miércoles, 23 de octubre de 2013

El guardián azul (2ª parte)

Su espalda se curvó en un arco de placer triunfal al experimentar un latigazo de sensaciones. Expandiéndose por toda su piel, el calor aumentaba poco a poco y las manos trataban de asirse a cualquier retazo físico de realidad y cordura que su mente ya no le permitía dibujar con coherencia. Las sábanas cubrían parte de su cuerpo pero se apreciaba perfectamente la silueta de sus caderas y de su pecho abultando los tejidos, subiendo al cielo y pretendiendo alcanzar este en medio de esa tormenta de emociones. Una mano se paseo por las dos aterciopeladas colinas que subían y bajan en medio de la agitada respiración y fue bajando hasta dar con el motivo de su alteración. Doblando  un poco las rodillas acomodó los muslos sobre los hombros encima de los cuales el amante ocupaba su boca en darle un placer infinito. 

Los finos dedos se enlazaron en el cabello de quien devoraba su intimidad con un fervor cuasi religioso, tratando de expandir el reino de gozo por todo el cuerpo a través de ese núcleo de poder femenino, de esa flor íntima que guardan las mujeres y permiten usar a quienes ellas creen que lo merecen de verdad. Los ojos estaban cerrados, rendidos a la evocación de todo aquello, mientras los cantos del mundo mas antiguo se expandían y casi hacían reverberar la habitación. Los dedos de esa mujer estaban desquiciados por la contraposición de deseos; por un lado quería apartar esa boca lujuriosa de su intimidad pero por otro habría querido asfixiar a ese hombre en el mar de sensaciones que producía su centro íntimo, su flor de mujer. A todo ello le acompañaba unas caricias suaves como plumas que devoraban cada centímetro de piel morena y exploraban cada poro de su piel, rezumante de un deleite líquido en forma de sudor que volvía pegajosas las pieles pero infinitamente mas adictivas. 

La boca de ella era perfecta, digna de ser besada por horas o incluso eternidades enteras, acompañada de unos dientes blancos perfectos y complementada en un rostro dulce con rasgos que podían expresar gran variedad de emociones: alegría, deseo, fascinación, sospecha, ira, duda, misticismo, solemnidad, ternura, pasión. Mordiéndose un labio hasta el punto de casi hacerlo sangrar el rostro ahora reflejaba fruición, leve rubor y los ojos se abrían de par en par cuando una acción especialmente placentera de su amante le destruía los pocos esquemas de racionalidad que le quedaban. El mas pequeño roce con su punto mas sensible la hacía estremecer como una hoja en otoño, solo que no caería en al suelo. Caería en el lecho de la voluptuosidad, que ahora estaba envolviendo sus exaltadas emociones en una nube de perseverante placer. Sosteniendo aquel rostro con deseo de mas, unos leves movimientos involuntarios incitaban a aquel amante a darle mas y mas de aquello que hacía tanto tiempo que le estaba entregando. 

Diez suaves dedos, blancos como la cal pero ni por asomo fríos o rígidos, seguían en su periplo por ese cuerpo arqueado o casi convulso de sensaciones, en un estado crítico de respiración agitada cada vez que la punta de una lengua rojiza y sedienta se acercaba, con peligrosa lentitud y tranquilidad, a ese mágico punto de la feminidad universal que, bien tratado, elevaba a una mujer al reino de Dios desde el mas pecaminoso de los infiernos. Y aquel pecado lo repetiría el amante encantado una y mil veces. en un momento dado las manos se entrelazaron y establecieron un vínculo gradual donde las sensaciones se intercambiaron, fluyeron unas al lado de otras, permitiendo a ambos sentir lo que el otro. La racionalidad murió en aquel momento y los dos se entregaron, se dejaron llevar por el mar de lo sagrado en el cuerpo del ser humano. 

En un arrebato, dos manos tiraron hacia arriba del amante y las leguas se entrelazaron en un beso lleno de un deseo indescriptible. Exudando el placer, dos piernas que habían dedicado años al baile, rodearon las caderas de aquel hombre que le había dedicado tantas atenciones a su intimidad y con la mirada le dio una sencilla orden que él cumplió al momento. las uñas se hicieron sentir en la espalda cuando un fluido y suave movimiento transportó a ambos al cielo mismo, a la comunión entre las almas afortunadas de tenerse las unas a las otras. En el interior de ambos, al sensación de estar completo derribaba y dejaba por los suelos todo lo leído y sentido hasta el momento. Una boca rebelde dinamitaba todo a su paso con besos de lujuria en el cuello de aquella mujer bella como mil soles, radiantes como cientos de galaxias juntas. Y en esa misma espiral giraban ellos, uno con el otro, dos seres mas vivos que nunca en aquella habitación. Se rendían y luchaban por complacer al otro antes de volver a repetir ese ciclo infinito que alimentaba sus instintos mas animales y sus deseos mas antiguos. 

Una mano se asentó en las sábanas y los ojos se encontraron. uno de aquellos seres tocados por la gracia se permitió un paseo por el abismo de quien lo acompañaba. Aquellos ojos grandes, brillantes, deseosos, seductores, sensuales, dejaban un rastro indeleble en el alma de los hombres que de pronto caían dentro de ese agujero luminoso. Se miraron a los ojos mientras hacían el amor y se dedicaban confesiones, susurradas y entrecortadas por las músicas y los besos en la garganta cuando ella se arqueaba otro tanto. Rodeando su cuerpo, al pegó a él y dulcemente susurró tiernas palabras contra sus labios, entrecortadamente dichas. Ella lo calló con un beso voraz, depredador, sediento de alma amante y amada. Los dedos se perdieron en el cabello de aquel afortunado y lo acercó todavía mas, en medio de ese movimiento de caderas, de ese mar batiendo contra la firme roca, deshaciendo toda la realidad existente para crear un mundo desde el inicio de cada movimiento, pensado para llevarla a ella a tocar el mismo cielo. 

La tensión se hizo persistente y aumentó de golpe; un aviso del final de ese trayecto y en medio de aquella sensación, casi gritando de felicidad, unos labios se abrieron y susurrantes soltaron una delirante exclamación, tomando todo el aire posible tras soltarlo en el crescendo final de esa orquesta de brazos, piernas, alientos entremezclados, sudores perfectamente acompasados en sus proporciones por la alquimia de la dicha de sentirse completo. 

El beso final fue un robo de alma, la succión de la esencia misma, de la energía restante que contradictoriamente mantuvo prendidos los motores de la excitación y el deseo. Con una actitud felina ella se estiró de forma insinuante y arqueándose de nuevo dejó escapar un suave suspiro para a continuación pegarse a aquel hombre que había deleitado sus sentidos por largo tiempo y la había hecho tocar el cielo. Dos seres mas vivos que nunca, las dos únicas entidades vivas... junto a una rosa azul que descansaba en un lateral de la cama ya tiempo atrás había guardado un tesoro incalculable. 



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