sábado, 18 de febrero de 2012

La recompensa

Bella noche aquella, en la que con parsimonia el tiempo pasaba de forma lenta, sin apenas dejar huella a su destructor avance. Con la mas absoluta quietud reposaba, contemplando la noche aciaga de esa tristeza incomparable por ser estación de muerte y peligro, una bestia de grandes dientes y pálido rostro. En sus ojos la melancolía mas absoluta y la necesidad de expresar en llantos y lamentos toda su desdicha. Únicamente el consuelo de la soledad estaba a su alcance, que le hería con garras de hielo su mas ínfimo fortín personal de resistencia ante los quehaceres de la vida y sus cambios. Un triste suspiro salió de sus labios manchados en sangre enemiga cuando un sonido bien conocido llegó a sus finos oídos. En medio de aquel absoluto silencio en el que ni los pájaros tenían fuerzas para cantar. Una gota de agua llorada por las nubes, ejércitos de nubes que se concentraban en lo alto del firmamento estrellado, invisible en ese momento ante aquella legión pluviosa. Al sonido de esa gota le siguió otro y prontamente se encontró aquel ser de amplios colmillos deseando tener algo con lo que resguardarse pues sus ensangrentados ropajes se estaban mojando. A sus pies, como fríos y mutados testigos de lo que había acontecido momentos antes, los cadáveres guardaban y mostraban a tiempos iguales aquello que había transformado en terror absoluto sus rostro horas antes fieramente deformados para intimidar. El riachuelo de agua roja que se fue deslizando a un manantial de aguas cristalinas era quizás aquel último ritual funerario que expresara el deshonor con el que esos valientes dieron la vida. Aquella criatura llena de tormentos a miles pensó en el motivo de tal matanza. 


Pensó mucho sobre sus acciones, ante sus ojos todas ellas correctas. Debían morir, era la única opción por deshonrar el nombre mas bello que sus oídos jamás habían escuchado. Y no era el nombre de una de sus flores favoritas. Era el nombre de la Dulce Flor, de la Musa, de la Bella entre bellas. Dijeron cosas terribles y no debía de quedar así la cosa. Las sutilezas femeninas no le parecían correctas de llevar a cabo. Ese era momento para jugar a su juego favorito. Las batallas. Así es que llamó a todos aquellos que le eran leales y por tanto las primera en acudir fueron sus locuras. Siempre inquebrantables y volátiles en exceso. Abrazaron su cuerpo y le causaron mas de una herida antes de la batalla pero lo cierto es que una vez los objetivos quedaron entre ceja y ceja, nada las desvió de su camino para que los enemigos y los difamadores sufrieran una gran agonía. Eran locuras diestras en el arte de no contener los impulsos ni por un solo momento y a ellas se unió en aquel ataque contra los maleantes, contra los indignos de pronunciar su nombre. Le desquiciaba que dijeran su nombre aquellos que no lo merecían. Era un nombre demasiado bello, demasiado perfecto para que sus bocas llenas de pecado y blasfemias lo pronunciaran con tanta ligereza. La demencia se hizo con el en medio de aquel recuerdo y una risa maníaca se apoderó de sus labios de su mente, de aquella poca cordura que le quedaba. Innobles, innobles todos aquellos que dijeron su nombre maldiciendo su belleza y todo aquello que la hacía poseedora de grandes virtudes. 


Entonces vinieron todas las invocaciones que su mente tenía dentro de si misma. Vinieron los ángeles mas bellos y los demonios mas horrendos y seductores que marcharon a los hogares de mujeres, esposas, hermanas, y seres queridos para sembrar caos y destrucción. La colina de aquel castillo se pobló de pesadillas de cuatro patas y de dos, incluso quizás de tres o de nueve piernas. El caballero serpiente y todos sus oscuros compañeros aprovecharon su permiso para ofender mas allá de las lineas enemigas y sembrar destrucción y muerte en forma de pestes y arrancamiento de ojos. Nadie cantaba mas que con gritos su propia desgracia y los bardos que estaban presentes en medio de aquella contiendo, esos bardos lamentables que sencillamente querían seducir, fornicar y dejar tirada a las damas de castas maneras también debieron caer. La criatura de rostro ensangrentado miró por un momento a uno de esos lascivos e indignos miserables. De una patada le arrancó su mísera cabeza. Contuvo el impulso de emprenderla a patadas con el resto de los cuerpos y pasó por encima de estos impulsado por la seductora brisa que esa noche olía a gloria y muerte, dolor y sufrimiento. Esas esencias le hicieron pensar en aquella vieja amiga pero el núcleo de todo aquel enfrentamiento era otra persona. La sonrisa de lobo nadie se la quitaba mientras se elevaba por los cielos y dejaba en el suelo la melancolía para volar alto. Hasta las puertas de ese castillo algo derruido pero en reconstrucción. En tanto que el viaje se realizaba no pudo evitar mirar al suelo y recordar aquella carga de caballería gloriosa con sus jinetes mejor preparados y el caballero Lobo a la cabeza de la carga, arrasando con todo y siendo flanqueado por los arqueros ingleses y élficos, cuya tregua era por la sencilla razón de terminar con los difamadores y los miserables. Había sido una excelente batalla en la que se habían abierto hueco a través de las defensas enemigas al grito de ´´Por Gaia y la Musa´´, Sencillamente una epopeya. 


Llegó a esa entrada tan bien iluminada y decorada con cuadros de todos los grandes genios y artistas actuales y pasados, conocidos y desconocidos, productos de la imaginación y reales. Aquel cuadro de ella, con ese sencillo título honorífico que le daba la libertad mas absoluta en aquel mundo, no pudo evitar dirigir una sonrisa y una reverencia aun sabedor que ella dormía unos cuantos pisos mas arriba en la torre mas alta y bella, para que estuviera muy cerca de ese cielo del que había caído. Que bella estaba con su vestido confeccionado exclusivamente para ella por los mas habilidosos sastres de los bosques élficos. A ella le gustaban los elfos. A él le gustaban las elfas. Gustos en común. Las escaleras como siempre se le hicieron eternas y cuando recorría el iluminado pasillo en el que las flechas habían roto unos cuantos jarrones sin valor se encontró, frente a las puertas de oro con una figura inesperada. Los últimos metros los recorrió antes de quedar frente a esa entidad superior a muchas otras que había conocido y con las que se había relacionado. La procedencia de aquella figura era directamente de las capacidades creadoras de la Musa, que estaba al otro lado, reposando seguramente su cuerpo cansado e ignorante de todo aquello que se había desarrollado mientras ella descansaba. Con tranquilidad y sin temor que pudiera expresar su rostro siendo su interior otra cuestión a debatir se quitó lentamente la armadura, Aquel peto que se encontraba medio aboyado cayó al suelo produciendo un estrépito ensordecedor, permitiendo a las alas desplegarse mucho mas de lo que ya estaban, arrancando el amanecer brillos multicolor a sus alas. El silencio y la quietud se hizo. Sin mas ella miró sus labios y una sonrisa se hizo en su rostro. Esa sonrisa no denotaba nada bueno. Entonces se dio cuenta con la manga de la camisa se limpió los restos de sangre. Como agradecimiento, el sanguinario caballero le dio a la mortífera dama un anillo de diamantes que había encontrado en la mano de un conde al que había dado muerte. Un pago vacuo y banal pero sirvió de distracción como para que sutilmente se pudiera colar al interior de la habitación recitando el nombre de ella dos veces tras limpiarse las manos de sangre enemiga. 


Penetró aquel ser atormentado por mil pensamientos oscuros olvidando de pronto todo el dolor que le afligía. la contempló tan bella como siempre, con esas sábanas incorruptibles cubrir su cuerpo, únicamente impregnadas en su delicado aroma, tan natural y bello, agradable y dulce, tentador y tranquilizante al mismo tiempo. Quiso aquel día el destino que de nuevo ese hombro quedara al descubierto y deshaciéndose silenciosamente de su armadura y quedando cubierto por ropajes oscuros de mas humilde campesino, agitando las alas se concentró en sus ojos, cerrados, que seguramente ahora contemplaban el mundo de los sueños. A tiempo estuvo el caballero de atrapar un pétalo de rosa que caía justo en ese momento sobre su rostro. Con delicadeza apartó uno de los mechones de su oscuro cabello y aquello fue mas que suficiente para que amaneciera de nuevo en su mundo. La lluvia cesó de pronto y nada mas pudo alegrar el el día. servirle de recompensa, que sus ojos, mas allá de cualquier batalla imaginada, mas allá de la locura máxima en la que sumirse cuando la soledad muerte el corazón. Miró sus ojos con intensidad y el corazón comenzó a bombear sangre a sus mejillas de una manera indescriptible. Con mimo, con la ternura de un protector a su protegida, cernió su ala sobre su cuerpo y la delicadeza de sus dedos empezó a acariciar como la brisa aquellas plumas destinadas tan solo a su cuerpo. No se dijeron nada, tan solo se miraban mutuamente de una forma tierna, destinada a paralizar el tiempo y todos los acontecimientos de la historia. En aquel momento eterno donde se hizo una paz absoluta en aquel mundo mientras sus ojos permanecían en contacto visual. Una rosa azul fue invocada por un solo pensamiento en sus manos delante de sus ojos y con esta acarició sus labios delicadamente. 


-Buenos días dulce flor... -Acertó a decir el caballero ensangrentado y agotado por la batalla antes de quedarse dormido protegiendo al motivo de aquella guerra. La Musa. Lejos de ahí los cuervos y los bandidos daban buena cuenta del botín de los cadáveres, los necrófagos se daban el gran festín y las órdenes de no dejar un solo rastro de la batalla se repartían por doquier para que el paraje quedara impoluto cuando a ella se le antojara dar un paseo.


Y la recompensa a todo eso fue su mirada. Mas que justa y necesaria. 



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