miércoles, 4 de enero de 2012

La señora del mundo

La podredumbre Se extendía por las calles, una suciedad infecta que se adhería a la piel del incauto que pasara con harapos mas limpios de lo habitual y se hacía señora de un cuerpo mas, sometiéndolo a la maldición de la peste, el cólera y miles de enfermedades mas. Las casas estaban repletas de seres humanos que mal vivían en medio de una pobreza casi extrema, Las pulgas y las moscas les traían a diaria alguna muerte entre sus familiares o conocidos. Los escombros de edificios derrumbados por la guerra estaban a los lados del camino, siendo testigos de como alguien mas caía muerto en esos montículos. Las mujeres y los niños muchas veces debían de servirse de la carne de otros animales de la calle, animales de la calle como lo eran ellos, que todo lo habían perdido. Las calles estaban repletas de cadáveres. La esencia misma de la muerte era un perfume que llenaba las fosas nasales con ese dulzón y pegajoso aroma, que se impregnaba a la piel como la suciedad que ya se ha mencionado. 


La iglesia estaba quemada en parte por obra y gracia de una revuelta que una muchedumbre organizó ya que no existía para ellos la justicia de un Dios que mandaba una plaga y una miseria tal a sus mas fieles adoradores. La creencia en los santos era mal vista entre esas gentes, nadie poseía ya nada de humildad, solamente desprecio por todo aquello que representara lo divino, lo que pudiera representar la salvación del alma. No se elevaban oraciones ya a los dioses o al Dios ese que había llegado hace poco a sus vidas y que veían como un extraño que daba falsas oportunidades, merecedor del mas abierto desprecio. No existía tampoco el respeto a las figuras religiosas, ni siquiera a sus representaciones humanas. Las vírgenes ya eran vendidas por sus familias para costearse algún dinero con el que pagar una comida por una semana. Entre lágrimas permanecía la hija, violada a veces, humillada y vejada otras veces, comiendo su propio salario producto de una venta contra toda moralidad. Tampoco nadie tenía el valor de clamar la presencia de abogados o jueces, y Satán les libre de las figuras de autoridad como guardias en las gastadas murallas. 


En medio de todo ese desorden, en medio de toda esa inmundicia, un palacio se alza imponente y muy poderoso, Sus paredes alternan el blanco del mármol con el negro del granito mas extraño que se pueda uno encontrar en cantera alguna. Diríase incluso que esas piedras era negras como boca de lobo. La misma luz que alegremente reflejaba ese mármol blanco y níveo, era tragada de forma voraz e inmisericorde por esa piedra oscura que parecía destinada a equilibrar las lumínica capacidades de su compañera blanca. Las altas torres estaban decoradas con motivos que también hacían llamamiento a la contradicción. Al lado de altos y elegantes ángeles e encontraban las mas deformes criaturas venidas del averno para recordar a los sencillos mortales que les esperaba si los pecados se hacían con el control de su alma y corazón. Los capiteles y contrafuertes eran de una belleza extremadamente antinatural. Parecía un vanidoso intento de algún dios por retar a la sabiduría de los hombres el descubrir como era posible tal edificación en medio de tanta miseria y que esta no perdiera ápice de belleza. Los interiores no habían sido vistos por ser humano alguno: decía la leyenda que era tal la belleza ahí expuesta que quien la contemplara y no perteneciera a un plano superior moriría, o al meno se quedaría ciego y lo matarían para que no revelara el secreto que ahí se guardaba. 


Aquello era cierto. En el interior de ese palacio se encontraba la belleza expuesta en todo su esplendor. Los ojos de esa belleza estaban en ese momento mirando a través de una pequeña ventana a las multitudes que se movilizaban de aquí para allá organizando guerras por un sencillo trozo de pan. El resto de ventanas de la habitación en la que se encontraba estaban abiertas y el cabello se le alborotaba de vez en cuando. Era un espectáculo divino para los ojos de cualquier mortal. Su poder estaba en su sencilla presencia, que llenaba toda la habitación con los aromas del poder, de la gracia, de la belleza y del deseo. Todas esas especias que condimentaban el plato de la mas divina criatura, diseñada para atrapar almas y cuerpos entre sus piernas. No necesitaba de ropajes ni nada parecido. Su desnudez, gloriosa y altiva en muchas ocasiones era un llamamiento al deseo, a la perversión que ella era capaz de ejercer en miles de seres de esas y otras tierras, del cielos e infiernos, de países y de continentes incluso de los mares si es que su capricho fuera encandilar al mismísimo Poseidón, dios de los mares. Sus labios estaban curvados en una pequeña sonrisa que siempre veían los ojos de alguno de sus mas fervorosos allegados. 


Dos manos se acercaron a ella y la tomaron suavemente por los brazos. Sus dedos finos fueron bajando lentamente por estos, recorriendo su piel, sintiendo que esta era cálida y perfecta, digna de ser besada en toda la extensión que conformaba el equilibrado cuerpo de ella. La mujer seguía quieta, gustaba (o eso creía él) de disfrutar las caricias de su amante. Los ojos de él, embargados en ira, lujuria, tristeza, en todas las emociones habidas y por haber de la humanidad se posaron en el pueblo llano, tan distante de unas pretensiones mas altas de lo que jamás soñarían. Dos negras alas flanquearon los laterales del cuerpo de la mujer, desnuda y visible pero a la vez inalcanzable. Unos suaves labios e posaron en su hombro, aterrizando como una suave pluma sobre su piel y deslizándose, llevado por el sencillo empujón de la brisa a su cuello. Esas manos que en un principio estaban en sus brazos por a poco pasaron a sus caderas, subiendo a la cintura y bajando de nuevo unas cuantas veces. Las mareas de deseo estaban empezando a alcanzar un punto de casi no soportarlo hasta que ese guardián y amante alado susurró en el oído de ella. 


-Tanto que los miras...quizás se vuelvan algún día bellos con el sencillo posar de tu mirar en sus inmundas personas. Tu eres superior a ellos, mírate, eres poder y fortuna, eres fama y dinero, eres deseo y perdición para toda virtud. No gastes tu tiempo, ni una mirada se merecen de ti, que si te vieran besarían tus pies y ni los tocarían pues morirían a mis manos. Has de tener adoradores por todas partes, en este mismo palacio puedes poseer lo que quieras y a quien quieras. Incluso a mi aunque solo sea por unos momentos. Ahora mismo me veo en la voluntad y capacidad de hacerte sentir sensaciones mucho mas intensas de las que te causan esos labriegos y esclavas, sumidos todos ellos en su propia perdición, pensando en sobrevivir. -Mientras esas palabras se derramaban ácidas pero sinceras contra su oído en cadentes y aterciopelados susurros, sus manos suavemente se fueron acercando a sus redondeados senos, adaptándose al contorno de esos por un momento y bajando una de sus manos por el sur, a lo largo de ese plano vientre que estaba cubierto por la suave piel del deseo.- Hueles a la misma corrupción de la tentación, a la misma perdición que supone la muerte de la ética y la moral. Hueles a la venganza mas exótica y comprendes cada cosa de una forma única que te hace ser mas y mas poderosa, llenándose tu cabeza de conocimientos e ideas que te hagan resultar mas irresistible a los sentidos incluso de lo ángeles de ese Dios que ahora es condenación de todos esos que ves abajo... sin sospechar siquiera cuan poderosa eres en comparación a Él. 


Caricias y susurros destinados a aumentar el poder de esa mujer fueron destellando desde la mente de uno a la mente de ella. Las manos recorrían el cuerpo lentamente, deleitándose con al suavidad de su piel, con su calor a pesar de las corrientes de aire. La sencilla contemplación provocaba el éxtasis de quienes posaban sus ojos en él. 


Tocarlo era sencillamente impensable para quien quisiera mantener intacta su cordura. 

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