miércoles, 29 de febrero de 2012

Reposo

Las nubes se agolpaban en medio de aquel cielo bajo el que se encontraban las grises edificaciones carentes de vida, tristes, frías, solitarias aun en la compañía que suponía la ciudad. Las personas seguían aquel tránsito reiterativo en el que siempre se hacía el mismo camino y se llevaba a cabo la misma triste tradición de levantarse de la cama, tomar un café y mil cosas mas, un ritual que no deja mas que la indiferencia y el automatismo como única señal de haber hecho las cosas de forma correcta. Las miradas perdidas se dirigían las una a las otras con la carencia propia de la emoción y nadie prestaba atención a las luces prendidas en otros habitáculos de hogares o casas de convivencia familiar. Los abrigos grises o negros protegían escasamente de esa lluvia fina que se colaba a través de la tela y que calaba hasta los huesos. La rutina era aquel demonio en el que cada momento que pasa se devoraba el alma de aquellos que alguna vez en su vida habían sido soñadores. Lentamente el tiempo pasaba y muchos perdían toda la convicción de seguir viviendo de forma libre, estaban completamente seguros de que no sabrían que hacer con tanta libertad. Aquella libertad era sentida solamente por los poderosos que en las plantas mas altas mandaban dentro de todo aquel laberinto de hormigas obreras carentes de voluntad y esclavas del capitalismo así como del todopoderoso papel con valor económico.


La ciudad estaba al lado de la costa mas brava de todo el continente. Era una un límite marítimo desangelado que únicamente recuperaba el animo cuando las corrientes mas furibundas golpeaban en los acantilados tratando de derribar el único obstáculo con el que inundar el mundo. En las inmediaciones de aquella costa se podía apreciar un faro, el mas antiguo del mundo que en funcionamiento se encontrara. Lo cierto es que nunca había fallado en una sola de esas noches o mañanas invernales en las que el sol a veces tardaba demasiado en salir e incluso no suponía una gran diferencia la temperatura cuando lanzaba los rayos de luz sobre esos rostros grises e impasibles, como de muertos pertenecientes a alguna película sobre los no-muertos. Las maravillas de aquel paraje verde y esplendoroso en tiempos antiguos había sido desolado hacía siglos por un progreso que resultó ciego ante la idea de mostrar misericordia con la madre naturaleza. En los espacios verdes no tardaba en verse toda una mole de edificaciones en las que nada podía apreciarse mas allá de aquellos muros regulares y eso ángulos rectos. Las calles estaban atestadas de alcantarillas por donde ratas e indigentes, deshechos de la sociedad se arrastraban en la búsqueda desesperada de algún trozo de comida. Con la mas inmunda ruindad a aquellos que padecían de pobreza se les apartaba para que no supusieran una incomodidad a aquellos buenos ciudadano con los que jugaban constantemente. Nadie escapaba al poder del dinero ni de la fría tecnología que tantos problemas solucionaba.


Sin embargo en una de esas cientos de miles de habitaciones había una excepción a esta norma y a este mundo, donde la libertad era total y la inmundicia no tocaba esa puerta humilde pero de prominente presencia. En la habitación se encontraban dos personas muy dispares y a la vez similares en algunos aspectos. Una pareja como otra cualquiera diría un observador casual y desconocedor de las circunstancias y las conversaciones o de los hechos y demás aspectos a tener en cuenta. Esos dos seres humanos (o eso parecía) se miraban mutuamente. Eran una pareja mixta, un hombre con los ojos impregnados en la ternura mas absoluta que aquella mujer que reposaba sobre su pecho inspiraba además de otras miles de cosas mas y el calor mas humano no cesaba de manar hacia esa criatura de femeninas formas que le correspondía a esa mirada con amabilidad, ternura y atención. Los finos dedos de ella paseaban distraídamente por el pecho desnudo de él. Ninguna otra prenda faltaba salvo su camiseta, dejada a un lado y abandonada en un rincón en sombras junto a su máscara de impasibilidad. Ella se acomodó y el roce de su cabello contra la piel desnuda hicieron estremecer a ese ser de buenas intenciones que solo tenía ojos para aquella deidad cuando estaba presente frente a él. Pareció detectarlo y la miradas se cruzaron de nuevo. El negro cabello de la dama estaba desparramado cuan cascada incontrolada sobre parte del torso de ese caballero que la respetaba y adoraba con todo su corazón. aquellos ojos tiernos y dulces que invitaban a confesar cada cosa que se le pasaba por la cabeza al caballero le miraban sin cesar. Y él adoraba sentirse observado por esos ojos felinos que podían expresar mil maravillosas ideas y emociones. 


la pregunta esencial radicaba en un ¿que eran ellos? Todo y a la vez nada. La dama podía ver la bestia salvaje que latía por salir del interior de esa alma solitaria que a su vez irradiaba la luz de la inocencia y la ternura según el buen criterio de aquella mujer que reposaba sobre su pecho y le susurraba palabras tranquilizadoras cada vez que los tormentos acudían a la existencia de él. La sinceridad era total entre ellos al igual que al comprensión, No se imponían uno por encima del otro, la libertad los amparaba y no había ambición ni planes ni segundas intenciones ni promesas que se pudieran quebrar. ¿que eran ellos? amigos desde luego, el apoyo en la noche por parte de él y en el día por parte de ella. La oscuridad no daba tanto miedo cuando ambos estaban juntos y se dedicaban alguna palabra de ternura o quizás alguna confesión o algún chiste. Y entonces se hacían escuchar las risas. La risa de ella era como los coros de ángeles, cristalinos y potentes, llenos de gracia y nunca se cansaría el caballero de escuchar aquello. Otra nueva broma y los ojos de ella se entrecierran y él la abraza mas fuerte cuando hace gesto de irse sin dejar de reír. Aquellas viejas bromas sin duda nunca se cansaría de hacerlas. Gimoteante él se esconde en su cuello y mas enternecida la dama le dedica las atenciones mas maternales del mundo. Con ternura se abrazan y permanecen en silencio. 


La iluminación es escasa en aquella habitación pero todo lo que aquel hombre quiere ver es a ella, el remedio a sus males y a sus tormentos interiores, en la que deposita secretos y confianza, delicadas caricias y alguna palabra tierna o algún comentario pícaro. Pero ante todo la paz. Esa paz que no ha sentido con nadie en mucho tiempo o incluso nunca. Esa paz en la que no teme un giro brusco de los acontecimientos, ni una discusión ni una lágrima. Suavemente los dedos de ella se acercan de nuevo a su pecho y le acarician con ternura y delicadeza, con una sonrisa en los labios que irradia la luz necesaria para que los ojos de un ciego puedan ver incluso en la mas oscura de las noches. Un suspiro de tranquilidad sale de entre los labios impíos de aquel ser extraño y de malignas intenciones que nunca lleva a cabo sus planes pues ella saca lo mejor de él y no lo peor. Al volver a acomodarse, ella descubre por accidente un hombro que con toda la ternura del mundo besa ese hombre, pues eso se siente cuando está a su lado, un verdadero hombre, racional, capaz de todo, sencillo y complejo. Delicadamente los dedos del caballero apartaron un mechón del sedoso cabello de ella y miró sus ojos mientras acariciaba ese precioso rostro que adoraba mirar. Le parecía la cara mas bonita que había visto nunca en toda su existencia.


A los pocos minutos ambos estaban durmiendo apaciblemente, sedados por la mutua compañía y la tranquilidad que se transmitían. No necesitaban nada mas y sus cuerpos y almas estaban arropados con los brazos del otro. Entre ambos una rosa azul reposaba y sus pétalos brillaban con luz propia. símbolo de que las cosas marchaban bien y todo estaba en la mas absoluta paz. 



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