lunes, 13 de agosto de 2012

Delicadeza

Tomó su rostro de forma suave, tierna, acariciando aquellas mejillas con los fríos pulgares que al igual que sus manos querían poder recorrer toda esa extensión de piel que le regalaban los sentidos. La miraba a los ojos con el mismo carácter que sus dedos acariciando la piel de ese rostro inmaculado y terso, suave como la seda en cada una de las facciones, carente de esa dureza anti-romántica que muchas personas poseen. Le sonrió y ella correspondió tímidamente, levemente sonrojada ante aquella presencia que humildemente se presentaba ante ella con toda la buena intención. Ella era toda una mujer, toda una amalgama de experiencias que habían tenido un efecto visible solo para aquellos a los que le tenía la máxima confianza. No creía aquel hombre tanta belleza entre sus dedos, respirando el mismo oxígeno que él, como si de un sueño se tratara, incluso como ese tipo de sueño que sueñas una vez y querrías repetir toda la vida y la siguiente. Surgió de aquellos labios tan dulces una pregunta sobre lo que pasaba y él sencillamente se quedó en silencio con esa sonrisa, con esa ternura natural que salía de su ser con aun mas vigor cuando ella se encontraba cerca. De tanto que desearía mimarla temía que se convirtiera en miel por los restos de la existencia. 

Su sonrisa se hizo algo mas amplia cuando el tiempo pasaba, sin creerse que ella estuviera ahí entre aquellos brazos que poco a poco fueron descendiendo con sus manos por el rostro, pasando al cuello y siguiendo por sus brazos, todo ello de forma lenta, acompasada, como si el tiempo no hubiera establecido ningún límite tras el cual se separarían. Con estoicismo resistió aquellas ganas de precipitarse y saltar de alegría, de una felicidad tremebunda que lo llenaba en cada célula cuando escuchaba aquella voz, cuando miraba aquellos ojos tan bellos que nunca han tenido un reflejo tal, en el que uno se podía reflejar perfectamente como si de un espejo se tratara. Quien los contemplara podía ver la esencia misma de una belleza natural que al mismo tiempo tenía casi pequeños trazos de una divinidad celestial. Y a ese rostro le seguía un cuello fino de dama distinguida por el que sus dedos y a veces quizás los labios habían soñado con caminar de manera parsimoniosa, deleitarse en aquel frágil tegumento para que poco a poco se fueran saboreando las esencias que desprendían aquel templo andante del deseo y la ternura. Con suavidad le fue rodeando la cintura, atrayendo todo ese conjunto de divinas proporciones mas cerca de su pálido cuerpo, arrastrándola al refugio mas seguro que un hombre pueda dar y que una vez en él nada le haría mal alguno. Dejó salir el aire de los pulmones tras haberlo contenido ante la calidez de aquella piel en la que se podía uno recrear en gestos, caricias sutiles que la hagan suspirar. Pero sin embargo optó por posar los labios sobre aquella frente que daba equilibrio a sus rasgos y piel morena. 

Ese gesto los congeló en el tiempo, en la época donde muchos grandes amantes se reencontraban y así se demostraban las señales únicas de lo que sentía. Ella, entre sus brazos, Colocó aquellas perfectas manos sobre su pecho, como quien se da sustento contra una pared, pero a esa pared le dedicó suaves caricias en los que ella se acomodaba y apoyaba su cabeza llena de inteligencia y bondad sobre su pecho y se quedaba ahí, entre los brazos de aquel soñador, implacable a la hora de protegerla, de dar todo por ella. Ambos sonreían y con ternura una suave caricia se extendió por aquel brazo de ella y ella poco a poco movió la mano hasta que los dedos se entrelazaron en un gesto de complicidad, de compañía donde Se dedicaban el mas intenso de los calores a tan solo aquella temperatura propia en los simples humanos, se derretían con sencillez y fluído baile aquellas barreras que los habían separado. Ya eran pieles contra pieles aquellos dedos que se acompañaban, que no querrían que se mancharan y que nunca se iban a arruinar con el tiempo porque a sus ojos ella siempre sería bella. La sonrisa de aquel ser atormentado por el pasado se hizo mas grande, sincera y cerró los ojos ante aquella situación que llenaba de una luz especial aquella alma. No quería nada mas que no fuera aquello, aquel apretón de unas manos que poco a poco se hizo mas fuerte, seguro, impregnado de un ´´nunca te dejaré solo´´ dado entre dos razas, entre dos iguales y a la vez distintos  entes que se prestaban la confianza y la compañía, el calor y el valor de seguir adelante. 

El aroma de su cabello llenaba su olfato y la suavidad de la piel de su frente estaba siendo reflejaba en la sensibilidad de sus labios que fueron retirados poco a poco para separarse lo estrictamente necesario a la par que ella miraba a sus ojos alzando aquel rostro que para él resultaba de una belleza de cuento, como si fuera el hada o la criatura divina que viene a asombrar al mundo con su sola presencia. Con las miradas encontradas aquella dama de exquisitos gustos le compensó y deleitó con la suavidad de sus manos por su torso, palpando aquella zona del corazón, que latía tranquilo y a la vez alterado. Se miraban a los ojos con tranquilidad, sintiendo que no había prisa, que nada arruinaría aquella escena, que las advenedizas arenas del tiempo no los sepultaría porque no caerían de lo congeladas que se encontraban. Dulcemente posó una mano sobre su mejilla y caminaron los dedos hasta su cabello precioso y largo, negro como la noche y brillante como el día en que la vio por primera vez, suave como la seda de las mas exóticas tierras orientales de las que parecía proceder si el espectador no ponía atención. Aquellos ojos parecieron sonreír con ese brillo especial que se instalaba en su mirada cuando algo le gustaba mucho. Terminó por deslizar suavemente los dedos hasta con cariño posar la mano en su baja espalda y atraerla suavemente dejando a su piel al cargo de recibir todas esas suaves caricias que pronto se extendieron por lo largo de su pecho hasta su cuello y rostro, deleitándole con unas pinceladas que podrían sacar las lágrimas de emoción a quien los sintiera con el corazón. El cerró los ojos en un lento pestañeo y las guerras, las enfermedades, el hambre y la muerte dejaron de existir. Todo el mundo era aquella caricia que podía marcar un alma con el fuego de la paz, la tranquilidad, el placer, la bondad, la ternura, el sentimiento mismo en toda su extensión de la palabra. 

Era feliz, enormemente feliz aquel buen afortunado que no tenía deseos de mal mas que para aquellos que pudieran dañar a aquella dama, mujer, señor del castillo mas bella del mundo. Contemplaba el mundo a esos dos grandes seres que tanto habían sufrido y ahora nada existía en su interior que no fueran las ganas de sonreír, de decirle todo aquello que deseaba tanto tiempo decirle sin interrupciones, sin vergüenzas. Con suavidad los dedos dejaron de jugar en su cabello en aquel entretenimiento que era el perderse entre esa cascada de oscuridad tan bellamente contrastada con la luz de su alma en su mirada. Los dedos dejaron una tierna caricia hasta su mentón que no sobresalía ni se hundía en exceso, manteniendo ese perfecto equilibrio. Sus miradas seguían prodigándose una de las emociones mas intensas y los sensibles corazones de ambos latían desbocados como los caballos que ven ese atisbo de libertad, provocando las consabidas sonrisas nerviosas mientras la caricia a su barbilla se tornaba firme pero igualmente cuidadoso de no producirle el mas mínimo daño, mimando cada detalle de su rostro con los ojos de aquel que mira con un corazón lleno de devoción por una persona. Por aquella persona que ahora le devolvía la mirada a través del espejo del alma tan bellamente ornamentado que era su rostro. Con cuidado se acercó a ella y aquella mano suave y tan dulce en sus caricias pasó por aquel rostro desgraciado para posarse en su mandíbula. 

En la unión de los labios pareció estallar un volcán que los llevó directamente a un colapso producido por la paz, la tranquilidad, los nervios que se han extinguido. Los colores saltan ante ellos como fuegos artificiales en un roce de apenas unos pocos segundos tras los cuales se separan solo un par de milímetros para sonreír con toda la sinceridad y el cariño del mundo. No se necesita mas, no son necesarios los grandes actos de pasión ni la lujuria. Volviéndose a mirar de nuevo, las caricias comienzan por los rostros y los cuellos de ambos, descienden por los hombros y ella vuelve a su posición de apoyo en su pecho sin despegar los ojos de los de él. Una de las mas tiernas sonrisas llegan a los labios de él, coronados con el sabor de los labios de ella, una esencia extasiante, un regalo de altísimo valor que se filtró a través de su aliento hasta correr por la sangre y su recuerdo, del cual nunca se fugará. De nuevo el silencio se hace y solamente se miran como el fin de un proceso que desencadena otro maravillosamente similar. Con suaves caricias adora a esas caderas que tan maravillosamente se mueve, ella está quieta, completamente quieta, dejándose hacer por esas manos que la adoran, que promueven un fervor inconmensurable hacia aquellas formas divinas de su cuerpo tan condenado por ella, tan adorado por él. Con suavidad él le susurró un ´´te quiero´´ y ella le miró con un brillo especial en la mirada, su forma de decir ´´yo también´´

Mirada contra mirada, mano contra mano y aliento contra aliento 
permanecieron juntos mas allá de tierra, sol, luna y viento. 

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