domingo, 11 de junio de 2017

El gato triste.



   La ciudad bullía de actividad a pesar de que las luces del día estaban apagándose poco a poco y las primera farolas comenzaban a indicar el camino para no ser atropellado por algún carruaje presuroso. Las pequeñas vidas humanas que vivían entre cuatro paredes no se distanciaban en exceso de aquellas que no contaban con un hogar en el que guarecerse. El empedrado de las carreteras sacaba sonidos de traqueteo a los coches tirados por caballos que pasaban por aquí y por allá transportando a las buenas gentes propias y extrañas de la ciudad. En algún momento un puesto ambulante clamaba sus mercancías de carne, pescado, ropas y en el mar ambicioso de los proyectos comerciales, especias. Los transeúntes de aquel lugar se apartaban los unos de los otros o dejaban caer alguna moneda a los mendigos, que desde la última crisis se habían multiplicado. La luna comenzaba asomar y su plateada majestad iluminaba con sus rayos mortecinos algunas escenas mas propias de la nocturnidad y la vergüenza que otra cosa.
   Uno de esos coches doblaba una esquina cuando de pronto el cochero, un hombre serio, de afán notable por el juego y conocido en ciertos lugares de dudosa reputación, no advirtió la presencia de uno pequeños tunantes que pasaron como exhalaciones por delante de los rampantes caballos. Estos se asustaron y casi pisotean a uno de los pequeños. 
   -¡Soooooo!.-Grito el cochero, el conductor de aquella diligencia.-¡¿Que diablos hacéis, niños?!.-Dijo el hombre saltando del carruaje para agarrar a uno. 
   Apenas era un niño de unos doce años, con las ropas raídas y el miedo en el rostro, probablemente un alma sin futuro que moriría en pocos meses o años. Sus ojos estaban perdidos en los pequeños ojillos del cochero, todo un profesional del transporte pero de genio vivo y a veces inmisericorde con todo aquello que asusta a sus flamantes caballos negros. Con todo el movimiento, su sombrero de copa se había caído al suelo y se había ensuciado, mas lo que era prioritario en aquel momento era aleccionar al niño. 
   -Perdóneme señor, se lo ruego, tengo hermanos y un perro.-El niño no quería morir. Su perro moría de hambre.-Señorita, dígale algo.-Dijo, mirando por encima del hombro del conductor. 
   El cochero se giró y al momento soltó al niño, bajando la mirada en gesto de respeto. La pasajera de aquel carromato se había bajado sin apenas emitir un solo sonido. Su figura era de porte fino, elegante. Iba ataviada con un vestido propio de aquella época, de larga falda, un corpiño y los colores verdes y negros decorándolo. Su rostro estaba semi-oculto por un sombrero a la moda, una redecilla que daba intimidad a la naturaleza de sus ojos, que ocultaba estos de todo extraño poco hecho al contacto visual con su poderosa aura. Lo poco que se atisbaba de su faz era de una blancura poco propia de aquellos tiempos calurosos. Sus labios eran rojos como la sangre. Aunque lo mas peculiar era lo que portaba entre sus brazos.
   Reinando en la escena como el emperador hastiado de su propia gloria y victoria, un gato negro se había quedado mirando la escena con curiosidad. Durante el largo viaje hasta aquella ciudad, el traqueteo había supuesto un tranquilizante para su frenética actividad. Había pasado el día entre los brazos de su acompañante, que se deleitaba con el fino pelaje color noche de aquel caballero de la oscuridad. Los fríos dedos habían deslizado sus yemas por el lomo y la cabeza de quien le había prestado tan buenos servicios durante aquellos meses en teatros, batallas y escenas pintorescas. 
   -Señorita, este jovenzuelo casi atropella a mis caballos..-Dijo el hombre, reteniendo al niño con un fuerte brazo acostumbrado a cargar con grandes pesos.-Estaba a punto de corregirlo por su actitud y enseñarle que no es bueno meterse entre los caballos de un carruaje como el que transportaba a su elegante persona. 
   La mujer dio unos cuantos pasos. pareciera que flotara sobre el pavimento empedrado, no emitía ni un solo sonido. El niño la miró yen su interior sintió que se ruborizaba cuando advirtió aquella mirada semi oculta. Bajo la redecilla se apreciaba un brillo de una gran fuerza.
   -Me temo que estoy en contra de la violencia física para aplicar correctivos, señor conductor, así que le pido con toda amabilidad que suelte a ese joven.-Su voz era una pared ineludible, como un mazo que se acerca directamente a la cara y golpea con toda contundencia, anulando cualquier posible respuesta. 
   El pequeño hombre soltó al niño de inmediato, turbado ante el sonido de su voz y la imperante educación. Se dedicó a mirar el suelo mientras la mujer pasaba por su lado y se acercaba al niño. El gato miraba al chico con toda curiosidad y al momento cerró los ojos, apartando la mirada. Aquel sencillo gesto dejó claro que la situación no requería de su atención y ya estaba totalmente solucionada. Con todo la dama puso sobre los brazos del niño al gato y de su discreto escote sacó una pequeña tarjeta. 
   -¿Me podría indicar la dirección de este lugar, por favor?.-Dijo con toda serenidad mientras mostraba una tarjeta muy elaborada en sus letras.
   -Disculpe señorita, pero apenas se leer las letras que escriben los hombres y las mujeres.-la vergüenza se dibujaba en su rostro al verse tan ignorante frente a una dama tan distinguida. 
   -Oh, comprendo.-Dijo la dama entonces leyó la dirección. 
   -Oh, esa calle sí que se donde queda. No está lejos, señorita, apenas unas calles en esa dirección.- Dijo el niño señalando con la cabeza pues tenía los brazos ocupados con el oscuro emperador, que había comenzado a emitir pequeños ronroneos.
   -¿Podría guiarme?.-Dijo la mujer, que de pronto,sin perder la compostura, pareció reparar en la figura del cochero.-Creo que puedo prescindir de sus servicios por unos momentos, caballero, iré andando lo que me queda de camino.
   Como si de pronto le entraran las ansias de salir de ahí, la pequeña y enjuta figura del conductor de aquel carruaje hizo una reverencia y se subió a su puesto, llevando el transporte fuera de la vista de aquellos dos desconocidos. 
   El gato se estiró y de pronto giró su cabecita hacia los ojos del niños. Durante un rato se miraron, como midiéndose el uno al otro en un duelo realmente épico, lleno de misteriosas ideas y vaivenes. Antes de que pudiera decir nada, la mujer se había colocado a su lado y había tomado el brazo del niño. Sintió como se ruborizaban sus mejillas. En ningún momento de su existencia una mujer tan distinguida había hecho si quiera el gesto de percibir su presencia. 
   Durante el camino el niño habló para distraerse y le contó todas las aventuras posibles vividas entre los callejones y en los rincones oscuros de aquella ciudad. La actividad ciudadana se había visto reducida a unos cuantos hombres bebiendo para olvidar o quizás varias damas de la noche haciendo acopio de todo el calor posible,tratando de ignorar el frío que se colaba por sus pronunciados escotes.
   -Por cierto, señorita.-Dijo de pronto el niño.-¿El gato es suyo? Es un animal realmente bonito. 
   -¿Mio? No sabría como responder a esa pregunta.-Dijo la mujer, aun agarrada al delgado brazo de aquel joven.-Digamos que somos compañeros ocasionales de aventuras.-Dijo la dama,dedicándole una pequeña sonrisa de medio lado aquel niño, que al momento miró al frente mientras rascaba la cabeza del gato, cómodo y aceptando el transporte gratuito como un privilegio necesario para su gloriosa majestad. 
   -Pues quizás necesite descansar, porque su gato está algo triste. Quizás el viaje ha sido largo. Algunos animales no llevan bien lo de los viajes largos. Quizás él sea uno de ellos, aunque tiene la mirada que tenía yo cuando me dejó mi novia. 
   -Tan joven y ya con el corazón roto.-Dijo la mujer.En lo que se advertía de su rostro había cierta gravedad y diversión entremezcladas. 
   -Sí, fue hace dos semanas. Un mes de relación a la mier...a la porra porque uno mas grande y fuerte le mostró que yo era débil y la gente débil no merecía tener una novia tan bonita como ella.-El niño dejó salir un suspiro realmente sentido.-Pero bueno, hay muchos peces en el mar, quizás no con sus pecas o su cabello rojo pero sí que sea menos superficial.
   -¿Y nuestro peludo amigo tiene la misma mirada?.-Preguntó la mujer. 
   -Sí, señorita. Cuando ella me dejó todos mis amigos dijeron que mis ojos se habían apagado un poco, como si hubiera perdido la alegría de vivir. Y es que creo que parte de mi alma se fue con ella y sus alegres caminares. 
   -¿Son todos los jóvenes de esta ciudad como usted?.-Preguntó la dama, caminando con su acompañante a la luz de las farolas de reciente instalación.
   -Bueno, verá, soy alguien que a pesar de mi juventud ha perdido muchas cosas. Cosas que nadie le va a poder devolver y que yo mismo no podré recuperar. Eso antes me traía por la calle de la amargura que por cierto, está dos calles mas allá, hasta que un sabio vagabundo ya fallecido me dijo que cuando pierda algo material no me preocupe, que lo que prevalece es el recuerdo o el conocimiento. Y es verdad. Así que cuando pierdo o me roban o me rompen algo, trato de aprender de la experiencia.-El niño pensó que quizás hablaba demasiado y que quedó callado unos instantes-Por cierto. Veo que nuestro amigo no ha pasado hambre.
   Aquello al momento provocó una reacción en el gato de lo mas esclarecedora de su opinión sobre su peso corporal. Levantó la cabeza, lo miró con la ofensa mas viva que se pudiera imaginar por parte de un felino y de un salto fue a los brazos de su amiga de piel fría, que no tuvo problema en sostenerlo con un solo brazo sin soltarse de su sabio guía.
   -En verdad le tenemos algo consentido en la casa.-Dijo la mujer con una pequeña sonrisa.
   La viva imagen del orgullo era aquel gato en ese momento, que se giró hacia la mujer antes de volver a aposentarse sobre su discreto escote.
   -¿"Lo tenemos"? ¿Tiene novio, señorita?.-Preguntó el niño de pronto.
   La mujer lo miró a través de la pequeña redecilla.
   -No. El amor en ese aspecto siempre me ha evitado. De vez en cuando unas pocas conocidas y yo nos instalamos en una casa y este pequeño caballero oscuro es el rey durante el dia y parte de la noche. Creo que es esta la casa.-Dijo, quedándose quieta frente a una mansión de gran gala. Aquel era una de los barrios mas ricos de la ciudad.-¿Le gustaría pasar esta noche con nosotras? Debe de tener mucho frío.
   -Oh, no es necesario, señorita. Saliendo de este sitio puedo encontrar un refugio para gente que esté lejos de su casa o no tenga seguramente ahí esté mi hermano mayor.-Dijo el niño mientras hacía una reverencia de lo mas educada.-Voy a ser la comidilla de los bajos fondos por acompañarme de una dama tan bella como usted y buena y amable.-Dijo, levemente ruborizado. 
   Aquel pequeño acto de sonrojo enterneció a la mujer, que se acercó y dejó un suave beso en su mejilla. Fue un beso cargado de hielo, de peligro, un acto que de forma inconsciente paralizó y activo todos los instintos en el cuerpo de aquella pequeña y, de pronto, indefensa criatura. 
   -Espero que nuestros caminos se crucen dentro de poco tiempo. Entonces hasta pronto. Nuestra puerta estará abierta para usted en cualquier momento.
   El niño se marchó tranquilamente mientras la dama llamaba a la puerta. Le abrió una jovencita encantadora, de grandes ojos azules que cuando vio al gato no dudo en sacarlo de su lugar de placentero reposo y alzarlo por los aires. 
   -¡Señor nekito!.-Dijo la encantadora señorita que se lo llevó para que reposara sobre sus piernas.-¿Quiere dulces señor neko?.-preguntó toda curiosa.-Hoy he visto muchas cosas raras. La gente es educada pero se equivocan al conducir por el lado que no es.-Dijo mientras sus dedos paseaban por el pelaje del señor gato con sus grandes ojos azules llenos de ternura e ilusión.
   -Quiere una amada.-Dijo la dama de vestido verde tras sacarse el tocado de la cabeza con la pequeña red y revelar unos grandes ojos del color de la sangre. 

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