martes, 25 de septiembre de 2012

Susurros cristalinos



En lo alto de una colina descansaba una dama ataviada con sus ropajes de diario. Arduo trabajo le esperaba en el campo cuidando a todas aquellas ovejas que tenía a su cargo. La humildad estaba presente en su mirada y sus movimientos eran los de toda habitante de un pueblo cualquiera en medio de una inmensa llanura con hierba verde y fresca que alimentara a todo ese rebaño. El frío había marchado hacía ya mucho tiempo para dar paso a la radiante primavera que tanto alborotaba a las almas mas jóvenes de aquel lugar. Ella no era una excepción y su mente volaba hasta los brazos de aquel joven caballero que por lo visto había ignorado el estatus y la trataba con la igualdad con la que trataba a reinas y princesas auténticas, de gran poder económico y aun mas grande ego. Todo parecía que estaba bien, todo en su lugar. Quizás él ahora estuviera en algún torneo o debatiendo con sus amigos de las altas esferas de la nobleza sobre algún importante tema. Y pronto quizás lo vería en sus múltiples viajes a aquella aldea que formaba parte de un feudo como otro cualquiera. Todo era magnífico. 

La noche caía lentamente. Las estrellas se fueron reuniendo poco a poco en torno a ese mundo tan falto de problemas, en aquella llanura se podía ver sin ningún tipo de contaminación luminosa que impidiera ver aquel magno espectáculo de la naturaleza, una recreación de mil historias en forma de pequeños brillos parpadeantes. La sencilla aldeana decidió entonces encaminarse hacia otro lugar para poder dejar a la hierba crecer libremente hasta su regreso a las pocas semanas de esa primera parada. A lo lejos se podía ver las luces de las demás pastoras y pastores que estaban dejando pastar a sus ovejas y tomarían uno u otro rumbo, en busca de buenos alimentos y de una futura y buena obtención de lana y leche en caso de los que tuvieran cabras. Aquello era muy duro, como seguramente sería el trabajo de aquel joven caballero que había mirado sus ojos y se había prendado de ella. Se deshizo de la pereza que la empezaba a envolver y llevó el rebaño hasta una nueva área de esa gran llanura que podía aprovisionar a miles y miles de animales. Sus pasos la llevaron al linde de un bosque del que muchos cuentos se contaban valga la redundancia. 

Era un conjunto de especies forestales sueltas que poco a poco se juntaban las unas con las otras para formar, en ocasiones, murallas fortificadas y naturales e las que se encontraban, según leyendas, todas las grandes dependencias de reinas y reyes élficos. Aquella pastora y seguramente aquel caballero habían escuchado muchas veces cuentos de ancianos y trovadores que decían sobre aquellos lugares en los que la maravilla y la belleza eran el plato de cada día. Ellos, los elfos, eran fuertes y bellos así como ellas eran inteligente, ágiles e igualmente dignas de alabanza por su belleza física. Siempre congelados en el tiempo por una inmortalidad ya ni se sabe si perseguida o innata, permanecían en sus lujosos refugios naturales. El pueblo élfico de los cuentos era un pueblo que dominaba todas las artes, desde la caza hasta la orfebrería, la guerra y la paz. Se basaban en todo lo que tenían a su disposición, respetando siempre los equilibrios de la vida y la naturaleza (estas dos ya de por si conectadas desde el inicio de los tiempos) y agradeciendo cada uno de los dones y bendiciones con las consabidas oraciones en su extraña y mágica lengua. 

Todas aquellas fantasías habían llenado siempre la cabeza de aquella joven que poco a poco había crecido lejos de los peligros de comerciantes avariciosos o esclavistas que secuestraran y violaran gratuitamente antes de vender a las mujeres como si fueran ganado. Los ojos de ella siempre buscaban mas alguna evidencia de magia que de chicos atractivos como era el caso de sus otras amigas de humilde procedencia. Ella gustaba de leer y era una inteligente y prometedora jovencita que quizás terminara casada con algún hombre de bien. Pero de momento tenía que esperar y rezar porque el hombre que no le tocara fuera algún lobo con piel de cordero, que mostrara un corazón puro y afable, que la tratara como lo que ella ignoraba que era, algo realmente grande. Aquella pequeña don nadie ante los ojos de muchos poderosos podría llegar a convertirse en la gran figura. Ella podía suponer un reto a los grandes estadistas, a los generales, reyes y emperadores. Aquellas fantasías la devoraron lentamente y el balido de una oveja la despertó. En su haber tenía una pequeña oveja a su cargo que siempre la acompañaba, era muy inteligente y parecía que entendía mas que sus desmemoriadas compañeras. Quizás un buen carnero le diera una buena familia algún día. 

Mirando a su lanuda acompañante se quedó abstraída un momento en algo que vio por el rabillo del ojo, algo que parecía que estaba ahí y al momento había desaparecido entre sombras. Se centró y su amiga de lana se había internado en el bosque, algo que la alarmó pues no eran solamente elfos lo que ahí habitaba, en aquella frondosa espesura. Con paso apresurado fue a perseguirla para que no se perdiera entre los misteriosos lindes de aquel misterioso monte. Sus pasos trataban de ir lo mas apresurados posibles pero las piedras la hacían trastabillar unas cuantas veces. La carrera le obligaba a esquivar algún fino árbol que fue cobrando en grosor y tenebrosidad. Se escuchaban lo sonidos de los animales de aquel bosque y su experiencia le hacían pensar en jilgueros y algún abejaruco, pero muchos de los sonidos eran como de otros tantos animales que emitían ritmos y cadencias extrañas para ella, para esa pequeña e indefensa pastorcilla que ahora estaba en medio de una nada boscosa, lo cual era algo, pero ciertamente poco esperanzador. Los sonidos la llevaron hasta lo que pareció un susurro y se quedó congelada dando que había sonado cerca de ella y algo la paralizó. El miedo latente en sus venas, en cada latido de aquel acelerado corazón la tenía completamente estática pero reuniendo un valor que no supo de donde salió giró hacia donde estaba el origen de aquel susurro. En la lejanía se perfilaba un brillo verde, como si alguien hubiera encendido un fuego de ese color en la lejanía. Sus pasos la llevaron inmediatamente hasta ahí. 

Atravesó los grandes y apretados conjuntos de altos habitante silvestres que se interponían en su camino, acercándola cada vez mas hasta lo profundo de aquellos bosques que no parecían tener mas fin que aquel linde abandonado hace mucho tiempo. Temía por muchas cosas, por su rebaño, por su familia. Si no volvía y nadie cuidaba las ovejas su familia estaría en problemas. No tenían mucho dinero y su humildad y honradez les impedía abandonarse al asalto y el robo, mas aun con un padre viejo y enfermo que guardaba dentro de si un buen corazón y que el había enseñado que el árbol de la honradez, aunque tardaba en florecer, siempre daba unos frutos abundantes y duraderos, dulces como el primer beso de un amante e intenso en su sabor como la pasión de este durante la noche y el día. Pero tenía que saber que había junto a aquel fuego verde que parecía hondear. En cuanto lo descubriera daría media vuelta para contarlo a sus amigas y familia y olvidaría el asunto. Se dio prisa pues estaba en esa doble batalla contra la curiosidad y al mismo tiempo siendo hostigada por las obligaciones familiares. 

Cada vez aquello se hacía mas brillante e imagino a los altos elfos y elfas, con sus vestidos hechos de hojas dedicándose a danzar en honor a las estrellas, los elementos, haciendo algún ritual de magia que propiciara la crecida abundante de frutos en todos los árboles de la redonda, usando sus voces que sonaban como los arroyos de cristal. O tal vez fuera alguna fábrica descubierta de metales preciosos donde trataban extraños materiales para hacer sus armas del color de las nubes o de los cielos claros y tormentosos las cuales imitaban hasta su vasto poder. Lo dudaba pero aquel brillo no era normal. Esta salió corriendo hacia la luz y al grito de ´´espera´´ la pastorcilla corrió tras ella, centrándose de nuevo en esa blanca mata de lana y no en otra cosa, sin darse cuenta de donde entró de pronto. Alzo la vista y la visión que le esperaba la perseguiría agradablemente todas las noches durante un largo tiempo. 

En lo alto estaban las ramas de los árboles, pero sus hojas no eran esas clásicas hojas que los pobres mortales como ella estaban acostumbrados a ver. En su entrechocar emitían un sonido cristalino, como si estas fueran de un material rígido que emitía una armoniosa melodía en todo momento con el movimiento de la brisa. No se podía creer esto que estaba viendo con sus propios ojos. En lo alto las ramas no eran tampoco normales, se movían con una fluidez al mas puro estilo de las ondas acuáticas. El color que destellaban era similar al de las hojas pero algo mas apagado, sin embargo igualmente bonito, reluciente y flamante. Y ahí no acababa el espectáculo ya que a medida que se acercaban a la tierra, los troncos de aquellos extraños pilares de la naturaleza se transformaban hasta adquirir el aspecto de algo similar a columnas de algún templo dedicado a la oración. Por los troncos serpenteaban enredaderas de distintos colores que iban hasta lo mas alto, cuyas hojas eran de un color plateado. A eso se unía la entrada en masa de la luz de la luna a través de una cristalera sostenida por un marco de nudosos brazos, fuertes, de los propios árboles, que custodiaban aquello celosa e inquebrantablemente. Era una luz filtrada en miles de colores que no parecía echar en falta ninguna tonalidad. El rostro de la pastorcilla er toda una epopeya sobre los sentimientos de sobrecogimiento y éxtasis que le afligían en ese momento. 

La luz se intensificó y el recinto, impregnado de una esencia sagrada, se inundó de un sonido mudo pero al mismo tiempo evidente. Algo tapaba la visión de esa cristalera y descendía lentamente hasta donde la pastorcilla se encontraba. La verdad se reveló ante ella. El sonido había sido el de dos alas que se despliegan de golpe y por su inmenso tamaño habían ocupado casi todo el ancho de la cristalera. Ante ella tenía a un ser alargado de cuerpo y algo de rostro que la miraba con una sonrisa y unos ojos que parecían sacados de la paleta de colores de un pintor loco que buscara un nuevo color. Las alas que lo hicieron descender frente a ella con el mas suave de los aterrizajes acusado de cierta elegancia eran de cun color azulado que según los reflejos que arrancara la luz parecía volverse de otros muchos colores, desde un apagado gris hasta un verde vivo como el de la hierba que pastaban las ovejas. Si piel blanca era lo que podía llegar a asustar pues se asemejaba a la de los muertos pero por lo demás y quitando el detalle de las alas no poseía una característica de belleza extrema. Las miradas se encontraron durante un buen rato entre los tintineos de las hijas de cristal. El ser alado se acercó finalmente e hizo una pronunciada reverencia antes de hablar. 

-Seas bienvenida a este remanso de paz... -Dijo con la mas aterciopelada de las voces.- Veo que tienes asuntos mas urgentes que atender-Dijo dirigiendo una sonrisa a la pequeña y lanuda acompañante que daba vueltas por el lugar, expresando las ansias de exploración que la dueña sentía en esos momentos pero había menguado al iniciar la conversación con su interlocutor.- Seré breve. Soy alguien que no conoces, llevo alas pero eso no me hace mas extraño que vosotros los habitantes de este mundo. Tengo debilidades y fortalezas. Y una de esas fortalezas se parece a ti. -Una mano blanca se extendió hasta alcanzar aquella mejilla e internarse por unos momentos en su cabello negro y liso, muy largo y brillante.- No te entretendré mucho bella habitante de los verdes prados. Has de mantener tu calma en las duras pruebas que te esperan. Y él vendrá o tu irás a él. Aquel caballero en el que tanto confías te quiere como no tienes idea. El va a darte todo aquello que creas que te falta, se esforzará por mejorar cada día mediante el ejercicio de tu compañía. Confía en mi. -Dijo con una pequeña sonrisa.- Tienes mucha gente a tu alrededor que te quiere. Confía en ellos y saldrás victoriosa. Apóyate en tus virtudes y no en tus defectos. Si la tristeza te invade recuerda todas aquellas palabras que te susurró, que siempre se repiten en este lugar. Si no me crees afina bien el oído pequeña criatura. 

Y eso hizo hasta que de pronto entre los cristalinos sonidos escuchó su nombre como a él le gustaba pronunciarlo. Escuchó esas primeras palabras, su risa cuando estaba feliz, todas aquellas tiernas formas que tenía de llamarle, los versos que había improvisado y no había escrito, las grandes y eternas horas, las miradas, los gestos de ternura en formas variadas, tantas como estrellas había en el cielo. La pastorcilla no se podía creer lo que escuchaban sus oídos en ese momento y miró de nuevo a esa criatura que de un momento a otro se había alejado de ella, como si le diera intimidad a ella y a su galante caballero que en ese momento se encontraba lejos de ella. Sonreía con una mezcla de ternura y afecto. Quizás por los recuerdos que despertaba en aquella extraña criatura la visión de su persona o a lo mejor pensamientos mas allá de su comprensión. Con un fluido movimiento el ángel hizo una reverencia y elevó sus ojos a esa cristalera, a esa gran rosa compuesta por infinidad de pequeños cristales que desparramaban su luz y alegría en el lugar. En sus ojos había luz, emoción, ternura, felicidad, cariño, anhelo 

Tras un ´´ te quiero´´ en aquellos finos labios una dama despertaba rodeada de riquezas, de tapices en movimiento y con un hombre abrazado a ella, que la observaba prendado de su belleza y aun medio dormido tras las plumas de unas alas azules que desplegaban muchos destellos a la luz de aquel rosetón azulado también que los protegía de la fría noche. Mientras se miraban se decían mil cosas sin usar las palabras. Las sábanas y las alas los protegían del insistente frío y la piel contra la piel aseguraba que se dieran calor las almas. Aquella dama de negro cabello y grandes ojos sonrió, acarició aquel rostro una sola vez y juntos se durmieron de nuevo, abrazados, queriéndose hasta el final. 



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