lunes, 27 de junio de 2011

La aldeana

Alborozada por la brisa, bailaban las faldas de la dama que alegre sembraba la semilla de los campos. No portaba nada lustroso de gran abolengo salvo aquel colgante raído y deslustrado que había ido de generación en generación. Ella sonreía en todo momento a aquello que pasaba bajo sus pies y se encontraba a su alrededor, ella era feliz tal como estaba con su larga falda que poseía algún que otro remendón y mas de una rasgadura en esa camisa floja que el resto del vestido que portaba un día si y otro también. Y de vez en cuando entonaba alguna que otra alegre tonadilla de esas que pasan de madres a hijas y en el pasado de abuelas a madres, y así sucesivamente con todo aquello que infunda la tradición, pero aquella tradición que aporta sabiduría en especial era la mas curiosa para esta bella aldeana que nada mas tenía por amar que a sus mascotas en el corral y sus semillas en los campos. Hasta a veces parecía que el sol acompañaba a su sonrisa y mandaba sus mejores rayos para que las plantas crecieran lo mas alegres y rápido posible, Pero un día en el pecho de la aldeana se instaló un temor casi ciego que no tenía razón de ser. 


Llegó una tormenta la cual amenazaba con estropearle toda la cosecha de tanto que llovía. Unas pocas gotas eran buenas para regar la cosecha pero aquello sencillamente no podía ser bueno para las jóvenes plantar que empezaban a germinar. Y también caían truenos, rugidos de los dioses que lo único que hacían era provocar los fuegos mas intensos que se puedan llegar a provocar. Así es que las llamas estaban a punto de llegar a la cosecha de la dama cuando de pronto se apareció en su puerta una señora mayor, de muchos años aparentemente que le entregó un peine dorado. Le dijo lo siguiente:


-Has de ir al río mas cercano y peinar con este peina el agua como si quieras echar agua sobre las plantas. Pero cuando regreses a casa debes de hacerlo con los ojos cerrados así que ten a bien de memorizar cada piedra que pisas y cada trozo de hierba que aplastas porque si abres los ojos antes de regresar entonces el hechizo no habrá funcionado y el fuego podría quemar tu cosecha con gran probabilidad de ello. No abras los ojos en ningún momento o sería tu perdición.-La joven muchacha se dio prisa en correr al río en el cual ella habitualmente se lavaba el cabello y demás cosas de dama que no caben citar en esta historia. 


Así es como la muchacha atravesó árboles y setos hasta llegar a la orilla del río que se encontraba cerca de su casa, cerró los ojos y sumergió el peine haciendo que peinaba el agua del río con él. Una vez creyó que todo estaba salvado entonces trató de caminar con los ojos cerrados hasta casa pero una voz le saltó al oído y le dijo que era un príncipe que era el mas rico de todo el reino pero la joven recordando que no debía de abrir los ojos y sin poder esquivar la amabilidad que la impulsaba a ayudar a todo el mundo le pregunto que que quería. El príncipe poderoso le preguntó 


-Vengo del castillo de mi padre pero no se donde estoy ahora mismo. por favor ¿sería tan amable de indicarme el camino?-Toda una prueba de fe para dama que se debatía entre sus cosecha o ayudar a un pobre hombre que aunque poderoso no dejaba de ser pobre porque estaba perdido. Así es que se quedó quieta unos segundos para poder concentrarse y decirle con todo tipo de indicaciones al príncipe como llegar al palacio de este una vez el joven le hubo facilitado una descripción del palacio perteneciente al señor de esas tierras. Para desgracia de la dama se da cuenta de que abrió los ojos mientras le indicaba y as´es que los cerró cuando se le llenaron de lagrimas. Rápidamente, pensando que ya todo estaba perdido fue corriendo a casa y vio con horror como el fuego consumía los pastos.Todo su esfuerzo se había quemado delante de sus ojos y con impotencia vio que las llamas en ese irrisorio y macabro momento se apagaban ante sus ojos. 


Desolada la joven aldeana se sentó delante de la chimenea pero descubrió en ese momento que la anciana estaba aun en la casa. La anciana se le acercó con una sonrisa que no parecía contener nada malo ahora mismo en su rostro. La anciana debía de ser muy rica para poder tener un peina mágico de oro o quizás estar muy loca para pensar que un peine de oro es mágico. Con un poco de esfuerzo le dijo a la señorita que se sentara con ella en la mesa, que iban a cenar de la cosecha que esta había plantado. la joven claramente estaba sorprendida por aquellas palabras: no había ninguna cosecha ya que se había quemado en ese horrible incendio. La anciana se rió y le dijo 


-Te daré una cosecha ya que tu me has dado las indicaciones del camino- Y antes de que la joven pudiera contestar ante ella ya no estaba la anciana sino que el príncipe estaba ante ella con toda su gala y porte. La dama de bello rostro no podía dar crédito a sus ojos, ante ella ese majestuoso príncipe, en su humilde casa, diciéndole que le iba a devolver la cosecha. Ante la sorpresa de la joven el príncipe se rió otro tanto y le dijo:


-Cuando sea el alba de un nuevo día, has de peina la tierra hasta que tus brazos se cansen. Pero te advierto que has de peinarla con mimo, como si fuera la cabellera de un ángel lo que peinas y descuida que esta vez podrás tener los ojos abiertos. El peine es un obsequio que si quieres un día me podrás entregar dentro de mucho mucho tiempo. -Y con una brillante sonrisa (casi tanto como la de la dama) se despidió de ella entre la lluvia y el olor a cosecha quemada. 


Así es que la dama procedió a ello y al día siguiente bien temprano nada mas notar el primer rayo de sol en el rostro se dispuso a peinar con gran mimo toda la extensión de tierra que era de su propiedad. Se afanó casi todo el día en ello pues aparte de que era mucha la tierra a peinar también era mucho el esfuerzo puesto para que la tierra fuera tratada con toda la delicadeza del mundo. Así es que se afanó en darle el tratamiento a toda la tierra a cada rincón, a cada parcela, a cada pedazo de todo ese terreno que el día anterior había ardido. Cuando terminó ya era prácticamente de noche y la pobre muchacha estaba agotada y muy cansada. Tal era su cansancio que ni a casa entró y sentándose debajo de un árbol medio chamuscado se quedo prontamente dormida. Así estuvo entre sueños y pesadillas toda la noche, sin duda de estas noches en las que nos quedamos con un extraño sabor de boca al despertar pero aquí acaba lo malo. Ahora empieza lo bueno. 


Al despertar delante de ella estaba todo perfectamente plantado y crecido en los campos. la dama no cabía de asombro al ver tal cantidad de hortalizas y de fruta que ni siquiera ella había llegado a plantar en toda su vida. En seguida llamo a las gentes del pueblo para que le ayudaran a vender toda esa amalgama de productos. Con todo el oro que logró ganar pudo comprarse una casa mas limpia y grande y un vestido nuevo. Recordando de donde había venido su ayuda la mujer siempre ayudaba a toda cuanta persona se cruazara por el camino como favor a ese príncipe que la había sacado de la miseria. 

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