lunes, 25 de abril de 2011

Contemplando la luna

Todo era oscuridad, pero no una de esas oscuridades que acongojan el alma, sino que mas bien impiden ver claramente las cosas, lo cual no es del todo malo pues muchas veces es lo que vemos con los ojos lo que ciega nuestra verdadera visión. La luna y las estrellas eran las únicas compañeras que se podían tener y ahí estaba yo con mis ojos llenos de una cálida paz que nada ni nadie podría explicar. Era sencillamente esa noche de paz en la que el alma se queda tranquila junto al corazón y el cuerpo y una leve sonrisa se pinta en el rostro de todos los seres con capacidad de razón. Las manos reposaban sobre el vientre y los ojos seguían enfocados en las estrellas que no cesaban de sonreírle y él de corresponder a su sonrisa. Todas las buenas y malas obras en el mundo tenían su cauce natural pero era un buen momento de apartarse de las manos del karma en medio de toda esa vorágine de acontecimiento. Una suave brisa que estaba mas bien quieta antes que en movimiento hacía hondear levemente los hierbajos que rodeaban a un castillo en cuyas murallas aposentado se mantenía recostado contra una de las ventanas de las torres un ser de características sencillas. 


Nada era destable en él en un primer vistazo pero nada hacía presagiar de lo que era capaz ese ser pues era una criatura ancestral que había habitado el mundo entre los demás seres de la creación. Era nada mas y nada menos que un hombre. Ese hombre estaba ahí, quieto, contemplando la luna dejándose influir por ese haz blanquecino que no dejaba mas que buenas sensaciones al menos en su cuerpo, sin dejarse influir negativamente por el resto de fuerzas que vagaban sumidas en la tristeza y el rencor a lo largo y ancho del mundo. Todo su cuerpo estaba reposando y ese reposo nadie lo podría interrumpir salvo algún acontecimiento de vital importancia y que mereciera toda la atención posible. Pero no era el caso. Sus oídos, únicos en su pabellón en cada hombre que habitaba el mundo, se dedicaba a escuchar el rumor de un riachuelo que pasaba por debajo de una de las murallas en las que el estaba posado, algo que relajaba aún mas su cuerpo y le predisponía a las buenas relaciones entre las personas de ese castillo en el que este hombre mencionado anteriormente habitaba. Un suspiro de tranquilidad salio de sus labios para unirsea la atmósfera de quietud que invadía todas las llanuras qu rodeaban a ese castillo plagada algunas de campos de cultivos pertenecientes a señores de señoríos mas allá de esas murallas. pero eso no le preocupaba ahora, nada le preocupaba en realidad ya que lo único que podía hacer era esperar al día siguiente para empezar un nuevo día de trabajo. Entonces un pequeño cambio se produjo contra todo pronóstico. 


El hombre se puso en pie y saltando de las murallas extendió sus alas y se echó a volar por entra las almenas y los torreones, incluso entre los matacanes fue capaz de deslizarse con un suave y cadente vuelo que dejaba ver la armonía con la naturaleza que ese hombre sentía. El hombre-pájaro se dejó ver entre todos sus compañeros que asombrados asistían al espectáculo y las plazas se llenaros. El castillo del que hablamos tenía dos plazas de armas pero una era usada regularmente para comercio. Todos los seres capaces del uso de razón asistían al espectáculo mientras d los cielos unas luces, que asemejaban a las estrellas empezaron a descender y se unieron a ese hombre volando muy cerca y alrededor de ese ser humano con esos apéndices voladores. Sus maniobras no carecían de precisión a la hora de ser ejecutadas y a veces parecía volverse hasta tenaz y aguerrido en las acrobacias arriesgadas a baja altura, lo que despertaba exclamaciones de asombro. Aunque poco a poco fue decayendo la alegría de su vuelo y se dedicó a hacer vuelos rasantes como en busca de algo. Y así los murmullos de sorpresa se convirtieron en preguntas curiosas que pretendían saciar la sapiencia de porque ese hombre dotado de alas ahora parecía decaído. Todos se preguntaban que buscaba pero el tedio de no ver mas acrobacias causó que las gentes se volvieran a sus habitaciones en el castillo o a las casas cercanas. El vuelo del hombre-pájaro se volvió mas lento hasta que en medio de la tranquilidad pareció encontrar lo que quería y aterrizó en el suelo a escasos metros de la posición de una persona en especial. 


Frente a él estaba ella con un vestido de tela azul algo desvaído pero que no dejaba de resultar bello. Era una mujer de baja estatura pero con unas bellas y delicadas curvas que a los ojos del caballero alado le hacían parecer sencillamente una obra de arte divina. No mostraba nada que mereciera una segunda mirada: no tenía escotes pronunciados o un corte de falta que le permitiera lucir una estilizada pierna que haría las delicias de mas de unos labios. Sencillamente estaba ahí mirando a ese hombre alado con una sonrisa de oreja a oreja y presurosamente se echó encima de este haciéndolo tambalear un instante entre dos risas, de ella y de él que ascendieron al cielo en medio de las estrellas para perderse en la lejanía mientras el sonido de palabras de amor se alzaban a los dioses a continuación. 

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