viernes, 27 de abril de 2012

El caballero de la Rosa azul



Los fríos aguijones de las flechas impactaban sin misericordia contra los aboyados escudos de aquellos que daban la vida por el motivo mas bello de vivir: seguir viviendo. Unos gritos salvajes se abrían paso desesperados en unas gargantas casi secas y corroídas por el esfuerzo de hacerse oír entre el clamor y el rugido de los aceros chocando y el viento gimiendo excitado, arrastrando el ferroso aroma de la sangre y el calor que poco a poco perdían los cuerpos de los caídos. La hierba bicolor no llegaba ni a las rodillas pero era de una gran densidad y antes de la batalla ya había sido arrasada para poder transitar las tropas mejor pertrechadas con mayor facilidad mas ahora la dificultad radicaba en pasar por encima de los compañeros y valerosos enemigos caídos en batalla, no tropezarse para dar al rival la ventaja de cortar la carne en beso acerado con un silbido previo que fuera última nota, fúnebre suspiro y aviso de una muerte rápida. Toda una vorágine de sonidos se creaba a lo largo de aquel escenario de baile a cielo abierto en el que los improperios y los juramentos se lanzaban al unísonos. Los pocos hombres de rango alto se esforzaban en medio de sus respectivas escoltas en dar órdenes que permitieran mantener un plan caótico de ataque o defensa. Las flechas pasaban como la misma sombra de la muerte al lado de algún afortunado que poco después caía por alguna otra razón. Los espasmos no duraban mucho hasta que la pálida dama se aferraba con brazos blancos y labios fríos al alma de aquel que había caído en combate.


Casi rozando su oreja de unas formas algo extrañas, una flecha se fue a clavar a los pies del aliado de una excelsa criatura. Su fino cuerpo estaba compuesto de una gracia y elegancia que no permitía ninguna duda sobre aquellos orígenes silvanos. Blandiendo aquel sable hizo una seña a todos aquellos rezagados para que se unieran a una brutal carga frontal en la que ella no participaría pues la inteligencia le dictaba cada paso a dar en aquel baile de sangre y muerte. Los finos labios se encontraban curvados en aquella astuta sonrisa que podría envolver en deseo a cada uno de todos los que rodeaban su cuerpo, ya fuere protegiéndola en la batalla o deseándola en algún lecho testigo de inenarrables momentos. En sus ropajes se distinguía aquella ligereza con la que se movía, una libertad absoluta que brindaba la visión de una danza en aquella ocasión tan especial en que las flechas llovían y los gritos de muerte se sucedían ahí por donde uno afinara el oído. Unos cuantos bárbaros de las montañas bajaban por la ladera y eran interceptados por una gran carga de la mas digna caballería en la que se encontraban reyes y marqueses, quizás algún noble mas de alta cuna o quizás algún templario que tuviera buena y afamada procedencia. En nombre de mil dioses se gritaban plegarias antes de dar alguna estocada entre las que se podría adivinar una quemadura por parte de manos ajenas a aquellos rezos. Y aquella delgada figura de ojos cambiantes pero principalmente azules se movía como un rayo repartiendo muerte por donde pasara. Los pequeños detalles en la lucha eran esenciales para admirar aquella belleza, la temible forma y sobrecogedora hazaña que suponía contemplar mas de dos segundos a aquella figura antes de ser herido o muerto por ella. 


Un grito en lo alto, por encima de todo aquel mar de cabezas que se debatían en cruel batalla. Aquellos ojos miraron al cielo y se encontraron por unos momentos con unos ojos tristes, llenos a un mismo tiempo de una ira y rabias notables. Amenazaban con llover lágrimas sobre los campos manchados en sangre pero eran lágrimas de la emoción de la batalla. Las alas de la criatura alada se mantenían totalmente extendidas en un planeo que quizás auguraba el aterrizaje de una segunda figura débil de cuerpo pero desquiciada de mente que se metió de pleno en el clamor de la batalla. En un rápido movimiento dos grandes hojas de gran ligereza se encontraban en sus manos girando como las baquetas de un tamborilero de batalla pero en vez de música estas repartían una muerte pronta que saciaba la sed de sangre de sus armas. El resto de la división aérea, desde lo alto y manteniendo el resguardo en sus monturas aladas, se afanaban con arcos y flechas en repartir la muerte desde los cielos. Hasta que sufrieron la distracción que suponía enfrentarse a un dragón de negras escamas y negro fuego que salía desde aquellas fauces profundas como el mismísimo infierno que suponía a los héroes caer en el olvido. Unos ojos tristes por la caída de sus aliados alados se volvieron al cielo hasta que se centró de nuevo. La armadura que portaba aquel llegado de los cielos estaba bastante abollada y no tenía detalle que lo identificara a excepción de una rosa azul en el pecho, la cual tendría que atravesar de muchas formas inimaginables para darle la justa muerte si querían parar a aquel que se debatía con garras y palabras. Las consignas no paraban de salir de su garganta en una especie de emoción contenida. Se sentía pletórico en aquella batalla mientras la sangre poco a poco iba derramándose a su paso. Sentía la energía recorrerlo de parte a parte del cuerpo. 


Vio a aquella criatura blandiendo aquella extraña espada que quemaba de forma inevitable cuando se la tocaba por accidente. Se cruzaron sus miradas por un breve segundo sin dejar de repartir muerte a sus alrededores.  Un rugido hizo ver que el dragón estaba encontrando dificultades pero se mostraba victorioso al aniquilar a casi todo aquel batallón alado que antes tantos problemas le estaban dando. Supo que era el momento y entonces corrió hasta las puertas del castillo en cuyos pies se estaba desenvolviendo la batalla. Miró al frente, a la fachada de aquella imponente edificación que había sido modificada tantas veces en detrimento de emociones, sentimientos, ideas, pensamientos, imaginaciones o fantasías de niño pequeño y asustado o valiente y formidable adulto. Aquel edificio estaba tan cambiando como un joven que se marcha a una guerra y vuelve años después siendo un anciano de pocos años. Solo que el cambio se había invertido completamente y las blancas paredes estaba decoradas con cuadros que en un interior bien iluminado no dejaba ver mas de un palmo de sustento de mármol. En el exterior se apreciaban miles de estatuas de detalles hechos de mil materiales distintos. Miró a todas aquellas criaturas de leyenda que con pétreo rostro parecían atestiguar de forma impasible aquella revuelta. Aquel hombre de armadura pobre pero nobles intenciones alzó las manos. De sus dedos parecieron salir finas hebras que no asemejaban a nada solido liquido o gaseoso. Estas se alzaron a los cielos, reptaron por un momento a través de los muertes y se colaron por las ventanas, envolvieron los cuellos, las garras, alas, rostros y todas las parte del cuerpo de aquellos que tomaban parte de forma tan pasiva en la batalla. Los pequeños detalles de cada figura y estatua fueron tomando color y viveza. Poco a poco estas, por arte de una magia increíble fueron tomando mas dinamismo y las gárgolas, con su habitual impulsividad, saltaron las primeras desde sus puestos de vigilia para caer sobre los enemigos. Unas cuantas serpientes reptaron y clavaron colmillos venosos y abrazaron mortalmente a unos cuantos saboteadores de las murallas. Aquella escena era era digna de epopeya pero no sería reflejada en historia alguna como tantos otros versos. 


De una de las torres, un durmiente dragón de tierras de Oriente se desenroscó y contempló con todo el honor de un general en aquellos antiguo y gloriosos tiempos a aquel enemigo alado al que daría fiera batalla hasta derrotarlo o bien dejaría maltrecho si caía antes. Con un vuelo serpenteante se acercó rápidamente a su rival y le presentó una gran batalla. los mordiscos y las llamaradas de fuego negro se encontraban constante. Los choques de las escamas mas duras que cualquier metal hacía parecer que las tormentas mas violentas de la temporada fueran a estallar sobre las cabezas de aquellos humanos y otras tantas criaturas. Una manada de lobos de obsidiana se dedicaban a cargar contra unos cuantos temerosos escuderos a los que redujeron a unas pocas tiras de carne en cuestión de minutos antes de lanzarse contra el tren de provisiones y un par de hombres santos que predicaban una doctrina errónea. Un aullido metálico indicaba la conquista de una colina cercana en la que los arqueros elfos se apostaron para sembrar de muerte la siguiente colina, y así sucesivamente. Aquellas flechas parecían estar dirigidas no solo por la parábola que usaban los arqueros sino que hacían un recorrido curioso, realmente extraño, como si estos tuvieran la voluntad de la propia flecha y decidieran donde habrían de clavarse. Los excelentes generales y los rudos guerreros de las montañas del norte, con su baja estatura también saltaron y fueron fieles representaciones en metales preciosos de los originales cuando saltaron de sus puestos en lo alto de una torre dedicada a la fundición. Una lástima que los originales se perdieran tan magna batalla pero de seguro estarían creando alguna excelente obra maestra de la orfebrería o la armamentística. 


De unos postes horizontales, sustento de cientos, miles de criaturas de la noche, estas se descolgaron para saciar una sed que alimentaras su férreas garganta de estaño. Sus ojos de rubí eran lo último que miraban los condenados a aquellos colmillos de oro cuando estos se clavaban en las gargantas. Los elegantes hematófagos, tanto los varones como las estilizadas y seductoras hembras, saciaban aquella sed eterna de un néctar que para ellos era fuente de luminosa seducción y eterna vida y para otros un esperpento y una asquerosidad. Aquel caballero de la rosa compartía la primera de las visiones pero ya se saciaría en otro momento pues había que continuar con la invocación. Mas de una caricia de piedra le dedicaron las dríadas y mas de una cálida pincelada a su rostro le obsequiaron las náyades de los ríos de agua que fluían desde los escapes de la misma en cada esquina de aquellas altas torres que se veía amenazadas por al humedad constantemente. Aquella batalla ya lo tenía todo y debía de ser ganada costara lo que costase. Un grito de alerta hizo que aquella invocación tan larga se frenara en seco y un enano del norte señaló en al dirección en la que unas cuantas catapultas, armatostes de gran poder destructivo empezaban a tensar los mecanismos para hacer trizas aquella bella edificación. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Frenó en seco y girándose sobre si mismo invocó a la luna y el sol,, al viento y la tormenta en un cántico que no estaba hecho ni con su propia voz ni con su idioma natal. 


De los cielos unas luces cayeron como aquellas hebras que salían momentos antes de sus dedos para poco a poco envolverlo y proporcionarle, tras todo un espectáculo de luces danzantes, una alas que reflejaban cada uno de los detalles de la batalla sin que tuviera que afinarse mucho la vista. Aquellas alas espejo reflejaban una segunda realidad demasiado parecida a la de la batalla. Con una sonrisa de superioridad que era mas propia de un arrogante dios que de un humilde caballero pero a la vez con la fiera determinación de dar la vida en la batalla, aquel ser alado remontó el vuelo y comenzó a volar de forma muy rápida alrededor del castillo, aparentemente sin un rumbo fijo. Los enemigos, desconcertados, se maravillaron ante el espectáculo mientras las catapultas comenzaban los primeros disparos. Un efecto asombroso se producía cuando las rocas se acercaban. Estas parecían ser absorbidas por esos grandes espejos que aleteaban y eran al momento devueltas contra quien las lanzaba como si finalizaran en un sentido inverso la parábola que describían momentos antes. La destrucción y el poder se volvió en contra de los invasores que pronto dejaron de disparar al ver que era inútil tales esfuerzos. Volviendo a una reflejo exquisitamente pulido las alas comenzaron a tomar un contraataque aéreo y se cernió sobre los asediadores aquel hombre al que le decían buen amigo, amante y otras veces, basura o escoria. Con una sonrisa comenzaron a llover las plumas del mas afilado acero barriendo una carga de caballería que se cernía sobre aquella elfa con la espada que quemaba. Un grito de alegría salió de aquello silenciosos labios. Que gran sensación era volar, ser temido y admirado, deseado y odiado. Mas plumas comenzaron a caer sembrando el pánico entre aquellos bravos enemigos que venían de oscuros parajes y fue a socorrer a su escamoso y oriental amigo guardián de la torre de la sabiduría ancestral. 


En ese momento cielo y tierra rugieron, heridos de una muerte pronta a la par que dos grandes manos surgían del cielo mas alto y las entrañas mas profundas de la tierra en la que se fueron perfilando grandes ojos y poco a poco los titanes chocaron con la fuerza de los aludes y las tormentas mas violentas, con sus rayos y truenos. Truenos. Eso le hizo pensar en ella y rápidamente emprendió el vuelo a sus espaldas una gran dragón caía al suelo entre llamaradas y mordiscos dejando una lluvia de huesos humeantes que aplastaron a muchos combatientes aliados y enemigos. Los terribles tumultos y la visión de los titanes hizo que los ejércitos se desintegraran al momento temerosos de la ira de muchos dioses en los que creían las diversas etnias de combatientes. Las alas no dieron mas de sí hasta que pronto alcanzó aquel balcón desposeído de las sílfides que se habían unido a defender aquel lugar de romanticismo y pasión. Aquel hombre con alas de ópalo negro abrió las ventanas para cerrarlas al momento y que los sonidos de la batalla no asustaran a la criatura que en ese momento comenzaba a despertar. Desde aquellos ventanales pudo ver una sombra que se movía rápido. Admirable destreza la de aquella dama de nombre tan curioso que había conocido por arte de la recién incorporada en la cama, a la cual se acercó dejando caer la pesada armadura para quedar en sencillas ropas. Se tendió ligeramente en la cama y miró aquellos grandes ojos, profundos en los que no podía por menos que confiar alma y pensamientos cada vez que estos le torturaban en exceso. Aquellos ojos por los que sentía una bella mezcla entre fascinación y ternura junto a otras tantas emociones. 
Justamente en aquellos ojos había un interrogante y una pequeña nota de temor ante el sonido de los truenos. No dudó en envolverla en sus alas y aislarla de ese mundo tan malvado, de protegerla de todo aquello que la pudiera dañar. Suavemente le fue recorriendo cada pequeños fragmento de aquel oscuro y largo cabello, haciendo notar su presencia con susurros e historias reales que ahora mismo estaban sucediendo ahí fuera. 


Poco a poco ella se quedó dormida entre sus brazos, murmurando pequeños retazos de aquella mente, de sus pensamientos con los que conocer a la poseedora de aquel titulo que muchas envidiaban y solo ella tenía sin ser reina o emperatriz. Lentamente fue envolviendo con mas seguridad el cuerpo de la tierna, dulce, cálida Musa para caer junto a ella en un mundo de sueños maravillosos en los que bailar, en los que crear y en los que vivir tranquilos por siempre hasta la llegada del segundo amanecer. 


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