viernes, 28 de julio de 2017

La ninfa y el lobo.

   La brisa soplaba dulcemente entre las ramas de los árboles. Su lento mecer esparcía los aromas del bosque por todos lados y a donde se fuera se apreciaba el canto de los pájaros o el aroma de las bayas silvestres. Los árboles eran de todas las formas posibles, pero siempre altos y robustos, que parecían estar teniendo una particular conversación entre el silbido del aire y el mecer de las ramas. Entre sus raíces las criaturas de tierra tenía sus madrigueras. Entre las hojas estaban los nidos de los pájaros o los refugios de roedores y trepadores como las ardillas. Por un claro pasaba un río, ni muy caudaloso ni muy profundo, pero desde luego no era un riachuelo sencillo de sortear con un salto.
   Desde uno u otro lado se escuchaban las risotadas de aquellas criaturas que no deberían de existir pero los dioses colocaron ahí hace mucho tiempo. Quien afinara un poco la vista podía ver entre las ramas, hablando mas rápido que las ardillas, a las hadas del bosque. Entre los árboles, corriendo y jugar, los silfos, con sus flautas o instrumentos varios, persiguiendo el eterno objetivo de sus anhelos y deseos mas básicos: las ninfas. Estas corrían a veces totalmente desnudas, representando la libertad y la alegría de la naturaleza, dejando tras de si esencias perfumadas de todo tipo de hierbas aromáticas. Entre sus cabellos había quizás hojas punteada de pino o quizás algún pétalo y en lo alto se ponían coronas de flores vistosas y únicas. 
   Era justamente en el río donde muchas de aquellas ninfas normalmente se dedicaban a bañar sus cuerpos, a purificar con el agua que Gaia les proporcionaba todo aquello que las pudiera siquiera llegar a ensuciar. Pero esta vez, por avatares del destino, solo una estaba ahora reposando sobre una de las rocas, cantando dulcemente una canción. Era de ojos oscuros y largo cabello negro. Su cuerpo estaba totalmente expuesto, dejando a un lado toda vergüenza. A diferencia de todas sus hermanas ella había renegado de cualquier adorno en su cabello y gustaba de vez en cuando de esos momentos de soledad. 
   Se escuchó entonces un sonido y la piel de aquella mujer de los bosques se erizó un poco, producto del temor y la sospecha. No lejos de ahí unos arbustos se movieron y al momento salieron dos figuras humanas. Portaban arcos y armas varias y sonreían con descaro y lascivia. Sus ojos repasaban las formas de aquella mujer. Ella al momento echó a correr, con elegancia absoluta, entre los árboles, que parecían apartarse a su paso e impedir el avance de los cazadores haciendo aparecer raíces donde un segundo antes no estaba. Los saltos por encima de troncos y alguna oquedad le daban a la ninfa un aire elegante, como si flotara por el aire. Por mucho que trataban de seguir, la ninfa cayó igualmente en la trampa y una red le cayó encima junto a otras dos figuras. Sentía el aroma de sus ropas, eran ropas mundanas, hechas en las ciudades que habían matado parte de su hogar. Ella se resistió como pudo y gritó pidiendo ayuda, haciendo a las aves y a todos aquellos animales cercanos salir corriendo, dejando los sonidos del bosque como apenas un eco de la realidad diaria que se desarrollaba entre las ramas. . 
   -¡JA! grita todo lo que quieras. Te vamos a vender a buen precio el castillo de nuestro señor.
   Fue entonces, que mientras trataban de atar a la ninfa, uno de los cazadores se dio cuenta de una cosa. 
   -Jefe.-Dijo el mas cobarde de todos y por tanto, con toda probabilidad, el mas listo.-¿No oye eso?
   -¿A que puñetas te refieres? No oigo absolutamente nada.-le espetó con contundencia el que parecía el líder de aquel grupo de cazadores poco experimentados. 
   -Exacto...no se oye nada.-Dijo, a la par que su rostro se ponía pálido pues había reparado en algo mas.-Je-je-je-jefe. detrá de usted.

   Cuando se giraron, amparado por el silencio mas absoluto, dos grandes ojos miraban desde un seto a los extraños visitantes. Empezó a sonar entonces un sonido que había temblar las hojas de los árboles, como si una vibración en el aire tocara lo mas profundo del propio ser. 
   -Habéis invadido el bosque.-Dijo entonces una vez desde los setos.-habéis ofendido a mi protegida y por tanto a mi.,-La voz destilaba rabia.-Os daré una oportunidad para escapar si no queréis lamentarlo.-Era una voz profunda, decidida, llena de grandes matices como la rabia, la inmisericordia, el reproche, el asco. 
   La criatura dio unos cuantos pasos, revelando que aquella bestia parlante no era sino un lobo de grandes proporciones. Sus ojos estaban inyectados en sangre mientras avanzaba hacia la comitiva invasora. Los dientes de aquel ser eran del tamaño de brazos de niño pequeño. Pero lo curioso era el pelaje. No era pardo (no del todo al menos),  negro, gris o blanco, era sencillamente una mata de pelo verdoso con finas líneas amarronadas. Ni siquiera era todo pelaje, parecía que tenía pegadas hojas que salían a los laterales y por el lobo del animal, que miraba fijamente a los intrusos. Al momento el animal arremetió contra uno de los hombres, que cayó al suelo por el empujón y no fue necesario mas trasiego para que salieran corriendo.

   Con un rugido el lobo se quedó mirando como los malhechores salían corriendo y se acercó a su protegida, que se había desembarazado de la red con ciertas dificultades.
   -Mi guardián.-dijo suavemente, con ternura, mientras pasaba los dedos por aquel fino híbrido entre lobo y planta.
   -Los podría perseguir y no te volverían a molestar.-Dijo aun con cierto enfado aquel ser extraño de color verde.
   -No.-Dijo con la misma aterciopelada ternura aquella ninfa, bella entre las bellas, mientras deslizaba los dedos por entre las hojas del cuerpo del animal.-Quédate conmigo y paseemos, hablemos, juguemos. Quiero estar contigo mi guardián.

   Se sucedieron entonces los soles y las lunas. Los otoños apelmazados y algo lluviosos dio paso al frío invierno. Durante aquella estación la ninfa se tapaba con el pelaje invernal de aquel lobo grande y fiero que mostraba su rostro mas tierno con ella. Dormía entre las raíces de un árbol gigantesco cuyas raíces se decía que llegaban al mismísimo centro de la tierra. Las hermanas de aquella ninfa de vez en cuando paseaban sus caballeras llenas de pétalos de flor y coronas de flores cerca de ellos y jugaban con ellos. Algunas veces cantaban o bailaban, pero el lobo solamente miraba por el bienestar de su protegida. Aunque no siempre era así y a veces era ella su cuidadora, quien lo consentía y cuidaba de los peligros. En las primaveras contemplaban las flores o se atrevían incluso a salir al paso de algún viajero.
   En cierta ocasión se encontraron (o mas bien él los encontró) con un músico de voz tan bella que hacía llorar a las ninfas en als canciones tristes y las hacía bailar en las canciones alegres. Durante su recorrido por los bosques encontró a la ninfa que no tenía flores en el cabello, a la que había tomado por una humana particularmente bella. Mientras se acercaba al río, a la figura de aquella criatura divina, un sonido se abría paso entre el canto de los pájaros y el rumor del viento entre las hojas. Desde algún punto indeterminado lo que parecía el sonido de la tierra temblando se abría paso hasta lo mas profundo del alma. Desaprobación, En aquel sonido había desaprobación.
   La ninfa se enderezó de pronto, mostrando su desnudez y se giró para encontrarse de frente con aquel músico, provocando una reacción lógica: La ninfa gritó y al momento el sonido que había estado por encima y alrededor de ellos se convirtió en un rugido, haciendo salir al guardián de su refugio. Una masa enorme de carne, huesos, músculos, hojas y magia cayeron sobre el intruso y unos dientes grandes como brazos de niño casi le arrancan la cabeza antes de que unos brazos rodearan su cuello y lo abrazaran. Unos brazos desnudos y húmedos por el agua del río.
   -¡No! No le hagas daño, no venía con malas intenciones. Mira sus ojos.-Dijo suavemente a la peluda oreja verde la ninfa a su fiel guardián.
   El lobo miró a los ojos de aquel hombre. En efecto, había bondad, cariño, ternura, sentimientos profundos por la naturaleza y el amor. Durante largo rato se miraron mientras el lobo se apartaba para tener mas perspectiva de él. Era un ejemplar grandecito, podría alimentarse de él durante unos cuantos días pero su protegida no se lo perdonaría. Conocía esa mirada de cuando algo le agradaba. Y casi todo lo que no fueran cazadores o crueldad le agradaba. El lobo se rindió y se acomodó cerca de un árbol, se tumbó y se quedó mirando la escena mientras la ninfa le pedía que cantara, acercándose y tumbándose al lado de su lobo guardián, de aquel ser de carácter fuerte, celoso pero tierno en los momentos de intimidad. Una vez recuperado del susto, el hombre se acomodó el laud y comenzó a cantar sobre amor, el tiempo, sobre la vida, sobre las relaciones entre hombres y dioses. En un par de canciones la ninfa dejó caer alguna lágrima con cierta canción realmente cargada de humanidad.
   Fue un bello recital donde el lobo permanecía con los ojos cerrados, concentrado en sus propios pensamientos, mas una de sus orejas estaba permanentemente girada hacia aquel hombre de buenas intenciones. El primero en muchos siglos que entraba en sus dominios con una verdad incontestable en la mirada y bellos ideales en el corazón.
   Al terminar el recital, la bestia, levantándose lentamente se acercó al músico y lo miró fijamente. Durante un largo minuto, que para aquel forastero era toda una eternidad, mantuvo su mirada. Finalmente la gran bestia verde pasó por su lado, rozando apenas su lomo con una de sus manos y se perdió al momento en la maleza.
   -¿Que acaba de suceder?.-Dijo el músico, casi atragantado al verse solo con la ninfa delante de él, vestida con una túnica ligera y muy corta de color verdoso que favoreacía cada rasgo de su rostro.
   -Le has caído en gracia pero es muy orgulloso y un poco bebé.-Dijo, marcando el énfasis en la última palabra.
   De entre la espesura se escuchó un gruñido seguido de unas palabras referentes a la edad de la ninfa.
   -Tomar, buen hombre. Un regalo de todas nosotras para un ser puro como tú.-Y en sus manos apareció un laud de cuerdas plateadas, de maderas fina pero resistente.
   El músico hizo sonar una de las cuerdas y al momento su corazón se hinchó de alegría y gozo, haciéndole soltar una lágrima.
   -Quien toque con las musas a su alrededor será el mejor músico del mundo. Pero solo pueden portarlo aquellos que sean puros, como lo eres tú, noble viajero.-Dijo la ninfa mientras tomaba una flor del pasto que había caído desde un árbol floral cercano y se la colocaba en el cabello.
   El viajero partió feliz y contento, bendecido por las ninfas, con la mente llena de ideas para nuevas canciones y con dos ojos clavados en él.
   Momentos después la ninfa, en toda su gloriosa desnudez, se acomodó sobre el lobo y le cantó una canción al oído para que su apasionado corazón se calmara. 

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