domingo, 15 de mayo de 2016

Los cinco fragmentos.

En un lugar desconocido para todos los cartógrafos habidos y por haber, nació en su día un niño que pronto se convertiría en un caballero. El caballero estaba siempre dispuesto a a tender las súplicas de todos aquellos que requirieran de su ayuda, prestando espada conocimientos y demás a todos aquellos que tuvieran una buena acción que incorporara sus vidas para realizar algún menester honorable. Siempre estaba dispuesto a todo con tal de extender la idea del bien por el mundo, de la poesía, del amor, de la pasión, de la amistad, el valor. Cualquier cosa que fuera buena para el prójimo era bien recibida en la ayuda de aquel nombre caballero donde todos eran felices a su alrededor.

Un día se encontró, mientras paseaba por el bosque, con una mujer de gran sabiduría que le advirtió de una profecía. El caballero, siempre atento a las palabras de los sabios que habitaban los bosques, mucho mas tranquilos que las ciudades llenas de caos y bullicio, se dejó llevar por sus instrucciones. La mujer le dijo que el amor no llegaría a su vida hasta que una mujer no reuniera los cuatro trozos de su corazón que se habían desprendido de él mientras dormía la noche anterior. Aquel caballero, sorprendido ante la revelación llevó una mano a su pecho y comprobó, algo asustado, que su corazón apenas estaba latiendo por dentro, que apenas era una mínima parte de lo que en su momento fue.

Y ahí fueron los cuatro fragmentos,

Uno de los fragmentos viajó al otro lado de un océano, al regazo cándido y confortable de tierras cálidas, abrasadas a veces por el sol, otras veces frías e inmisericordes. En aquella tierra ocho mujeres de diversos mundos, con almas tan distintas vieron llegar aquel relámpago que se incrusto junto al corazón de una de ellas, la mas completa de todas esas criaturas femeninas dotadas de una genialidad, una bondad, maldad, elegancia y fascinación casi inviables en la realidad que rodeaba al caballero, tan lejos y tan cerca de ellas. Aquella mujer no era otra que la Musa, depositaria de pensamientos tan íntimos, tan buena amiga como dulce compañía y excitante oradora de palabras nocturnas prohibidas, tierna y enérgica amante de los gatos.

Otra parte de aquel corazón voló hacia un bosque otoñal donde asomaba una incipiente noche, como pintado por las maravillosas manos de un genio de la pintura. Aquel paisaje era sinónimo de maestría, de virtuosa agilidad cedida por los dioses. De naranja otoñal eran las hojas y en los troncos, entre las raíces o en sencillas madrigueras todos los animales convivían en una pacífica armonía. Los cielos, por otro lado, amenazaban tormenta constantemente pero el sol siempre terminaba reluciendo, con el alegre canto de los pájaros. Cerca de esta escena caminaba una dama, sobre un puente bajo el cual cruzaba un río de agua hecha de pintura azul, bordeado de juncos y lirios en flor. El río desembocaba en un lago, donde algún que otro transeúnte remojaba sus pies junto a los niños, o merendaban junto a sus amigos y familiares o amantes, o paseaba por la cristalina superficie en un pequeño bote de madera. La primera de las damas observaba la escena a lo lejos, sobre un puente bajo el cual crecían por igual Juncos y lirios en flor.

No lejos de ahí fue a parar el tercer fragmento del corazón de aquel caballero. O quizás una pequeña parte de su ser. Fue a un paraje que reflejaba una belleza sutil y contradictoriamente notable, como si fuera imbuida de un hechizo antiguo, con una energía maravillosa que se mantenía en tenso silencio, deseando salir, manifestarse a través del florecer de los campos o de la erupción del apasionado encuentro entre los amantes. Una dama silenciosa, como ausente, contemplaba todo aquello, pensando en ideas que nunca nacerían en forma de palabras, aunque puede que sí en forma de pintura. En lo alto brillaba un sol amarillo con todo su esplendor. A los pies de aquella receptora circulaba un río azul portador del brillo de las estrellas cuando la noche se presentaba, con aguas mansas Que bordeaban en una de sus orillas un campo de orquídeas rojas. 

El cuarto fragmento de aquel corazón viajó hacia el norte, donde el gélido invierno soplaba con inusitada calma. El blanco de la nieve y los destellos del sol se arrancaban por igual los colores de unas praderas verdes aun sin cubrir por aquel manto salvo cuando la noche llegaba. En aquella cima de la montaña se levantaba un castillo alto, con banderas de acuarela. El interior de aquel palacio era sin duda humilde, aunque no exento de elegancia, de pequeños detalles que eran recubiertos en el exterior por un muro de hielo imponente, Una única dama permanecía en su interior, coronada por la genialidad y el amor a las imágenes que grandes artistas plasmaban en imágenes móviles. Noble prueba de fortaleza y valor para aquel que lograra mirar las praderas desde lo alto de aquella montaña, detrás de aquel muro, al lado de aquella imperturbable dama cuyo corazón era ejemplo de cándida cerrazón al mundo.

El quinto fragmento fue a un lugar extraño. La niebla cubría todo aquel lugar, dejando en un completo misterio lo que habitara en aquellos lares. Cada pequeño retazo de blancura, sin embargo, escondía una pequeña historia de un conjunto disperso de realidad con un nexo en común. Aquel nexo no era otro que el de la vieja historia de un vestigio de romance que es seguido mas allá delo debido y termina en una inesperada fatalidad para el espíritu, donde mas de un caballero, poeta, valiente artista, se metió y terminó padeciendo consecuencias inesperadas. Los propios actos de aquel caballero acompañaron a esa parte de su ser,metiéndose entre la niebla, entre la confusa música que afloraba de todos lados y de ninguno a la vez. 


Así pasaría una eternidad hasta que una mujer llegó, o quizás está llegando, o llegará, para reunir todas las partes y completar al caballero que, una vez completo, será aun mas fuerte y poderoso que en cualquier tiempo pasado. 

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