jueves, 15 de marzo de 2012

La Bella durmiente

Su dulce rostro estaba apaciblemente tranquilo. En la cara de ángel se perfilaba una pequeña sonrisa que daban ganas de ensanchar mas y mas. Dos ojos se impregnaban en la mas irresistible ternura cuando se posaban sobre aquel rostro en el que había visto tantos cambios que nunca le harían cambiar, una bella paradoja digna de mención en cualquier tributo a la eternidad de su belleza. El cabello se extendía todo hacia una única dirección, extendido cuan largo era y mostrando perfectos reflejos de la luz y la estrellas. La piel ofrecía un perfecto y cálido contraste ante la frialdad de esa noche en la que la luz lunar se filtraba, entre nube y nube, como única señal para que los lobos de vez en cuando aullaran sus tonadillas de guerra. En ese cómodo dormitorio propiedad de la beldad yaciente que ahora tenía sus ojos cerrados en profundo y tranquilo descansa todo era la mas absoluta quietud con una pequeña salvedad. Un invitado inesperado pero con buenas intenciones se había colado en aquel sitio tan apacible y mágico, lleno de elementos de gran riqueza y fantásticos. Dos ojos animales que irradiaban un anhelo eterno se posaban sobre aquel apacible rostro, ese tranquilo espejo del alma que revelaba y ocultaba muchas cosas, unas mas pequeñas que otras, unas mas terribles y maravillosas que otras, pero a fon de cuentas y todo bien unido era un universo entero que explorar y en el cual dejarse atrapar.


La respiración del inquilino era tranquila, reposaba aunque por su mente pasaban escenas, ideas, frases, palabras y gestos que revelaban una intensa actividad que dejaba agitado. En su interior calculaba el momento y el tono en el que decir algo, en el que ella sonreiría y se sonrojaría. Aquellos ojos llenos de una extrañeza total, como si fuera el reencuentro mas bello del mundo con la misma Astarté, no paraban de mirarla y lo cierto era que no dejarían de mirarla de no ser porque siempre alguna batalla surgía, o algún problema, o algún llanto en la mas clara de las mañanas u oscura de las noches. Esos ojos teñidos en las llamas del deseo y la lujuria sencillamente guardaban unas ansias enormes de despertarla con un beso profundo y largo, hasta que uno de los dos se quedara sin respiración. Con suavidad susurró ese nombre y una sonrisa se formó en sus labios como un hechizo de felicidad que pueda ser invocado sin ningún coste ni entrenamiento en alguna cara escuela de hechicería. Con suma delicadeza y sigilo una ala negra que desprendía pequeños brillos al roce de la luz de la Luna con las plumas se cercó a su rostro y dejó una pequeña caricia en esa mejilla ni muy abultada ni muy hundida, perfecta para ser agarrada por una abuela muy cariñosa o para acariciarla por toda una noche de la vida sin notar al hueso de la mandíbula. Un suave suspiro se hizo notar en el movimiento de sus perfectos labios, los cuales observaba con un sentimiento producto de mezclar la avidez, el deseo y la mas entregada ternura y mimo. Esos labios suaves y tan atractivos que podían hacerlo tranquilizar o estremecer de deseo, hacer que deseara comerlos con voraz depredación. En su mente se formaban escenas que lo turbaban y hacían que sus ojos se abrieran para tener el pretexto perfecto y así culminar un acto de pasión sin precedentes. Pero ella debía de reposar ya que en su rostro se reflejaba el cansancio.


Los ojos voraces y anhelantes se pasearon por su rostro y bajaron por suave curva de su cuello y hombros pasando por esa clavícula descubierta revelando la piel de un hombro tentador y sutilmente mostrado que llamaba a ser besado y a ser depositario de susurros y enfervorecidos suspiros. Las sábanas se había deslizado dejando revelar esa parte tan seductora de su anatomía. Como buen caballero poseedor de una inmerecidas alas pues a su juicio había gente como ese ser maravilloso que dormía que las merecían mas, subió ligeramente la manta y la arropó con delicadeza, vigilando de  no ser causa de un despertar prematuro. Un pequeño suspiro salio de esos labios tan acostumbrado s pronunciar el nombre de Dios en vano y de mancillar su nombre una y mil veces. Que ironías tenía la vida, pues él estaba convencido de que ante si tenía a ese poderos ángel, fuerte, correcto, sutil. perfecto, que había caído del cielo quizás por causar la envidia del resto de ángeles del cielo. Un ángel tentador que era capaz de hacerle estremecer en un lento roce de esos labios que momentos antes estaba mirando. Sus ojos siguieron paseándose por las curvas que se perfilaban debajo de mantas y sábanas en esa fría noche. Aquellas curvas mostraban un busto firme y unas caderas y cintura bien formadas. Con todo nadie podría adivinar si estaba vestida o se mostraría como Dios la trajo al mundo en caso de que sus tapaduras azuladas desaparecieran de pronto. Aquello le atraía poderosamente de ella, junto a ese primer momento en el que mostró que aquellas alas que paseaban un par de plumas en leves roces por su rostro tenían la verdadera utilidad de hacerla sonreír. Aquellas alas eran de pertenencia de ambos. Como el ya clásico anillo de bodas en el dedo de aquel que se ´´ama´´, esas alas eran símbolo de ella pero en el cuerpo de él, nadie mas tocaría esas alas hechas con el mas bello mineral jamás encontrado en la tierra. Él haría lo que fuese por aquella sonrisa y no olvidará el día que presentó ante esa Musa unas bellas alas que poseían el brillo de miles de estrellas multicolor.


Con suavidad cubrió su cuerpo con el otro ala y cálidamente se fue acercando a ella. Su acercamiento se vio interrumpido por un movimiento de sus bellas piernas con las que tan bellas danzas podía llevar a cabo en el cual quedaron al descubierto sus pies, a los cuales rendiría mil países si ella así lo demandara con todo un ejército de demonios, ángeles, lobos o lo que gustase en usar como tropas invasoras. Con suave gesto tapó sus pies no fuera que se enfriaran y miró a la luna que asomaba por la ventana y las estrellas que parecían guiñar su fortuna al precioso rostro de esa criatura magnífica, admirable, seductora, comprensiva, intuitiva, tierna, inspiradora. No había palabras suficientes en ese y otros mundos para definir todas las excelsas virtudes que basaban la personalidad de semejante maravilla andante, una bendición que llegó un lejano día ya hace mucho tiempo, ese día que no se sabe con precisión pero que él impondría como fiesta nacional. Los tapices de las paredes también mostraban ahora escenas en las que el sueño y el abrazo de Morfeo era el núcleo escenográfico. Tanto los grandes sabios como científicos estaban en sus escritorios durmiendo tranquilamente, las ninfas dormitaban mientras algún búho iba de cuadro en cuadro dejando un desagradable regalo sobre papeles teñidos de conocimientos. Por capricho de la luna esta se irguió en el firmamento traspasando con sus rayos el cristal en lo alto y dio con su suave y fría luz en ese rostro moreno que se vio mas embellecido que nunca. Un suspiro no pudo evitar echara volar entre los labios y al siguiente momento un grito de susto casi ahogado al descubrir el caballero dos ojos que le miraban de frente. Ese grito fue acallado por un frío y gélido dedo perfecto que se posó sobre sus labios, dando a probar el sabor de una piel recubierta en la seducción y la cercanía de la muerte. Por supuesto ese tipo de detalles pasaron desapercibidos pues el caballero de grandes y protectoras alas se encontraba ocupado conteniendo los latidos acelerados del corazón.


La poderosa mirada que hostigaba a la suya propia no podía ser mas turbadora, capaz de sonrojar al mismísimo diablo y hacerle mirar para otro lado. Pero el diablo no estaba imbuido por la locura y ese caballero sí. En su mente se formaba todo un remolino de preguntas sin respuesta, de hipótesis sobre el siguiente movimiento de aquel ser que estaba diseñado para atraer y doblegar las voluntades de toda la humanidad si así se le viniera en gana. Su silueta estaba perfectamente delineada por la luz de la luna que se colaba a raudales desde la cristalera del techo y al hacía parecer mas temible a la par que atrayente. En sus labios una sonrisa dejaba entrever dos afilados colmillos que no habían probado sangre humana desde hacía mucho tiempo. Ella era capaz de destrozar la mas férrea de las intenciones asesinas de cualquier conquistador o hacerse con el control absoluto de todo aquello que le viniera en gana. Loa imperios y las normas no tendrían sentido el día que esa dama abrazada por la muerte y de aspecto tan majestuoso decidía entrar en la acción de esa obra de teatro que era la vida en su papel protagonista. Suavemente ese dedo fue bajando lentamente pasando por el centro de la garganta y una leve caricia se hizo sentir en el cuello, donde una palpitante y nerviosa yugular regaba sangre a un cerebro que estaba rogando a los dioses por ver un amanecer mas de los ojos que estaban cerrados en ese momento y por otro lado deleitándose con la sencilla pero irresistible seducción. Esos dedos lentamente pasaron a un hombro huesudo y parecieron deleitarse unos instantes en la bajada por el torso bañado en luz azul de la cristalera. Se frenaron en el corazón y las miradas se cruzaron. El corazón latía tranquilo con la imposición de toda la voluntad del mundo. Ese corazón latía firme y a la vez nervioso como deseando estallar dentro del pecho cuando los ojos se posaron en ese ser durmiente que murmuró un par de palabras casi ininteligibles.


Aquello rompió el hechizo y sin posponer ni por un momento lo que el deber le dictaba tomó la mano de esa seductora criatura, fascinante, oscura y besó con delicadeza sus dedos dedicándole una sonrisa entre cómplice y pícara, como quien deja algo pendiente en el aire. Susurró una disculpa y dejó en uno de sus dedos un anillo en el que relucía una reluciente y rosa negra de ónice. Con ternura se acercó a la Bella durmiente y le susurró suavemente en el oído palabras que tranquilizaran sus sentidos todo aquello que le pudiera alterar en ese mundo de los sueños. Le contó un cuento de caballeros y tesoros que resultan ser lo que menos se espera. Le dijo mil cosas que ella respondió con dos o tres palabras que le hacían sonreír al escuchar esas lindas locuras tan llenas de sentido. Con delicadeza rodeó su vientre y le besó el cabello envolviéndola en dos poderosas alas que pretendían protegerla incluso en los sueños de todo aquello que la pudiera asustar. Sin pensarlo le susurró tiernas palabras impregnadas en otras verbas a las que los humanos no podrían  poner significado ni en un millón de años. Cada susurro era un soldado enviado al frente a desempeñar un cargo de suma importancia: que aquella sonrisa, luz de la libertad, esclavizadora de voluntad, foco y guía del errante desesperado nunca dejara de brillar. Le llevó por mundos maravillosos en los que nada era malo y todo era un constante bien para el espíritu y el alma. Aquellos ojos antes salvajes y voraces ahora estaban llenos de un cariño que nadie mas inspiraba dentro de su corazón. Ella había hecho tantas grandes cosas por él y él nunca sabría como agradecerle. Retiró un pétalo azul que cayó en el cabello de ella y otro en su mejilla optando al final por hacer un improvisado dosel con una de sus alas, la cual se extendió como el día a lo largo del mundo y dejó caer suaves reflejos en la dulce cara de aquella que inspiraba esta historia.


Como por invocación a la misma luz en forma de collar de perlas que se abre a través de dos rayos que eran sus labios, una sonrisa majestuosa y casi imposible de imaginar en un mundo real se hizo presente. Entonces aquel caballero y sus alas sabían que habían vencido aun sin haber despertado a la Bella Durmiente


Y así termina esta historia, o mas bien continuará en otro momento la sucesión de locuras y la dedicatorias a los seres fascinantes, seductores, terribles y bellos que habitan los mundos de una mente loca como la del escritor de estas lineas y la de la Musa creadora e inspiradora de sueños y fantasías. 


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