miércoles, 6 de agosto de 2014

La dama de lava y el caballero de fuego.

La noche ocultaba los cuerpos que se entremezclaban en una fiera demostración de poder y exuberancia digna de las tierras mas fragantes y salvajes de ese vasto mundo, mas no ocurría lo mismo con los ocasionales sonidos que bailaban con los alientos entremezclados de los dos amantes. Las manos no se contenían en explorar la piel del otro, se dejaban quemar por caricias sutiles y suaves como la mas fina de las sedas, revolviendo el interior, agazapando los miedos en un rincón y llenando de valor en nuevos gestos a quien era el acompañante de aquella mujer atrevida como los rayos de la luna sobre sus cuerpos desnudos. Unas manos cálidas, ardientes en verdad, dejaron un reguero de caricias, siguiendo el curso de ese invisible río entre sus labios y la intimidad de su feminidad. El suave gemido provocó una sonrisa de diabólica, pícara y como réplica obtuvo la mirada de dos ojos que mostraban esa luz infantil y a la vez pasional de quien desea consumirse con las llamaradas del placer quemando su tersa y suave piel, aromatizada con las fragantes esencias de la lujuria hasta morir entre los brazos de quien la poseía y era poseído por ella en esa noche única. 

Las curvas de ella eran recorridas por unas manos fuertes que se perdían en rincones recónditos pero bien curtidos en mil batallas de camas en absoluto solitarias. Se movían con fluidez, con ansias, exigentes ante todas las atenciones que su amante le daba, despojado de toda tela como ella, dejándose recorrer por la mirada y la boca hambrienta de aquella mujer, que sorbía todo lo que se desprendía de su aroma, de sus expresiones de lúbrico deleite, retroalimentando el motor de la vida, de la energía en estado puro. Cada centímetro de piel era un motivo de guerra pasional, una utopía a conquistar, a anhelar y pelear por su posesión, una posesión efímera que terminaría quizás esa noche en un "nunca" incompleto, aprovechando cada pequeño gesto para iniciar un nuevo encuentro de los alientos y las esencias que los componían. 

Las manos de ella, de aquella deidad nocturna, se movían resueltas a causar el despertar del placer. Sus ojos expresaban una resolución poco íntima a complacer a quien se encontraba en su poder, entregándose con plenitud de facultados a cada pequeña caricia, a cada mínimo gesto que la invitaba a suspirar y cantar sensualmente sonidos en los que el sol había sido un mar de hielo a su lado. Se mordió el labio en el momento en que una boca ávida de los vapores de la fruición y el mas abierto y parejo gozo. los labios, los pausados pero fieros movimientos de su acompañante hicieron acumular las emociones, el deseo hasta hacerlo rebrotar en el mas exquisito gemido de placer. Y dos traviesas, lascivas, excitadas miradas se encontraron por un segundo antes del giro de los acontecimiento. 

En aquel giro él la observó desde arriba y con una risotada enterró el rostro entre aquellas enormes montañas que guardaban el enérgico corazón de aquel ser llegado de otros mundos para dar placer a aquellos dispuestos a vivir la aventura de yacer con ella, de dejarse envolver entre sus formas de divinidad del pecado y caer a los abismos insondables y oscuros del mas exquisito placer. Entre tanto una columna de fuego sólido fue recibida con honores en aquel lugar íntimo, dejando escapar la mas impura nota de placer jamás expulsada de los labios de tan tentadora criatura. Los movimientos constantes pronto la llevaron a volar a mundos lejanos en compañía de aquel par, de aquel ser oscuro que pecaría con ella todas las veces que hiciera falta, disfrutando. 

Y esa era la divina palabra, toda su libertad era disfrutada y aprovechada, de yacer el uno con el otro, de no temer el paso del tiempo, de sentirse uno, deleitarse poco a poco con cada sensación, cada suspiro encerrado que prontamente se liberaba, cada mirada excitada que dejaba clara la intención de las provocaciones afrontadas. Las cabezas por un momento renegaban y dejaban escapar presurosos los viejos deseos, las expresiones hechizantes, las exigencias de mas placer en idiomas antiguos y nuevos como la misma Gaia, exuberantes como la madre natura. Las bocas se unieron poco a poco para acallar aquel espectáculo de lujuria en estado puro. Unas piernas largas como un día sin pan para el hambriento atraparon al afortunado y este se refugió de tan mortífera y deliciosa acción en el cuello de ella, dejando el brillante reguero de saliva como estandarte de conquista. Los dedos finos y placenteros se perdieron en el cabello de su ardiente caballero de invisible armadura y entonces fueron sacudidos.

Los sacudió el éxtasis cuando desde las propias llamas de aquel libidinoso averno rozaron, de forma paulatina, las puertas del cielo. 

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