jueves, 27 de abril de 2017

El caballero Halcón.

La bruma cubría el mar con un manto de desconocimiento e intriga. El oleaje era bajo, pero aquella calma relativa no hace sino poner mas nerviosos a todos los marineros presentes. Hacía semanas que habían emprendido la travesía y sehabían encontrado con un buen viento y buen clima hasta ese momento, en el que las velas languidecían por momentos. Se escuchaba el crujido de la madera ya gastada por los años. Un bajel de buena edad era aquel barco, un buque de líneas estilizadas, rápido y eficaz. No les faltaban provisiones pero era algo realmente aterrador no saber lo que se venía a mas de dos metras delante de las propias narices. Era momento de quietud y silencio. Los observadores, en lo alto del mástil central, no acertaban a ver tierra o agua, y era ese el motivo por el que se había ordenado parar la embarcación en seco y quedarse quietos hasta que la bruma cesara.
   -Esta bruma me cala los huesos y me da dentera, y he estado cerca del Polo Sur un par de veces.-Dijo un hombre de avanzada edad que viajaba como pasajero. Un señor hasta el momento encantador pero también callado y algo taciturno, que pasaba mas rato en el camarote que fuera de él.
   -No se preocupe, buen hombre.-fijo un grumete, recién contratado y que daba mucho que hablar a las damas de buena vida del puerto.-En estas latitudes es normal encontrarse bancos de niebla así, aunque la verdad me preocupa que se allá aposentado tan rápido la niebla. Y no es niebla, es bruma, se ven los grumos casi en el ambiente.-Bromeó, recordando cierta gracieta en una cantina hace unos meses.-Tenemos víveres y todo lo demás está mas que agarrado y amarrado. Solo nos toca esperar.
   El anciano se quedó mirando al gran espacio blanco que se extendía mas y mas allá. Como bien se sabe había sido un viaje sin supuestos accidentes pero en aquel momento todo había sufrido un parón demasiado abrupto, un frenazo en la ruta que dejaría muchas dudas de si llegarían a tiempo según pasara el ídem.

   Dentro del barco, en uno de los camarotes, otro hombre se encontraba afanado en estudiar los intrincados mecanismos de un aparato de medición cronológica, también conocida como reloj, mas exactamente un reloj de su entera propiedad que había dejado de sonar hacia mucho tiempo y que cada cierto espacio de tiempo, cuando tenía oportunidad, trataba de arreglar. Toda la estancia estaba ocupada con libros y manuscritos. Aquel hombre era un hombre de ciencia, dela corriente de la razón que había comenzado a azotar a las mentes mas abiertas y liberales. Era un autodidacta esclavo del aprendizaje, sometido a los mandatos de la diosa Atenea. En su cabeza había todo tipo de datos, inquietudes y preguntas. Se aposentaba a si mismo en un trono digno de su alto nivel intelectual pero que a su vez le impedía ver las obviedades de su alrededor. Mirando entonces un reloj auxiliar se dio cuenta de que faltaba poco para la noche y procedió a la investigación de un campo hasta ahora poco explorado: la astronomía. Así es que tomó su telescopio, subió a la cubierta,ignorando las caras de extrañeza de la tripulación y del anciano, el cual había decidido bajar a su camarote para calentarse un poco, y con toda la razón de su experiencia instaló l telescopio en donde consideró que no debía de molestar mucho.
   -¿Se lo dices tú o se lo digo yo?.-Preguntó un marinero a otro.
   -Ninguno de los dos. Es un hombre de ciencia.-Dijo el segundo poniendo tono pomposo.
   Hicieron falta mas o menos unos diez minutos para que el hombre esclavo de Atenea se diera cuenta de que la diosa Fortuna no estaba presente y el estudio de las estrellas, planetas, cometas y demás tenía que esperar.
   -Maldición.-Dijo el aprendiz de sabio.

   Entonces todo el barco, varias toneladas de madera, se inclinó hacia un lado, de forma repentina, tirando a muchos de los presentes en cubierta al suelo. Dentro de los camarotes, los pasajeros habían salido al pasillo pero respetando el paso de aquellos que estuvieran empleados en la embarcación, los cuales como un solo hombre se pudieron a trabajar en el informe de daños y lo que fuera que chocara contra ellos.
   -¡No!¡mierda mierda mierda!.-Se quejaba el hombre de ciencia al descubrir que su telescopio se había roto.
   Unas manos lo agarraron por los hombros y lo apartaron en el momento en que una bola de cañón hacía estallar el telescopio en mil pedazos y dejaba un gran boquete sobre la cubierta.
   Al momento salía el capitán para poner orden y concierto entre sus hombres.
   -Informe de daños.-Dijo con una gran calma mientras le entregaban un catalejo, el cual desechó una vez se dio cuenta de la niebla.-Sáquenos de aquí timonel.
   -Haré todo lo posible, capitán.-Dijo el timonel, un hombre de brazos fuertes y espaldas anchas.
   -Contaba con ello de antemano.-Dijo el capitán al aire.-Partiremos de la premisa de que son piratas. Mantengan la calma, hagan su trabajo y luchen por cada trozo de madera.
   -¡Sí, Capitán!.-Dijeron el segundo oficial, el oficial de derrota y todos los que le hubieran escuchado. Se impartieron las órdenes, se hizo un informe de daños. Se habían abierto varias vías de agua pero los carpinteros estaban trabajando en ello. la brea hacía su función junto al martillo y los clavos.
   Los grandes buques de línea estaban diseñados para tener un equilibrio entre velocidad, ataque y resistencia, y aquel barco no era una excepción. Por debajo de la cubierta, un enjambre de marineros estaban perfectamente coordinados para poder devolver desde los cañones de la batería de estribor el fuego enemigo. Mas no dispararon hasta tener al barco enemigo a tiro, lo que tardó tiempo y puso bastante nerviosos a los tiradores. Entre todos ellos había un oficial que paseaba con una pequeña sonrisa entre aquellos que estaban a sus órdenes. La guerra lo seducía como aquella mujer en cierto puerto lejano, entre cervezas y muchos marineros borrachos.. Le llegaba el aroma de la pólvora y de la sangre. En muy poco tiempo la pacífica travesía había incurrido en una pelea a muerte contra un enemigo casi invisible. pero finalmente había aparecido.
   El enemigo era un barco mucho mas tosco, antiguo, pero sin duda sabía como moverse para poder tomar por sorpresa en aquel lugar a sus enemigos. Aunque la niebla ciertamente había ayudado.  nadie de aquella tripulación le parecía que semejante bruma viniera en una época y lugar adecuados. Era realmente extraño y mas cuando se trataba de un oportuno ataque sorpresa consecuente a eso. Dentro de toda esa actividad, los pocos pasajeros que iban se habían refugiado dentro de sus camarotes, en el centro de la embarcación. El anciano veía junto a una niña a todo los marineros pasando de aquí para allá mientras gritaban órdenes. El científico se encontraba en un rincón, entre sus libros y escritos,con miedo, mucho miedo. Tenía cientos de ideas en su cabeza pero ahora todas giraban en torno a la certeza casi absoluta de que podría morir.
   Los cañones seguían escupiendo y el abuelo y su nieta estaban realmente atemorizados, con mucho miedo.
   -¡Abuelo tengo miedo, tengo mucho miedo!-Los grandes ojos de la niña estaban anegados en lágrimas, era un espectáculo desolador para cualquier corazón con un poco de sentimiento en su interior.
   -Tranquila, mi bella princesa, todos estos hombres valientes nos protegerán. Estoy seguro de ello.-Decía el anciano tratando de proteger a su nieta todo lo posible.
   Desde el otro barco salió una andanada de bolas de cañón que dejó casi sin timón a aquel elegante buque, con la mala fortuna de que unos cuantos hombres resultaron muertos.

   Curiosamente una de las explosiones fue a provocar un agujero en la pared de una de las habitaciones. En ella, hasta hace un momento, había estado dormitando el pasajero mas silencioso y menos molesto de toda la embarcación. Pero el agujero en su pared le había descolocado el sombrero de media ala. Dos ojos con la determinación del halcón se abrieron de par en par y emitieron sus labios un quejido producto de la pereza. A diferencia de los pasajeros, él no había usado su cama en todo el viaje, Dormía en un rincón que le permitía vigilar el único acceso: la puerta.
   -Estaba durmiendo.-Dijo con voz acerada. nadie le escuchaba pero gustaba de expresar sus pensamientos en voz alta.- Aunque Su Majestad se va a enfadar si se entera de que no hice nada.-Entre sus temas sacó una pequeña botella y bebió un trago. Su capa de viaje estaba algo raída. Sus ropas eran oscuras y tenía dos cintas de balas cruzadas al pecho. Su rostro afilado dejó claro su desagrado cuando de pronto le llegó el aroma a pólvora y sangre.-Fin de la siesta.
   Agarró entonces un estuche y sacó un magnífico fusil, un milagro tecnológico de los últimos años. A diferencia de las armas de fuego de esos tiempos, este rifle permitía disparar varias veces en un minuto. El complejo sistema de resortes y gas estaba protegido por una cubierta metálica, lo que le añadía peso pero también fiabilidad y resistencia. Un intrincado conjunto de lentes le permitía tener al objetivo mas cerca aun estando a varios cientos de pasos. El agujero en medio de la pared le sirvió de buena posición. Apuntó y miró a los ojos de uno de los tiradores de cañón del barco que estaba tratando de abordarlos. .
   Sus ojos eran la clave. Hacía muchos años había entregado cosas muy preciadas para poder tener aquel don. Había sido reclutado entre los tiradores mas expertos del Reino para tener algo de lo que enorgullecer a su familia, especialmente a su padre. Había crecido como un niño tonto y asustado, que poco a poco fue recibiendo lecciones de vida muy duras para su temprana edad. Un día conoció a una mujer, una supuesta hechicera y adivina que leía el futuro y supueastamente prodigaba milagros a cambio de un sacrificio. Le pidió una gota de sangre. No parecía mucho, aunque la realidad sería mucho mas dura.
   -Tú tienes los ojos del halcón.-le había dicho la anciana, llena de verrugas y con una extraña aura de poder a su alrededor.-Podrás ser el cazador que nadie escucha, aquel que mata desde las alturas sin ser visto. Podrían depender reinos enteros de tu golpe certero.-Decía con una rotundidad realmente intimidante.
   -¿Mi padre estará orgulloso de mi?.-Preguntó aquel joven de nariz y rasgos afilados, esperanzado de no ver esas miradas de profundo odio.
   -Ay hijo.-Dijo la mujer, mostrando por primera vez un rasgo de sentimiento en su voz.-Lo siento, tu padre acaba de morir.
   La noticia de la muerte de toda su familia a manos de unos rufianes sin alma lo dejó en un profundo estado de apatía. Su vida se vio truncada en un solo momento. Aquel había sido el auténtico sacrificio que había ofrecido, pues su madre y hermanas eran realmente buenas con él, y nunca supo pagarles toda esa generosidad y misericordia. Cuando llegó a la casa era tarde. Los cimientos ya se habían derrumbado sobre ellos y estaban todos muertos. Su corazón se quemó en esa casa. Luego llegaron las peregrinaciones a ninguna parte, las peleas de taberna, el alcohol. Y finalmente un día fue reclutado para las filas del Reino. Tres disparos a distancias de casi un kilómetro y un instructor despierto y con sentido común fueron mas que suficientes para que se notificara sobre sus capacidades a la mismísima Reina. Esta quiso recibirlo y aquel día, en aquellos ojos, vio el brillo del recuerdo, del dolor, de alguien que con un color totalmente distinto de ojos, mostraba la misma vida llena de pérdidas.

   Los ojos de halcón fijaron el objetivo. Un disparo de esos de gala, de exhibición, sería mas que suficiente. Espero. la espera era importante. El cañón había sido cargado y a él solo le hacía falta seguir los movimientos de la antorcha, que brillaba entre la humareda. Sus ojos lo veían prácticamente todo, nada le molestaba o entorpecía su visión cuando fijaba el objetivo.

   -Es importante llevar el tempo en la batalla.-Le decía uno de sus compañeros de armas, cuando ya había sido nombrado Caballero.- En el momento exacto se puede ganar una batalla con muy poco.

   Esperó, y entonces vio como la antorcha bajaba. Cualquiera lo podría ver, pues ambas embarcaciones ya se estaban acercando casi a distancia de abordaje. Entonces disparó. La bala de su fusil salió hacia la boca del cañón justo en el momento en el que la bola de explosivos salía del cañón del barco pirata. El impacto de ambos proyectiles hizo que la bola explotara, causando el caos en aquella cubierta baja del barco enemigo. Sabedor del tiempo que tenía comenzó a disparar,aprovechando la confusión del momento. mató a tres piratas y entonces cambió de posición. Se levantó y corrió como una exhalación, casi al mismo tiempo con el que subía el humo de la explosión inicial.
   "El halcón necesita un sitio alto para cazar". Esa era la frase que resumía su filosofía de vida. La cubierta de arriba estaba totalmente inundada de gente que disparaba, corría o trataba de rechazar a los primeros piratas que querían abordar el barco. El capitán luchaba contra tres, demostrando que era un excelente espadachín. Se mantenía tranquilo pero apuraba mucho el cambio de posición. Un disparó y el capitán solo tendría que luchar contra dos. Se le unió en la pelea, con dos dagas especialmente diseñadas para el. No le gustaba usarlas pero a veces la situación lo requería.
   -Gracias. buen hombre.-Dijo el capitán, observando el rifle.-Curioso arma.
   -Son tiempos curiosos.-Dijo el hombre de colores pardos antes de subir por las escaleras hacia donde estaba el timón, en la parte trasera. Entre un montón de cajas encontró una buena posición. le quitaba la vista de muchos tiradores de cañón pero en aquel momento lo importante era despejar y proteger la cubierta principal. Apunto y disparó con tranquilidad. Cada segundo contaba, sí, pero como le había dicho una vez una anciana, si tienes prisa, vístete despacio. Cada bala era un disparo perfecto.
   La batalla duró uno cuantos minutos mas. Se notaba que el capitán del barco pirata tenía buen sentido estratégico, pero había errado en la presa, a la cual solo le pudo dar unos pocos mordisco pero sin llegar a arrancar nada de carne. Un halcón la custodiaba.
   -¡Se retiran, capitán!.-Dijo uno de los novatos reclutados en el último puerto, que había estado durante toda la refriega protegiendo unas escaleras... debajo de ellas.
   -Muchas gracias por esa información tan útil, casi tanto como su defensa de las escaleras que conducían directamente hacia los camarotes de nuestros pasajeros.-Dijo el capitán.

   Apenas unos minutos después el barco continuaba su camino, algo mas renqueando, pero llegaría sano y salvo a casa. Al fin el halcón podría volver a su nido. 

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