viernes, 30 de septiembre de 2011

El general y la diosa

Luchaba libre en la inmensidad del mundo in dejar de lamentar todo lo que dejaba atrás en cada batalla y por única arma estaba cargado siempre con su mirada de cuervo, de lobo ávido de sangre. A sus espaldas dejaba caminos llenos de sangre y cadáveres pero no podía sentirse mal debido a que eran todos los detractores de sus pensamientos, de su ideas en las que solamente primaba el amor y las ganas de poder vivir. Con patas inmisericordes cargadas de garras afiladas como cuchillas de afeitar corría en pos de sus sueños mas ocultos que buscaba en saciar a toda costa sin importar mas que sus propios gustos pero siempre a la zaga de las criaturas que tuvieran en posesión la visión de sus propias ideas como correctas. Y así avanzaba el general en busca de mas hombres y en especial mujeres para batallas en campos lejanos y en camas cercanas. Sus ojos eran una conquistadora sombra de maldad, rencor, odio, rabia y deseo que nadie podía apagar pues eran de un fogoso y sangriento rojo esos dos globos oculares que habían sido motivo de terror y pesadilla para muchos que se habían cruzado en su camino con ánimo de poner freno a su ambiciones. Cada día era una batalla. 


Librando con sus camaradas batallas tan extensas como las mas largas crónicas de las que poco rastro quedaría. Siempre juntos, siempre unidos en la causa de la victoria para poder llevar a cabo objetivos tan complejos y a la vez simples como sobrevivir un día mas de las pagas de algún rey de rostro olvidado en el futuro no tan lejano como grandes elocuentes de las artes y la historia querrían pensar. Y prontamente se teñían de rojo las calles y los árboles, los lagos y los ríos. El mar también por supuesto. El mar era del color de la sangre pues era realmente sangre de los enemigos que ese ser oscuro gustaba de despedazar entre los lamentos de sus enemigos cuando podía servirse del tiempo necesario para escuchar la música mas acorde a su estado animico: el dolor de los demás en gritos y lamentos eternamente bellos. Conquistaban castillos y de sus riquezas hacían un tesoro efímero pues nunca desvalijaban otras cosas que no fueran la vidas de los que en su interior se hallaban. Era sanguinario ese lobo de ojos crueles que sola,ente disfrutaba en el campo de batalla del dolor. Prontamente se hacían con el control de pueblos y a veces ciudades enteras sumiéndolas en el terror bajo el canto previo de sus aullidos que sus hombres coreaban junto a él. Y satanás ponía de su parte a los animales de los bosques y las aguas para que se cernieran como una plaga sobre los desdichados destinos de los habitantes de esas poblaciones. No podía ser mayor su gloria y sus deseosos estaban casi al alcance de su mano. Pues todo tenía un objetivo. 


En una noche después de una d esas sempiternamente largas y crueles batallas en las que como siempre destrozaron al enemigo, el general se encontraba tumbado en su camastro, pues de algo podía decirse que bueno bueno no era pero si humilde, y si sus hombres sufrían de pobreza, él también lo hacía. Sus pensamientos repasaban aspectos frío de la batalla y la sonrisa macabra se instalaba en su rostro cada vez que recordaba algún que otro rostro que le llamara especialmente la atención cuando su portador era arrebatado de la llama de su vida que se escondía cobardemente detrás de sus ojos anegados en lágrimas y miedos diversos, casi podría decir que atávicos. En medio de todo aquel enfrentamiento una sensación se apoderó de su cuerpo y esa sensación duró poco. Pero sentado. ahí, en su camastro de pobre soldado raso, luciendo sus galones, fue testigo de un prodigio mas que milagroso y a la vez deseado. 


Apareció ella. El aliento se quedó en los pulmones de ese caballero cruel y desagradable para con sus enemigos cuando la vio. Voluptuosa, sonriendo con esa forma tan suya de enloquecerlo, haciéndole saber que esa noche la luna se iba a teñir de rojo y que ellos serían los que aullaran en medio de un montón de danzas antiguas como el hombre mismo. Engalanada con muy poca ropa se acercó a él y se sentó en sus piernas empujándolo con una sola mano para poderlo acostar y poco a poco ese rostro de enormes ojos marrones oscuro y sus labios aterciopelados se dedicaron a dominar esa mente tan cargada de ideas diabólicas y de malvados deseos para con la humanidad. Su cuerpo era perfecto en cuanto al volumen de cada parte esencial de esa anatomía que lo enloquecía en cuando sus movimientos le dieron a entender que ella estaba deseosa de su amante, de ese hombre que solamente tenía reservas de pasión y deseo para con ella. El amor para él no tenía sentido solamente la deseaba y entre ellos había una afinidad que podría denominarse perfectamente como loca y apasionada amistad. Ella lentamente tomó las manos y las guió hasta su retaguardia dejándola que libremente acariciar su trasero de forma lenta. Sin mas ella tomó la iniciativa y posándose encima de él empezó un apasionado beso que se intensificó hasta el punto de ahogar los vagos sonidos producto del deseo que ella causaba en él. Su diosa estaba pidiendo el tributo por tan gloriosas batallas, cobrando esa ayuda que suponía el poder acariciar y tocar su cuerpo con total libertad. Los movimientos de caderas intensificaban el deseo de esos dos amantes tan iguales y a la vez distintos que se consumían el uno entre los brazos y las piernas del otro. Los ojos de ambos estaban ardiendo de deseo cuando sus miradas se cruzaban por alguna décima de segundo en el cambio de papeles de quien dominaba a quien y rodaban por todo el pequeño espacio besándose, devorándose lentamente, bebiendo sangre propia y ajena en una batalla tan encarnizada que no podrá ser descrita por pintor, poeta o escultor alguno pues eran lentas e indescriptibles, apasionadas, salvajes en lo mas absoluto el encuentro entre esas dos entidades que solamente podían dedicarse a la búsqueda del placer propio y ajeno mediante las mas salvajes acciones. la carne era saboreada y la sangre bebida por dientes afilado y por uñas que clamaban arrancar un poco mas de vida y de dolor a su amante. Estaban bañados en sudor y en sangre propia y ajena cando llegaban a ese rugido final de placer que expresaba lo mucho que habían disfrutado desgarrándose, devorándose el corazón prácticamente a besos y abrazos asesinos que gritaban por romper la distancia inmediatamente. 


Y siempre tras el placer se quedaban desnudos, tapados por las sábanas, y hablaban dedicándose algún beso alguna caricia o mas pasión que se acumulara mientra el roce de sus cuerpos avivaba la llama del placer y el deseo. No había mas idea a perseguir que la de saciar esa sed de pasión que sentían el uno por el otro. Tanta sed quizás nunca fuera saciada y eso a ellos no les importaba. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario