viernes, 4 de marzo de 2011

El caballero errante

Con un aliento de esperanza seguía el caballero su camino solitario pero sin perder la sonrisa. Iba con dos armas en su vida. La espada y la pluma, con la que escribía todo aquello que se le venia a la cabeza. La espada no era mas que un simple adorno que nunca empleaba pues la paz inundaba sus senderos y la batalla parecía huirle hasta en las zonas mas peligrosas. Sus pasos por los caminos le llenaban usualmente los pies de ese polvo marrón que tan difícil de quitar es en las bañeras de las tabernas que siempre se encuentra en un camino de gran actividad comercial. A el le encantaban esos ambientes en los cuales los feligreses habituales del pueblo mas cercano consumían cerveza y demás alcoholes con el ánimo de refrescarse tras una dura jornada de trabajo en sus diferentes oficios. Siempre le encantaba charlar con los habituales y con los que pasaba por ahí. Grandes amistades había hecho el caballero en ese tipo de establecimientos donde la diversión y las peleas se repartían por igual así como muy distinta era la diversidad de gente que los frecuentaba. Siempre lograba ganarse la vida con alguna sonrisa a la camarera o a la tabernera a según se viera. Siempre alguna invitación de alguien con quien se pudiera compartir las alegrías y las penas. Es mucha la fortuna que el tenia por esa suerte suya que le ahorraba muchos gastos. Con algo de picardía y astucia se lograba ganar alguna apuesta que otra que el garantizaba un par de kilos mas de provisiones o un caballo que lo acompañara con todos sus pertrechos. 

Esté hombre regresaba a casa después de haber enloquecido en una cueva solitaria en medio de un monte oscuro que no tenia interés alguno para comerciantes y demás gente. En esa zona solo se habían librado las cruentas batallas que ahora parecía repeler el protagonista de esta historia. Iba en busca de esa fortuna que dejó años atrás, siguiendo un ideal de gloria eterna y que era mas importante que lo que se encontraba entre las paredes de su castillo. Sus pasos lo llevaron por senderos llenos de oscuridad hasta que un día cayó en la cuenta de que la vida no es todo miseria que hay mas o menos cosas buenas de las que poder aprovecharse sin hacer para nada el mal y de las cuales sacar algún que otro fruto. Con el tiempo se fue haciendo amigo de mucha gente que se encontraba en medio del camino y siempre le prestaban la hoguera que hubieran encendido y le contaban todas las novedades de las zonas de alrededor, discutiendo la ruta mas segura a seguir. había ayudado a esa misma gente a cargar con sus cosas y a muchas mas cosas que no vienen a cuento. 

Conoció a muchos comerciantes gordos de grandes riquezas y alhajas que en medio de su avaricia siempre tenían un remedo de poder para ceder al buen caballero que los escoltara hasta el siguiente pueblo y ahí se ofrecía el. Con cada paso que daban siempre las monturas le seguían las palabras que intercambiaba con otra escolta que fuera o tocara en esos días. Se encontró a grandes sabios que tenían en su mente miles de ideas revolucionarias y los colmarían de riquezas y a otros, guarecidos en sus monasterios que solamente estudiaban por estudiar, por el amor a querer saber miles de cosas a las que el mundo aun tardaría en comprender pero que algún día llegaría a dilucidar. Sabios a los que les bombardeaba a preguntas pues con esos conocimiento siempre algo lograba obtener. El tesoro del conocimiento no ocupaba lugar, le habían dicho en alguna ocasión. 

 Llegó el día en que alcanzó ese castillo en el cual se encontraba toda la fortuna que había recolectado con ese tipo de aventuras. Se quitó la armadura, guardó la espada y mantuvo la pluma a su lado. Se acercó a su tesoro , que le miraba con ojos grandes, abrió un pergamino y a la luz de la luna en plena noche, ese caballero le contó las aventuras a sus hijos, sintiéndose el hombre mas feliz del mundo. 

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