domingo, 15 de julio de 2012

El beso de la Rosa II

Nota: primera parte del relato aquí

La noche era perfecta, nada la podía complicar en lo mas absoluto. Mientras que solo existieran el uno para el otro o al menos en aquel momento. Aquellos labios de sabor tan dulce estaban curvados en una sonrisa de especial nerviosismo y sus manos parecían buscar sustento en medio de la oscuridad que los rodeaba mas allá de la frontera creada por los rayos de la luna y los sentidos. Unos dedos que reflejaban ansia aprisionaron un trozo de tela que componía ese gran lecho testigo de una escena digna de figurar en las novelas mas apasionadamente fantasiosas de la literatura. Los labios se mordieron mutuamente en la contención de una expresión mas que evidente de placer. Los anhelantes dedos que pretendían un sustento comenzaron a bajar por la propia anatomía hasta llegar al destino del conflicto que se libraba al sur de su cuerpo. Antes de llegar un ataque inesperado le hizo arquearse, golpeada por las sensaciones que estaba experimentando, por aquella vil criatura que parecía no desear mas que consumar actos de todo tipo en su cuerpo.

Sus senos bajaban y subían apresurados en medio de la agitada respiración que la afectaba y le anulaba cualquier razonamiento y junto a las rápidas pulsaciones del corazón, pareciera que fuera a estallar ante la constante lluvia de sensaciones y estímulos que aquel ser le estaba regalando en esa noche de sábanas de satén y terciopelo. Las manos clamaban por abarcar toda la extensión de ese pequeño mundo que aun se había reducido mas de lo esperado ante el encuentro de los cuerpos, ardientes y deseando escapar de la cárcel que era el propio límite establecido por la piel. Aquellos ojos enormes estaban ocultados tras los párpados como involuntario gesto de rendición a los sentidos, que se turbaban ante lo desconocido de una emoción contenida y que no tenía palabras con las que ser expresada, ya menos aun el poema que fuera susurrado al oído de la amante entre los suspiros de la noche. El telón de aquella bella obra se había abierto momentos antes con el suspiro inicial de los amantes que se miran y se prodigan lentas caricias, mensajes secretos de presencia e intenciones lúbricas en un cambio de ternura por pasión y deseo. Y aquel telón tardaría en cerrarse de nuevo para dar fin a esa bella representación de lo que era la comunión entre dos almas. Ya el viaje se había efectuado y la guardiana azulada había caído. Solo restaba de saborear el botín de forma lenta, degustando cada rica muestra de ese néctar, un sensual perfume que colaba en la realidad y sueños para ser la obsesión que impulsara a caer hasta lo mas profundo. 


Arraigado en los mas intensos deseos y fantasías nocturnas, el cuerpo de ese amante ansioso del lienzo que era la dama estaba en tensión y a la vez disfrutando de un banquete digno de un rey. La ambrosía se derramaba en sus labios mientras una lengua invadía aquel delicioso monte de venus, una extensión pequeña pero muy rica en posibilidades de juego y deleite. Las manos repartían pinceladas e intenciones en todo momento, dejando claro cuales eran los puntos hasta los que estaba dispuesto a llegar. Aquel caballero movía lentamente su boca para acaparar toda la atención con el aliento que antes se había desparramado en la parte interior de aquellas piernas que parecían viento en movimiento cuando bailaban. Los besos le sucedieron y aquel beso inicial en el centro de su poder fue la tarjeta de presentación. Las manos se deleitaban con la suavidad de la piel morena de ella, de aquel manto de gloria que gustaba de acariciar cuando el destino y ella se lo permitía. La respetaba pero también la deseaba hasta puntos en los que la mínima oportunidad era depositaria de la pasión que podía nacer en el interior de aquel ser arrepentido de muchas cosas menos de aquella, en la que no tendría piedad a la hora de inyectar placer de todas las maneras posibles en ese interior ardiente y tentador.

Ella no cesaba de expresar las sensaciones que aquella lengua le estaba haciendo sentir, que se movía con lenta y cruel tranquilidad para después dejar clara las intenciones de conquista con un rápido movimiento que la llevaba a arquearse por los impactos que recibía ese delicado punto de su anatomía al encontrarse con una pequeña bestia roja ansiosa de un poder y la magia, de aquel elixir natural. Los labios a veces abandonaban ese improvisado sello para dejar lentas caricias en los alrededores de ese paraíso que tenía ante él y devoraba la piel con el aliento, aquel etéreo bailarín que sembraba calor a su paso. Los dientes se clavaban de improviso causando sorpresa a lo largo de ese reino de placer que satisfacían el ansia de piel en unas manos que paseaban por aquellos muslos, caderas, vientre y senos, masajeando con delicadeza cada centímetro de estos y volviendo a hacer todo el recorrido. Los dedos pálidos y delgados dejaban constancia de una adoración por aquel cuerpo que no se podía expresar de otra manera que no fuera esa. Se podía apreciar a través de cada caricia los músculos, los huesos, y mas especialmente el calor que emanaba aquel cuerpo que encendía su deseo, la pasión que lo consumia hasta escalas inimaginables.

La lengua continuó aquella guerra secreta entre las notas y las escalas musicales mas bellas y ancestrales del mundo, deleitando los oídos de aquel depredador que la devoraba sin compasión hasta que exhalara el último suspiro en medio de aquel éxtasis que parecía acercarse lentamente. Él podría estar toda la noche en aquel refugio de los sentidos, saboreando, degustando, totalmente entregado a hacerla arder, a que ella se rindiera, a que se redujera al nivel de los pensamientos mas primarios. Con gusto recibió los dedos de ella en su cabello que comenzó a acariciar mientras sus notables sensaciones sobresalían a cada nueva embestida, caricia o respiración de esa boca ávida de un placer que no era natural, que no era para nadie mas que para él en aquella noche. Sintió la leve presión que exhorta a mas, a sentir mas, a que la actividad se acrecentara mientras sus cuerpo estaba casi consumiendo una cama en llamas, un campo de batalla donde la muerte y la resurrección eran inmediatamente sucedidas. 

Las miradas se cruzaron un instante y ella pudo apreciar el estado de su amante. Estaba totalmente entregado a ella y a sus placeres, le decía con esos ojos hambrientos que iba a hacerla llegar hasta lo mas alto, la llevaría a alcanzar unas sensaciones que nunca nadie le ha hecho sentir. En aquella mirada se reflejaba una gran cantidad de deseos ocultos y oscuros que solamente tenían como consecuencia la oleada de gozo que estaría dispuesto a darle todos los días con tal de que no se fuera y que el disfrutaría tanto como ella. Con su mirada se coordinó un sonido animalesco, como el de un lobo que está a punto de atacar y aquella lengua se abrió paso a través del telón natural de aquel cuerpo para llegar a lo mas profundo, como si quisiera hacerle el amor con la misma lengua que antes parecía tan suave y dulce en los besos y ahora era inmisericorde y ansiosa por alcanzar el máximo punto pero sin perder la calma. El golpe de placer inminente hizo soltar una exclamación a aquella exquisita dama que echó la cabeza hacia atrás y soltó aquel suave gemido casi incontenido y de volumen algo elevado. Su respiración y aquel corazón que tan bien podía escuchar no dejaban de acelerarse a cada momento. Disfrutaría todo el tiempo del mundo hasta que murieran ambos para volver a nacer tras aquella aventura nocturna.

La sed no quedó satisfecha pero las ansias eran incontenibles y tras relamerse lentamente mirándola a los ojos de nuevo, disfrutando cada gota de aquel néctar sagrado para él y cualquier otro mortal, comenzó aquel suave recorrido de besos entregados y limpios que lo había traído hasta aquel lugar tan candente y tentador. Las ingles fueron las primeras en sufrir apasionados besos para después con la lengua viajas desde esa frontera prohibida hasta el ombligo el cual rodeó lentamente. Hizo sentir la respiración, aquella respiración de bestia sedienta de placer, hasta la base de aquello senos firmes que lentamente besó, con los que embelesó el sentido del tacto y el gusto, conquistando con todas sus placentera intenciones cada centímetro de ese cuerpo que deseaba tanto de complacer hasta el mas íntimo de los rincones tal como había hecho momentos antes. Degustó esos pequeños puntos que coronaban aquellos montículos recreándose en el dulce sabor que se desprendía. Deleitó con masajes y adoración aquellos senos y una vez descansado y pagado el tributo de un suave beso en la zona mas palpitante de su cuerpo prosiguió el viaje con una lengua que dejó su rastro de deseo a lo largo de su garganta para reencontrarse de nuevo con los adorados labios. Y los besó mientras se unían y bailaban una vez mas aquella danza.

Los movimientos lentos se acompañaban de la orquesta de sus corazones que estaban anhelantes de aquellas apreciaciones que solo ella podía prodigarle. Era el mas antiguo de los valses, el mas apasionado de los tangos y el mas tentador de los caprichos de los dioses, que miraban en forma de estrellas a esos dos entes físicos consumiéndose en pasión, lujuria, ternura, sentimientos, sensaciones, emociones. Ambos se decían con cada roce, cada suave movimiento y paso de baile todo aquello en donde las palabras eran sobrantes. Las manos de ella se paseaban por su cabello, refugiando aquel delgado rostro en el cuello para sentir la cálida esencia de los labios devorando la piel con suma delicadeza y una pasión que rozaba en el fervor por la divinidad. Lo impulsaba a saciar la sed y el hambre de su piel que lo acosaba desde hacía mucho tiempo, sin cesar los movimientos, el vaivén de esos cuerpos que poco a poco notaban la gloria misma producirse en su interior. El no cesaba de decir aquel nombre mágico que estaba en cada uno de su sueños. No había mas mundo que el del cuerpo del otro y los alientos que se entremezclaban en la explosión que fue acallada por un beso de fuego rojo y blanco.


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