del norte de Europa y el de la mirada algo desconfiada hacia todo el entorno, por no mencionar una pequeña chispa de lo que parecía resentimiento o enfado. Sus acompañantes se habían sentado en una mesa, esperando a que les atendieran. Tras unos minutos llegó el dueño del establecimiento, un caballero atento y sonriente, entrado en carnes, de experimentado gusto para vinos, pastas, pescados, carnes y todo lo que se pudiera comer. Decían de aquel hombre que podía cocinar a una persona y sería el mejor plato caníbal que pudiera tomarse nadie en su vida.

   La escolta de la niña resultaba ser su tía y su padre, un hombre dado a las conversaciones cortas aunque cargadas de expresividad, genio de la medicina pero en absoluto arrogante, como mas de un compañero. Miraba a su hija con infinita adoración, observándola comer aquel enorme y generoso plato de pasta con la misma facilidad y rapidez con que se come unas pocas lonchas de queso. El hombre del grupo estaba también dando cuenta de su plato a la par que el local se iba vaciando y quedaba la clientela habitual, dejando todo regado de una maravillosa y discreta cacofonía de acentos italianos de diversas partes de aquel maravilloso país. Desde luego el acento de Lombardía no era igual que el acento del sur igual que el acento irlandés era distinto del escocés o el gallego del andaluz.

   Entonces entraron un grupo de cinco hombres, liderados por un sexto, el cual iba con un abrigo blanco. Contrastaba con las ropas mas discretas de sus acompañantes, en tonos marrones, grises o azul oscuro. La niña clavó sus ojos en las figuras. Todos eran altos, y a las claras mas fuertes que su padre, el cual nunca había destacado por un físico como el de aquellos señores. Todos estaban algo serios pero distendidos, menos el líder, que se mostraba ufano en todo momento, saludando a algunos clientes y siendo saludados con alegría por parte del dueño del local. la niña los miraba atentamente de vez en cuando, esperando ver que era lo que resultaba tan especial en aquellos hombres mas allá del aspecto amenazador de cinco de los seis invitados.

   Se sentaron a la mesa, en el rincón mas sombrío del lugar y aun así con una señal y un par de susurros junto a un "por supuesto, por supuesto", del bondadoso cocinero, camarero y dueño de ese lugar, retiraron un par de velas de los alrededores y la mesa se quedó un poco mas a oscuras. Al poco rato todos los comensales de esa mesa estaban degustando los exquisitos espaguetis, macarrones y raviolis con diversas salsas y bebidas para acompañar. Lo que la niña no vio es que el último en ser atendido parecía el líder de aquella curiosa panda de personas que parecían tener algo que ocultar.

   -Cariño.-Dijo entonces su tía, hasta ese momento callada, pues es de mala educación hablar cuando se está comiendo-Los vas a desgastar con la mirada. Además no son gente tan buena como puedan parecer.

   Su tía, aun con su edad, era una de las mujeres mas bella y elegantes de la ciudad, probablemente del país. Lo que ella decía siempre lo decía con toda educación, cuidado, respeto, sabiduría y sentido común. Cualquier prenda que se pusiera parecía hecha por uno de esos caros modistas europeos que vestían a reinas y reyes, e incluso a gente mas importante, si es que dicha gente existía. Su mirada siempre era serena, dulce, con una luz especial que había enamorado a mas de un hombre en los tiempos mozos y en los actuales.

   -¿Quienes son tía?.-Preguntó la niña, perfectamente enclavada en esa edad en la que se pregunta por todo. Su interés se acentuó mas y los volvió a mirar, dándose cuenta entonces de algo sorprendente. Uno de los hombres de la mesa le devolvió la mirada. La niña miró de nuevo a su tía.-Me gustaría saber quienes son. Por favor.-Dijo con un tono de voz de lo mas modesto y encantador.

   -Podría decirse que son unos señores que hacen favores a cambio de otros favores. No puedo decirte el tipo de favores que piden a cambio pero sí que hacen cosas no muy buenas. Al menos a corto, medio y largo plazo, hija.-Dijo su padre, mientras comía.- Es mejor que no te acerques a ellos.

Entonces de pronto se escuchó la voz del que parecía el jefe de aquella panda de criminales a los ojos del resto del mundo. Era una voz suave, pero igualmente poseía una gran proyección, como los buenos actores de teatro. El local, ya antes silencioso pareció callarse un poco mas mientras los hombres de aquel señor dirigían sus miradas hacia el dueño del establecimiento.

   -Luigi.-Dijo el hombre de blanco al dueño. Parecía algo contrariado-Me siento particularmente sorprendido en este día.
   -Signore, no entiendo que puede haber pasado.-Se disculpaba Luigi, sin siquiera saber cual era exactamente el problema, o si había incluso un problema en particular.
   -¡No! no quiero explicaciones-Le cortó el hombre, que al segundo estaba sonriendo- Bueno en realidad si quiero explicaciones de como es que no se me ha informado de tu mejoría en la cocina. Para empezar, ya me parecía la mejor pasta de la ciudad pero ahora me encuentro en estado de afirmar que podría ser la mejor pasta del país.

   El buen hombre, Luigi, suspiró de alivio. Aquel tipo de bromas por parte de los poderosos un día le iban a terminar pasando factura, así que sencillamente se dedicó a recibir el cumplido con toda modestia.

   -Signore Graziani, un día me va a dar usted un infarto.-Dijo entre risas y se retiró respetuosamente a la cocina.

   La niña se había quedado impresionada por aquella manera en la que aquel hombre estaba controlando toda la situación, como si el local fuera mas suyo que otra cosa. Tanto poder debía de provenir de algún tipo de fuente de origen. La preciosa damita era una asidua lectora de todo tipo de libros y entre ellos la fantasía era una de sus predilecciones. No era muy amiga de las delicadas princesas metidas en castillos protegidos por dragones, mas bien el gustaban las brujas, los hombres lobo y las grandes batallas entre el bien y el mal.

   Aun así la niña siguió comiendo, dejando a un lado sus pesquisas mentales. Los comensales seguían a lo suyo cuando de pronto otro estruendo en la mesa de los hombres peligrosos. Esta vez el hombre de blanco se llevaba las manos a la garganta y se estaba poniendo morado. Antes de que pudiera girarse a su padre para preguntarle que le estaba pasando, una sombra pasó por su lado, revolviéndole todo el cabello ante la velocidad a la que iba atender el caso de urgencia: su padre. Los siervos del hombre de blanco estaba mirando impotentes como su jefe moría.

   Y llegó el ángel salvador. El padre de la niña, aquel médico respetado entre los suyos, incluidos los arrogantes altos mandos de la medicina del país, tomó por la espalda al hombre que se ahogaba y practicaba una sencilla maniobra que había salvado miles, o cientos de miles de vidas a o largo de la historia. Al fin salió casi disparado, como en aquellas comedias del cine, la aceituna que estaba impidiendo respirar al hombre mas importante de la ciudad, y al mas temido. Todo el revuelo que se causó provocó que los hombres que acompañaban al de blanco se levantaran y que atendieran a su jefe en todo lo posterior a ser salvada su vida. Ya mas recuperado, tras beber un poco de buen vino, el hombre se dirigió al padre, ya con su hija y su cuñada al lado.

   -Usted...- Dijo el hombre de blanco, el señor Graziani, a su padre.-Usted me ha salvado la vida. Ha conservado el honor de la historia de mi familia al salvarme de una muerte tan vergonzosa. No puedo por menos que devolverle el favor así que le insto a que me pida lo que sea y haré todo lo que esté en mi mano para cumplirlo. No, no diga nada.-Dijo el hombre, recolocándose el abrigo que se le había caído al tenerlo suelto, únicamente colgando de los hombros al momento de sentarse.- ¿Hoy tienen algo que hacer?

   -No ha sido nada de verdad.-Dijo su padre, siempre tan modesto.-Es verdad que no todos los días se salva a un hombre de su porte, pero sin duda solo hacía lo que un médico debe hacer: salvar vídas o al menos hacerlas menos pesarosas.
   -Permítame que insista,buen hombre.-dijo el hombre vestido de blanco en aquel momento ya mas pálido, pues antes estaba azul.-Les invito a comer con la mia mamma.
   La niña miró a su padre, como recapacitaba sobre el hecho de ir a cenar con una persona algo peligrosa, por no decir mucho. Parecía bastante dudoso. Pero antes de que el buen hombre pudiera contestar de pronto la niña tiró del abrigo del hombre, del señor Graziani.
   -Señor. Hay algo que puede hacer por mi.-Dijo la niña, con sus grandes ojos. 
   En las caras de los súbditos de aquel hombre tan temido se formó una pequeña sonrisa. A muchos de ellos aquella niña probablemente les recordaba a su hija, o a alguna sobrina o quien sabe a que infante tan querida como temida ante sus relaciones. Uno de los hombres, quizás la mano derecha de aquel líder del crimen, hincó una rodilla en tierra y la miró largamente a los ojos. 
   -No creo que sea una agente encubierta jefe.-Dijo con una sonrisa algo mas acentuada.-Solamente quiere algo de venganza. 
   La niña miró desconfiadamente al hombre que había adivinado sus intenciones. 
   -Giorgio, no asuste a la pequeña dama con tus poderes psíquicos.-Dijo uno de los hombres mas grandes que la niña pudiera haber visto nunca, calvo, con un tatuaje que empezaba en el cuello y se perdía bajo la camisa arremangada de color pardo, continuando por los brazos hasta las dos manos.
   -¿Venganza?.-Dijo la mujer que era la tía de aquella pequeña criatura.-Cariño, no me digas que aun piensas en ese chico. 
   El hombre chasqueo los dedos y se dispuso a sentarse en el aire cuando de pronto había aparecido una silla que sus hombres habían corrido a poner debajo de sus poderosas posaderas. Colocó el tobillo de la pierna derecha sobre la rodilla izquierda, en una pose de lo mas distendida y se permitió de nuevo una sonrisa. 
  -Cuéntame tus desavenencias con ese...-El capo miró a la tía de la niña- chico
  -El muy estúpido...
  -Hija.-Se escuchó el tono de voz de su padre, muy inquisitivo.-Ese vocabulario
 -Perdón.-Dijo la niña rechinando los dientes ante la divertida vista de aquellos hombres tan grandes.-Un chico de mi colegio, con procederes muy poco educados, sustrajo de forma no muy educada mi bicicleta de donde se encontraba estacionada para a continuación perpetrar un acto de vandalismo tal que tirarla por un barranco cerca de donde nos encontramos.-La niña seguidamente suspiró tras el discurso. 
   -Caramba, tus padres te han dado una magnífica educación por lo que veo, pequeña ragazza.-Dijo el hombre de blanco. ¿Como se llama el pequeño vándalo que te ha hecho eso?
   -George Carlini.-Dijo la niña con algo de rabia en la voz. 
   -Le conozco.-Dijo el que supuestamente se llamaba Giorgio.

   A unas pocas calles, varios minutos después, el timbre sonaba en la casa de los Carlini. La señora Carlini, ama de casa de los pies a la cabeza, con una extraña tendencia a tontear con todo cuanto hombre se cruzaba sin que su marido se diera cuenta, abrió la puerta con su clásica sonrisa para recibir a quien fuera que viniera a su acogedora casa. la sonrisa se le borró cuando de pronto varios hombres, uno de ellos vestido de blanco y una niña agarrada de la mano del de blanco, se presentaron ante ella con toda educación y cortesía. 
   -¿Señora Carlini? ¿está su hijo George en casa? la bella Isabella dice que George ha hecho algo malo y querríamos aclararlo con él en unos pocos minutos. 

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