viernes, 9 de diciembre de 2011

El caballero rojo y la dama herida.

La luna derramaba su melena de plata por el cuerpo de metal de un caballero solitario que lentamente se dirigía a una fiesta llena de empachos y de caprichos de la naturaleza, demonios y ángeles que se encontraban por primera vez o quizás por última vez en esa celebración de un banquete que podría durar eras enteras hasta que los comensales se sintieran satisfechos. La gula siempre permanecía largamente en ese lugar. Los pasos del caballero eran elegantes y llenos de modesta compasión por el espacio que asesinaba en cada paso y que lo acercaba a esa estancia llena de entidades terrenales y extraterrenales. Una sonrisa cubría su rostro y se miraba de vez en cuando los ropajes a los que tan acostumbrado estaba, de elegante factura y con los tonos de la sangre para que todos supieran de su mas íntimos vicios. Con parsimonia se fue acercando y una mano insospechada salio a su paso, y detrás de esta un brazo sin apenas un par de pelos en la piel pálida como la cera. Sus ojos e encontraron con uno de sus motivos de vida. Sus ojos negros le miraron con reconocimiento y esa luz tan intensa que deja entrever a una criatura durmiente y a la vez a una aliada en la batalla.


Lentamente entraron y poco a poco se fue respirando ese ambiente cargado por tensiones milenarias que nunca sería apaciguadas. En un lado podía verse a los integrantes de la oscuridad, bellos y salvajes, antipáticos y a la vez atrayentes que en su haber tenían muchas almas condenadas por una larga eternidad. Miraban con recelo pero también con deseo y evidentes ansias de matar a los del otro extremo de la sala. En sus corazones latía la llama del mismo infierno que les provocaba la sed de avivarlo una y otra vez de forma constante. En sus carismáticas y perturbadoras faces de podía adivinar cada intención. Aunque también había esos engañosos seres que disfrazándose en alegre colores provocaban la simpatía del vulgo, sus deseos y trataban de cumplir sus mas oscuros deseos a cambio de un precio. Vestidos escotados y miradas sugerentes atrapaban la atención del mas fiel caballero de la sala que se encontraba en ese momento demasiado cerca de esa franja de peligro que podía suponer para su alma y para su amada el poder conducir mas allá de esa linea su cuerpo y caer en el pecado mas antiguo del mundo: el poder sobre alguien.


El caballero y la dama entraron un poco mas mezclándose con las multitudes escondiendo sus identidades lo mejor que podían en vista a sus llamativos ropajes. Una mirada se dirigió al otro lado de ese gran salón de actos donde en su centro las parejas bailaban ante un duelo de dos grandes violinistas por todos conocidos. En la inclinación del mal se encontraba un hombre de aspecto sombrío y cara de sufrimiento constante, mezclado todo ello en un destilado de concentración y cierta morbosa maldad. El resto de la orquesta estaba en ese momento parada y nadie parecía mas absorto, quizás sea por la sensibilidad que los músicos ahí presentes sentían ensalzada y atacada por esa maestría con la que el gran Paganini estaba obsequiándoles. Las parejas bailaban animadamente esa serie de notas en las que su contrincante se estaba quedando impresionado pero que no tardó en contraatacar cuando fue su turno. Sarasate miró a su contrincante sabedor de que tenía muchos mas años de práctica que él pero no se dejó amilanar.


Al extremo de los seres del mal, se podía apreciar a los ángeles y las musas de la inspiración de los grandes genios que en ese momento bailaban unos con otros de forma grácil y perfecta. En los ropajes había humildad pero a la vez una elegancia antinatural en los siervos del bien de un Dios de dudosa bondad y justicia. Miraban a todos los tentadores demonios con tristeza y a las parejas con ternura pensando en cuan bello sería poder mezclarse tan libremente los unos con los otros. Pero su deber era el de proteger sin inmiscuirse. Una de sus sonrisas devolvía la fe a los pobres de corazón y de esperanza que ansiaran la sana libertad del bien. 


En medio del baile un gordo caballero de ricos ropajes, presuntamente un comerciante o quien sabe que suerte de burgués henchido en dinero y egoísmo, se cruzó en el camino de su acompañante provocando una muy ligera contusión en su tobillo por el tropezón que le provocó. Creyente de que solamente su propio dolor era importante el burgués o bola de carne andante se fue por donde quería en su arrogancia continuar el camino. Tras un detallado examen de que el tobillo y su larga pierna estaban bien, Caballero y dama se dirigieron a fuera. Prevenido fue posteriormente por un testigo del incidente de que ese tranquilo caballero escondía en su haber fantasías lúgubres y venganzas sádicas para quien causara el mínimo dolor a su acompañante de esa noche. El gordo pudo haber muerto de no ser por la tranquilizadora cercanía de su acompañante que esa noche estaba especialmente bella. 


-Te has celado querido?-Preguntaba suavemente cerca de él, tomando su brazo y rodeando posteriormente su cintura en un suave abrazo. 
-Sabes que sí, mañana se despertará sin los dedos de una mano. No soporto que toquen tu cuerpo para causarte el mínimo dolor físico. Es algo que sobrepasa mis límites de paciencia y de bondad infinita. 

2 comentarios:

  1. Y por un ligero toque que apenas dañó el tobillo de dicha dama, aquel burgués se levantó al día siguiente sin los dedos de su mano derecha...

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  2. Pues sí, que se joda el maldito bastardo y que mire por donde pisa antes de herir a una dama de tan alta alcurnia y estima para ese caballero ansioso de dolor ajeno...

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