viernes, 29 de abril de 2011

Llegada a casa

Unos pasos vacilantes se acercaban a la casa entre las ramas de un bosque. La escena alrededor de esta parecía de lo mas tranquila, que nada al fuera a perturbar y todo estaban en el mas perfecto orden. Todos los alrededores estaban al margen de miserias, hambrunas, guerras, sequías. Nada parecía moverse, ni siquiera el tiempo, por esos lares. Las brisas pasaban entre los árboles despertando una melodía que solo era escuchada por los animales mas afinados en habilidades auditivas. la hierba era verde y fresca y en el exterior a los alrededores algún animal de granja estaba tranquilamente paciendo en los campos de alrededor, unos sembrados y otros a la espera de serlo por parte de la dueña de la casa. 


La dueña se hallaba en el alfeizar de la ventana esperando a la llegada de su marido, que estaba ausente desde hacía meses y había salido a hacer lo que mejor se le daba. los recuerdos volaban en esos encuentros pasados cuando se amaban con locura y un trágico acontecimiento los había separado por espacio de unos meses para que este después volviera a ausentarse tras volver del conflicto. Todos los días pensaba en si estaría muerto o vivo o a quien estaría matando en ese instante. Muchas veces había visto a esos hombres que llegan destrozados de la guerra y se dedican a hacer miserable la vida de muchas personas que los quieren o aman porque sus depresiones son inconmensurables. Ante este recuerdo e idea, ante esa posibilidad remota pero posible, ella lloraba cada noche pensando que estaría pasando en los cielos, los mares y en la tierra, en donde fuere que su esposo se encontrara. Sus lagrimas siempre bebidas por una almohada perteneciente a una cama que no era lujosa pero si que serví para dormir sin temor de ser infectado por piojos y demás. Todo gracias a esa mujer que se dedicaba plenamente a la limpieza de su hogar, al ordeñado de las vacas y la cría de todos los animales que en ese preciso momento se alimentaban de la fresca hierba que ella misma se encargaba de hacer que creciera nutrida y fuerte. 


El sol se estaba ocultando dando fin a un nuevo día y los animales seguían con su alimentación. la dueña de la casa estaba ya preparándose para ir a buscarlos y meterlos uno a uno en sus respectivos corrales y establos cuando una figura recortada contra el horizonte le llamó la atención y al momento los aparejos y el perro pastor que tenían a su servicio se lanzó contra la figura ladrando como poseído por algo. Acto seguido el cánido animal se abalanzó y antes de que la dueña pudiera decir nada las risas se escuchan¡ron desde la distancia. Los jugueteos entre dueño y animal eran a velocidades y deprendías una energía sorprendente. Todo ellos desarrollado ante los ojos de la dueña que poco a poco se iba acercando en todo momento con los ojos abiertos como platos, incrédula ante la sorpresa que el destino le había puesto delante. Todos los ladridos y las risas se vieron interrumpidos cuando el hombre levanto la vista. 


Los ojos de ambos, mujer y marido, ama de casa y soldado, ángel y bailarina, se encontraron y una explosión de emociones invadieron a ambos. Uno se acercó pero la otra se alejó levemente como con miedo pero muy poco. Esto no amilanó al hombre que le juró que no le haría nada malo que la guerra la había pasado porque cada día lo pasaba pensando en ella. El joven soldado se acercó a ella con rapidez, con una urgencia casi famélica de amor y se abrazaron de una forma que ningún poeta podría describir, como si el aceite se fusionara con el agua, el cielo con la tierra, la pólvora y el fuego, el cielo y el infierno. Todos los elementos parecían condensarse en esos dos cuerpos abrazados que dejaban salir lágrimas de alegría por tenerse de nuevo el uno al otro. Todos los acontecimientos que habían sucedido en la vida de ambos ya no tenían importancia. las lágrimas nocturnas de ella, las manos manchadas de sangre de él, ya nada importaba mas que su amor. Por obra y gracia del destino esos dos novios, ese marido y mujer e habían encontrado de nuevo tras tanto tiempo. Rápidamente entre ambos y con la ayuda de su fiel amigo metieron a los animales en corrales y establos, él aun sin quitarse el uniforme que estaba en la chaqueta lleno de medallas, premio por haber visto morir a mucha gente delante de él. 


Y esa noche el hombre y la mujer yacieron por encima de las estrellas mirándose a los ojos, contemplando lo que mas habían deseado contemplar. Los ojos y los cuerpos se enlazaron y empezaron esa misma noche la concesión de la vida para ambos, de la siguiente generación de un joven guerrero, un curandero, un fraile o lo que fuere, pero sano y fuerte. 

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