jueves, 6 de marzo de 2014

Fuego elegante.

Pasión. Su corazón y cuerpo rebosaban pasión del aventurero que quiere conquistar los mundos que se pongan delante de él. Una pasión que lo quemaba y lo revivía; que lo curaba de todo aquello que le era ajeno o hiriente, dándole a entender que la vida está llena de ricos detalles, como los de aquellos ojos negros que se acercaban a los suyos. La fina tela oscura cubría las formas divinas de ella, de su anfitriona, que lo recibía de buen grado con esa sonrisa pícara, con esas intenciones tan transparentes como el agua de un riachuelo. Una de las piernas quedaba inevitablemente descubierta por el tajo que aquel vestido portaba. La sinuosa cintura estaba también descubierta, acompañada en su muestra por un escandaloso escote. Pero él solo atendía a aquellos ojos que miraban pícaros, hambrientos, sugiriendo ideas que ruborizarían a muchos hombres de lengua larga y escasa habilidad. 

La luna se filtraba a través de los grandes ventanales, desparramando una cascada de luz multicolor, perfectamente separada en todos sus espectros para pintar con maravillosos tonos esa estancia. Un paso tras otro, las luces teñían de diversos colores aquella tela, originalmente negra pero ahora azul, luego verde, a continuación amabarina. Dejó la copa que portaba a un lado, como si le causara mas interés aquel hombre que había entrado en su territorio, en su propiedad y que podría convertirlo, si así ella quisiera, en otra de sus múltiples posesiones materiales, en un amante que la saciara en todos sus deseos, que fuera libre con ella durante una eternidad en la que consumirse el uno al otro entre ruegos y súplicas de mas placer dichas con miradas y caricias. Pero le conocía lo suficiente para saber que no tendría que verse obligada a esas manipulaciones, a esos actos cargados de tintes mas oscuros que su vestido. 

Él se sentía nervioso pero a la vez seguro de cuales eran sus intenciones para con aquella criatura divina y tentadora, tan llena de luz y de misteriosas y fascinantes sombras. Por un momento quiso escapar de ahí, dejarlo todo atrás ante el corrosivo sentimiento de debilidad, tan paralizante, pero la conocía bien y sabía que ella jamás haría nada que lo molestase. La observó acercarse mas y mas, en medio de aquel torrente de colores, que poco a poco fueron desapareciendo pues la luna se ocultaba para no mirar lo que se iba a desarrollar en esa suntuosa estancia. Solo quedaron los candelabros de plata, las sábanas de satén, los tapices, libros, cuadros, joyas, y la cama. Y la cercanía, que cada vez era mas notable; tanto como la lejanía de la luna. Sintió unos dedos posarse con suavidad sobre su blanco torso, cubierto éste por un traje de buena factura. La oscuridad de sus ojos entonces se tornaron brasas ardientes sin que nada mas cambiara en aquella cautivadora dama y las llamas los envolvieron. 

Se observaban el uno a la otra, atentos a cada gesto del acompañante que tenían enfrente. Ella susurró el nombre de él con la sensualidad de una serpiente, la fluidez de un río y la cadencia justa para asemejar esa palabra tan mundana con una invitación a placeres nunca ante sentidos. Como contraataque unos labios algo burdos pero con claras y sinceras intenciones dijeron aquel nombre con un torrente de fervor casi religioso impregnados en esa sola palabra, aunque también acompañadas de calor, ternura, inocencia, parte del alma y calor; el  mismo calor que cada día quema por dentro a cientos de miles de amantes entregados a las bajas y altas pasiones del cuerpo y el alma encaprichada o enamorada. Sus manos blancas como la cera rodearon su cintura, que pronto se vieron conducidas por el resto de esa anatomía divina y perturbadora por lo excitante de sus formas. 

Entre pequeños gestos como besos, susurros, pequeños pasos de cercanía, palabras recitadas sobre los labios, alientos deslizados como un riachuelo sobre los cuellos de ambos, la ropa fue desapareciendo; eran una molestia, un insulto al decoro de la buena conversación que se desarrolla sin palabras, solamente con los actos de entrega y valerosa devoción. Las caricias no se dejaban ningún rincón que pudiera ser explorado, las sonrisas solo se borraban cuando se encontraban los labios en medio de un beso dulce a veces y mucho mas intenso otras, elaborándose de esa forma el néctar divino, la ambrosía de adictivo sabor que es el placer entre dos personas amantes. En cada mirada había una complicidad, una idea nueva que compartir con acciones tan libres como el vuelo de un pájaro y la gracilidad del corazón que una bailarina espectral, entregada a sus maravillosas y eternas danzas.

Con suavidad dieron el siguiente paso, en el que la dama, aquella mujer de formas celestiales y acciones deliciosamente placenteras, comenzó un baile lento, movimiento las caderas en perfecta comunión con las de su compañero, que la observaba en medio de su entregado torrente de ideas, paseando al mismo tiempo las manos y colocándolas en ambos laterales de ella, buscando un punto de realidad al que aferrarse. Quiso saborear sus labios y tomando el rostro de ella con suavidad posó los labios con delicadeza, ternura: podría decirse que hasta con una gentil caballerosidad, impropia de alguien que se encuentra en aquellos momentos experimentando la noche mas perfecta de su vida. Ella, correspondiendo con una sonrisa seguía proveyendo de placer a quien esa noche era suyo por derecho y por placer, entregándose en cada gesto que le regalaban con mas intensidad, con mas delicia, con mas felicidad implícita en cada caricia, dádose asi mismos, ambos unidos, por esa y otras muchas noches. 

La luna se atrevió a asomarse para no volver a esconderse nunca mas, impactada por los gestos de un abierto sentimiento de amor que él le regalaba a ella, la promesa de estar siempre a su lado a la mínima oportunidad que la vida le diera. Moviendo con mas energía, giraron muchas veces en la cama, creando un bello revoltijo de sábanas rojo pasión y negro cielo nocturno que reflejaban las estrellas parpadeantes en aquella bóveda celeste. Al amparo de la noche, del secreto, de la pasión, de la cómplice compañía, se entregaron en un último y sincronizado gesto dos seres que se mostraban mutuamente sus verdaderos seres, sin ningún miedo, sin ninguna duda a ser rechazados, conociendo cada una de las debilidades y fortalezas del otro. 

Finalizado aquel baile, se miraron, se susurraron unas palabras de buenas noches y finalmente se rindieron a un sueño reparador, abrazos bajo aquel cielo nocturno y l atenta mirada de miles de estrellas, expectantes y por siempre testigos de aquellos maravillosos momentos. 



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