viernes, 13 de enero de 2012

La habitación del castillo.

A lo largo del sendero se accedía a un castillo de aspecto tenebroso. Rodeando ese castillo, una sencilla llanura estaba extendiéndose una buena distancia. Su única señal de la mano del hombre era ese sinuoso camino, que como una seductora serpiente, seducía ese recorrido suave hasta llegar a las puertas del castillo, casi fortaleza, que en medio de ese paraje se encontraba. Pocos habían sabido de la existencia de ese lugar, ni siquiera la gente humilde los pueblos cercanos. Se decía que si ese castillo no quería aparecerse ante los ojos de los demás entonces no lo hacía. Pero era imposible que tal creación no se apareciera ante los ojos de su creador. En ese preciso momento iba la persona responsable de cada pared y cada mota de polvo recorriendo ese camino. Un largo camino que ciertamente le costaba recorrer a él, lleno de escombros, de baches e incluso algún cadáver humano. 


Con total impunidad fue recorriendo las curvas de ese trayecto tan accidentado. Los ojos miraban inquietos a todos lados pensando que quizás debería de haberlo llevado a cabo otro día, no por miedo pero sí por seguridad de uno mismo. La noche no había ni asomado, era pleno día, e incluso hacía calor, pero le decía la voluntad que debía de seguir porque si no ella se marcharía y eso no podía ocurrir bajo ninguna circunstancia.  Las curvas se fueron suavizando para después volver a ser de nuevo realmente cerradas ye incluso peligrosas, pues un tropezón podría arrojar a la gente por la colina y causarle contusiones como era el caso de alguno de los cadáveres que ahí se encontraban. En medio de su andadura vio a un par de agonizantes humanos que eran similares a él pero a los que no prestó atención, ni siquiera se molestó en pensar en que extraños sonidos llegaban a sus oídos. Nada mas importaba que el impedir que ella se marchara. Poco a poco fue avanzando cuando se debía de tener cuidado o el camino era accidentado pero con sencillez trató de enfrentar cada piedra, cada hundimiento, cada posible caída a la mas absoluta fatalidad. 


Con pasos algo mas inseguros recorrió los últimos metros que le pusieron delante de una gran puerta, negra, como el castillo entero. No dudó y empujó las dos inusitadamente pequeñas hojas de la entrada para poder pasar a una sala mas iluminada en comparación al austero exterior que ofrecía el edificio. Unas pocas velas estaban estratégicamente situadas para que la guía por ese lugar fuera correcta y nadie se accidentara con los pocos muebles que decoraban el lugar. Sin prestar atención a detalle alguno tomó las escaleras de la izquierda y empezó a ascender. Subió y subió hasta encontrarse con un oscuro pasillo. Un frío invernal le golpeó en la cara pero ante eso se le empezó a extender una sonrisa, todo lo contrario que habría causado semejante situación de frío y oscuridad en otra persona. Con lentitud se fue enfrentando a un viento que parecía empeñado en no darle tregua al siguiente paso que daba, incluso hubo peligro de ser derribado por la corriente que poco a poco le traía susurros y gemidos llenos de terror, que helaban la sangre. La sonrisa pasó a ser una cara de feroz determinación. 


Poco a poco se fueron apaciguando las ganas del propio castillo de revelarse contra él, su creador, El pasillo era largo y aunque las oleadas de aire eran cada vez menos intensas el frío estaba terminando con su voluntad. Aparecieron a los lados del pasillo puertas y mas puertas, todas diferentes: una de maderas nobles, otra de hierro, una que parecía maciza pero en la que se apreciaba que había fragmentos de esta, producto de la carcoma. Una de aspecto bastante bello, pintado con el color de la esperanza que transmitía la poderosa envidia a través de las bisagras excesivamente engrasadas. Miles de puertas prácticamente, unas tras otra se seguían las unas a las otras, guardando los secretos mas inconfesables, a las criaturas mas bellas y a las mas horribles, a las mas divinas y a las mas malditas que cualquier personas en el mundo se pueda encontrar. El frío seguía aumentando y eso ya era preocupante. El corazón se aceleró ante la idea de no lograr alcanzar el objetivo. Entonces pensó en el momento por el que venía ahí. El castillo lo supo y la ventisca regresó a ese pasillo, tratando de acabar con la creciente voluntad que estaba reuniendo. No sería suficiente ni toda el viento del mundo para hacerlo cejar en su empeño. 


Y llegó frente a la puerta, justo al final del pasillo. Lentamente fue avanzando pasando muchas dificultades pero la había alcanzado. El cruel viento y el frío mas mortífero no lo habían matado en el intento así que ya tenía el camino libre. Las puertas eran de oro, pesadas y macizas, mas grandes que las que daban paso al castillo mismo, fundidas y creadas en el mismo interior des castillo. La decoración de las puertas era sencillamente esplendida, con toda la gama de piedras preciosas, semipreciosas y minerales mas valiosos del mundo, Con metales de brillos que retan a cualquier escultor y orfebre a darles buen uso dándoles mas que merecida forma sin que pierdan la belleza. Era una puerta que al igual que todas las demás, era diferente pero con la salvedad de que esta puerta estaba ahí, que nunca se iba a corroer, ni oxidar, ni a manchar ni a ensuciar. Abrió con inusitada fuerza, como si el castillo se rindiera, y entró en la habitación mas bella que pueda uno imaginar. 


Era una habitación grande, mas grande que cualquier otra estancia de ese castillo lleno de rincones dignos de admirar y de temer según los pocos que habían caminado entre sus muros. En medio de esa estancia estaba un lecho, custodiado por miles de cosas: velas, armarios con ropa, estanterías de libros, había instrumentos musicales, dos grandes ventanas abiertas, que dejaban pasar una agradable brisa, Una chimenea apagada para el frío invernal. Todo un conjunto de objetos y maravillas: joyas, estatuas, cuadros, algún libro de poemas, de historias, algún libro lleno de dibujos que representaban escenas de todo tipo. Una sencilla maravilla para los sentidos era el hilo de oro, las paredes color azul, las vidrieras que en el techo lanzaban chorros de luz sobre el rostro de la dueña de ese lugar, que era de su propiedad a pesar de ser el castillo creado por otro. Sus ojos estaban cerrados en ese momento, dormía profundamente y parecía tener el rostro en una paz inamovible. Dormía plácidamente y como por arte de magia,, pétalos de rosa azul caían desde las vidrieras, que representaban todo tipo de cosas pero solamente (o al menos por el momento) era en los rosales ahí mostrados, en donde la pintura, los pigmentos daban paso a ese pétalo que caía suavemente sobre el cuerpo tapado en sábanas de lino de un blanco brillante, lienzo de los chorros de luz multicolor que bañaban su cuerpo. 


El ente se quedó mirándola largo rato sin saber que hacer, hasta que recordó. Las palpitaciones de su corazón se hicieron mas fuertes a medida que avanzaba lentamente, tratando de no hacer ningún ruido. Con delicadeza rozó un mechón de su cabello, que apenas se movió unos centímetros y se dispuso a hacer lo que quería hacer desde hace tiempo, lo que merecía toda la andanza y la aventura que ella leería. Con delicadeza dejó sobre ese cuerpo yaciente, profundamente dormido, una rosa azul, como la de los pétalos que se desparramaban a lo largo de su cuerpo de forma tan discreta. Una rosa azul en la que previamente dejó un beso, sobre su pecho para que fuera lo primero que viera al despertar. 

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