miércoles, 22 de febrero de 2012

El sueño





Recuerdo aquel sueño o mas bien aquella noche como si la hubiera vivido al igual que todas las noches desde que tengo uso de razón. El detalle mas mínimo no era capaz de escapar ante mis recuerdos, ante el análisis concienzudo de cada paso dado a lo largo de esa aventura. Pero ese sueño había sido solo una vez y aun así inolvidable. Aquel sueño era la conjunción perfecta entre fantasía, miedo, lucha contra el propio interior humano y enfrentamiento directo a la realidad y la locura entre otras muchas cosas. Todo ello rodeado de una atmósfera llena de matices que invadían los sentidos y hacían temer por la propia vida y a la vez desarraigarse de todo miedo o instinto de supervivencia que pudiera coaccionar carrera alguna por conservar la propia vida. Aquel sueño era algo que sin duda espero no volver a tener pero a la vez deseo con toda mi fuerza que se repita pues aun sin ser hombre de emociones fuertes, el sabor de la adrenalina se me torna una poderosa droga cuando las imágenes de esa ensoñación me invaden. Nunca me sentí tan vivo y a la vez temeroso de perder la propia vida y cosas mas preciadas por mi y despreciadas por la sociedad como la cordura e incluso mi alma. Sí, mi alma.


En aquel oscuro episodio de mi mente en su estado de mayor actividad siempre caminaba como el mas solitario de los humanos, indiferente ante todo aquello que me rodeaba y a la vez llamaba poderosamente la atención. En medio de la multitud solamente se veían sombras. La propia muchedumbre era una sombra en sí misma que se regia por sus propias leyes de movimiento y reacción ante mi presencia aunque para esto último siempre era la misma reacción: indiferencia. O ignorancia, como si yo me moviera en un plano de la realidad en el que no podían verme pero yo a ellos si. Si añadiéramos otra rareza mas sería que esas personas, o sombras o lo que fuere tenían todas un aspecto diferente pero a la vez bien definido aunque con matices que daba lugar a tratar de recomponer con la mente aquello que les faltaba. Si bien un detalle en común tenían todos. Sangraban. Sangraban sombras de su cuello. Se movían con total naturalidad pero esa sangre que no caía sino que se quedaba flotando en el aire se desprendía de su seguramente perforada vena yugular, pues surgía siempre de ese punto mortal en caso de cortarse o herirse de alguna manera. En los rostro medio ocultos por las sombras se apreciaba todo tipo de expresiones físicas pero la realidad era que muchos de aquellos rostros parecían lamentar su existencia, como si sobre ellos se abatiera una maldición peor que la propia rutina. Y aquellas edificaciones grises parecía avalar toda esa desdicha en la que se encontraban, como si toda posibilidad de alegría se hubiera esfumado.


Las sensaciones que en ese momento de mi peregrinaje entre los grandes gigantes de hormigón y esas pequeñas hormigas de sombras me invadían era como la de toda normalidad existencial. Sentía que eso estaba así porque tenía que estar, mi contemplación de la situación acaecida era pasiva. No había alegría ni pena, curiosidad o temor. Todo aquello formaba parte de una realidad en la que había nacido y justamente en ese momento todo se desarrollaba con total normalidad. La congoja de la soledad no me afectaba y nada parecía tener sentido pero tampoco se lo pretendía buscar. En ese tipo de sueños prontamente se lleva a cabo un cambio notable, ya sea a otro paraje y otras sensaciones o quizás sencillamente despertamos y nos volvemos a dormir. Pero en esa ocasión todo era bastante diferente. Nada cambiaba y a pesar de que mi mente, despierta y perfectamente lúcida en aquel sueño me decía que ya era momento de despertar, a la propia ensoñación parecía que no se le antojaba que yo despertara y volviera al mundo real. En ese preciso momento es cuando me dí cuenta de que este no iba a ser un sueño normal y en mi fuero interno deseé que todo terminara siendo tal deseo mi primera manifestación de consciencia en una realidad que no era la correspondiente o la habitual. Era como esas aventuras digitales en las que el protagonista podría estar dando vueltas alrededor de un mismo punto hasta encontrar el pasadizo. Así que entre sangre sombría y rostros atormentados comencé a moverme. Mis pasos no aceleraban ni se ralentizaban, no se notaba el cansancio, el hambre o el discurrir del tiempo eso era verdad pero cada segundo que pasaba me comenzaba a pesar como una gran carga moral sobre los hombros de un general que ha perdido a muchos hombres en la batalla. El primer cambio de esa rutina se produce cuando me doy cuenta de que mis pasos me llevan solos a un lugar muy especial.


Una iglesia en medio de esa urbe desolada y carente de alegría. Cierto es que esa iglesia era el punto que mas destacaba por encima de la oscuridad. Y mas cierto aún que destacaba por encima de los edificios mas altos. Mis conocimientos sobre arquitectura no son muy amplios pero aquella construcción religiosa sobrepasaba todo lo visto por los ojos del hombre en el mundo real. No había un rosetón ni dos ni tres sino cientos de ellos, de diferentes formas, a los largo de siete paredes altas como cualquier rascacielos moderno. En su exterior había toda una suerte de figuras, estatuas y representaciones en mármol blanco con alguna incrustación dorada de ángeles, demonios, seres fantásticos, gárgolas y mil sueños y pesadillas mas. Impidiendo la entrada con brillos de ambición y vanidad se podían apreciar unas puertas de oro de aspecto macizo, grueso y como todo aquello fabricado en oro, pesado. Todo se nubló por un instante y unas risas acudieron a mi mente. Eran risas cristalinas y estruendosas pero una sensación de bienestar se apoderó de mi por unos momentos en los que aquella risotada tan efímera se perdía en medio del hasta entonces inquebrantable silencio. En mi interior se produjo una sensación de extrañeza y desasosiego que no logré descifrar en todo aquel bello paraje que rodeaba el exterior del castillo. Una ansiedad y deseo de refugio latente se hizo con el control de mis pensamientos mas lógicos en su mínima expresión y me acerqué a las puertas de oro, algo deslustradas por la falta de agua y mantenimiento. Estas se abrieron mientras sonaba una música de arpa y flauta que evocaba la paz mas absoluta. Penetré al interior de esa gran edificación y me quedé sin aliento si es que en algún momento del sueño había respirado.


Ante mi se extendía algo que no se puede describir con sencillas palabras. las paredes estaban gastadas, ennegrecidas eso era verdad pero la antigua gloria de ese edificio parecía perdurar mas allá de la podredumbre y de los años que despiadadamente pasaban para todo. El gris de aquella ciudad era algo perfectamente comprensible. El interior de esa catedral contenía todo el color que pudiera albergar la paleta de colores con la que Dios pintaba el mundo. Mis ojos tardaron en acostumbrarse a tanta luz y lo cierto es que así fue durante un buen rato. Estos ojos, de ciego pues no observaban solamente miraban no dieron advertencia alguna de que faltara algún color. Las cuatro estaciones del años, los cuatro elementos, los siete pecados capitales y sus siete virtudes. Todo estaba representado en aquella enciclopedia ilustrada e iluminada. las luces se colaban por las cristaleras de los rosetones y en los contraluces así como en mil detalles mas. No había cúpula pero en lo alto caía un gran chorro de luz que daba en todo el centro sin desviarse. Si se usaba un metro para medir la distancia entre los vértices heptagonales se podría medir perfectamente cuando medía aquella cristalera emplazada a muchos metros de altura. Avancé unos cuantos pasos entre las bancas armoniosamente decoradas con motivos vegetales. Aquel sueño se estaba volviendo eso: un sueño de verdad donde solamente se podría encontrar calma y paz prometiendo que nunca despertaría y me quedaría ahí para siempre. La luz que se colaba a través de los cristales no podría ser mas nítida., se podía adivinar cada detalle de las cristaleras colocando la mano a la altura correcta y dejando que el reflejo de la luz revelara formas impresionantes, tan temibles como bellas. Se apreciaba la presencia de santos, caballeros, ángeles, demonios, gente con orejas puntiagudas, unicornios, Un gran dragón que me recorría de punta a punta de los dedos cuando ponía los brazos en cruz. Fascinando y movido por una intuición muy extraña me acerqué al cuadrado de luz que había en el centro para ver cual era el motivo principal de esa gran obra que se emplazaba ahí en lo mas alto, que era aquello que debía de filtrar la luz y derramarla sobre el suelo. Lo que me encontré fue tan maravilloso como desconcertante.


El color predominante era el azul. Un azul que a mi se me hizo en exceso familiar. Agradablemente familiar. Una sonrisa se instaló en mis labios al recordar aquello que motivaba a que ese color empezara a ser de mis favoritos, incluso mas que el rojo o el negro que yo tanto gustaba de vestir. Extendí una mano como había hecho con otros tantos dibujos y mi sorpresa fue mayúscula cuando descubrí en la palma de mi mano una bella rosa que se desbordaba ligeramente pues el radio de su corola era mas grande que la anchura de mi propia extremidad. No podía apartar los ojos de aquella bella creación y fui moviendo lentamente la mano dejando que esa rosa cayera eternamente al suelo para seguir descubriendo los detalles que tenían esa cristalera. No pude caber en mi de emoción cuando encontré otra rosa al lado de al primera sobre la que se habían posado mis ojos. y otra mas a su lado y otra enfrente o mas arriba según la perspectiva). Me encontraba maravillado ante aquella visión. Era como si esa iglesia tuviera impreso un mensaje para mi alma. El de que todo saldría bien, que todo sería paz y tranquilidad mientras me encontrara entre esas siete paredes. Miré entre mis dedos, contemplando como la luz se desparramaba entre los dedos y me centré uno de los detalles mas bellos de ese lugar. El suelo, quebrado por algún extraño incidente, estaba infestado de rosas azules. Pero no de luz sino auténticas plantas. No podía ser, me dije a mi mismo, es imposible ya que seguramente no han recibido agua en mucho tiempo o seguramente no podrían sobrevivir con la escasa humedad. No tenía ya lógica nada de lo que pudiera haberlo tenido en algún momento. De todas formas sentía mi alma en paz, mas que nunca, ante la presencia de aquellas plantas. Entonces cuando me dispuse a a seguir contemplando las rosas y extendí mi mano una sorpresa desagradable cayó sobre mi palma.


Una gota de sangre. No me asusté, no reaccioné de ninguna de las maneras. De todas formas no tuve tiempo pues cuando dirigí la mirada al techo sobre mí cayó algo que acerté a ver por unas décimas de segundo. Sin embargo cuando caí al suelo lo que se abalanzaba sobre mi no cayó sobre mi persona de forma inmediata sino que al abrir los ojos me encontré que ella estaba como flotando hacia mí. Terrible y a la vez divina, una mujer de sonrisa astuta y con cierto punto de lascivia se acercaba en medio de una suave brisa que me trajo el olor de las rosas. Lentamente se depositó encima de mi cuerpo y me sentí paralizado por un momento y el siguiente. No tuve escapatoria mientras sus ojos se clavaban en los míos y pude adivinar formas perfectas bajo sus vestiduras a medida que mis manos acariciaban de forma inconsciente su cintura y caderas, rodeando estas y ascendiendo por su espalda, aceptando aquella deidad que se había posado sobre mi. Ella parecía leer mis pensamientos pues su sonrisa se acentuó de forma estremecedora, hambrienta, catando la carne que parecía desear por encima de todas las cosas. Su cabello no se aposentó sobre su espalda y hombros sino que mas bien se quedó flotando como si una corriente de aire ascendente lo elevara de forma constante. En su mirada se encontraba el brillo del depredador que triunfalmente atrapa a su presa y la somete a su voluntad, la conquistadora que somete a todo un pueblo, y aquello me hizo sentir un miedo atroz. La debilidad debía de reflejarse en cada gesto que yo hacía, de escaso éxito a la hora de resistirme. Unos finos dedos se deslizaron por mi rostro, deleitándose con las formas de mi faz, como disfrutando la escasa humanidad que reinaba en esos lares llenos de sombras en su exterior. Me sentía paralizado por su mirada y lentamente ella fue acercándose mas y mas. Vi sus labios pintados en rojo y negro con gran maestría acercarse mas, mucho mas. Las pulsaciones de mi corazón estaban demasiado aceleradas, sentía que en breve me estallaría el bombeador de sangre que tenía instalado en el pecho. Sus labios susurraron unas cuantas palabras. Algo de un caballero y unas alas. Su voz era las campanadas de las iglesias, el rugir de los cañones , el sutil ronronear de los felinos mas salvajes y la suavidad del terciopelo. 


Una sensación de éxtasis se extendió por mi cuerpo cuando de pronto esos labios, que en mi fuero interno pensé que serían fríos como el hielo resultaron ser cálidos como el mismo Sol. Aquellos rayos negros y escarlata se posaron lentamente en mi cuello y lo empezaron a acariciar mientras sus finos dedos me atrapaban con las mas suaves de las caricias. Mi mente atrapada en aquel sueño solamente podía corresponder a sus movimientos. Sentía su aliento golpear mi cuello de forma constante, respirando una y otra vez sobre mi piel, neutralizando la poca cordura que me quedaba. En mi voluntad se estaba formando una súplica de que todo terminara y otra de que no se detuviera. Me tenía totalmente atrapado y no había orgullo de hombre o caballero que valiera en ese momento. Sencillamente me dejé hacer por aquellas manos y esos labios, a veces mirando sus ojos, que se aseguraban de que mi voluntad no se revelara contra su deseos de tentarme poderosamente. Los reflejos de la cristalera que lanzaba sobre ella rosas y mas rosas azules le arrancaba unos brillos de ángel bendito con movimientos de la mas tentadora diablesa. Con un suave movimiento de caderas hizo ver un deseo que iba mas allá de cualquier ensoñación de loco o de obseso. Mis labios se abrieron y no salió ningún sonido cuando aquella criatura divina comenzó a bailar lentamente, tentando a mi cuerpo a unirse a esa danza. Pero ante la reticencia de mi cuerpo paralizado por una fuerza misteriosa, de nuevo volví a sentir sus labios, los cuales no advertí que se abrían y dejaban asomar dos colmillos que se clavaron con saña en mi cuello. 


Desperté sudoroso, incorporándome al momento y respirando de forma agitada. Mis ojos contemplaron a todos lados,. asegurándome de que estaba en aquella habitación que me había visto crecer y mas tranquilo me dejé de nuevo caer con la cabeza en la almohada. Lentamente dejé caer la cabeza a un lado y el asombró se hizo en mi mirada. 


Sobre el lado de la almohada que no ocupaba mi cabeza en ese momento yacía, solitaria como una dama de otra época del reino vegetal, espléndida y decorosa, sencilla pero a la vez luminosa, una rosa azul. 



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