viernes, 25 de noviembre de 2011

Los cuadros.

En medio de la colina se encontraba un castillo con sendas altas torres y con majestuosos detalles incluso en los elementos mas triviales pues hasta los contrafuertes estaban decorados con toda clase de motivos que impregnaban de fuerza los rincones exteriores de esa morada nobiliaria. En su interior, las cientos de habitaciones estaban cargadas de miles de ricos lienzos de antepasados y habitantes del castillo mas grande de todo ese país lleno de historia gloriosa y trágica como el de cualquiera de las naciones existentes en ese momento desconocido para muchos grandes historiadores y exploradores. Sus negras piedras eran testigos de grandes momentos, bellos momentos y trágicos acontecimientos en los que el dolor podía hacerse sentir de solo rozar la negra piedra que revestía ese edificio lúgubre pero a la vez alegre. La luz llenaba las habitaciones por obra y gracia del sol que se colaba en los altos y anchos ventanales. Los alrededores del castillo parecían cuidados por miles de fantasmas encargados de la jardinería, decorando a su gusto y placer todos los bastos y lejanos rincones de esas tierras, infestando bosques y lagos con miles de especies diferentes de flores. Todos los colores existentes en esas flores se combinaban de manera que parecía un lienzo y en medio de sus increíbles formaciones se podía apreciar la forma mas bella del mundo. Nadie podía caber en sí de gozo cuando en sus mentes se perfilaba la forma de toda esa formación (valga la redundancia) en sus mentes y el ánimo subía a lo mas alto como la mas alta torre de ese castillo. 


En medio de sus paredes, sin constar en planos ni planes, en ideas ni pensamientos, una habitación mas era la presente en la plana del medio entre las paredes centrales, ligeramente desviada a la izquierda con respecto al norte y mas bien tirando hacia la planta de arriba. En esta habitación no había riqueza alguna. No había mas que un silencio mortal, el ambiente viciado en enfermedad y en degradación, Los retratos eran de mujeres, todos de mujeres que el habitantes único y conocedor igualmente excepcional de esa habitación había tenido presente en su corazón. Era su particular museo. Museo de recuerdos sin fin cargados de dolor y de agonía. Un camastro recogía el cuerpo del casi difunto y unas sábanas de basto tejido, lino quizás o sencillo paño cosido en capas, cubrían como un sudario a la parodia de un hijo de a desgracia y del amor egoísta entre un hombre y una mujer. Sus ojos estaban casi en el punto final de su trayectoria como instrumentos de visión y se centraban en el techo. mas pinturas había también en el techo. Aberrantes y oscuras escenas en las que criaturas de divina belleza se peleaban de formas mil veces mas cruentas que en cualquier batalla. Esos ojos luchaban contra un sueño que lo llenaría poco a poco de pesadillas relacionadas con esas pinturas. Dentro de su corazón estaba seguro de que si dormía no despertaría nunca mas y la pesadilla se haría forme y mas que sentida en su alma. Una vela de potente llama alumbraba la estancia creando sombras avasalladoras que se cernían sobre ese hombre de carácter triste y de mirada cambiante, unas veces alegre, otras veces rabiosa y otras veces triste como la de una madre que ha perdido a su marido e hijos en alguna guerra sin nombre. 


Negros ropajes se encontraban amparando la piel blanca y enferma de ese personaje extraño de mente extraña y castigada por los años. Los ojos se turnaban entre dos de esos lienzos malditos que lo atormentaban. En uno de ella se apreciaba a un grupo de mujeres de lo mas variopinto, en cuyos rostros e podía vislumbrar toda clase de ideales y de pensamientos, carácter y posturas en base a sus acompañantes. Mas la alegría y la fiesta era presente en esa pintura. Todas ellas comían comidas diferentes u en nada se parecían las unas a las otras. Los ropajes también eran distintos, desde las mas bastas y sencillas telas hasta los mas ricos encajes o las mas sensuales y eróticas sedas. Destacaban sus sonrisas, galantes y grandes, sinceras y luminosas. En sus ideas de locura y de delirio siempre se preguntaba si esas sonrisas habrían desaparecido con su presencia o si él había sido la condena de tales muertes. Una lágrimas resbalaba por su mejilla. miradas salvajes y tiernas, dulces y brillantes. Ni una sola gota de tristeza o apatía. Pensamientos atormentadores circulaban por su mente y en medio de todo eso frases sueltas, bellas y bonitas. Juramentos de amistad, juramentos de lealtad y de buenas acciones, de pervivir por siempre con ese lazo eterno. Nada permanecía ya de ese retrato. 


El otro retrato mostraba esa misma mesa del lienzo anterior. Pero ahora solo quedaban 4 personas que se miraban con desconfianza. Seguían los tejidos bastos y las sedas si, pero las sonrisas habían desaparecido. Era doloroso ese retrato que tantos muchos habían pasado por alto cuando era visible antes las personas que visitaban el castillo. ninguna de esas personas había podido ver ni sentir la fuerza con la que desgarraba el corazón esa imagen de esas cuatro personas. Esas cuatro personas que lo eran todos para él y que nunca se aliarían por una causa común y de bien. 

2 comentarios:

  1. Nunca digas nunca querido... La vida da muchas vueltas y personas que pensarías que jamás podrían colaborar para hacer algo en común de pronto te sorprenden con extrañas alianzas aunque solo sean temporales...

    ResponderEliminar
  2. Entre mujeres lo dudo mucho. Y viendo la tesitura mucho menos.

    ResponderEliminar