lunes, 7 de abril de 2014

Rosa lunar.

Era una noche fría de invierno. La tormenta, mas allá de la frontera con la realidad que establecía un gran ventanal, era la tónica general de aquel día frío y triste, violento como el mar embravecido que unos metros mas allá batía contra el acantilado. La habitación apenas estaba iluminada por unas pocas velas. Los grandes y fastuosos candelabros y las complejas lámparas de araña del techo se encontraban apagadas. Demasiada luz le causaba cierta irritación al hombre que se encontraba escribiendo las locuras de su corazón y los sentimientos de su cabeza. O quizás fuera al revés. Su concentración era máxima. Su rostro era una máscara de piedra que solamente movía los ojos para fijar estos la la llama que poco a poco consumía una vela de cera roja y otra de cera blanca.

Con un trueno sonando en la lejanía lo acompañó un grito casi seguido de lo que parecía una risotada. El cuerpo del escritor se enderezó un poco y ladeó su cabeza, con máxima concentración, esperando escuchar de nuevo ese sonido. No pasó nada en absoluto, por lo que el escritor volvió a concentrarse, pensando que había sido su imaginación, el talento que le quedaba en pie y aun resistía a la locura; o que cada vez se entregaba mas a ella. Él podría llegar a vivir de su imaginación de no ser por una suerte de defectos que le impedían la concentración en los planes a largo plazo así como el hecho de ser víctima de sus emociones cada vez que estas trataban de imponerse.

Otro relámpago, el trueno, el grito y la risotada aunque esta vez con cierto tinto de angustia. El rostro de piedra se puso en pie junto al resto del cuerpo con brusca decisión y casi tiró la solla de madera en la que se encontraba aposentado desde hace bastante rato. las rodillas le recordaron su entumecimiento y todo el dolor le sacudió de arriba abajo pero no había tiempo para lamentos propios. Abrió la gran puerta y en la cama se encontraba un bulto, cubierto con todas las sábanas del lugar. Y por primera vez aquel rostro de piedra sonrió.Se acercó a donde se encontraba ella, la mujer mas bella del mundo, y de paso la mas temerosa a ese tipo de eventos atmosféricos. 

-Musa bella de mis versos... -Dijo con voz aterciopelada, llena de una infinita ternura, aquel hombre de rostro pétreo cuya máscara se había caído a pedazos.-No temas a los rayos y los truenos. Son las órdenes que Dios le da a sus ángeles para que cumplan bien su trabajo.-Dijo con todo convencimiento mientras acariciaba parte del suave cabello que se veía por encima de la ropa de cama. 

Poco poco sus ojos, tras unos cuantos centímetros de frente (nunca se sabrá cuantos), asomaron, y entonces la luz se hizo en la habitación. Aquellos focos de esperanza para la humanidad de su interior se hicieron dueños de toda la escena, de todo el mundo, del universo entero. Toda la rabia y los malos sentimientos dejaron de existir; todo el rechazo por lo bueno del ser humano se fue disolviendo y en su lugar, en el justo lugar donde antes reinaba casi el mismísimo diablo, ahora solo se encontraba ella, tan opuesta y tan similar a la mas tentadora de las criaturas existentes en todos los planos.

Con una voz indescriptible, tan suave aniñada y firme, un himno de luz hasta para los sordos, ella dijo:

-Es que me dan miedo. No se por que pero me dan miedo. Ya se que no me van hacer nada pero...-No dijo nada mas y se ocultó de nuevo cuando sonó otro rayo seguido de su correspondiente trueno. Quizás la vulnerabilidad era uno delos factores que le hacían quererla en cada día que pasaba, ignorando la vulnerabilidad propia que le causaban aquellos grandes ojos oscuros y expresivos que seducían y estremecían de miedo por igual. 

El rostro pétreo quebrado entonces fue hacia la ventana de otra habitación, pues lo que tenía planeado no debía llevarse a cabo en presencia de la bella Musa de sus sueños, y la abrió, por lo que todo el viento entró en la habitación, la lluvia y el sonido de los truenos aun mas terribles que antes. Tomó todo el aire que pudo y le habló a la tormenta con respeto, caballerosidad y confianza. 

-Disculpe señora tormenta, pero resulta que encontrándome en plena escritura de un poema para la mujer mas bella de mi mundo, sus truenos la despertaron y no la dejan dormir. Os teme por vuestra fuerza y poder, capaz de arrasar flotas enteras en los buenos tiempos del imperio de "El Prudente" y aun en los días que corren forzar el reposo de un barco sobre el lecho marino por toda la eternidad. me preguntaba si pudierais al menos dejar de impartir las órdenes por mandato de Dios. Se que no soy nadie para poder discutir los deseos del Altísimo pero es algo que pido con toda la fe de mi corazón. su sueño es mi sueño, su sonrisa mi luz que me guía, y cuando duerme se muestra bella como la Musa que es. 

De pronto la calma se hizo absoluta. Las nubes fueron deshaciéndose poco a poco y la luna emergió de entre estas. La dama pálida de los cielos le entregó entonces una rosa blanca que brillaba como ella. Sus pétalos estaban algo fríos al tacto pero mostraban una suavidad envidiable para la mayoría de rosas de aquel lugar. Aquel anestesista de tormentas se fue a la habitación donde uno de los motivos mas bellos para vivir dormía, ya mas tranquila porque los truenos habían cesado. la observó largo rato, con la rosa entre las manos. Se hizo mil preguntas pero ya serían todas contestadas con el paso del tiempo. 

Dejó la rosa en la elaborada mesita de noche, junto al libro que narraba las aventuras de un extraño grupo de individuos que debían portar una joya a un lugar lleno de sombras. Sin hacer ruído, el ser que habitaba aquel lugar, volviendo a su rostro de piedra, dejó dormir a uno de los mayores motivos de su sonrisa. 


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