martes, 14 de julio de 2015

Te echaban de menos.

El pétalo de rosa cayó desde aquellas lagunas de cristal azul. Con leve danzar, movido por las brisas, o quizás por las manos de los ángeles, se posó en la piel desnuda, justo entre los senos expuestos de la mujer. La respiración constante del sueño cobró un nuevo ritmo y dos grandes ojos negros se abrieron poco a poco. Se estiró, dejando ver algo mas de una piel suave y delicada, muy tersa, agradable sin duda al tacto y al olfato. Miró a su alrededor, a las columnas que sostenían esa habitación de cristal, casi como un palacio en sí mismo, decorado con las grandes escenas de criaturas mágicas y leyendas muy antiguas de tierras diversas. Sus labios sonrieron perezosamente mientras se incorporaba. Se dio cuenta de su desnudez, su sonrisa se afianzó mas, y se quedó mirando la puerta con atrevida picardia. Sería bonito que alguien entrara para sorprenderlo en toda su gloria y envolverlo entre sus aterciopelados encantos y frescor casi inmaculado. 

Se colocó unas pocas prendas ligeras, confeccionadas con sedas, terciopelos y satenes. 
Una mezcolanza de telas curiosamente bien complementadas entre ellas en color y costura. Se dirigió a la puerta, mirando por última vez esa cama que, al abandonar aquella diosa la estancia, se deshizo en una explosión de color junto a todo lo demás. Salió a un pasillo colmado de ventanas, por las que el Sol entraba araudales. El suelo de mármol blanco era muy cálido para tratarse de un material tan frío y poco propenso a recibir con calidez los pies que lo pisen. Por el rabillo del ojo le parecía ver extrañas formas que la contemplaban. Eran las ideas del creador, o de lo que fuere que la retuviera de tan dulce forma. Estatuas de piedra decoradas con piedras preciosas flanqueaban las paredes del pasillo, todas ellas de hombres, mujeres y criaturas fantásticas que portaban un instrumento, o un arma o una expresión de enloquecedora dulzura junto a un cántaro de agua que expulsaba el líquido elemento en el suelo y que este parecía absorber al momento. Un fiero toro miró a la mujer con su piel de ébano y sus ojos de rubí, como si la fuera a embestir de un momento a otro. Se paró frente a la estatua de un caballero que ofrecía su mano para ser acompañada. Estaba hecha de mármol blanco y desprendía una cierta energía y algo de melancolía. La mano tendida era delicada pero el gesto sin duda, aunque estático, era decidido a que la interpelada aceptara su petición. La dama se encontró dando la mano a la estatua y de pronto todo cambió. 

En un remolino de color y la sensación de vértigo por un segundo, la mujer se encontró en un bosque. La estatua estaba a su lado, con ese mismo además de invitación, pero esta vez sonrió y cuando la dama tocó su rostro la estatua se convirtió en miles de pétalos azules que fueron formando, por una extraña brisa, una alfombra sobre la verde hierba de aquel claro en el bosque. la mujer sonrió, bastante impresionada, y se internó entre los árboles, a la aventura de la magia y el color. 

Entre las ramas y raíces de los árboles la mujer sintió una extraña sensación. Según avanzaba la tela de sus ropajes iba desapareciendo, siendo sustituida a su vez por una manto de verdor inmaterial que cubría poco a poco su nunca total desnudez. A donde mirara veía una flor o un animal único. Lo mas normal fue un unicornio que pasó como una exhalación frente a ella aunque se quedó a buena distancia para observar a la recién llegada. Una mariposa de oro y otra de plata bailaban a su alrededor junto a unos cuantos petirrojos. O mas bien petipúpuras de pico esmeralda. A sus pies muchas flores dejaban sentir sus pétalos en los pies de la mujer, desnudos desde el comienzo de esa aventura. Tres o cuatro ciervos verdes pardo, con ramas como cuerpo y un imponente ciervo macho cuyas astas eran las ramas de un sauce llorón le miró con ojos azules, vivos y orgullosos. Las ardillas parloteaban, admiradas por la belleza de la dama mientras sus colas de fuego dejaban una rastro brillante ahí por donde corrían. Muchos pájaros la observaban, como un cuervo y una urraca de ébano o un kiwi de madera común y pico anaranjado. Una libélula se movía entre charcos de agua cristalina, alrededor de los juncos y su cola y alas emitía destellos periódicos para hacerse notar. 

Con su vestido verde de sustancia etérea, la dama asistía al espectáculo de una noche que llegaba rápido e iba cuajando el cielo de estrellas. Sus ojos brillaban también como dos estrellas ante la visión de una luna llena enorme que asistía a un espectáculo de millones de luces de distintos colores. Las hebras de una enredadera se aferraron poco a poco a la luna y el agua que se desprendió de esta circuló como un río hasta fusionarse con ese verdor del que estaba provista aquella mujer especial, a la que muchos habían amado. El bosque y la luna se fusionaron entonces alrededor de su cuerpo y colmaron de blanco y luz el vestido que tapaba de ojos inmerecidos ese cuerpo de pecado y sueño. El maravilloso y colorido viaje llegó entonces a otro claro. 

En su centro había un gran árbol y la hierba era fresca. Los pétalos azules había terminado hace rato y la dama se había dedicado a vagar por entre los árboles mucho tiempo. Lo único que había en ese claro era un gran árbol, enorme realmente. Probablemente las raíces de aquel sabio árbol estaría profundas hasta casi tocar el centro de ese mundo. En sus ramas crecían todo tipo de frutos y en una de las mas altas había alguien observándola. Con rostro pálido y provisto de algo parecido unos pantalones confeccionados con ese verdor agreste e inmaterial, dos grandes alas opalinas se encontraban suspendidas en una lánguida cascada de plumas. La criatura humanoide la observó y descendió de un salto desde gran altura, ofreciendo un gran espectáculo de color al abrir las alas y reflejar estas los rayos de la luna. Voló alrededor de la mujer, que seguía al ser en todo momento con ojos maravillados, como aquella primera vez que lo había visto, tan tímido y a la vez presumido de sus alas enormes y cálidas.

Tras la breve exhibición, a la luz de la luna, el caballero alado tomó tierra y se acercó a la dama, con sus alas por delante envolvieron aquel cuerpo tan deseado, cárcel de irresistibles formas para un alma de luz, bondad y amor al color y la vida. Con una suave voz, cálida, llena de amor, el ser susurró en el oído de la dama, estrechándola entre sus alas:

-Te echaban de menos



No hay comentarios:

Publicar un comentario