martes, 18 de noviembre de 2014

El mayordomo.

 

La cena estaba servida al igual que la luna servía todo un banquete de estrellas para quien gustara de mirarlas en silencio y dentro de sí mismo. La mesa de la gran casa estaba invadida por manjares capaces de hacer las delicias del mas exquisito de los reyes. Las carnes no tenían una sola gota de sangre en su interior, indicando que había sido cocinada en su punto. Los distintos tés se encontraban a la temperatura constante y exacta para dejar sentir todo su sabor a las papilas gustativas de quien lo degustara. Directas desde sus países de origen en donde son cultivadas con mayor éxito había un sinfín de frutas, tan comunes como extrañas y difíciles de encontrar hasta en los mercados mas exigentes. Todo ello aderezado y sostenido por una vajilla de plata y oro de las minas mas puras y un mantel de seda de la lejana China. Los grandes candelabros, también de plata, iluminaban el lugar, dando una atmósfera de gran intimidad. En ella se encontraban dos comensales, distinguidamente vestidos para la ocasión. 

  Con un vestido morado de factura italiana se encontraba una dama de ojos azules y mirada soñadora, que parecía maravillada con cada pequeño detalle de todo lo que tenía delante de ella. Había tardado bastante en bajar dado que la belleza de su vestido era algo que no la dejó respirar durante unos segundos y necesitó sentarse en la cama para poder recobrar la compostura. No estaba excesivamente maquillada pues desprendía una belleza y encanto naturales que no requerían de artificio alguno. En las lagunas azules de sus ojos podía uno hundirse dentro de un mundo lleno de dulce y alocada maravilla. Los nerviosos gestos de sus manos indicaba su inquietud y su curiosidad por la vida, por el simple existir. 

  Al otro lado había un imbécil con dinero.

  Controlando y satisfaciendo los requerimientos de ambos comensales se encontraba un mayordomo. Este había sido contratado para cuidar a la dama mientras su progenitor se encontrara en las afueras. Este sirviente, de humilde carácter y capacitado para las situaciones mas difíciles se encargaba de despertar a la dama, lavar su ropa, servirle el desayuno, la comida, la cena, calentar el agua a la temperatura ideal para que su blanca piel no se resintiera y una larga lista de tareas. En pro de las buenas maneras la dama miraba al mayordomo y este sencillamente parecía leer sus pensamientos. Su taza de té o su copa de agua o vino siempre estaba llena, leía exageradamente bien las dudas de la dama a la hora de escoger el tenedor que el mayordomo le indicaba con el mas sutil de los gestos, imperceptibles hasta para el mas observador, algo que no era el caso del comensal. Eso no implicaba que la dama fuera una de esas tontas recatadas e ignorantes. Todo lo contrario. Su animosidad a la hora de aprender y maravillarse con los mas pequeños detalles de la existencia era capaz de ganarse el corazón del mas frío asesino. 

  -A mi padre y a mi nos ha llenado de deleite que se haya interesado tanto en invertir en nuestra humilde institución. Es algo que no esperábamos a estas alturas de la época..-Dijo la dama. Hablar con extraños la ruborizaba levemente. No podría estar mas apetecible para un ser carnívoro como el que tenía delante. 
  
-Para mi toda oportunidad de hacer avanzar la investigación sobre todo lo que desconocemos del cerebro es algo que no puedo dejar pasar, querida.-dijo con una sonrisa ladina y bastante malvada el benefactor. 
La conversación fue en un tira y afloja que la señorita sorprendentemente llevaba con mucha mas soltura de la que cabría esperar en un momento. El tiempo pasó y los postres llegaron. Los mas deliciosos pasteles y gelatinas fueron puestos sobre la mesa. La dama se preguntó de donde había salido todo aquel ejército de soldados del sabor y por que no se le había informado al respecto. 
  
-Señ....-fue a decir la dama y el mayordomo ya estaba a su lado a la espera de algún mandato. Solo atinó a decir "señor mayordomo" cuando este se encontraba realmente lejos de donde ella se encontraba. Se sonrojó a mas no poder cuando sintió la cercanía de este. Sus rasgos suaves y gesto amable ocultaban perfectamente todo rastro de desagrado, que parecía no existir en lo mas absoluto cuando atendía algún ademán impertinente.-¿Me pod...?- Antes de que acabara la pregunta ya tenía su copa llena de zumo de naranja. En verdad hacía algo de calor por aquellas fechas..-Gracias...-Y mas sonrojo al ver su sonrisa blanca y perfecta.
  
-Estoy a su entera disposición, milady.- dijo el mayordomo con una pequeña inclinación de cabeza.-Disculpe.-Dijo retirando las especias, un bote de sal y otro de pimienta.-Pido mil disculpas por no retirar las especias mucho antes. Lamento mi error.-dijo sin apenas poder contener la fatalidad en su rostro. 

  Fue entonces que cuando la dama iba a quitarle importancia a su error y a consolar su desdichado corazón el benefactor hizo un comentario que no será citado en esta historia,. Sin embargo lo que aconteció será contado hecho a hecho de principio a fin. 

  Unos inoportunos granos de pimienta molida cayeron sobre la nariz de la dama, que por motivos biológicos y químicos provocaron una irritación del nervio olfativo, precedente de un estornudo poco delicado y decoroso sobre el que no se detallará mas. A dicho estornudo siguió otro junto a un ráfaga de aire. Dado que para estornudad hay que cerrar los ojos la dama no vió ciertas acciones posteriores. Cuando esta abrió los ojos el mayordomo se encontraba con una amable sonrisa apoyado en la silla del benefactor y esta se encontraba girada. El codo del sirviente dejaba caer la mano a la altura de lo que habría sido la cabeza del comensal. 

  -¿Donde ha ido nuestro futuro benefactor?-Preguntó la dama, tímidamente. 
  -Al parecerse encontraba indispuesto y ha decidido marcharse, señorita. Si lo encuentro le diré que se reuna con usted en el salón de los invitados...¿ha escuchado eso?.-Preguntó de pronto el mayordomo.-ha sonado como la pisada de un gato sobre una cama de una habitación del piso superior en la que se encuentra un cofre lleno de dulces. 

  Abriendo los ojos de par en par y olvidando todo lo extraño de la situación la dama corrió hacia su habitación cuidando, eso sí, de que no se manchara el vestido. 

  Lánguidamente tumbado se encontraba un gato negro sobre la almohada de aquella cama. Tenía el aroma del cabello de la dama que ahí todas las noches dormía. Fue entonces que la puerta se abrió de par en par y el gato abrió los ojos. Entonces dos lagos azules se encontraron con dos campos de budelias y dos brazos blancos tomaron al oscuro caballero de cuatro patas y cola condescendiente y lo alzaron en el aire. Seguidamente la dama murió de felicidad. 

  Al día siguiente la dama despertó con el "nekito" sobre su pecho. La mirada con sus ojos morados y el mayordomo le informó de que el benefactor no estaba, que se había marchado y de forma poco decorosa había roto una de la sillas a la altura del cabecero de esta. 


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