domingo, 17 de abril de 2011

El caballero verde

La suave brisa viajaba mas allá de las arenas del desierto y se colaba por las ventanas de las buenas gente de la aldea, que con toda su sencillez no podían imaginar que acontecimiento, terrible o bueno, se les acercaba desde el norte. Una niña paseaba por las arenas de ese desierto que la había visto crecer y reía con el resto de sus amigos por causa de los diversos juegos que a los infantes entretienen. Ellos no tenían las mejores ropas pero si que reían de las ropas tan coloridas de los hijos ricos de jefes y lideres militares, de ministros y de terratenientes, que aunque ricos, también eran niños y no dudaban lo mas mínimo a la hora de enzarzarse en las batallas que la imaginería pudiera crear en sus jóvenes mentes. Las princesas luchaban, los guerreros se asustaban y los dragones mostraban todo el carácter infantil que sus creadores pudieran asignarles. Todos alborozaban al amparo de la refrescante fuente de la plaza que era toda una reciente adquisición para mostrar el embellecimiento de la villa que se encontraba rodeada por tan basto desierto. Los chapoteos eran constantes cuando el calor ya era imposible de soportar y las batallas pasadas por agua no dejaban de ser igualmente entretenidas que en secano. 


Las ancianas del lugar miraban jugar a los niños, anhelantes de esos buenos tiempos en los que sus caras bonitas no se encontraban perdidas por el hostigamiento de la vejez. Sin embargo, carentes de envidia, se dedicaban en cuerpo y alma a comentar las virtudes y defectos de cada niño. Decían quien sería el mas guapo, quien el mas inteligente y al mas reservado le esperaban miles de posibles opciones de futuro. Las sonrisas de las ancianas aunque desdentadas, no dejaban de ofrecer la calidez que mostraban a los escasos viajeros que tuvieran un inclemente mal día por parte de los vientos del desierto y los alimentos que ellas preparaban eran excelentes para reponerle las fuerzas a un ejército. Aunque eso de abastecer a un ejército no había sucedido nunca. Era un pueblo demasiado pequeño y demasiado poco importante para ser objetivo de parada de algún gran señor de la guerra que tuviera algún tipo de interés en zonas de aquí o de allá. Así eran, pues, las ancianas del lugar, viejas por fuera, pero jóvenes por dentro y dispuestas a dar una mano voluntariosa a quién lo necesite. Y así pasaban el día las ancianas. 


Un buen día, mientras los niños jugaban y los ancianos comentaban batallas del pasado o la mejor forma de atender el parte de una mula, Un caballero totalmente vestido de verde se acercó al pueblo. Se encontraba desfallecido y parecía que nada lo iba a hacer conservar la inconsciencia. Inmediatamente el sanador del pueblo lo a tendió y acogió en su casa. pronto todos los del pueblo, que hacía meses que no tenían una sola visita, estaban congregados al rededor de la casa del sanador para ver si el muchacho salía adelante. Su montura desfalleció y poco se pudo hacer por ella ya que la sed la había consumido. Todo el esfuerzo de reanimación se volcó en el caballero de verde, al que se esperó durante tres días que reaccionara. las cataplasmas y todas las técnicas de las ancianas del lugar y el curandero no parecían surtir efecto alguno ni remediar el inefable destino del buen hombre. Aunque sin embargo la sorpresa se hizo con la mente de todos los habitantes del lugar. El caballero despertó y enseguida la algarabía de preguntas se hizo sobre el hombre. 


´´¿quien sois? ¿a donde vais? ¿quieres mas sopa hijo? ¿de que  pueblo vienes? ¿necesitas algo para tu armadura? ¿algún herrero que atienda tus servicios? ¿algún dios al que consagrar tu espada para que tenga mas fuerza y te de mas buena suerte? ¿seguro que no quieres mas sopa hijo?´´ 


El sanador intervino entonces y despejó de ahí a todas las buenas aunque inoportunamente curiosas gentes con toda la calma y la urgencia que se permitió el lujo de fusionar en un todo tranquilo pero autoritario. En cuanto todo se calmó poco a poco se dieron cuenta de que el joven no era hablador o que quizás desconfiaba en exceso de esas gentes. Así pues es que tuvieron paciencia para que el chico se adaptara. Cada día le daban de comer y lo cuidaban hasta que tuvo las fuerzas de levantarse. le dieron la noticia de que su caballo había muerto pero al contrario que todo hombre que pierde su montura, su desaliento se convirtió en una leve sonrisa. No dijo nada en ningún momento.


Con el paso del tiempo, la gente se fue afianzando en él y le tomaron cariño a pesar deque no hablaba. Sin embargo manifestó la buena voluntad a través de pequeñas acciones, en especial de aquellas que requerían un arduo esfuerzo y a través de las cuales el pueblo entero le agradeció de forma constante a través de regalos que el siempre rechazaba con todo el buen y educado gesto. Los hombres del pueblo hablaban de él y con él para ver que opinaba mediante la simple expresión de su rostro y la luz de sus ojos (también verdes) para saber que pensaba. las damas del lugar pues suspiraban por saber cual era el nombre al menos de tan galante y apuesto caballero que llegaba de tierras lejanas. Y siguieron pasando los días en que las arenas les mandaban tormentas constantes de arena y dificultaba la marcha del buen hombre a cual fuera que fuere sus destino. Cuando le preguntaban si no tenía alguna prisa el hombre sencillamente sonreía. Y la sorpresa llegó. El caballero habló. 


La gente había decidido hacer una fiesta para celebrar el nacimiento de un niño y de paso celebrar la llegada a sus vidas de se buen samaritano que en cierta ocasión ante una pregunta de una d las niñas de la aldea desenvainó su espada descubriendo para asombro de muchos que la hoja de la espada era verde, el mismo verde de sus ojos. Eso causó gran sorpresa y nada mas se dijo sobre eso, aunque el herrero del lugar dijo que no había visto metal similar en mucho tiempo, que no era ningún tipo de bañado en pintura, que ese metal era verde, así de sencillo. Así es pues que el hombre se levantó dejando al resto de gente con la mirada clavada en él pues no era de levantarse de la mesa cuando aun no había terminado, era extremadamente educado en sus formas para con las abuelitas y no tan abuelitas que le cedían algo de comida con el que alimentar su estómago. Dijo tan solo. 


-Mañana partiré a una guerra en la que con seguridad no voy a morir, al menos seré el último en caer. Voy solo aunque mis acompañantes vienen detrás de mí. Mañana me alcanzarán y no se despegarán de mí en todo lo que resta de viaje a esa batalla.-Sin mas se sentó y no dijo nada, aunque la melodiosa voz del joven fue recordada por esa última palabra que dijo al día siguiente. 


Al día siguiente el joven se dirigió a una cuadra y pagó al dueño una generosa cantidad de esmeraldas por un caballo que no era ni el mas rápido ni el mas fuertes ni el mas dotado para la batalla, pero si que estaba bien alimentado y descansado. Todo el pueblo se había reunido en una de las salidas, que poseía un camino a seguir para viajar mas cómodo en el exterior. El jefe que dirigía toda la vida del pueblo le miró y le preguntó que había venido a hacer tanto tiempo aquí, cual era su objetivo concreto. El caballero de ojos verdes sonrió y dirigió la mirada al niño por el que habían hecho la fiesta el día anterior. Así es como sin mas ni mas el caballero montó a los lomos de esa bestia y se dirigió hacia la salida.


Una niña, la mas valiente del lugar, que tenía gran futuro como guerrera se acercó a todo correr y se abrazó a la pierna del hombre. Este le miró y la niña tan solo acertó a preguntar. 


-Dinos al menos tu nombre, os lo suplicamos señor. -Decía la niña, la cual guardaba gran admiración por ese buen caballero que había sembrado tanta felicidad y alegría en los corazones de los habitantes de tan tranquilo pueblo. 


El caballero sonrió y dijo tan solo Mirando al niño que unos metros mas allá se encontraba en brazos de su madre. 


-Esperanza. 



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