domingo, 2 de noviembre de 2014

Sangre en el asfalto

La luna salía poco a poco de su cobijo entre las montañas que se divisaba desde esa ciudad. Al lado de estas los cañones estaban apuntando al mar, como llevaban haciendo desde hacía unas cuantas décadas. Habían defendido la patria de los barcos enemigos que se acercaban por el noroeste y pretendieron tomar el puerto. Y nunca lo consiguieron. La ciudad seguía húmeda e indiferente a esa historia de heroicidad y gloria. La gente observaba aquellos cañones mas por su tamaño que por su historia. Monte abajo se encontraba la ciudad que custodian a día de hoy en la que todo parece bastante tranquilo en aquella noche. A excepción de un callejón en el que un hombre de mala reputación pretende tener entre sus brazos a una dama que se resiste. La peste alcohólica de su aliento denotan que tan nublada está su razón. Ella desde luego es bella y en aquella noche había decidido, contra todo pronóstico, vestirse de una forma realmente atrayente para los ojos de muchas personas. La mujer trataba de gritar pero una fuerte mano le tenía la boca tapada y casi la nariz por lo que le costaba respirar. Aquel hombre, o bestia, se había criado en la ciudad donde cometía sus fechorías por lo que conocía cada sonido de la ciudad. Estaba atento a la sirena de la policía o a los gritos de algún vecino que se hubiera percatado, pero a su espalda escuchó algo que no esperaba. 

De lo mas profundo de las tinieblas apenas esparcidas por la luz de la luna, una figura negra descomunal se alzaba tapando todo el ancho del callejón. La primera en captar su presencia fue la mujer y seguidamente ese ruin violador que se aprovechaba de la indefensión de sus víctimas para poder probar el fruto del placer carnal. El violador apuntó con su pistola a la criatura pero esta sencillamente fue avanzando, tirando un par de papeleras por el camino y entonces, como un rayo, dos ojos rojos estaban frente al individuo, ignorando a la mujer muda por el terror. Una gran zarpa estrelló al tipo contra una pared y la dama solo pudo escuchar un gutural y animalesco "corre". La mujer no hizo caso y se quedó petrificada al ver lo que no esperaba ver precisamente esa noche. Un gran lobo, negro como la noche, como el mar sin luna, como el corazón de satanás, arrancó un brazo al hombre que emitió un grito agudo. Entonces se produjo otro acontecimiento. 

Una tercera persona llegó a la escena. La mujer aterrorizada había mirado en busca de ayuda, pero no vio a nadie, sin embargo al segundo a su lado, se encontró con dos ojos preciosos que irradiaban un poder demasiado avasallador como para resistirse a nada de lo que dictaminaran. Una sutil sonrisa se extendió por aquel pálido rostro de la recién llegada y sencillamente susurró un "Váyase a casa y descanse. Olvide esto como si nunca hubiera sucedido". Se respiraba una autoritaria amabilidad en aquella voz angelical y en esos rasgos tan suaves, sabios, fríos y bellos. Entonces la mujer se levantó y comenzó a caminar tras colocarse un poco las ropas, ignorando los gritos del violador que recibió un zarpazo que lo dejó prácticamente inconsciente. 

-No me gusta que griten.- Dijo la bestia con una voz profunda.-No soporto que griten.- La gran cabeza de la bestia, casi la mitad del cuerpo del violador, se levó para encontrarse con esos ojos que eran tan sumamente poderosos y a los que no temía pero sí respetaba.
-Lo se.-Dijo en un tono sedoso y casi sedante la mujer mientras una fría y blanca mano paseaba entre las orejas de la gran bestia, algo que relajó la presión sobre el miserable pero que no le permitió levantarse en momento alguno. Se miraron. Sencillamente se miraron como si nada mas existiera en ese momento. Unos ojos rojos, contra unos ojos poderosos enmarcados en un rostro de ángel negro. Entonces ella se arrodilló al lado del hombre y empezó a susurrarle unas cuantas cosas sin dejar de mirar sus ojos en ningún momento. 
-Quiero matarlo... le hizo daño a esa dama.-de la garganta de la bestia salió un quejido acompañado de un gruñido que iba a ser un mordisco de no ser por las tranquilizadoras caricias de su acompañante.
-Lo que hará de ahora en adelante es mucho peor que la muerte que le daría mi oscuro caballero-Susurró la mujer levantándole la zarpa al lobo para que el hombre corriera de ese lugar despavorido.-Confesará su crimen y será castigo de diversas formas. Una vez alguien me dijo que a los violadores no les tienen mucho aprecio.-La mujer sonrió un poco mas y girándose salió de aquel lugar. El lobo hizo otro tanto acompañado por un manto de sombras. 

Un largo paseo los llevó a un descampado en medio del monte cercano a la ciudad. Lejos de las miradas la gran bestia se tumbó y observó a su acompañante. Ella notaba los ojos grandes casi como una de sus manos puestos en ella. Sentía desde hacía el calor, el deseo y una serie de emociones que ella a veces ignoraba para no sobrecargar su propio bagaje emocional. Ella observó a aquel gran animal, tan cambiado desde la primera vez que lo conoció pero siempre constante en sus maneras con ella. Ella sabía que tanto la deseaba y que tantas cosas haría por ella sin ella siquiera pedírselo. Lo de hoy era un ejemplo de ello. Con insuperable elegancia se acercó al lobo. Este la observó atentamente y entonces ella, desabrochando parte de sus lazos, dejó caer la ropa al suelo. La luna pareció volverse mas intensa en su brillo cuando las formas de mujer quedaron al descubierto. Ella se regocijó en ese inexpresivo rostro que a su vez lo decía absolutamente todo. Le recordaba a cierto caballero que tenía en común de amistad su peludo compañero y ella. Pero él era distinto. 

Con unos pocos pasos se acercó y se envolvió en el pelaje del gran lobo negro, que la acogió entre sus patas, dejando como final de una noche una escena idílica y perfecta.

Espero ver esos ojos tan poderosos dentro de poco. 

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